sábado. 20.04.2024

Los “Illuminati” hoy

La filosofía nos ha enseñado a cuestionar todo y, más, cuando se trata de narrativas religiosas, sociales o políticas, en las que la posibilidad de la seducción y la manipulación es aún mayor. Lo que estamos presenciando en estos momentos en los que la mentira se ha impuesto y, con ella, la incapacidad para describir “el problema” y buscar “soluciones”, es que estamos inmersos en tiempos en los que las posiciones políticas expuestas ahondan poco en la razón y abundan mucho, en cambio, en los sentimientos y en el pensamiento mítico.

Para el etnólogo Claude Levi-Strauss el relato mítico se compone de pequeñas fracciones de relatos irreducibles que orquestan en su totalidad una narración mayor y que suele verse repetida en diferentes culturas. Si en alguna parte se desenvuelve a sus anchas el espíritu humano y se abandona a su espontánea irracionalidad es en el mito. El pensamiento mítico se rige por leyes semejantes a los del lenguaje: ambos sirven para comunicar, informar, convencer, engañar, manipular. El mito puede encerrar una historia falsa, fingida, aureolada, manipulada; se aproxima a la fábula, a la leyenda, al “cuento”… Escribía Manel García Biel en estas páginas de Nueva Tribuna que “la política no es cuento de niños; los cuentos de los niños se basan en ilusiones que no tienen por qué tener relación con la realidad…; la política - subrayaba - no es cosa de cuentos, en todo caso, de cuentas”.

Para Levi-Strauss, el valor del mito consiste en que los acontecimientos que se supone que han ocurrido en un momento de la historia producen también un relato permanente que se puede referir simultáneamente al pasado, al presente o al futuro: posee un valor histórico y ahistórico a la vez; se puede situar en el tiempo y fuera de él. Según Levi-Strauss cada mito admite cualquier versión o interpretación; no existe una versión originaria; para él todas las versiones se pueden considerar igualmente válidas. De ahí que el mito resulte tan inconcreto y pueda proyectarse con múltiples interpretaciones; es capaz de ser utilizado para que pueda ser consumido o comprado de forma emocional, incluso, de forma inconsciente. De ahí que pueda ser utilizado en la realidad social y política. El victimismo con el que el Govern de la Generalitat está utilizando los sucesos y el referéndum del 1-O es un claro ejemplo.

Señalaba al inicio que el pensamiento mítico se puede regir tramposamente por leyes semejantes a las del lenguaje; como él, sirve para comunicar, informar, convencer, engañar, manipular; en una palabra, también para mentir. Todos mentimos, pero las mentiras de algunos pueden llegar a convertirse en historias realmente épicas o trágicas. Para mentir es necesario tener explicaciones sobre las cosas por las cuales mentimos con la finalidad de que los demás crean “nuestras” historias; de esta manera nos creemos más creativos; de hecho, la mentira política implica ir en contra de lo establecido, romper y desobedecer las reglas “porque yo lo valgo”; en suma, ser “creativo”, original o saltarse las leyes e imponer las que a mí me conviene. La sensación de haber mentido sobre algo y sentir que se pueden romper las reglas les hace creer, supuestamente, que son mejores en “algo”. Y si ese “algo” es en el poder y en el ejercicio de la política, les hace creer que son mejores que los que se oponen a sus políticas y a su manera de gestionar el poder. Se llegan a considerar “los illuminati”, los “nuevos mesías”; “los redentores”, aquellos a cuya capacidad de seducción nadie se puede resistir. Esos “illuminati” que, como Luis XIV, el Rey Sol, consideran que el Estado, las leyes, el poder y la democracia son ellos.

Hace días una cadena de TV reponía la película basada en la novela de Dan Brown, “Ángeles y Demonios”. En ella están presentes “los illuminati”; sociedad secreta que, a quienes pertenecen a ella, se les ofrece el éxito a cambio de ciertos compromisos. Con “los illuminati”, nos adentramos en una teoría de la conspiración, tan paranoica como intrigante; generan un sin fin de incertidumbres, dudas y preguntas, mientras que su propia existencia nunca se ha probado.

Según los expertos en esta secta, los “Illuminati” son la élite de la élite, la sociedad secreta más poderosa del mundo. Fundada en la región de Baviera, en mayo del año de 1776, su nombre proviene del plural de “illuminatus”, que en latín significa “Iluminado” en referencia a la corriente de la Ilustración. Su fundador fue el jurista y catedrático Adam Weishaupt. Para los “illuminati” la gente es ignorante y estúpida por naturaleza, dóciles al engaño y fáciles a la manipulación. Los illuminati serían, según estos expertos, una élite ilustrada que usaría la democracia para llevar a cabo sus propósitos. No es sorprendente que su símbolo sea una pirámide con la parte superior (la élite) iluminada por la conciencia del ojo ciego y que mira a una base hecha de ladrillos idénticos (la población, la gente, los ciudadanos).

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Según los teóricos de la conspiración, la presencia de este dibujo en el símbolo de los Estados Unidos (el dólar) es una prueba innegable del dominio de los “illuminati” en todo el mundo.

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Otros símbolos, asignados a la doctrina de esta sociedad secreta son: puertas, pilares, arco iris en el cielo, cuadros y círculos con un significado especial a la luz. La película de la teoría de la conspiración es, para algunos, “La naranja mecánica”, en cuyo cartel promocional aparece claramente la pirámide y el ojo.

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Cada vez son más los políticos que se consideran “illuminati”, con una paranoia colectiva cuyo objetivo no es otro que mantenerse en el poder y lograr el control de las instituciones; políticos mediocres que nunca consideran dignos ni razonables a los otros, a sus adversarios políticos; que, con sus mitos, su mesianismo redentor y la manipulación de las masas, se creen capaces de guiar a la ciudadanía, a la que, con una psicosis equivocada, consideran humillada y desfavorecida por el Estado, en busca de esa “arcadia feliz” en la que, con ellos, todo será mejor; políticos, elegidos sí en listas de partidos, cuyos programas no han leído, pero carentes de formación y sentido de Estado; que hablan sin conocimientos, pero que, con inconsciencia, ignorancia o malicia, con sus aberrantes decisiones, pueden llevar a todo un país a un futuro incierto y al despeñadero.

Muchos nos hemos preguntado sobre esta élite de “illuminati”, conscientes de la necesidad social que tiene la gente de creer en fantasías, utilizando el victimismo como arma política, incapaces de explicar el mundo complejo que gestionan. Políticos cínicos sin escrúpulos, frívolos y hasta corruptos, capaces de amargar la vida y el futuro de muchos ciudadanos que sólo quieren vivir en paz y en democracia, sin rupturas ni secesiones.

El problema catalán es el de una sociedad rota y la brecha de esta ruptura es la aplicación de un proyecto y una declaración de independencia que asume la exclusión como principio regulador. Ignoro si el diálogo es posible con un Govern nacionalista, invadido de “illuminati”, cuya tesis de partida, como precisó Puigdemont, es que “los catalanes tenemos derecho a la autodeterminación porque estamos colonizados, ignorados en nuestra identidad cultural y expoliados e invadidos”. Pero la realidad desmiente ese mito (o “cuento”), pues quien es ignorada y despreciada es esa amplia mayoría de catalanes que no quieren ni la secesión ni la exclusión.

Mientras escribo estas reflexiones, a la espera de este próximo lunes, día 16, cuajado de incertidumbre, recibo el último artículo publicado por Aurelio Pérez Giralda, “historiador y violinista por afición, diplomático por profesión y jurista por necesidad” - como se define a sí mismo -, en su blog: Nuevos Papeles de Volterra: http://www.evolterra.com, titulado UNA NUEVA EDAD MEDIA. Europa, año 1000. Transcribo a continuación su párrafo final, que resume de forma mejor desarrollada cuanto he intentado ofrecer a los lectores de Nueva Tribuna en este artículo:

“En la nueva Edad Media que parece que estamos viviendo, la retirada del estado como sede principal del poder en la sociedad ha producido una neo-feudalidad de caracteres similares a la que vivieron los “siglos oscuros”. “El golpe de mano del poder tecnológico, sentenciaba Umberto Eco, ha privado de contenido a las instituciones y ha abandonado el centro de la estructura social”. Ralf Dahrendorf, poco después, lo resumió con una palabra: anomia. Bien entrado ya el siglo XXI la ominosa advertencia sigue acechando a nuestras sociedades. El ciudadano no se siente ligado a la sociedad y ésta no tiene poder para imponer sus propias normas, de modo que el incumplimiento queda impune. Al erosionarse el cimiento estructural de la sociedad que es el derecho, el ciudadano recela, la insurrección se crece y la sociedad se atemoriza en el escepticismo. La globalización de la economía trajo consigo un nuevo derecho vulgar, el derecho blando (soft law), que agiliza los intercambios, pero deja desprotegido al ciudadano. En estas circunstancias, el modelo de estado basado en el principio de jerarquía cede el paso a un vago ordenamiento formado no tanto por normas vinculantes como por ajustes consensuados y voluntarios.  Como consecuencia, se centrifugan no sólo los territorios sino otros centros de la actividad administrativa y económica. Lógicamente, la indefinición resultante es el caldo de cultivo ideal para que se reabran heridas y frustraciones que parecían haber quedado relegadas al pasado. Vuelven, lo estamos viendo, los terrores milenarios acompañados por los falsos redentores que pretenden emular al Ángel del Apocalipsis. Vuelven las soluciones milagrosas y utópicas bajo la fórmula nacional-populista. La historia, está claro, no sólo no ha llegado a su fin: además, no perdona”.

Concluyo con el convencimiento de que en estos momentos la sensatez, el valor, la prudencia y el diálogo empiezan a ser revolucionarios. Y me pregunto: ¿A qué patria podemos emigrar los que estamos cansados de tantas patrias y banderas?

Los “Illuminati” hoy