jueves. 28.03.2024

Ser político o vivir “de” la política

Por más que se empeñen algunos políticos en decir lo contrario, es descorazonador constatar que cuando...

Por más que se empeñen algunos políticos en decir lo contrario, es descorazonador constatar que cuando entran en política, aunque afirmen que buscan servir al ciudadano, a lo que muchos aspiran es a alcanzar el poder y mantenerse en él por encima de todo. La estrategia “de presentarse como servidores del ciudadano” es un conocido mecanismo de defensa psicológico que algunos ponen en juego para disfrazar sus deseos de poder, por otra parte, lícitos, intentando dar una explicación lógica y altruista a su gestión; racionalizan de este modo una ambición que podría aparecer a los ojos de los ciudadanos como un comportamiento poco digno y con una excesiva ansia de mandar; algunos lo describen como “la erótica del poder”.

Una vez conseguido el poder, al analizar su conducta, es frecuente observar cómo en muchas de sus acciones, en lugar de preocuparse por atender los intereses de los ciudadanos y solucionar sus problemas y necesidades, se ocupan de los suyos propios, trajinan denodadamente por mantenerse en el sillón e incumplen, sin pudor y con enorme cinismo, cuantas promesas les hicieron a la hora de conseguir sus votos. Esta categoría de políticos son aquellos que acceden a la política sin vocación y hacen de ella exclusivamente su profesión.

Al hacer estas afirmaciones es importante hacer referencia al análisis de Max Weber en su conferencia pronunciada en la Asociación Libre de Estudiantes de Munich en 1919, titulada “Politik als Beruf”. Dependiendo de la traducción que se haga del término “Beruf” (hay quien lo traduce por “profesión” y quien por “vocación”), el título de la conferencia de Weber sería “La política como vocación” o “La política como profesión”. Analizar sobre si Weber concibe la política como vocación o como profesión no es un asunto meramente semántico, ya que al concebirla de una manera u otra se derivan consecuencias concretas diferentes. Cuando se dice que una cuestión es política, o que es “político” un ministro, o que una decisión está políticamente condicionada, lo que se quiere significar -afirma Weber- es que la respuesta a esa cuestión, o la determinación de la esfera de actividad de aquel ministro, o las condiciones de esta decisión, dependen directamente de los intereses en torno a la adquisición, conservación, uso o transferencia del poder, pues quien se mete en política aspira al poder como medio para conseguir otros fines (idealistas o egoístas) o al poder “por el poder”, con el fin de gozar del sentimiento de prestigio social que el poder confiere. Distinguir, pues, entre el político profesional y el meramente vocacional es pertinente no sólo por razones intelectuales sino, también, prácticas.

Pero, ¿se pueden o se deben separar ambos conceptos (profesión y vocación) de un político?; sí se pueden y, en la práctica, esta separación se da con excesiva frecuencia, aunque en mi opinión no deberían ir el uno sin el otro. Es más, no sería un buen político vocacional quien no fuese un buen político profesional. El político puramente vocacional sería aquel que sólo actúa inspirado por la ética de las convicciones, aquel que obedece ciegamente a su pasión; y para Weber la pasión, aun la más auténtica, no convierte a un individuo en buen político; pero sostener lo contrario -esto es, expulsar las pasiones de la política- tampoco sería razonable, ya que implicaría dos cosas: reemplazar a los políticos por buró­cratas y proponer como tipo de político ejemplar a sujetos abúlicos o bien a hedonistas sin corazón. Ambas opciones -según Weber- son igualmente necesarias, pues la pro­fesión supone la vocación. La profesión de político sería la expresión de una vocación política, madurada, responsable y disciplinada. Y éste es el tipo de político que We­ber tiene en mente. Por eso, sólo un político así -afirma- es capaz de establecer la ecuación precisa entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad; entre la ardiente pasión y el frío sentido de la distancia; entre el corazón y la razón.

Weber distingue, además, dos formas de hacer de la política una profesión: “vivir para la política o vivir de la política”. Entre vivir “para” y vivir “de” existe una importante diferencia: quien vive “para” la política se encuentra en el nivel alto de las convicciones, de los principios e ideales de servicio a los ciudadanos; el individuo, en cambio, que vive “de” la política se coloca en un nivel egoísta; son profesionales en este nivel aquellos políticos que no desean gobernar en calidad de servidores de los ciudadanos sino al servicio de sus intereses y/o de sus jefes políticos; no están al servicio de los principios sino a los del poder o poderes; son los políticos del nivel y perfil “económico”; convierten la política en su fuente de ingresos.

Respecto a estos últimos, recuerdo un artículo del filósofo José Luis López Aranguren, profesor de ética en la Universidad Complutense de Madrid y Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1995, en el diario El País en el que, al analizar el perfil del político que vive “de” la política afirmaba tajante: “todo en ellos consiste en permanecer”; es decir, mantenerse contra viento y marea en el ejercicio del poder y en ello -escribía- comprometen “la hacienda y la vida”, incluso “el honor” (corrigiendo a Calderón); la ambición de poder -concluía- forma parte de su ADN.

En el marco referencial de estos políticos, es frecuente escucharles justificar cuanto dicen o hacen (o dice o hace el partido), con una obediencia ciega a las consignas que dicta el partido, aún cuando éstas entren en contradicción con la propia conciencia; son “los corruptores del lenguaje y la palabra” y no es infrecuente que caigan también en la corrupción política, que abarca una gama amplia de prácticas, desde la financiación irregular de partidos y elecciones, hasta la apropiación de bienes públicos y el comercio de influencias… Hacen uso frecuente de otro mecanismo de defensa, el de negación; se enfrentan a los conflictos o problemas negando su existencia o su relación consigo mismo y rechazan aquellos aspectos de la realidad que consideran perjudiciales para su propia estabilidad en el cargo; prefieren actuar contra conciencia a enfrentarse al establishment del partido, que es el que les garantiza el puesto; puesto que jamás habrían conseguido por méritos propios y sin el apoyo de sus cúpulas; por ejemplo, entrar en las listas electorales o, alcanzado el gobierno, “pillar” un buen cargo, económicamente bien remunerado y socialmente bien considerado…; son las famosas “mamandurrias” de las que tanto habla Esperanza Aguirre. A muchos de estos altos cargos que nos han gobernado - o gobiernan en la actualidad - se les podía cantar aquel verso del cuplé del “17”: “¿De dónde saca “pa” tanto como destaca?”, entendiendo por “sacar” sus escasas capacidades para ocupar el poder y “destacar”, la importancia del propio puesto ocupado.

Muestra clara de esta censurable e irresponsable impostura de preferir la disciplina de partido a actuar de acuerdo a conciencia la hemos visto hace días en el Parlamento en el grupo popular, al votar en bloque y con entusiasmo palmero en contra de la retirada del trasnochado proyecto de ley sobre el aborto; o las recientes y mendaces declaraciones del Director General de la Guardia Civil negando la veracidad de unas imágenes sobre la utilización de medios antidisturbios contra inmigrantes subsaharianos en Ceuta… ¡Se me ocurren cientos de casos parecidos!.

De ahí que muchos ciudadanos hayan comenzado a desconfiar de aquellos políticos que se pretenden poseedores y guardianes de la verdad política, incapaces de entender que son los propios ciudadanos los que les han delegado el poder y que no quieren manifestar su voluntad solamente en momentos electorales; son aquellos ciudadanos que salen a la calle en distintas y justificadas “mareas” para protestar del retroceso social al que nos conducen muchas decisiones políticas y en defensa de lo público frente al liberalismo económico exacerbado de quienes nos han llevado a la crisis; son aquellos ciudadanos que no están dispuestos a que los políticos reemplacen su capacidad de deliberación y discusión por una sumisión ciega; son aquellos ciudadanos que como describía Bertolt Brecht, no quieren ser “analfabetos políticos que no oyen, no hablan, no participan de los acontecimientos políticos; no saben que el costo de la vida, el precio del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas”; son aquellos ciudadanos que han comenzado a tener claras la ignorancia y debilidad de tantos políticos para la argumentación, la comunicación y la persuasión y su incapacidad para la gestión de la vida pública. De ahí que sea bueno recordarles el aforismo del alemán Christoph Lichtenberg, escritor escéptico y satírico: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen les pierden el respeto”. ¡Cuánta sabiduría hay en lo obvio! ¡Cómo se pueden extrañar, pues, muchos de nuestros políticos de que los ciudadanos les estemos perdiendo el respeto cuando actúan y hacen declaraciones con tanta desvergüenza y carentes de toda veracidad…!

Con un intento de reconciliar la verdad con la política, Hannah Arendt defendía  dos tipos de verdades; una de carácter factual, referida a los hechos verificables por los sentidos y otra de carácter racional, que tiene que ver con ideas susceptible de apreciación sólo argumental. La primera de dichas verdades (la factual), -sostenía- tiene una significación política porque su objetividad es apreciable inmediatamente por todos; la otra, en cambio, (la racional), admite -según ella- una mayor manipulación al no estar al alcance de cualquiera. Ante la evidencia factual y objetiva de algunos hechos, es muy frecuente contemplar el vergonzoso intento de manipular “racionalmente” la realidad de algunos políticos. Es ya paradigmática la cínica explicación de la secretaria general del Partido Popular, señora Dolores de Cospedal sobre "el finiquito en diferido en forma de simulación", acerca del despido del señor Bárcenas. Sobre la pretensión de los políticos de manipular “racionalmente” la realidad (y por no alargar mis reflexiones), recomiendo como lectura una lista compilada por el siempre crítico lingüista Noam Chomsky con las diez estrategias más comunes y efectivas que siguen las agendas “ocultas” para manipular al ciudadano, ya por los políticos ya por los medios de comunicación. De la lista, sin glosar, enumero dos: dirigirse al ciudadano como menor de edad y mantenerle en la ignorancia y la mediocridad.

En este contexto de análisis crítico de la conducta de no pocos políticos, es acertado recordar lo que el autor de los Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós, escribió en 1912, en un ensayo titulado “La fe nacional y otros escritos sobre España”. Salvadas las circunstancias y el tiempo histórico (han trascurrido desde entonces 102 años), transcribo algunos párrafos: “Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve y no mejoran en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta... No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a sus amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica y adelante con los farolitos… La España que aspira a un cambio radical y violento de la política, se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, tal vez lustros antes de que este Régimen, atacado de tuberculosis ética sea sustituido por otro que traiga sangre nueva y nuevos focos de lumbre mental”.

No quiero finalizar estas ideas sin dedicar unas palabras, como modelo de gestión, en favor de aquellos muchos y buenos políticos que salvan con su profesión y vocación la conducta de aquellos otros que no lo son; las pronunció el propio Max Weber, en su conferencia de Munich en 1919; concluía así: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un líder, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre de esta suerte construido podrá demostrar “vocación” para la política.

Ser político o vivir “de” la política