jueves. 25.04.2024

Oportunismo y oportunistas

congreso

A un año de las elecciones autonómicas y municipales, la batalla electoral afecta a la vida de los partidos

Rajoy vive en el voluntarismo político; considera haber conseguido algunos éxitos -pequeños, eso sí-, que él los percibe como grandes y exitosos logros (el déficit parece estar controlado, el paro desciende aunque el empleo creado sea precario, la prima de riesgo se balancea como un columpio y en Europa, con excesivo optimismo, se habla del éxito económico español…), pero estos árboles no le dejan ver el inmenso bosque de las desigualdades y carencias sociales en las que se encuentran una gran parte de ciudadanos -España es el segundo país de la Unión Europea donde más ha crecido la desigualdad; la riqueza se concentra en pocas manos y aumenta el deterioro de los más vulnerables-, y su gestión política está rozando el desastre, Catalunya es un ejemplo. Está anestesiado por lo que se llama voluntarismo político; Rajoy cree -o le hacen creer- que está consiguiendo lo que a él le gustaría conseguir.

El voluntarismo político consiste en que los políticos se haces una imagen del mundo, o de una parte, tal como quisieran que fuera; disfrazan esa imagen de un aura épica y deciden, en consecuencia, que el mundo, o esa parte de la realidad, es como ellos la dictan; de ser distinta, dictaminan que la realidad debe adaptarse a la imagen que quieren y no al revés. El político voluntarista, a la postre, se estrella contra el muro de la realidad. Si hay algo que no concuerda con sus intereses, él, o los que le cortejan y adulan, distorsionarán la realidad, y si hay que mentir, mentirán. Mas, la contumaz persistencia en el error sembrará la duda y la incertidumbre allí donde la mentira se instale, hasta conducirle al fracaso.

Esta es la radiografía de nuestra actual política. Partiendo de que ningún hombre es excepcional en todas sus aptitudes, aunque quienes se presentan para gobernar y dirigir el país deberían serlo, resulta desolador el que, a pesar de la cantidad de asesores de los que disponen y se sirven todos los partidos políticos, sus líderes -algunos más que otros-, en estos momentos de decadencia política, pueden llegar a cometer toda suerte de errores; no es infrecuente. De ahí que una mayoría de ciudadanos, que no poseen, no acumulan o no “adornan” su currículum con “másteres regalados”, se pregunten extrañados: ¿cómo pueden cometer nuestros políticos tamaños disparates? Sencillamente porque no son lo que aparentan ser: se valoran más de lo que merecen y se adjudican formación, títulos y cualidades que no poseen: practican la impostura, esa forma sutil de engañar a los ciudadanos para conseguir su apoyo, haciéndoles creer que hacen política en su beneficio.

Muchos son falsos, carecen de sentido común o no razonan, o son oportunistas y trabajan para su propio medro e interés, aunque se den de bruces con la evidencia no lo reconocen. Decía el poeta William Drummond: “El que no quiere razonar es un fanático; el que no sabe razonar es un necio; el que no se atreve a razonar es un esclavo”. Practican lo que El Roto dibujó hace ya unos cuantos años en una de sus filosóficas y certeras viñetas. Dos políticos cínicos y pseudo-intelectuales se dicen el uno al otro: “Dé usted forma de ideales a mis intereses y yo daré forma de intereses a sus ideales”.

Leía hace días en un artículo que la situación actual beneficia a la política oportunista; asistimos a una política trufada de oportunismo, en la que se intenta rentabilizar cualquier ocasión en beneficio personal o electoral; disfrazan, en palabras de El Roto, “sus intereses personales por ideales sociales”; navegan a favor de corriente en el agua de la ambigüedad, del posibilismo y hasta de la pasividad creativa. Dicen trabajar mucho, pero a conveniencia suya y poco o nada por “los demás”, a los que dicen representar. Desde estas estrategias políticas, con la lupa puesta en los demás, asumen una posición fiscalizadora y crítica en el proceso de descomposición y corrupción de los otros, sus rivales políticos, sin ver la propia. Es aquello que decía la biblia: Ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.

Gran parte de los partidos políticos actuales se hallan sometidos a estructuras poco democráticas; prima la voluntad o capricho de sus líderes, que son los que tienen el poder y así lo ejercen, con el fin de mantener su estable autoridad jerárquica. Estamos frente a lo que eufemísticamente se llama “un autoritarismo democrático”. Tras un atento y cuidadoso análisis, con distintas intensidades, descubrimos que Rajoy, Sánchez, Rivera o Iglesias… así actúan. Ignoran estos líderes que, si ellos vigilan a sus “rivales”, los ciudadanos con responsabilidad cívica y política hemos comenzado a vigilarles a ellos, con el fin de descubrir la verdad de su gestión arrancando las máscaras de quienes pretenden engañarnos. Se supone que todos luchan “por el bien de los ciudadanos”. Sin embargo, con frecuencia no es así. Citando una vez más a Maquiavelo, en el fondo luchan por alcanzar el poder y una vez conseguido, mantenerse en él a toda costa. Es “la política de los oportunistas”. Para un oportunista, lo importante es llegar más y más alto, sin importar quiénes y cuántos se queden en el camino; es su filosofía de vida; es capaz de seducir a propios y extraños; no escatima tiempo o esfuerzo en lograr sus objetivos.

El politólogo británico Ernest Barker, al analizar cómo se comportan los seguidores o militantes de los líderes de los partidos políticos, plantea una clara alternativa: o bien el líder representa la voluntad de sus seguidores, o bien los seguidores representan la voluntad del líder; sostiene que en una democracia que debe ser lo más transparente posible, el líder tiene la obligación de transmitir lo más fielmente posible la voluntad de aquellos a quienes representa: a sus votantes. Si se quiere hacer creíble la política, no se puede defraudar a aquellos que, porque se han fiado de ti, te han dado su voto. Bien sabemos que no sucede así: empoderados, aupados en los escaños del poder, cuántos de ellos engañan y defraudan. Es la actitud de muchos políticos; engañan con soberbia y oportunismo precisamente a aquellos que les han elegido. Quieren recoger frutos de árboles que nunca sembraron. Los ciudadanos que les votamos deberíamos aprender de lo que ya dijo Miguel de Cervantes: “Hacer el bien a villanos es como echar agua a la mar, pues la ingratitud es hija de la soberbia”.

La RAE define bien el significado del término oportunista: “actitud que aprovecha las circunstancias momentáneas para el propio interés”; es un individuo voluble, persona cambiante en cuanto a criterio y posiciones políticas; no es infrecuente en algunos políticos que para neutralizar lo peyorativo del término, disfracen o confundan el oportunismo con el pragmatismo. En 1911, Robert Michels condensó, mediante la “Ley de hierro de las oligarquías de los partidos”, la idea básica de que toda organización se vuelve oligárquica: tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría. Los líderes, aunque en principio se guíen por la voluntad de la masa (la gente) y se confiesen comprometidos con ella, pronto se emancipan de ésta y se vuelven conservadores. El líder siempre buscará incrementar o mantener su poder a cualquier precio olvidando, incluso, sus viejos ideales.

Aunque quieran disfrazarlo o negarlo, lo estamos viendo estos días en todos los partidos. Así lo sintetizaba en cuatro pinceladas el domingo pasado el diario EL País con el título “La pelea por Madrid sacude la política española”. A un año de las elecciones autonómicas y municipales, la batalla electoral afecta a la vida de los partidos. El PSOE busca candidato, no encuentra uno bueno entre los suyos, y tira los tejos a Manuela Carmena, que nada desmiente, aunque prometió hace dos años no repetir de candidata: se está a gusto en el poder. El PP sufre con Cifuentes -un cadáver político-, sabiendo el daño que su permanencia está haciendo a tantas instituciones y, como Hamlet, descifra la margarita de la duda: si pierde Madrid, es el comienzo del fin en todo el Estado. Podemos se desangra en una semana traumática y una rivalidad visible entre Iglesias, Errejón, Espinar y Bescansa por el control de Madrid; ¿dónde está ese proceso de primarias si ya está elegido el candidato y la lista que él lidera?; no han tenido en cuenta a las bases, esa gente que les sirvió de “costaleros” para auparlos al poder; ¿dónde queda su lucha feminista si ante un cartel de “NOSOTRAS” se presentan tres líderes varones que deciden? Se arrogan como un triunfo la gestión de “dos alcaldesas del cambio” (Madrid y Barcelona) cuando ambas manifiestan no ser de Podemos. Y, finalmente, Ciudadanos, como siempre, esperando a ver qué dice la voz de su “dios Rivera” que, como señala alguno de sus militantes, “se acostó socialdemócrata y se ha levantado ultraliberal”; que siempre encuentra motivos para justificar sus permanentes contradicciones, anteponiendo una Comisión parlamentaria -comisiones siempre inútiles por experiencia- en permanente duda primando sus intereses electorales a la de los madrileños, ante una moción de censura clave contra Cifuentes, que daría temporalmente el gobierno a Gabilondo; tienen miedo a que la posible exitosa gestión del socialista les arañe votos en su ansiado ascenso en Madrid.

El oportunismo político debilita gravemente no solo a las personas sino en especial a las instituciones. ¡Con qué fuerza describía Eduardo Galeano a los políticos oportunistas con esas rotundas frases!: “Ahora a la traición se llama realismo; el oportunismo se llama pragmatismo; el imperialismo, globalización. Y a las víctimas del imperialismo, países en vía de desarrollo o daños colaterales”.

Las personas inteligentes nos enseñan que las cosas, en política y en la vida, no son siempre tan evidentes como creemos; la realidad es siempre más compleja de lo que parece. Hay quien intenta imponerlas a través de la manipulación; saben utilizar las medias verdades, los significantes vacíos, la posverdad y los artilugios del lenguaje. Para entender la realidad, sin dejarnos llevar por espejismos, es necesario utilizar la inteligencia lateral, saber descifrar, en cada hecho, confesión o promesas de los políticos, lo que sus palabras esconden de verdad o de mentira. El lenguaje no es inocente, las palabras crean e inventan realidades que son ficciones; y el que tiene don de palabra, el que utiliza la rápida verborrea, tiene la capacidad de seducir a los ingenuos con sus comentarios y opiniones sesgados. Aunque en principio no tengamos o no sepamos cuál es la solución a los problemas, sea cual sea ésta, no debemos dejarnos engañar por los artilugios de su lenguaje y retórica; no es bueno ser desconfiado, pero sí analistas críticos. Habitar en un mundo lleno de personas oportunistas y deshonestas hace que los honestos y sinceros se vean como los equivocados, los perdedores, los “tontos”.

¡Qué insoportables son aquellos líderes políticos que se creen geniales e imprescindibles! Caen en la intolerancia propia del intelectualillo vano y atrevido. Quienes desarrollan en su personalidad el oportunismo político, carecen de valores y se convierten en “impostores”. En “Hijos de los días”, escribía Eduardo Galeano que de los pobres sabemos todo, mas, de los ricos y poderosos, sólo aquello que nos quieren mostrar, con esa falsa retórica y mentira en la que se enjaulan.

El impacto en la opinión pública que está haciendo la incapacidad de los partidos políticos para frenar y después erradicar la corrupción, la indefinición con la que explican y defienden sus programas, la mentira política, las promesas incumplidas son en sí graves desde la dimensión ética, pero lo verdaderamente grave es traicionar la confianza de los que te han elegido, pues las instituciones democráticas requieren, sobre todo, confianza; personajes así no pueden seguir en sus cargos pues extienden una oscura sombra sobre nuestro futuro democrático.

Con su agudeza crítica afirmaba Nietzsche: “Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”. Y con los “mediocres” es evidente que ni se facilita el cambio ni se construye un futuro sólido de país. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero la desesperanza está siendo consustancial en un país donde es frecuente la bajeza, el enfrentamiento, la miseria y las ansias de poder. Ya no es cuestión de optimismo o pesimismo, sino de ver hechos y analizarlos.

Quizá sea tiempo de decir serenamente que estamos asistiendo a la erosión y al desencanto que producen en muchos españoles el panorama de políticos oportunistas, artificiales y culpablemente crispados, producto de la ambición por el poder, de la vulgaridad, incluso de la incultura democrática y de la ignorancia de las propias obligaciones. El deterioro de la calidad democrática está siendo más visible en España si en lugar del acercamiento y el consenso se alzan con el poder los que, como decía Ortega, pretenden recuperar una de las peores tradiciones patrias: la cultura del rencor.

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