sábado. 20.04.2024

Dimitir

¿Qué trataban de proteger los padres de la democracia con el aforamiento de los representantes?, ¿a los representantes o a los representados?

Quizá el aforamiento es un molesto seguro que tenemos que pagar para cubrir un riesgo infinitamente mayor

No somos más ciegos que cuando no vemos nuestra propia ceguera. No lo digo como un reproche moral, sino como la constatación de un problema cognitivo. Porque antes de elegir entre el bien y el mal, los humanos solemos fallar en la tarea previa de distinguir el bien del mal. No sólo porque vengamos de serie con un cerebro de abogado y no con un cerebro de científico, como cuenta con gracia en “Subliminal” Leonard Mlodinov, un físico metido a teórico de la mente. Sino porque, en muchas ocasiones no sabemos si estamos actuando bien o mal, ya que las consecuencias futuras de nuestras acciones del presente son literalmente incalculables.

Obviamente constatar que el futuro es incalculable no puede llevarnos a la parálisis, tenemos que arriesgarnos y atrevernos a andar en la oscuridad. Ese es el terreno en el que nos movemos en la política. Como dice mi admirado Daniel Innerarity: “ la política es lo que hacemos cuando hemos acabado de calcular y sigue sin estar claro lo que hay que hacer”. Hay que hacer todos los cálculos, por supuesto, pero si después de hacerlos no tenemos una única respuesta, entonces es que estamos ante un problema político y no ante un problema técnico. Por eso me producen mucha angustia los cirujanos de hierro en la política, que en lugar de caminar prudentemente a tientas, aceleran con determinación en lo más oscuro hasta que nos hacemos mucho daño. Casi siempre los demás, no ellos.

Hace tiempo oí a un amigo y compañero responder a una periodista: “un político tiene que dimitir en el momento en el que le imputan”, la periodista le repreguntó: “¿y si es inocente?”. Mi compañero respondió: “pues, luego se le reconoce. Tampoco pasa nada por dejar la política, yo era diputado y ahora soy decano, y no pasa nada”. Mi amigo aceptaba pagar el precio de amputar injustamente la trayectoria de un político para recuperar la credibilidad del sistema. ¿Quién le iba a reprochar esa cirugía en estos tiempos? Pero no calculó todas las consecuencias de su planteamiento. La trayectoria de un político es relevante porque influye con especial fuerza en el destino de todos, no solo tiene que ver su destino personal y el de sus allegados. Matar a los Kennedy o a Luther King cambió algo más en la historia de Estados Unidos que la vida de sus familias, y no precisamente de manera democrática. Salvando las distancias, ¿qué ocurre si como consecuencia de una denuncia falsa o de una imputación hecha con ligereza o mala intención por un juez frívolo o venal, se modifica algo más que el destino personal de un político? ¿Y si como consecuencia de esa dimisión forzada de manera injusta, además de cambiarle la vida a una persona, se cambia el curso de los acontecimientos políticos y dentro de quince años se ha hundido la sanidad pública y arruinado la vida de muchas otras? ¿Qué trataban de proteger los padres de la democracia con el aforamiento de los representantes? ¿a los representantes o a los representados? Quizá el aforamiento es un molesto seguro que tenemos que pagar para cubrir un riesgo infinitamente mayor.

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