sábado. 20.04.2024

Miserables palabras, mezquinos gestos

congreso

“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.
Libertador José de San Martín

“A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.
Eurípides


Aunque sea una película menor de José Luis García Sánchez, con guión del gran Rafael Azcona, recuerdo su título con cierta envidia, “Siempre hay un camino a la derecha”. No podemos decir lo mismo quienes nos sentimos de izquierda; cuando existe la oportunidad de un camino o gobierno de izquierda, es la propia izquierda quien lo frustra. En mi opinión, es lo que está sucediendo con Unidas Podemos en la posible investidura de Pedro Sánchez como presidente de Gobierno. “De boquilla”, todos los partidos, incluso la ciudadanía, ante el bloqueo en que se encuentra la política española, coinciden en desaconsejar unas nuevas elecciones; aunque no todos coincidan ni así lo valoren, la cooperación parlamentaria con Unidas Podemos y el PSOE, en los meses anteriores a las pasadas elecciones generales, ha sido positiva; ha demostrado que aquella colaboración se ha traducido en mejoras importantes, aunque no suficientes, para la vida de los ciudadanos. Si el “nudo gordiano” (término que ha permanecido en el lenguaje para dar nombre a un obstáculo difícil de salvar) de estos pactos es la inclusión o no de UP en un gobierno de “coalición”, como en la leyenda frigia hizo Alejandro Magno, “cortar ese nudo” significa resolver el problema; ¿cómo?: negociar los puntos esenciales de un programa común, abierto y progresista, con el compromiso de activar “un riguroso sistema de control” que garantice que se respetará a rajatabla todo lo firmado, con una revisión permanente acerca de su “cumplimiento”. Ambos, PSOE y UP saben -o deberían saber- que para que un gobierno funcione debe ajustarse a la legalidad; no se pueden despreciar ni ignorar las normas y los mecanismos de ordenación jurídica: es el presidente del gobierno el que constitucionalmente tiene la facultad de nombrar y de cesar ministros; es esa su responsabilidad.

Sánchez e Iglesias, movidos por la ambición, más que buscar acuerdos necesarios en clave de las necesidades del país, están reclamando foco para hacerse querer y perdonar por los suyos

Siempre sorprende el poder que tienen las imágenes, pero no menor la fuerza que tienen las palabras. Algunos medios de comunicación están presentando la negociación entre PSOE e Unidas Podemos como una especie de revancha. No han querido hablar de la ilusionada realidad deseada por los ciudadanos cuando votamos, sino presentar las negociaciones como un espejo de la desconfianza del presente. Algunas preguntas, por simples, resultan inquietantes; pertenecen a ese conjunto de interrogantes elementales a los que no es fácil responder: ¿Conocemos en realidad qué es lo que queremos? ¿Sabemos interpretar la realidad? Las negociaciones que hacen nuestros políticos, ¿en qué clave las hacen, en clave de partido o en clave de país? ¿Para qué les hemos votado los ciudadanos? ¿Es razonable impedir la puesta en marcha del poder ejecutivo y el desarrollo del legislativo si no se dispone de legítima alternativa? Sánchez e Iglesias, movidos por la ambición, más que buscar acuerdos necesarios en clave de las necesidades del país, están reclamando foco para hacerse querer y perdonar por los suyos.

La confianza es una virtud que se desgasta enseguida; y la que existe entre el PSOE y Unidas Podemos está hecha jirones. Los políticos tienen en sus manos la vida de las personas; toman decisiones que tienen consecuencias importantes en las vidas de la gente que gobiernan, cuestiones transcendentales, a veces, de vida o muerte. Su primera responsabilidad, su deber moral y político y su primera obligación es no empeorar la realidad e intervenir sólo cuando hay probabilidades claras de que su intervención y decisión mejorará la vida de la gente y resistirse a la frívola exigencia de actuar por actuar.

En esta situación de tensión (o desconfianza) sacar pecho, acudiendo a imágenes del boxeo entre “Foreman y Muhammad Ali”, no me parece sensato

Que UP, en función de sus votos y escaños, pudiera estar presente en un gobierno de coalición, nadie lo discute; es justa su reivindicación; pero en esta situación de tensión (o desconfianza) sacar pecho, acudiendo a imágenes del boxeo entre “Foreman y Muhammad Ali”, no me parece sensato: ¡hay que cambiar la técnica de los golpes del boxeo por la inteligencia de la negociación!; el derecho legal que puede asistir a Unidas Podemos “a exigir colaboración”, se podría convertir en un gesto de generosidad; la sana reflexión obliga a no cometer errores históricos. No se trata de quién gana o quién pierde, ni acudir a reflexiones victimistas de que “nos humillan”, manteniendo ese mantra mil veces repetido por Pablo Iglesias de que “yo me retiré”; con la desconfianza instalada entre PSOE y UP es poco probable llegar a aquellos acuerdos que den estabilidad de futuro; lo realmente importante es facilitar una investidura que saque al país de este bloqueo; es evidente, guste o no, que el único que puede gobernar en estos momentos es Pedro Sánchez, con un apoyo generoso por parte de Unidas Podemos, mediante un pacto de investidura democrático y un programa común, abierto y progresista, y renunciar, por ahora, a “sillones en el gobierno”. Pero sin engaños ni alucinaciones, da la sensación de que en el fondo (ha pasado en todas las investiduras autonómicas ya cerradas) “los nudos gordianos”, aunque lo intenten disfrazar, son “los sillones, el gancho del poder”. Lo demuestran las declaraciones de Pablo Echenique e Iglesias al decir que por parte de Unidas Podemos no existiría problema alguno en el acuerdo “si se retomase la negociación donde quedó en julio, el acuerdo sería cuestión de horas”. Resulta cuando menos sorprendente que ahora consideren suficientes “aquellos sillones: una vicepresidencia y tres ministerios”, lo que en aquel momento de investidura les parecía humillación y desprecio. Se atribuye a Plutarco el controvertido dilema de si “los deseos y la tristeza pertenecen al alma o al cuerpo”. Esta tristeza que hoy manifiesta Unidas Podemos ¿en dónde reside?, en sus principios (el alma) o, por el contrario, en la perdida de los sillones (el cuerpo), pregunta que se podrían formular tanto el PSOE como UP.

No creo que haga justicia a lo que ha representado Podemos e Izquierda Unida y hoy representa Unidas Podemos, la “política de la testosterona” con la que ha amenazado Pablo Iglesias: “Tengo escaños suficientes para hacer inviable la posible investidura de Pedro Sánchez”. En la historia de este país hemos tenido que vivir cómo la testosterona ha causado demasiados estragos. España ha sido un país demasiado tolerante con esos excesos y lo seguimos viendo.

Se atribuye a Voltaire, el escritor, historiador y filósofo, uno de los principales representantes de la ‘Ilustración’, período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad, la frase “Le mieux est l'ennemi du bien” (o falacia del Nirvana); en castellano solemos decir: ‘lo mejor es enemigo de lo bueno’; es fácil de entender, en sensata reflexión, lo que la frase quiere expresar, que al pretender la excelencia puede dejarse de lado la eficiencia; nadie duda de que la búsqueda de la excelencia es algo claramente positivo, pero en este dilema, o “un gobierno de coalición” con ministros de UP (los rolex que decía Aitor Esteban) o “la abstención en la investidura”, la excelencia no sería una virtud sino una pesada cruz que les pasaría factura; así dicen las encuestas. Mientras escribo estas líneas -sin conocer todavía el resultado final de la negociación entre PSOE y UP-, escucho decir a Rafa Nadal en esa final maravillosa y conquista del US Open en una entrevista a la televisión que “la ambición desmedida no nos hace más felices”, ni posiblemente mejores políticos. La buena política, la política inteligente y colaborativa, con cierto pragmatismo, puede estar sujeta a cambios, a contrastación, por lo que puede ser corregida. Sería inteligente, para no conducir al país a nuevas elecciones, que PSOE y Unidas Podemos tengan en cuenta este “pragmatismo conciliador” del que tanto ha escrito Richard Rorty.

PP y C's están instalados en el obstruccionismo institucional, más que hacer política lo que están gestionando son 'sibilinas venganzas y despecho' al no ser ellos quienes pueden gobernar

Tampoco se pueden desentender (“llamarse a andanas”, en expresión popular) ni el Partido Popular ni Ciudadanos de un asunto tan importante de bloqueo institucional como si no les incumbiese a ellos; están instalados en el obstruccionismo institucional; más que hacer política lo que están gestionando son “sibilinas venganzas y despecho” al no ser ellos quienes pueden gobernar. El resentimiento como pasión política no es aceptable. Por responsabilidad democrática con el país, si no quieren apoyar a Sánchez, que no lo hagan, pero hay que exigirles una abstención responsable al no existir una mayoría alternativa de gobierno; una cosa es “posibilitar” un gobierno y otra muy distinta, “bloquearlo”. Su pétrea y cerril negativa no se la hacen ni al Pedro Sánchez ni al PSOE, se la hacen a todo el pueblo español. Es poco patriótico y nada inteligente que quienes manifiestan el orgullo del patriotismo impidan la puesta en marcha de un gobierno, el normal desarrollo del Parlamento y la posibilidad de que las distintas Comunidades reciban los anticipos a cuenta de su financiación autonómica que evite una parálisis de la estructura territorial del Estado.

Siendo importantes estas reflexiones, mas consecuente con el título del artículo, mi intención era partir de un hecho nada anecdótico y sí una importante categoría en mi opinión: la miserable acusación que hizo Albert Rivera al exdiputado de su partido, Francisco de la Torre, hace pocos días, de utilizar la muerte de su padre para dañar a “Ciudadanos”. Según manifestó el exdiputado, en carta a Rivera le comunicaba su decisión de dimitir de sus responsabilidades, abandonar el partido y dejar su acta de diputado; alegaba “razones personales, organizativas y políticas”, pues, a su entender, criticaba entre otras razones que el rumbo de la política económica de Ciudadanos había dado un vuelco y que en la reorganización del grupo parlamentario en el Congreso, desgraciadamente, se estaba prescindiendo del talento y el esfuerzo de los compañeros que estuvieron en la anterior legislatura. No han sido pocos los exmilitantes de Ciudadanos que, al abandonar el partido, han coincidido con estas críticas reflexiones. En su noble exposición, se lamentaba Francisco de la Torre de los desplantes recibidos del líder (su último contacto fue a principios de junio a pesar de haberlo intentado) y “eso que nos hemos cruzado varias veces en el Congreso, incluso en el pleno de investidura de Pedro Sánchez”. Tampoco -se lamentaba dolido- hubo contacto con ocasión del fallecimiento de mi padre el pasado mes de julio: “Ni siquiera en ese momento” le llamó (si apenas una línea de whatsapp) ni casi nadie de la ejecutiva del partido; sí reconoce, en cambio, el envío de una corona de flores. Enviar un whatsapp para dar el pésame a un compañero que tanto ha trabajado por el partido, muestra la bajeza y catadura vengativa de Rivera. Hay gestos y palabras, mezquinas, miserables, que retratan y definen a quienes las pronuncian. Si existen estas palabras en el diccionario es porque se pueden emplear. El único homenaje posible a quien se aprecia a sí mismo es el homenaje de la verdad y en este caso, la verdad está en el exdiputado de Ciudadanos y no en su líder.

rivera

Le faltó tiempo a Rivera -desaparecido políticamente durante casi todo el verano- para responderle públicamente desde el Parlament de Catalunya, a donde había ido con la señora Arrimadas para tensionar la situación catalana, como es habitual en ellos, en la sede de la Generalitat. Allí explicó, resentido, “su versión”, acusando a su excompañero de filas de “utilizar la muerte de su padre para atacar a sus excompañeros y al proyecto político de Ciudadanos, partido al que pertenecía hasta ayer”. Rivera lanzó también un mensaje de reproche a Javier Nart, instándolo a no quedarse con el escaño en la Eurocámara. “Me gustaría -finalizó Rivera-, que los que se han ido de Ciudadanos no se queden con el esfuerzo, ni el trabajo, ni el escaño, ni los recursos porque son de Ciudadanos”. Cuenta la tradición que el procónsul Quinto Servilio Cepión, cuando los tres asesinos de Viriato fueron en busca de la recompensa prometida, ordenó que fueran ejecutados por traidores, al tiempo que les decía: “Roma no paga traidores”. Traducido al momento actual: ¡A quienes abandonen el partido, ni agua!, sentenciaba Rivera, ¡que devuelvan su escaño y cuanto el partido les ha dado! ¡Ciudadanos no paga disidentes ni traidores! Habría que preguntarle a él y a su ejecutiva quién ha traicionado el proyecto y los principios por los que Ciudadanos se presentó en política. ¿Acaso no han aportado y mucho al partido aquellos disidentes que Rivera y Ciudadanos hoy desprecian? ¿Dónde ha quedado esa regeneración prometida con la que se presentaron? Como dice con inteligente ironía Jesús Ruiz Mantilla de Ignacio Aguado, “el día que en clase explicaron el significado de la palabra regenerar, Albert Rivera y los líderes de Ciudadanos no acudieron al colegio”.

Rivera está demostrando que posee una ideología confusa y vaporosa y una radicalización en las formas, condición que hace referencia a rasgos patológicos de grandiosidad, narcisismo y a un comportamiento irresponsable y errático

Está comprobado lo mal que lleva el líder Rivera la crítica. Se ha convertido en “un adolescente caprichoso” como le definió Francesc de Carrera, al priorizar los “intereses del partido” en lugar de los intereses generales de España. Hasta Francisco Marhuenda, director de La Razón y conocido periodista de derechas, ha sentenciado que “Rivera se ha convertido en un político caprichoso y endiosado”. En el declive al que está sometiendo a su partido, rodeado de una corte de fanáticos que veneran al líder carismático, corte de aduladores inconsistentes, Rivera está demostrando que posee una ideología confusa y vaporosa (líquida en palabras de Bauman) y una radicalización en las formas, condición que hace referencia a rasgos patológicos de grandiosidad, narcisismo y a un comportamiento irresponsable y errático que nos provoca hastío. Ha roto aquella promesa con la que se presentó a las elecciones; el precio es que ha perdido credibilidad, si es que alguna vez la tuvo. Con el goteo de “deserciones” que está teniendo y la incertidumbre que desprende -con Rivera nunca se sabe lo que pensará o hará mañana-, muchos le auguran un pobre futuro a su partido, como le sucedió a Rosa Díez con UPyD, y el único responsable del fracaso será el, su mensaje confuso y su soberbia, como vaticina Marhuenda.

Así como la prudencia es la virtud intelectual que dispone a comprender la realidad y ajustar la actuación a la complejidad de las circunstancias en cada momento, su contrario es lo que los clásicos griegos llamaban “hybris” u obcecación, especie de ceguera causada por la obstinada y jactanciosa soberbia, norma de conducta que mantienen ciertos personajes. El síndrome de “hybris” alude al desprecio temerario hacia los demás, unido a la falta de control sobre los propios impulsos y exageradas pasiones con el que castiga Ate (la diosa griega de la fatalidad, personificación de las acciones irreflexivas y sus consecuencias) a ciertos humanos. Este síndrome hace referencia hoy al orgullo exagerado o la excesiva confianza que algunos tienen en sí mismos. El médico y político británico David Owen en su obra “En el poder y en la enfermedad” sostiene que este síndrome causa cambios psicológicos en políticos y personas en posiciones de poder que desarrollan inestabilidad mental.

Se relaciona con el concepto de “moira”, que en griego significa ‘destino’, parte de felicidad o desgracia, de fortuna o pobreza, de vida o muerte, que corresponde a cada ser humano en función de su posición social y de su relación con los dioses y los hombres. Para los griegos la persona que cometía “hybris” era culpable de querer más de lo que le había sido asignada por el destino. Los dioses castigaban a aquellos que presentaban esta patología moral mediante Némesis, diosa de la Justicia y la equidad, con una cura de humildad, obligando a los afectados a volver a sus posibilidades humanas. Herodoto lo describe en este pasaje: “Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los edificios y árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que pretende destacar en demasía”.

Como médico y político, Owen se fijó en los dirigentes que, no padeciendo dolencias mentales, desarrollan sin embargo “este síndrome de hybris” o embriaguez del poder, persistiendo en el error e incapacidad para cambiar. Argumentaba que los líderes que sufren de este síndrome político, se creen capaces de grandes obras, que de ellos se esperan grandes hechos, opinan y sentencian creyendo saberlo todo y en todas las circunstancias: actúan más allá de los límites de la sensatez y de la ética política. ¿Existe mayor vanidad política que arrogarse el papel de opinar y saber de todo, sin jamás entrar en la duda, la incertidumbre y en la sana autocrítica? David Owen considera que el síndrome de Hybris suele mezclarse, en muchas ocasiones, con el narcisismo y con el trastorno bipolar. Para que la persona pueda “curarse”, sostiene, basta simplemente con que abandone o pierda el poder.

Nuestra democracia está enferma de egoísmo, de demagogia, de electoralismo, de populismo y una grave infección de frentismo

Existen en estos momentos suficientes motivos para la preocupación. Tenemos una democracia débil y enferma. El término “enfermedad” proviene del latín infirmitas, que significa literalmente “falto de firmeza”. Y la firmeza y consistencia en las nobles ideas y soluciones a los problemas, la generosidad, la transparencia y la búsqueda del bien de los ciudadanos y no el interés egoísta, es lo que falta en nuestra política. Nuestra democracia está “enferma de egoísmo, de demagogia, de electoralismo, de populismo y una grave infección de frentismo”. Los problemas no están en los votantes sino en los votados, en los políticos.

Y un cuento para pensar: “Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera; buen sueldo y magníficas condiciones de trabajo. Como respuesta, el leñador se propuso ser muy responsable. El capataz le dio un hacha y le asignó una zona del bosque; entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles. “Te felicito, sigue así”, le dijo el capataz. Animado, el leñador se decidió a mejorar su trabajo. Al día siguiente se levantó temprano, pero, a pesar de su empeño, sólo consiguió cortar quince árboles. “Debo estar cansado”, se dijo, y decidió acostarse con la puesta del sol. Se levantó decidido a batir su marca; sin embargo, ese día no llegó ni a ocho árboles. Al día siguiente, siete, luego cinco y el último día sólo taló dos. Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento. El capataz le preguntó: ¿Cuándo afilaste el hacha por última vez? ¿Afilar?, se preguntó el leñador: “No he tenido tiempo para afilar pues he estado demasiado ocupado talando árboles”. La moraleja para los políticos es obvia.

Termino una vez más con esta frase de Sófocles: “El futuro nadie lo conoce, pero el presente avergüenza a los dioses”. No sabemos cuál será el inmediato futuro, pero tal como vemos el presente, los ciudadanos estamos avergonzados.

Miserables palabras, mezquinos gestos