jueves. 28.03.2024

¡Perded toda esperanza!

“Aprender sin pensar es inútil, pensar sin aprender, muy peligroso”.

Confucio

Acudir a los clásicos es un recurso bastante simple, no necesita ser adornado, su evidencia se impone. Es como un mar que se alimenta de muchos ríos. Transforma mágicamente nuestra percepción actual de la realidad; es la herencia universal de una cultura consagrada y duradera que resiste la prueba de lo efímero y del tiempo; es la memoria y el patrimonio de la historia. Acudir a los clásicos es renovar el asombro de esa belleza siempre nueva que enriquece la literatura universal. Rescatar el espíritu olvidado de los clásicos que tanto tienen que ver con el conocimiento y la cultura, es una poderosa manera de afrontar la crítica que merece la pésima gestión de ciertos políticos y la excesiva importancia de ciertos científicos que, como “los papas”, se creen infalibles cuando dogmatizan. Comparto lo que dice el profesor Daniel Innerarity en su artículo “Saber y poder”: “Los políticos pueden menos de lo que parece y los científicos saben menos de lo que creemos”. Frente a las políticas efímeras de nuestros gobernantes, hay que poner en valor la sabiduría de los clásicos. ¿Acaso nos creemos que lo efímero no existe? Existe y es el sustento de ciertas políticas cortoplacistas, como las que está llevando a cabo la presidencia de la Comunidad de Madrid; esa es su fascinación, su poder y su paradoja. A los clásicos acudo en las siguientes reflexiones.

El canto tercero del Infierno de la Divina Comedia de Dante se desarrolla en el Anteinfierno, donde se castiga a los indiferentes, lugar en el que la dolorida gente ha perdido el bien de la inteligencia y la esperanza. Contempla Dante a gente apiñada en la orilla de un gran río lista para atravesarlo, el Aqueronte, el primero de los ríos del infierno. "Por mí se va a la ciudad doliente, por mi se ingresa en el dolor eterno, por mí se va con la perdida gente".Con esta anáfora comienza el viaje de Dante. “Perded toda esperanza, vosotros los que entráis aquí” es la inscripción sobre la puerta del infierno. Las almas que bajan a él permanecerán en allí aún después del día del juicio final. El infierno es el lugar de la monotonía, del actuar sin sentido en el que el tiempo ya no promete nada y en el que nada se espera ya.

Resulta tedioso, en el marco de los dogmas fundamentales de la teología especulativa, que ciertas personas hablen de Dios, de sus leyes, de las almas y de un futuro en el ultramundo como si “los dioses, las vírgenes y los santos” fueran personajes conocidos y muy familiares para ellos. Algo parecido le sucede a la señora Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid que, día sí y otro también, ella y su gobierno están en todos los medios - prensa, radio y televisión- sentando doctrina sanitaria de lo bien que lo hacen y lo malo que es el gobierno de Sánchez.

“Perded toda esperanza, vosotros los que entráis aquí” es la inscripción sobre la puerta del infierno.

Resulta tedioso oírlos hablar de las buenas medidas sanitarias que su gobierno practica para “subir, doblar, bajar y sepultar la curva”; de “cierres perimetrales, circulares, perpendiculares o tangentes”, de horóscopos chinos para saber si los días pares son buenos para confinar a los madrileños y peligroso los impares, ¡qué más da!; Ayuso es una persona que no tiene idea alguna cartesiana clara y distinta de lo que dice; sus discursos y doctrina envilecen y denigran la inteligencia. Cuando habla alimenta el ruido. Es bueno recordarle lo que decía Abraham Lincoln: mejor es callar y que sospechen de tu poca inteligencia que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello.

La puerta del Infierno (Auguste Rodin)

En el edificio de Correos de la puerta del Sol, sede de la presidencia de la Comunidad, el imaginario ciudadano madrileño ha colocado ya la anáfora de Dante: “Por mí se va a la ciudad doliente, por mí se ingresa en el dolor eterno, por mí se va con la perdida gente”. Y en el frontispicio de su puerta, la inscripción de la Divina Comedia: “Perded toda esperanza, vosotros los que vivís en Madrid”.  Ser competente es la mejor receta contra la incompetencia; y en ese aprendizaje, la señora Díaz Ayuso aún no ha conseguido “el suficiente”. Juicios sobre ella como los que siguen, se pueden encontrar en casi todos los medios y en boca de la mayor parte de los madrileños: Ayuso es de aquellos políticos que quieren vengarse hasta de las circunstancias que le son adversas. La distancia entre sus valores y los de los madrileños es infinita. Mientras siga gobernando, una gran mayoría de ciudadanos de Madrid hemos perdido toda esperanza de recuperar la alegría de ser y sentirnos madrileños.

No pretendo aguarle la fiesta a la señora presidenta de Madrid que, victoriosa, ha torcido, con un pulso indecente la voluntad del gobierno y con mentiras ha engañado a sus compañeros, Alfonso Fernández Mañueco, presidente de Castilla y León y Emiliano García Page, presidente de Castilla-La Mancha. Es evidente que el presidente Sánchez y el ministro Illa han cedido, en total desacierto, incumpliendo el Real Decreto publicado y aprobado por la mayoría de los diputados por el que se establece el estado de alarma como herramienta jurídica para dar cobertura a las autonomías, fijando un periodo mínimo de siete días naturales para estas decisiones. Siendo benévolo, el presidente Sánchez que no sólo se fue del Congreso “haciendo mutis por el foro como los malos actores”, sino que se inhibe de la coherencia y responsabilidad que exige el cumplimiento de las normas que él mismo ha presentado y ha aprobado el Parlamento mayoritariamente, tal vez haya consentido este pulso de la presidenta Ayuso o para silenciar a los ineptos no buscando en ella la inteligencia política que no posee o con el fin de no polemizar una vez más y convertirla en una triste copia de “Agustina de Aragón” del siglo XXI. Con qué fina ironía ha definido a la señora Ayuso Julio Llamazares en su artículo en El País del sábado: “es la encarnación de Trump en versión chulapa que demuestra que en nuestro país también cualquiera puede llegar a presidir un Gobierno”.

Como escribí en un artículo anterior, nadie duda de que Cicerón fue un excelente orador, tanto por su formación como por su actividad; un orador que ejerció de político y al que acompañaron sus cualidades y su brillante oratoria. Son bien conocidas sus “Catilinarias”, cuatro alocuciones cuando, en su condición de cónsul, descubrió y desbarató un intento encabezado por Lucio Sergio Catilina cuyo objetivo final era subvertir las estructuras del Estado e, incluso, la destrucción de Roma. Elocuentes fueron sus invectivas contra Catilina, pero las frases más famosas, sin embargo, están en la primera alocución. Cicerón usa su oratoria y disgusto para deplorar la lamentable condición de la República Romana en la que un ciudadano podría conspirar contra el Estado y no ser castigado de manera adecuada por ello. Utilizando una parte del texto, y abusando de frases que en absoluto quiero hacer mías, pero que, con matices sobre el personaje, la situación y los tiempos, sí voy a dar un atrevido sesgo al pasaje de Cicerón. Donde pone Catilina, se puede sustituir por Ayuso, donde Roma, Madrid y donde ciudadanos, madrileños:

  • “¿Hasta cuándo, Catilina, continuarás poniendo a prueba nuestra paciencia? ¿Cuánto más esa locura tuya seguirá burlándose de nosotros? ¿A qué fin se arrojará tu irrefrenable osadía? ¿Acaso nada te ha inquietado la preocupación de la ciudad, nada la incertidumbre y el temor del pueblo, nada la concurrencia de todos los ciudadanos de bien, nada esta fortificada plaza que es el Senado, nada los labios y los rostros de todos los presentes?”.
  • “¿No comprendes que tus planes se derrumban, no ves que ya tu torpeza ha sido demostrada y que todos la conocen? ¿Quién de entre nosotros piensas que no sabe lo que has puesto en práctica la noche pasada y la anterior, dónde has estado, a quiénes has reunido y qué suerte de planes has ideado? Y así las cosas, Catilina, intentas proseguir lo que has iniciado”.
  • “Retírate, por fin, de la ciudad. Las puertas están abiertas: márchate. Y haz salir contigo a todos los tuyos que te asesoran, o cuando menos a la mayor parte. Deja limpia la ciudad. De una gran preocupación nos liberarás con tal que entre tú y nosotros medie un muro. No vivirás más tiempo entre nosotros: no lo aceptaremos, no lo consentiremos, no lo permitiremos”.
  • “Porque, Catilina, ¿qué atractivos puede tener ya para ti Roma, donde, fuera de la turba de perdidos, conjurados contigo, no queda nadie que no te tema, nadie que no te aborrezca? … Irás, por fin, adonde ya desde hace tiempo te arrastra tu desenfrenada y demente ambición”.

El poeta y filósofo romano Lucrecio, en su poema didáctico “De rerum natura”, en el que defiende la filosofía de Epicuro y el atomismo de Demócrito, nos ilumina con esta observación nada sádica a tener en cuenta: “Es de agradecer, al tiempo que los vientos en mar abierto revuelven las aguas, contemplar desde tierra el esfuerzo de otro por salvarse, no porque encuentre placer y alegría en que alguien sufra, sino porque es grato ver de qué males uno se libra”. Contemplando, como espectadores de la gestión sanitaria de la señora Ayuso, su indolente integrismo, su incompetencia ideológica y que se ha convertido en un peligro público para Madrid y para el país, como señala Lucrecio, es grato saber de qué males se libran aquellas comunidades que no la tienen como presidenta. ¡Quien la entienda, que la compre!

Ya he hecho referencia alguna vez a esta reflexión de Bertrand Russell; aseguraba que cuando la necesaria humildad no está presente en una persona imbuida de poder, ésta se encamina hacia un cierto tipo de locura: “la embriaguez del poder”; para Russell, la soberbia, la desmesura y la huida de la realidad, son los males que suelen invadir a ciertos políticos en el ejercicio del poder. David Owen, ministro de Exteriores y experimentado político británico en su libro “En la enfermedad y en el poder”, al estudiar el cerebro y la conducta de los líderes de las clases dirigentes, llega a la conclusión de que muchos de ellos están tocados por “el síndrome hybris”; con él describe a aquellas personas que, por tener excesiva soberbia, arrogancia y autoconfianza, desprecian sin piedad los “límites fijados por la acción humana”.

Cuando un político cae en la soberbia es incapaz de percibir el deterioro en el que incurre en su gestión

El término “hybris” proviene de la antigua Grecia; un acto de “hybris” era aquel en el que un personaje poderoso, hinchado de desmesurado orgullo y confianza en sí mismo trata a los demás con insolencia y desprecio; su trayectoria tiene el siguiente recorrido: el héroe se gana la gloria y la admiración al obtener un éxito inusitado contra todo pronóstico; la fama y la gloria se le suben a la cabeza y empieza a tratar a los demás como simples mortales, con desprecio y desdén; llega a tener tanta fe en sí mismo y en sus propias facultades que se considera capaz de conseguirlo todo. Este exceso de confianza en sí mismo le lleva a interpretar equivocadamente la realidad que le rodea. Al final, “Némesis”, la diosa del castigo, le da su merecido; es el principio de su caída; le embriaga de soberbia hasta destruirle. Se atribuye a Eurípides la frase: “A quien los dioses quieres destruir, antes lo enloquecen”.

En su estudio, Owen propone algunos criterios para diagnosticar a una persona  con “el síndrome hybris”: usa el poder para autoglorificarse; se preocupa de forma exagerada por la propia imagen; lanza mensajes triunfalistas; llega a identificarse “con el país o la nación”; muestra una autoconfianza excesiva y un manifiesto desprecio por los demás; pierde el contacto con la realidad; sus personales y discutibles convicciones morales las convierte en guía de sus decisiones políticas hasta imponerlas a todos los ciudadanos; cambia la ley a conveniencia hasta conseguir influir en beneficio propio o de partido en los poderes e instituciones del Estado. Cuando un político cae en la soberbia es incapaz de percibir el deterioro en el que incurre en su gestión. Encerrado en una burbuja de aduladores y cortesanos no concibe su error ni encuentra a nadie que se lo haga ver. En esta descripción, en la novela de Lewis Carroll, reflejada en el espejo, vemos a Díaz Ayuso en lugar de Alicia.

La filosofía ha de ser el vehículo que nos exija adoptar un punto de vista que, más allá y fuera de nuestras subjetivas e individuales opiniones, impregne nuestras reflexiones y nos permita ver el mundo y la realidad holísticamente, como una totalidad, en la que nuestros asuntos estrictamente personales, limpios de toda adherencia a la propia piel, deben ser juzgados desde esa nobleza responsable que se orienta hacia una democracia y política éticas. ¿Qué hemos hecho mal los madrileños para merecer este doble castigo: sufrir las amenazas del Covid-19 y que gestione nuestra sanidad el desconcierto del gobierno que preside la señora Ayuso? No hay instrucciones claras ni se explican con inteligencia y pedagogía las decisiones que se toman, creando más incertidumbre que certezas en los ciudadanos. Madrid va por libre. Lleva al límite las estrategias de confrontación personales y partidarias, en las que las contradicciones son la salsa con la que condimenta todas sus decisiones. Mientras el Viceconsejero madrileño de Salud, Antonio Zapatero, aconseja permanecer en casa, el dicharachero alcalde, nuevo portavoz popular, Martínez-Almeida, exhorta a los madrileños a que salgan a la calle a consumir. La sanidad y las medidas a tomar no son un acto de fe por el que creer a nuestros políticos si no están avalados por la experiencia contrastada de la ciencia; y ni la señora Ayuso, ni su gobierno la tienen. Mientras, el vicepresidente Aguado, petrificado como la estatua de Lot, viendo cómo le ningunean.

Schopenhauer, uno de los filósofos más brillantes del siglo XIX, en su filosofía moral crítica a la sociedad desde dos perspectivas; por una parte, desde el pesimismo metafísico en el que encuentra apoyo para criticar el egoísmo fundamental de la condición humana y, por otra, desde su interés por alcanzar una conciliación dialéctica entre la vida activa y la vida contemplativa, en las que el sentido ético de su filosofía encuentra el sentido de la compasión. Entre ambas perspectivas se encuentra hoy gran parte de la sociedad española: pesimismo y compasión, incertidumbre y ansia por salir de ella. Viendo cómo se comportan nuestros políticos, adivinamos la existencia de otro virus en España, tan pernicioso como el “coronavirus”: las mezquinas querencias políticas que lleva tiempo contagiando la política española.

Analizando esta realidad, exigimos a nuestros políticos que nos respeten; ¿por qué no intentan trabajar juntos ante una crisis sanitaria que exige unión y fuerza y no instalados en una política caduca de enfrentamientos ridículos, utilizando el virus como un garrote para darse palos uno a otros, como en la pintura negra de Goya, “Duelo a garrotazos”?

El manifiesto que el veterano activista francés Stéphane Hessel escribió en los albores del movimiento del 15M, aún sigue vigente. A sus 93 años, con su escrito ¡Indignaos!, llamaba a la “insurrección y a la indignación pacíficas”; la indignación es una virtud cívica necesaria pero insuficiente, no conduce a ninguna parte si no va acompañada de compromiso, como Hessel decía. Hoy estamos inmersos en un total desconcierto; en una situación compleja, de preocupación absoluta en la que abunda el miedo, el enfado y el asqueo. Para superarla, se hace necesaria una acción clara, coordinada y unificada que nos falta. Los políticos centran el debate en las responsabilidades que tenemos que asumir los ciudadanos y no en las que tienen que asumir ellos y las instituciones que gestionan y representan. Sólo el compromiso de todos hará posible superar esta maldita situación. Y este no es el compromiso unificado, claro y responsable que estamos viendo en Madrid con el gobierno de la señora Ayuso. Ella va por libre. De no cambiar, como encabezo este artículo, estamos condenados a perder toda esperanza.

Inicié estas reflexiones con los clásicos, y con otro clásico quiero finalizar: “Oderint dum metuant!”. (“No importa que me odien siempre que me teman”). Según cuenta Suetonio, era una de las frases preferida del emperador Calígula, el césar al que todo le estaba permitido; basaba su poder en el terror y la tiranía. Analizando crítica, pero serenamente, la gestión esperpéntica de la señora Díaz Ayuso, la frase atribuida a Calígula y su gestión del poder bien se puede traducir a su estilo: “Con tal de estar en el escenario, no me importa hacer el ridículo”.

¡Perded toda esperanza!