viernes. 29.03.2024

Meditaciones agosteñas

El barómetro de julio, que es mediático porque trae intención de voto, no ha deparado grandes cambios. Salvo una pequeña mejoría del PP

El pasado miércoles el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó los resultados del barómetro de julio. El barómetro de julio, que es mediático porque trae intención de voto, no ha deparado grandes cambios. Salvo una pequeña mejoría del PP a costa de un pequeño empeoramiento de Ciudadanos, todo ello dentro de la gravedad. Porque los dieciséis puntos porcentuales que ha perdido el PP desde las elecciones de 2011 lo alejan mucho de la mayoría absoluta, y eso es grave para la dirección del PP. Es grave porque el PP vende poder antes que política o políticas. Para los conservadores el poder es el mecanismo más seguro para conservarlo todo, y los conservadores tienen muchas cosas que conservar y mucho miedo a perderlas.

Cuando uno tiene miedo no se siente con ánimos de pensar mucho, uno sólo desea que desaparezca la fuente de su miedo. Y la principal fuente de miedo para los conservadores es el cambio. Sobre todo el cambio en abstracto que propugnan los radicales. Una propuesta de cambio total, la de los radicales, que es exactamente el envés del deseo de los conservadores. Los radicales quieren cambiarlo todo, los conservadores nada. Pero todo y nada son dos términos que parecen más bien material para psicoanalistas que para políticos. Todo y nada condensan tal cantidad de esperanzas y temores que cualquier intento de traducirlo a medidas concretas resulta, a priori, imposible.

Y, sin embargo, la encuesta del CIS apunta a un resultado electoral que lo que convierte en imposible es precisamente el escenario del todo o nada. Imposible por el lado de los conservadores, e imposible por el lado de los otros radicales populistas (dicho sin ánimo de molestar, me acojo a sagrado amparándome en la terminología de Laclau que también vale para la radical, populista y muy conservadora Aguirre). El porcentaje de voto que obtiene Podemos no alcanza al que tuvo la Izquierda Unida de Julio Anguita en 1996. Así que los dirigentes de Podemos deberán elegir entre ser como todos los demás o no ser nadie. Es decir, en iniciar el decepcionante camino de las transacciones o tomar el heroico camino de la irrelevancia. Que elijan uno u otro destino dependerá de si gana el cinismo o el narcisismo que, como todo el mundo, llevan dentro. Aunque, mirado con los ojos cansados de un socialista, quizá la elección no sea tan cáustica, y sencillamente deban elegir entre un hospital en mano o un paraíso volando.

La encuesta del CIS también pregunta por la política de alianzas en un contexto en el que no hay mayorías absolutas. Nada sorprendente: los votantes del PP querrían un pacto con Ciudadanos y los votantes del PSOE lo querrían con Podemos. Sólo cinco de cada cien españoles quiere un gobierno de coalición entre el PSOE y el PP. Sería bueno que los que tienen mucho que conservar se pregunten por qué la inmensa mayoría de la gente no ve lo que ellos ven. Otros deberían preguntarse qué se puede hacer con el 16% de los votos, además de quejarse de lo malo y estúpido que es el mundo.

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