viernes. 29.03.2024

“¡Ya, pero todavía no!”

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“Estamos salvados, pero no nos hemos enterado todavía”


El rumano Mircea Eliade, filósofo y antropólogo, está considerado como uno de los más relevantes historiadores de las religiones. Nombrado consejero cultural de la embajada rumana en Londres y Lisboa, a partir de aquí, escribió artículos y dio conferencias en prestigiosas universidades europeas, siendo reclamado por la Universidad de Chicago para impartir clases sobre Historia de las Religiones hasta su muerte, en abril de 1986. De su extensa obra merece destacarse, en particular, su monumental “Historia de las creencias y de las ideas religiosas”. Intentando descubrir los caminos interiores recorridos por los seres humanos en todos los tiempos, trazó con sus ideas un nuevo itinerario interior para el desarrollo espiritual del hombre. Renovó la antropología, no solo por sus estudios comparativos, sino creando una “antropología profunda”, que ha nos permitido leer y conocer el comportamiento humano, de ese “hombre primordial y primero” de todas las culturas, el “Adam Kadmón”, detrás de los avatares, de los accidentes y de las situaciones geográficas, culturales e históricas.

Analizando la historia, sabemos que las creencias no son impuestas por razonamientos filosóficos, sí, en cambio, y con frecuencia, por dictaduras políticas

Sus estudios, alejados de la contemplación personal, llenos de objetividad y carentes de subjetivismo, han establecido modelos de excelencia, situándole en una posición de vanguardia, por el compromiso total con su tiempo. No escribió en un momento histórico demasiado favorable a sus ideas; no le preocupó que no le leyeran o escuchasen muchos o pocos, pero como una campana que suena sin cesar, mantuvo su sonido sin desmayo; al final, contó con la admiración de quienes se acercaron a ese itinerario espiritual e intelectual que propuso. Fue uno de los grandes investigadores del estudio comparado de las religiones; en su inmensa obra, recopiló documentos y, sobre todo, aportó claves para comprender las raíces profundas de las diversas creencias religiosas esparcidas por el mundo, situando las bases y señalando la metodología para comprender el significado profundo de los símbolos, ritos y mitos que cada religión ha ido elaborando. En los tres volúmenes de esta obra examina el problema y la actualidad de lo religioso en el mundo de hoy. Lo inicia en la existencia sacralizada del hombre primitivo y tradicional, analizando fenómenos como el espacio y el tiempo sagrados, los mitos y la religión universal que afecta a todos los pueblos y culturas. Su obra acaba siendo tanto una introducción general a la historia de las religiones como una descripción de las modalidades de lo sagrado y de la situación del hombre en un mundo cargado de dioses, mitos, costumbres, creencias, leyes y leyendas, valores y ritos religiosos.

Nadie duda de que el estudio de la religión es importante para entender por qué la gente se comporta de determinadas maneras. En el fondo, desde el punto de vista filosófico o antropológico, una religión es un sistema de creencias y prácticas preocupadas por el significado ultimo de la vida, a la vez que asume la existencia de lo sobrenatural. Los enfoques interpretativos tienden a explicar las motivaciones, la inspiración, la intención humana, su conducta y los aspectos emocionales como parte fundamental para cualquier estudio sobre la religión. La gente es atraída a una serie de creencias porque ciertas ideas se revelan para ellos como verdaderas y valiosas y porque, para muchos, es el asidero seguro para un más allá después de la muerte. Interpretar el mundo en el que habitamos, desde los diferentes grupos humanos y sus culturas, significa ampliar y expandir nuestro conocimiento sobre la religión, las experiencias religiosas y su importancia no sólo para la antropología y la filosofía, sino también para otras preocupaciones e intereses de la vida. La situación actual de incertidumbre y temor en un estado de “pandemia mundial”, es significativa. Algunas de las mayores tragedias para la humanidad, en las epidemias y pandemias de la historia es que, en este caso, un “bichito, un invisible virus”, haya puesto al mundo entero en estado de alarma, patas arriba, esperando una salvación que no llega. Así lo decía Mircea Eliade: “En situaciones de inseguridad y temor, en todos los tiempos, en todas las culturas, se espera que la solución venga de un salvador, de un enviado o mesías”.

Probablemente es en el libro del Apocalipsis y en los Hechos de los apóstoles en los que se configura un tiempo, de múltiples interpretaciones, para descifrar el enigma poco clarificador y transparente del “cuándo” de esa “parusía o venida”

Analizando la historia, sabemos que las creencias no son impuestas por razonamientos filosóficos, sí, en cambio, y con frecuencia, por dictaduras políticas; surgen del fondo de cada persona y de cada colectivo, van unidas a su cultura y a su personalidad; se desarrollan cuando encuentran en determinadas circunstancias el momento propicio. Los grupos religiosos y la sociedad general discurren juntos, pero de manera independiente, aunque los primeros estén todavía, en cierto modo, aislados por las presiones sociales a las que están sometidos; examinan la religión percibiendo cómo opera en su vida diaria o en la de la sociedad. Hoy, los movimientos cristianos hegemónicos están disminuyendo en tamaño; por el contrario, las iglesias y los movimientos evangélicos, incluidas las sectas, experimentan un crecimiento notable, por el entusiasmo con el que alimentan y creen satisfacer las necesidades de sus fieles; atraen gran cantidad de gente porque les proporcionan un sentido de comunidad y, al participar, les ofrecen emociones y experiencias de la cercanía de un futuro salvador y una próxima salvación.

“Parusía” es uno de los términos más enigmáticos que en casi todas las religiones, pero que desde el surgimiento del cristianismo, se ha venido utilizando y analizando y del que se han ido apropiando a lo largo de la historia distintos movimientos y sectas religiosas que hoy, en un buffet de religiones emergentes, proliferan en el mundo. Aunque está presente en casi todas las religiones la intervención del “dios” o los “dioses” en los avatares humanos, el término “parusía” (presencia, advenimiento, llegada), para la mayoría de los múltiples movimientos cristianos, es el acontecimiento esperado al final de la historia o la Segunda venida de Cristo a la Tierra. La Biblia menciona este término en diversas ocasiones. Para muchos movimientos cristianos y sectas, con la parusía llegaría el final de la historia y, por consiguiente, el fin de los tiempos y del mundo.

Son innumerables las predicciones con las que muchos profetas fatalistas han vaticinado el fin del mundo. Recordamos aún un supuesto error en las computadoras llamado “Y2K”, que iba a destruir el mundo en el momento de pasar del 31 de diciembre de 1999 al 1 de enero de 2000. Cuántos ha habido, como el célebre “Nostradamus”, que se hizo popular en el siglo XVI por sus textos y libros en los que se aventuró a predecir eventos futuros, incluido el fin del mundo, que han profetizado el juicio final, el apocalipsis, el fin de los tiempos, un hecho del que nadie sabe nada, pero que muchos se han atrevido a predecir. Han existido muchas maneras para predecir el fin de los tiempos, desde los Mayas a los testigos de Jehová, han surgido predicciones de su final. La Wikipedia tiene una enorme lista de fechas que lo han ido anunciando.

Probablemente es en el libro del Apocalipsis y en los Hechos de los apóstoles en los que se configura un tiempo, de múltiples interpretaciones, para descifrar el enigma poco clarificador y transparente del “cuándo” de esa “parusía o venida”. La dirección de la respuesta, escrita posiblemente antes de la destrucción de Jerusalén, con el fin de animar a aquéllos cuyos corazones desfallecían de temor por las terribles catástrofes que sobrevendrían a la tierra, se despliega en una expresión dudosamente cronológica y que, queriendo decir algo, no dice nada: ¿Cuándo acontecerá el esperado final de la historia o la Segunda venida de Cristo a la Tierra, se preguntaban? Y la respuesta era: “Ya, pero todavía no”. Se despejaba la incógnita, pero la incertidumbre continuaba. Es la constante tensión de la duda. Estamos en un “ya” pero, a su vez, en un “todavía no”.

Son ya cientos de miles los afectados por una pandemia que se ha propagado por el mundo, paralizando la economía mundial y vaciando los espacios públicos de las principales ciudades del planeta

Algo parecido nos está pasando en estos tiempos de “pandemia”, en este estado de alarma, prorrogable hasta cuando nadie sabe. Además de en estado de “alarma”, estamos también en estado de “duda, de incertidumbre, de parusía”: “Ya ha llegado todo el material sanitario contra el coronavirus, pero todavía no”, se nos viene anunciando día tras día. Así lo constatan permanentemente los profesionales de la sanidad.

Sin embargo, en esta valoración ambivalente del “ya pero todavía no”, los ciudadanos no debemos olvidar que la espera del final de este estado de alarma, no debe entorpecer esa vida de “esperanza activa” que debemos transmitirnos unos a otros. Como cantamos mientras aplaudimos todas las tardes, en este confinamiento de “quinientas horas, prolongadas ahora a mil”, debemos “resistir”, respetando las leyes y normas dadas que ayuden a conseguirlo. Como canta el príncipe Calaf en la ópera Turandot de Puccini con la palabra que cierra el aria “Nessun Dorma”: “¡Vinceró!” (¡Venceremos!). Y mientras se espera la parusía, la historia sigue su curso y es preciso respetarla; de ser así, no tardará en hacerse sentir. O como decía la Mafalda de Quino con humor: “He decido enfrentarme a la realidad así que, cuando se ponga linda, me avisan”.

Son ya cientos de miles los afectados por una pandemia que se ha propagado por el mundo, paralizando la economía mundial y vaciando los espacios públicos de las principales ciudades del planeta. Esta primavera de 2020 está dejando para la historia imágenes insólitas de lugares icónicos prácticamente vacíos de actividad humana. Los confinamientos generalizados han obligado a millones de personas a abandonar los entornos compartidos, convirtiendo ciudades y lugares de trabajo en grandes escenarios sin actores, sin tan siquiera conocer el libreto de la obra y los espectadores confinados, casi sin protección. La realidad es parecida a una orquesta que debe tocar sin partitura y sin conocer la obra. Es la representación del pensamiento de Emil Ciorán, el escritor rumano, último gran exponente del pesimismo occidental, cuyo nihilismo no conocía límites, salvo el que impone la muerte, con ese tono sombrío que adoptaba para deconstruir la realidad. La perspectiva de no ser, de morir en cuerpo y alma, de abandonar definitivamente el campo de batalla de la conciencia, le producía un inmenso regocijo. La angustia acerca del sentido de la vida, -decía- planteará todo tipo de preguntas: ¿dónde estamos?, ¿cuál es nuestro futuro?, ¿hacia dónde dirigirnos? A estas preguntas su respuesta era: la muerte sepultará todo lo que amamos sólo ella dará sentido a nuestra existencia. No habrá una reparación para las víctimas inocentes y el mal quedará impune. No puede ser esta nuestra respuesta como no lo fue para Mircea Eliade; según él, ante problemas como esta pandemia, en situación de angustia, inseguridad e incertidumbre, donde el silencioso movimiento de un virus invisible produce un temor más fuerte que el miedo a un enemigo visible, gran parte de la humanidad espera, con una esperanza desazonada que paraliza, una esperanza pasiva que quiere que las cosas cambien por el simple transcurso del tiempo, que la solución venga de un salvador: de una mascarilla, de un respirador, de epis, de un test rápido…

En esta situación es bueno subrayar alguna semejanza. Así como los primeros cristianos permanecían en la espera atenta de la segunda venida de Cristo, la parusía, pues les preocupaba más el fin de la historia que la historiografía de la espera escatológica, a los ciudadanos hoy nos preocupa el fin de la pandemia de esta situación complicada del confinamiento, de este estado de alarma y no la historiografía ni la crítica sobre quién lo ha hecho bien y quién mal, ni nos importan las disquisiciones políticas de quién ha comprado mejor, más pronto y dónde los materiales sanitarios necesarios. No son momentos de señalar culpables sino, como en Fuenteovejuna, “todos unidos” por conseguir ese fin necesario y común de ganar la batalla al coronavirus. Como era de esperar, cuando no hay sentido de estado ni de responsabilidad, ha cristalizado toda una sarta de reproches que nos recuerda esa mitología de buscar quiénes son los salvadores y quiénes los culpables, quiénes los héroes y cuáles los villanos. Parece que, por el sentido de sus palabras, pretenden poner trabas a la recuperación. Estamos esperando la buena noticia, no de que el reino de dios está cerca, sino de cuándo se pondrá fin a esta situación apocalíptica. Traigo aquí las palabras escuchadas en la cadena SER el pasado sábado, a un médico cubano que ha venido a España para echarnos una mano: “Hemos venido a ayudar a España, pues nos basamos en el principio de no dar lo que nos sobra sino de compartir lo que tenemos”. ¡Chapeau!

Cuando todo son preguntas y miedo, la reflexión es esencial, es un faro que alumbra caminos en la noche. Si se ha impuesto el estado de alarma, nosotros nos debemos imponer el estado de alerta para que nadie se aproveche de esta situación y nos quiera mantener en la oscuridad de la ignorancia, aumentando la duda. Sería una indecencia. ¿Qué nos vamos a encontrar? ¿Qué podemos construir? En estos tiempos oscuros, como dice Elvira Lindo: ¡Qué feos son algunos imbéciles con poder cuando encendemos la luz y los vemos!

Hoy, cuando existe la idea de que es innecesario estudiar para saber, ya que basta tener un ordenador y una línea telefónica para acceder, con un buscador de Internet, a cualquier materia. Cuando lo que esperamos es el placer inmediato de saber cómo vencemos esta pandemia que asola y angustia al universo, mi propuesta es que, en la reflexión interior por encontrarnos a nosotros mismos, tratemos de contestar sincera y seriamente las célebres preguntas que formuló Kant: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?, ¿qué es el hombre? De hacerlo, ni el mejor paracetamol nos proporcionaría mejor mochila para arrostrar el futuro. Con palabras del Eclesiastés (9,4): “Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos”.

Dicen los historiadores que Aníbal habría triunfado sobre Roma, si hubiera lanzado su ofensiva militar siglos más tarde, cuando “el imperio estaba vacante”; algo parecido se podría decir de la Unión Europea de hoy, si estuviese gobernada por aquellos que con ilusión, coraje y sentido de unión la gobernaron en sus inicios. Hoy, la decepción, la incertidumbre y los recelos han sido expresivos sobre su eficacia y futuro, ante la falta de un fuerte liderazgo de la presidenta Von der Leyen y el fracaso de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los Veintisiete en la búsqueda de una solución unitaria para los problemas creados por el coronavirus; frente a las fórmulas puestas sobre la mesa por Francia, España e Italia para buscar soluciones, ha sido una muestra de egoísmo el decidir que cada Estado responda con sus propios medios.

El egoísmo del norte frente al sur, promovido por los países más ricos, entre ellos Alemania, Holanda y Austria, entre otros socios, ha dividido a la Unión Europea situándola al borde de una situación crítica por su ineficacia y el encono entre estados. Resulta legítimo que nos preguntemos si la palabra solidaridad tiene algún significado en el seno de la UE o es preciso, para que lo tenga, acercarse más al borde del abismo, o, en expresión de Sami Naïr, “al borde del precipicio”. Qué razón ha tenido, y se ha quedado corto, el primer ministro de Portugal, Antonio Costa, al calificar de “repugnante” y miserable que el primer ministro de Holanda, Wokpe Hoekstra, mirando hacia su electorado derechista, sugiriera investigar la gestión económica de países como España y culpando a los Estados del sur de ser negligentes, torpes y derrochadores. Personajes como ese pulularon en Europa durante los años veinte y treinta del pasado siglo y ya sabemos con estas actitudes mezquinas, miserables, despreciables y repugnantes cuáles fueron las consecuencias en Europa: su destrucción total.

¿Dónde está hoy Europa y esa cohesión necesaria que justificó su fundación? Hoy está moribunda; en esta crisis que estamos atravesando, muchos podemos llegar a plantearnos si realmente es útil y necesaria. El Consejo Europeo puede fracasar por el egoísmo alemán y holandés y otros estados del norte. Con gobernantes así, no podemos esperar mucho de ella. Ha quedado en evidencia la fragilidad que está mostrando el proyecto inicial de la unidad europea; hoy la UE semeja un tinglado de burócratas y financieros incapaces de reaccionar en los momentos en los que más necesaria debería ser esa “unión”. Es posible que nada vuelva a ser igual cuando salgamos de este obligado y sanador confinamiento. Será necesario explicar de nuevo el significado y los contenidos europeístas y democráticos y las alianzas que tejieron los “padres fundadores de la Unión”, como Adenauer, Monnet, Churchill, Schuman, de Gasperi, Spaak, Hallstein y Spinelli… para dar cuerpo y sostén a un verdadero proyecto de unidad europea que merezca la pena ser vivido y apoyado. Tal vez, si nos preguntamos cuándo será esto posible, tengamos que responder con la ambigüedad del título de estas reflexiones: “¡Ya, pero todavía no”!

Mientras, para alumbrar la esperanza activa, considero positivo y sensato finalizar estas reflexiones con los versos de Fray Luis de León, figura indispensable del renacimiento español: “Del monte en la ladera, / por mi mano plantado tengo un huerto, / que con la primavera / de bella flor cubierto / ya muestra en esperanza el fruto cierto”. O de Gustavo Adolfo Bécquer, el gran abanderado del romanticismo en España: “Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar…”.

Será posible entonces poder darnos aquellos abrazos guardados durante semanas en el desván y afirmar que la primavera ha llegado y que hemos vencido. 

“¡Ya, pero todavía no!”