viernes. 19.04.2024

Perogrulladas tautológicas: ¿un plato es un plato?

A estas alturas de la situación política, los ciudadanos no necesitamos ni guía ni jefes que con sus argumentarios pretendan conducir nuestra vida en libertad.

Después de la incapacidad del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de responder con clara argumentación a Carlos Alsina sobre la posibilidad de que los catalanes dejasen de ser españoles si alcanzasen la independencia, nos dejó otras “perlas” al referirse a lo que dicen los tratados europeos sobre la posibilidad de que Cataluña se mantenga en la Unión Europea: "Lo que dicen los tratados es muy claro, lo entiende todo el mundo. Yo comprendo que quienes están en posiciones distintas a las mías tengan que utilizar este argumento, pero realmente un vaso es un vaso y un plato es un plato…".

Desde la lógica aristotélica, una tautología es una afirmación obvia, vacía o redundante. Cuando mediante una tautología retórica se pretende enunciar una explicación y esa explicación es evidentemente redundante, sin aportar más conocimiento, en castellano se denomina perogrullada. La “perogrullada “del vaso y el plato”, le acompañará en adelante aMarino Rajoy como la sombra a los objetos.

A estas alturas de la situación política, los ciudadanos no necesitamos ni guía ni jefes que con sus argumentarios pretendan conducir nuestra vida en libertad. La legitimidad de una democracia recae sobre la capacidad de las personas para pensar por sí mismas y elaborar criterios razonados a partir de la información que manejan que siempre debe ser una exposición fiel de los hechos y no el resultado de la mentira, el cinismo o la manipulación; aunque es frecuente que el fanatismo con el que muchos votantes participan en el compromiso político corrompe la lógica de la verdad. Es razonable, pues, que en estos momentos de decisiones electorales muchos ciudadanos hayamos comenzado a desconfiar de aquellos políticos que se pretenden poseedores y guardianes de la verdad política, incapaces de entender que son los propios ciudadanos los que les hemos delegado el poder y que no queremos manifestar nuestra voluntad solamente en tiempo de elecciones; somos aquellos ciudadanos que salimos a la calle en distintas y justificadas “mareas” para protestar del retroceso social al que nos conducen muchas de sus decisiones y en defensa de lo público frente al liberalismo económico exacerbado de quienes nos han llevado a una crisis de la que todavía no hemos salido, por mucho que se empeñe Rajoy y su partido insistiendo en la tesis de su milagro económico, utilizando en exceso el mantra de la ruina en la que nos sumió el gobierno anterior, exonerándose de lo que ellos prometieron en su programa electoral que iban a hacer y nunca hicieron; son aquellos ciudadanos que no estamos dispuestos a que los políticos reemplacen nuestra capacidad de deliberación y discusión por una sumisión ciega; son aquellos ciudadanos que como describía Bertolt Brecht, no quieren ser “analfabetos políticos que no oyen, no hablan, no participan de los acontecimientos políticos; que no saben que el coste de la vida, el precio del pan, de la harina, del vestido, del zapato…, y que las soluciones a sus problemas dependen de sus decisiones políticas”. El analfabeto político -afirmaba Brecht- es aquel que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política; no sabe que de su ignorancia política se nutre el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales. Parte del problema de nuestra sociedad no sólo es responsabilidad de los políticos, sino de los ciudadanos y de su pasividad. Un pueblo inculto, que no sabe y no conoce, es un pueblo al que no va a ser difícil robar, explotar y engañar con tautologías vacías y perogrulladas “de platos y vasos”. Por el contrario, cada día son más numerosos aquellos ciudadanos que han comenzado a tener claro hasta dónde alcanza la ignorancia y debilidad de tantos políticos para la argumentación, la comunicación y la persuasión y su incapacidad para la gestión de la vida pública. Estoy de acuerdo con Antonio Muñoz Molina cuando afirma: “creemos que muchos políticos ocupan posiciones tan importantes de poder porque son muy inteligentes. En realidad nos parecen muy inteligentes tan sólo porque tienen un poder inmenso”.

Con la fina ironía que caracteriza a Manuel Vicent, escribía en su columna de El País el pasado domingo día 11: “Llegas por mero azar a este perro mundo donde te obligan a danzar al son de una orquesta borracha, que siempre tocan otros. Realmente a lo largo de la vida, salvo algunos privilegiados, el común de los mortales no ha hecho otra cosa que obedecer, luchar por sobrevivir, afrontar toda clase de adversidades y consolarse, tal vez, mirando las estrellas sin entender por qué están ahí y a la hora del postre, como regalo, la suerte te reserva todavía la humillación de una agonía larga, encarnizada y degradante. ¿Cómo no rebelarse?”. Ciertamente, ¿cómo no rebelarnos”. Está en nuestras manos en las próximas elecciones del 20D. ¿Acaso no sería propio de analfabetos políticos -como señala Brecht- continuar votando al Partido Popular? Porque, además de la incapacidad de Rajoy y del PP para el diálogo y la negociación como forma de aliviar las tensiones y dar cauce de solución a los problemas -cuando no los aumenta o los crea-, existen otras múltiples razones para negarles el voto por sus políticas de cirugía de hierro en aspectos sensibles y el abuso permanente de su “mayoría absoluta”. Enumero algunas:

  • iniciaron su mandato inmersos en una crisis que era económica, y sin darle solución, crean otra crisis política y social;
  • intentaron dar solución a la crisis económica y sus secuelas con políticas de austeridad, contención del gasto público y sometimiento a la rigidez económica de la UE;
  • hicieron depender el éxito de la reforma bancaria intentando evitar que los poderes financieros europeos “rescatasen” nuestra economía y esperando “la buena ola” de que el escenario internacional mejoraría nuestros indicadores;
  • convirtieron la seguridad en el trabajo con su reforma laboral en incertidumbre, precariedad, eventualidad, malestar, aumento de horas y reducción salarial; y encima, con un engreído tono de triunfo, nos venden que han creado empleos de calidad;

- fracasaron en sus compromisos con la educación pública, la sanidad y la dependencia: a) en educación, disminuyendo la inversión; una reforma de la ley (LOMCE) sin consenso; su escapista ministro Wert, un fracaso; el nuevo, ignora lo que gestiona; la Universidad regresa a décadas pasadas; las políticas del conocimiento, la investigación y el I+D+i, paralizadas o en retroceso; los modelos de gestión con mayor burocracia; el número de profesores, en disminución, los investigadores sin oportunidades o en la emigración; b) en sanidad, externalizando (mejor, privatizando) los servicios, disfrazados de “buenas formas”; se lucra a los operadores privados y se desmantelan los hospitales públicos; se cierran camas y aumentan las listas de espera; se ignora en la gestión a los profesionales; c) en dependencia: sus políticas de apoyo a la dependencia, que han enarbolado para otorgar un perfil social a su gestión, -según cifras oficiales- han demostrado que tras la propaganda oficial se esconde un escenario de progresivo abandono de los dependientes, cuya tendencia ha sido ir recortando en prestaciones;

  • no han sabido enfrentar la corrupción; sólo cuando las consecuencias han saltado a los medios, dejando clara la corrupción del partido, han querido hacer lo que saben: actuar con parsimonia, huyendo de la quema y ofreciendo cabezas secundarias: el “Luis, sé fuerte, hacemos lo que podemos”, los casos Gürtel, Púnica o Rato son ejemplos paradigmáticos; el PP no ha entendido ni ha afrontado los efectos de la corrupción ni el daño que ha causado al país que ha estado gobernando;
  • su ley de seguridad ciudadana, conocida como Ley Mordaza, afecta gravemente a derechos fundamentales y a algunos principios jurídicos, según expertos consultados: puede vulnerar el derecho fundamental a la no discriminación por ideología política, afecta -entre otros- al derecho de defensa y la presunción de inocencia, al principio de seguridad jurídica, al derecho fundamental a la intimidad y a la libertad personal, al derecho a la información;
  • donde han gobernado se han apoderado de los medios públicos de información (RTVE) y televisiones autonómicas, manipulando la información a conveniencia;
  • han pretendido influir en las instituciones del Estado, especialmente en las jurídicas (¿ejemplos? la dimisión del Fiscal General Torres-Dulce o la expulsión del juez Garzón de la carrera judicial);
  • “et ita porro” (y así sucesivamente, según la expresión latina)…

¿Dónde queda, pues, el milagro económico del PP?, ¿dónde la política industrial, el sueño de la revolución tecnológica y digital, la fabricación avanzada, las energías limpias, las nuevas industrias, donde el sueño del valor de la innovación tecnológica...? Ante este panorama, se hace incomprensible el voto a Rajoy y su partido.

No quiero finalizar sin señalar alguna reflexión sobre la relación del PP y su Presidente con Cataluña. Ambos presidentes (del Gobierno de España, Mariano Rajoy y de la Generalitat, Artur Mas) nos están llevando a un fracaso político de Estado. En estos cuatro años han fallado las estrategias; no ha existido entre ellos el necesario diálogo político, ni se analizado con serenidad la compleja realidad del hecho catalán. Ante el hecho claro de que una gran parte de ciudadanos catalanes “se quieren ir”, en lugar de buscar soluciones mediante el diálogo, se ha optado de forma irresponsable por la confrontación: el PP se ha ocultado detrás de los argumentos jurídicos y de una lectura cerrada y unívoca de la Constitución; Artur Mas, consciente de su progresivo fracaso político, con una deriva escapista, se ha travestido con la “estelada” independentista. Se equivoca Rajoy cuando para un problema político sólo tiene respuesta legal y judicial; se equivoca Mas cuando en lugar de un proyecto de gobierno para su Comunidad, cierra cualquier salida con una confrontación separatista. Rajoy y Mas han olvidado que no son los propietarios, el uno de España y el otro de Cataluña; no todo vale para conseguir votos. Después del 27S, el fracaso del Estado español en Cataluña es un hecho, otra cosa es la dirección que tome en un futuro inmediato el conflicto generado. La política cerrada de ambos niega expectativas y no crea oportunidades. Y los ciudadanos, ante los problemas, queremos soluciones, no que aumenten. En estas circunstancias, la conclusión es que Rajoy y Mas, en lugar de buscar soluciones, huyen del problema; ellos son parte del problema y no la solución; en el futuro inmediato para despejar la incógnita no se debería contar con ninguno de los dos. La escenificación de la torpeza y confrontación de ambos políticos y su incapacidad para solucionar conflictos, ha sido la imagen de Mas arropado por 400 alcaldes y miembros de su gobierno en funciones ante el Tribunal Superior de Justicia catalán, intentando dejar fuera de la legalidad a Cataluña y las declaraciones en cadena de Rajoy desde Bruselas y varios líderes de su partido, encendiendo todavía más esta confrontación.

Ortega en su obra “España invertebrada” sostenía que no es el ayer ni la tradición lo decisivo para que una nación se desarrolle y persista; es necesaria, decía, una particular “cirugía histórica” (hoy hablaría de una reforma constitucional). Contra los nacionalismos separatistas, proponía un proceso “incorporativo o integrador”, es decir una labor de totalización, de unión y cohesión de la nación a través de sus diversos pueblos y grupos sociales; al contrario, para el filósofo español “la desintegración es el proceso inverso: las partes del todo comienzan a vivir como todos “aparte”, él lo llamó particularismo”, o afán de cada grupo por dejar de sentirse parte del todo, en un no compartir los sentimientos de los demás.

Es importante tener claro que, la mayor parte de los ciudadanos, también más del 50% de los catalanes, quieren seguir viviendo juntos; para conseguirlo son necesarios el diálogo, el acuerdo y el consenso en el marco de unas líneas rojas que no se pueden ni se deben traspasar; pero estas líneas rojas no las puede marcar sólo una parte; los problemas se resuelven en colaboración y pactos posibles. En gran parte de los países los grupos políticos y las autoridades gubernamentales están abogando cada vez más por procesos de diálogo colaborativos; para resolver problemas hay que adoptar fórmulas variadas, pero el propósito general debe ser comprometer a las partes a trabajar juntas y resolver los conflictos a través del diálogo y el consenso. Para ello es importante una reforma pactada de la Constitución entre todas las partes. La Constitución del 78 sirvió en su momento, pero desde la perspectiva del momento actual, -perspectiva que no debe ser una deformación sino una nueva organización de la realidad-, es necesario jugar en otro tablero o marco constitucional. Una reali­dad que, vista desde cualquier punto, resultase siempre idéntica, sería un concepto ab­surdo.

Desarrollaba Norberto Bobbio que democrático es un sistema de poderes en el que las decisiones colectivas, o sea, las decisiones que interesan a la colectividad, por pequeña o grande que sea, son tomadas por todos los miembros que la componen. Asociaba el régimen democrático con el método de la discusión y la persuasión, por un lado, y con la eliminación de la violencia, por el otro, de manera que las controversias en democracia no se resuelvan suprimiendo al adversario, sino convenciéndolo, para poder llegar a acuerdos basados en compromisos; para él, el procedimiento democrático fue diseñado de tal forma que las decisiones sean tomadas con el máximo grado de participación ciudadana y puedan contar con el máximo de consenso, pues una democracia representativa no se agota en el "estado parlamentario” ni amenazando con la aplicación de las leyes y justicia. En una “tecnocracia”, sostiene Bobbio, los llamados a decidir son unos pocos, los que entienden los “arcana imperii”, es decir, los secretos del poder; en cambio para la “democracia” todos pueden decidir sobre todo mediante la participación, el diálogo y el consenso. Y cuando se habla de consenso hay que referirse a una colaboración y concordancia de voluntades en valores y con la confianza de que el conflicto puede y debe ser evitado y eliminado. Las manifestaciones de acuerdo o desacuerdo (consenso o disenso) deben expresarse justamente a través del diálogo. Ambos representan la condición básica de la confrontación democrática y la diferencia de opciones políticas.

Rousseau decía (se refería al pueblo inglés en ese momento) que "el pueblo inglés cree ser libre: pero está muy equivocado; lo es solamente durante la elección de los miembros del parlamento; pero tan pronto como son elegidos, vuelve a ser esclavo”. Con los políticos que hoy nos gobiernan ¿no podríamos afirmar lo mismo? Entre el diagnóstico pesimista que una parte de la sociedad ha hecho en la actualidad de la situación de nuestro sistema político y del problema catalán y la esperanza real, si somos capaces en las próximas elecciones, de apoyar con nuestro voto a aquellos partidos que abogan por el diálogo y el consenso como forma de solucionar los conflictos, estoy seguro de que el futuro de la política y la convivencia entre España y Cataluña tendrá garantizado un éxito mayor que la situación que nos ha precedido. Ni resignación ni conformismo. Voto regeneracionista.

Perogrulladas tautológicas: ¿un plato es un plato?