viernes. 29.03.2024

“La rana y el escorpión”

sanchez iglesias

“El desengaño camina sonriendo detrás del entusiasmo”.
Germaine De Staël


Aquellas fábulas que aprendimos en la niñez están cargadas de sabiduría; su moraleja final es una enseñanza que sirve de lección para la vida cotidiana; aportan conocimiento para evitar prejuicios y estereotipos e invitan a quien las lee o escucha a sacar una enseñanza de vida. El escorpión y la rana es una fábula de origen desconocido, atribuida a Esopo. Ante la razonable e incrédula queja de la rana: ¿Cómo has podido hacer algo así?, el interés moral de la respuesta resulta ser una justificación de la acción del escorpión: “No he tenido elección; es mi naturaleza”. Recobro esta moraleja ante la situación de desencuentros que están surgiendo últimamente en el seno de este apenas estrenado gobierno de coalición: PSOE Unidas Podemos. Vistos los roces y tensiones que está habiendo con algunos ministros de UP, a la posible y razonable queja y pregunta que Sánchez le puede hacer a Iglesias: ¿Cómo podéis hacerme algo así?, la obvia respuesta que le daría el líder de Podemos y hoy viceprimer ministro es la del escorpión: “No he tenido elección; soy así y ya lo sabías”.

Desde la primitiva filosofía aristotélica existe un principio obvio: todo efecto tiene una causa; es decir toda decisión tiene consecuencias. Así está construida la lógica del universo. Las cosas son más sencillas de lo que parecen, pero resultan más complejas cuando no se quieren o no se saben explicar. Como tengo escrito en un artículo anterior, en el marco de su pensamiento funcionalista y obedeciendo a la Ley de “las consecuencias imprevistas”, el sociólogo norteamericano Robert K. Merton establece que cualquier acción humana, de modo especial aquellas que afectan a grupos numerosos, puede tener consecuencias imprevistas. Denomina consecuencias imprevistas a aquellos resultados no esperados o no imaginados en la intención original de los actores políticos o sociales. Si son imprevistas, pero positivas, son reconocidas como “serendipia”, un hallazgo afortunado e inesperado que se produce de manera accidental o casual; las consecuencias imprevistas negativas, en cambio, al no ser queridas, dicen relación y señalan a una “precipitada y no reflexionada decisión” y, con seguridad, condenadas al fracaso. En política, lo realmente torpe es tener claro que podían existir consecuencias indeseables y, una vez aceptadas, extrañarse o escandalizarse de que aparezcan. Anticipar y medir las consecuencias consiste simplemente en ejercitar el sentido común y asociarlo a la prudencia; este principio no consiste en otra cosa que poseer inteligencia política.

En los gobiernos de coalición siempre existirán problemas entre partidos que, en último término, compiten por el mismo electorado con intereses electorales encontrados; y más, si sus líderes carismáticos poseen un “ego muy subido”

Si en otro tiempo, con un número mayor de diputados de UP, Pedro Sánchez vio un peligro incorporar a miembros de ese partido en un gobierno de coalición, en especial a Pablo Iglesias, -como mucho veía aceptable un gobierno de colaboración en proyectos y programas comunes-, en las últimas elecciones, ante el riesgo de no ser investido, Sánchez se vio en estado angustiado de necesidad si quería gobernar; fue una irresponsabilidad la precipitada frivolidad si no supo medir y valorar las seguras consecuencias ante posibles y futuros desacuerdos, como está sucediendo de hecho. Lejos quedaron los vetos, las diferencias, los reproches, los desvelos en el dormir. Lo que entonces no pudo ser, se logró en poco tiempo. No necesitaron ni 24 horas para la escenificación de la firma y el abrazo. ¿Qué motivos hubo en ese precipitado cambio? Con cierto simplismo en mi opinión, pero que comparten muchos ciudadanos: el motivo fue el poder, los sillones: Moncloa para Sánchez y varios ministerios para Iglesias. Así lo proclamó sin disimulo hace días en A Coruña al presentar las ambiciosas reformas en su provecho y que espera que se aprueben el próximo 21 de marzo, en la III Asamblea Ciudadana Estatal: “Queridos amigos de las cloacas: estamos en el Gobierno”.

Está claro, aunque sin alarmismos de tragedia que pongan en riesgo por ahora el futuro de este gobierno de coalición, que los roces y las tensiones ya se están haciendo notar entre ambos partidos. ¿Qué es lo que falta?: ¿coordinación por bisoñez e inexperiencia?, ¿dificultades objetivas para la convivencia?, ¿incompatibilidad de programas?, ¿concepciones ideológicas distintas?, ¿recelos de confianza?, ¿excesiva prisa por demostrar activismo político de que ya están en el gobierno? Quizá, todos estos desencuentros a la vez. En los gobiernos de coalición siempre existirán problemas entre partidos que, en último término, compiten por el mismo electorado con intereses electorales encontrados; y más, si sus líderes carismáticos poseen un “ego muy subido”.

Aunque surge de la teología católica como “gracia o don concedido por Dios a algunos hombres en beneficio de la comunidad”, una palabra que hoy está muy de moda políticamente es el término “carisma”, cualidad o don natural que tiene una persona para atraer a los demás por su presencia, su palabra o su personalidad; también se dice de una persona “con ángel”. Es decir, carisma es esa capacidad personal para cautivar a otros, para atraerlos y seducirlos, logrando convertirlos en adeptos y admiradores; en consecuencia, el líder carismático se convierte en una persona incuestionable en el partido, acumula el poder con el beneplácito de los demás.

Si en algún riesgo están cayendo nuestros actuales partidos políticos, todos, es que, para tener éxito y fortuna, quien los encabece debe ser “un líder carismático”, que acumule todo el poder y que su poder se haga notar y sobresalga de forma indiscutible sobre los demás militantes. Necesitan ver en él una especie de superhombre al que todos admiren y frente al que todos acaten sus opiniones y decisiones. Uno de los peligros y grandes riesgos de los partidos con líder carismático es no saber descubrir en su personalidad que, tal vez, bajo el disfraz de su carisma, se oculta una ambición inmensa de poder, creencia e importancia en su papel histórico, un sentido mesiánico de misión y una enorme megalomanía. Se sienten iluminados hasta creerse que encarnan las esperanzas e ilusiones de todo el partido. Es decir, un afán de protagonismo con un ego subido de afirmación de sí mismo e intereses encontrados con los demás.

Hay que tener claros los riesgos que tiene la aparición de líderes carismáticos en una democracia, sin contrapesos ni críticas; en un Parlamento en el que los partidos sólo valoran las intervenciones y la oratoria de su líder, al que aplauden diga lo que diga; estaría en cuestión esa misma democracia que facilita, asume y aplaude este perfil. Como sostiene el fallecido sociólogo de origen húngaro Paul Hollander, la pregunta sería obvia: ¿para qué se necesita democracia participativa si tenemos superlíderes en el poder que nos dirigen y guían? De ser así, esta posibilidad poco estimularía a una importante parte del electorado por ir a votar y a interesarse por la cosa pública: todo giraría en torno de quién gobierna y no en cómo gobierna.

No se pueden ocultar las evidencias ni blanquear los desencuentros. Que Sánchez haya reunido en la tarde de viernes pasado, día 6, la mesa de seguimiento del acuerdo de coalición, prevista inicialmente para el jueves día 12, para acallar el ruido, calmar las broncas y restañar las grietas surgidas por la Ley de Libertad Sexual, presentada con precipitación y cierta inmadurez jurídica, por la ministra de Igualdad, dejan patentes las discrepancias internas por las que va a discurrir la andadura de la presente legislatura. Vivimos bajo el “síndrome de la aceleración”; esperar se ha convertido en una circunstancia intolerable. El tiempo se acelera y se convierte en un recurso cuyo gasto innecesario se considera injustificable. Ante el miedo de perder votantes, los ministros de UP quieren mostrar que cuentan en el gobierno, que tienen presencia y no son “comparsa”. Toda demora o dilación en demostrarlo lo consideran un estigma de inferioridad de su presencia en el ejecutivo. Tanto más que Iglesias cuenta con un “sanedrín de inscritos e inscritas” que ofician de aduladores interesados, practicando “el culto a la personalidad”. Ha planteado cambios en los estatutos del partido para reformar, “en su conveniencia y la de su señora”, dos de sus señas de identidad más claras: la limitación salarial de todos los dirigentes de la formación y el límite de mandatos que una persona puede permanecer en el mismo cargo. Lo han hecho en la historia todos los demagogos personalistas. Saldrá con la suya, pues quienes podían contrariar sus propuestas, o ya no están en el partido, o mantendrán un obsequioso silencio. Y al final, con un reiterativo “¡Sí se puede!”, cantarán el “Mañana nos pertenece”, aquel himno que popularizó la película “Cabaret”, pues el ayer es pasado, y lo que dijeron entonces, hoy no conviene. Las emociones son aptas para destruir, pero poco aptas para construir. ¡Qué difícil es que los políticos aprendan lo que creen que ya saben! Es bueno recordarles a Sánchez y a Iglesias que es al partido a quienes los ciudadanos votan, no a sus personas. Es bueno no olvidar lo que decía Germaine De Staël, con la frase con la que encabezo este artículo: “El desengaño camina sonriendo detrás del entusiasmo”.

No hay por qué ocultar, es una obviedad, que, conseguido el poder, -lo decía Maquiavelo-, los líderes políticos quieren gobernar, y cuando gobiernan, quieren la eternidad para su nombre y un monumento imperecedero para su obra. Y como saben que son conceptos que poco tienen que ver con la democracia y que la opinión pública los rechaza, aunque lo nieguen y no quieran reconocerlo, les encanta y se apoyan en la popularidad y en el populismo: intentan reescribir la historia, y ellos de protagonistas. Son los que te piden el voto porque van a hacer realidad tus sueños.

En estos tiempos líquidos que definía Bauman, si algo caracteriza a algunos políticos, es su liviandad intelectual, aunque simulen que albergan convicciones firmes y principios sólidos

Una de las características que diferenció a griegos y a romanos cuando dominaban a un pueblo es que los griegos conquistaban borrando la memoria de la civilización conquistada; renombraban lugares, imponían dioses, valores y ritos; los romanos, en cambio, introducían su modelo y, a la par, conservaban el de los pueblos conquistados. Los primeros eran excluyentes, los segundos, incluyentes. Algo parecido pasa en política. Es el llamado “adanismo”, neologismo que algunos, sin excesiva convicción, atribuyen a Ortega. El “adanismo” es la tendencia a comenzar una actividad sin tener en cuenta los progresos que se hayan conseguido anteriormente; un “adanista” pretende borrar de un plumazo la historia pensando que la historia comienza con él. Es una enfermedad muy común; es la conducta de aquellos que aupados en el poder se consideran imbuidos de un “poder creador”, se creen el año “0” de la historia; pasean por la vida sin entender que el morbo del poder es algo transitorio, que se diluye rápidamente; no son capaces de aprender que, si en algún momento llegaron a ser objeto de veneración y fueron idolatrados, pasado un tiempo, pueden quedar relegados sin que nadie se acuerde de su anterior condición. Albert Rivera está siendo un claro ejemplo de “adanismo político”.

En estos tiempos líquidos que definía Bauman, si algo caracteriza a algunos políticos, es su liviandad intelectual, aunque simulen que albergan convicciones firmes y principios sólidos. En su oratoria, urden sin pudor y con cuidado las mentiras utilizando significantes vacíos y promesas sugestivas; son esos políticos, con discutible valía y desmedida ambición, que han desposeído de densidad sus palabras, de credibilidad sus promesas y de rigor sus argumentos. Pertenecen a esa “casta de oportunistas” que, para enjugar sus errores, sus ineptitudes y contradicciones, se inventan excusas y justificaciones absolutorias para sus comportamientos y endilgan a otros sus exclusivas responsabilidades. Y, además pretenden que nos callemos y les alabemos. No es de extrañar, pues, que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen les pierdan el respeto.

El hoy ministro de Consumo en la presente legislatura, Alberto Garzón, militante del Partido Comunista de España y de Izquierda Unida, diputado desde 2011, confesaba en uno de sus blogs en diciembre de 2014 llevar toda su vida en política, pero apenas tres años en las instituciones; participó en el 15M, convencido de que el futuro se coserá con los hilos de nuestra historia; pero criticó cierto adanismo emergente en aquellos recién llegados a la política; sin duda se refería a quienes comparten con él partido y gobierno, a los líderes de Unidas Podemos. Y es cierto, entonces y ahora, no sólo en el partido popular, en los restos que quedan de Ciudadanos, no pocos socialistas y casi todos los de Unidas Podemos practican el “adanismo”; aupados en el poder se consideran el año “0” de la historia. Pasados apenas dos meses de su incorporación al gobierno de coalición, de forma precipitada, sin experiencia de gobierno, les han entrado las prisas, como a los griegos, “por renombrar lugares, imponer sus dioses, valores y ritos”; tienden a iniciar su gestión sin tener en cuenta los progresos que se han conseguido anteriormente, cuando ellos no estaban en el poder. Con esa sabiduría que le han proporcionado los siglos, en una de las antífonas de la liturgia católica, hay un himno: “Tantum ergo”, en el que uno de sus versos dice así: “et antiquum documentum, novo caedat ritui”: “que el antiguo rito ceda el paso al nuevo”. Piensan que ellos han inventado el agua caliente. No se puede llegar a la política habiendo criminalizando a otros lo que hoy hacen ellos: criticaron duramente “la casta” y hoy, demasiado pronto, son ya “casta”.

La democracia es siempre incómoda para los privilegiados y poderosos; nunca ha sido de su agrado. De ahí que les resulte incómodo que otros les critiquen como ellos criticaron en su momento. Por ejemplo: Pablo Iglesias ya ha empezado a sufrir las consecuencias de ser uno más de “la casta”. Los suyos, jóvenes de izquierdas le han devuelto su imagen de hace 10 años, cuando recorría los pasillos de la facultad gritando ¡fuera fascistas de la universidad!; gente indignada como él lo fue, le han puesto en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutenses ante el espejo de sus propias contradicciones. Es “casta”, esa categoría política y social en la que él ya ha ingresado. Por cierto, no hay que olvidar lo que Iglesias decía de los escraches en 2013, cuando los calificaba de jarabe democrático de los de abajo. Unidas Podemos, la formación política que nació para modificar el mundo, ha sido modificada por él. Ahora es un departamento administrativo de la realidad oficial, por más aspavientos que haga para disimularlo, como decía Juanjo Millás en una de sus columnas en El País.

Resulta difícil sostener con tanta tranquilidad tanto cinismo. Es pasmosa la frialdad con la que el vicepresidente cierra los ojos a la realidad, manipula los datos a conveniencia, ve posibilidades donde hay fracaso y se felicita por estar en el gobierno, mientras muchos de los que con él crearon PODEMOS están hoy fuera del partido o se quieren ir. No tiene ningún signo de inquietud al mentir. No comprendo su costumbre de hacer declaraciones con los periodistas encerrados y mudos. La máscara imperturbable de sus mentiras es más segura que el silencio. Sólo la ignorancia generalizada permite que un partido sea dominado por el fanatismo ciego de no ver el nepotismo con el que ciertos líderes de UP de han hecho con “el santo y seña” del partido y, además, pretenden perpetuarse. Los que venían a cambiar el sistema se han adaptado con excesiva rapidez al sistema.

Estos ejemplos, como el de Sánchez, Calvo, Casado, Egea, Cayetana, Ayuso, Arrimadas, Abascal, Villacís, Aguado, Monasterio, Puigdemont, Torra etc…, son una muestra paradigmática de nuestra decadente política. ¿Cómo es posible que se consideren los imprescindibles, los mejores, los indiscutibles, cuando millones de ciudadanos dudamos de su valía profesional y política?; ¿qué es lo que quieren?, ¿que además les alabemos o nos callemos? No es de extrañar, pues, que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen les pierdan el respeto. Las dificultades de una batalla ética no pueden ser la coartada para el abandono y la pasividad de los ciudadanos. Quien desconoce los juegos del poder, desconoce las transformaciones insospechadas que este puede producir en quien lo ejerce. Al menos, desde la subjetividad, hay que atreverse a analizar la realidad, la verdadera realidad y no la que, manipulada, nos quieren mostrar. Poder decir con libertad, sin idolatrías y sin complejos lo que “el ojo ve” y el cuadro muestra. Como decía Aristóteles: ¡Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad! Sería un error no tomar conciencia del descrédito y no traducirlo en acción con nuestros análisis críticos y, lo que es más importante, en nuestras próximas o futuras elecciones. Significaría tener “tragaderas políticas”, “comulgar con ruedas de molino”, que es lo mismo que aceptar cosas imposibles de creer o sucumbir fácilmente a los engaños.

Si como decía Lamarck la función crea el órgano, podemos también afirmar que las personas crean la función. Queda por ver si las personas que hemos elegido para liderar y dirigir la sociedad, crean, imprimen esa función, ese espíritu de entrega generosa y solidaria que nos prometieron y con el que se presentaron. Por ahora es una incógnita, un enigma a descifrar.

Como “coda” o reflexión final, no quiero dejar pasar un hecho que de nuevo recobra actualidad, más que les pese a muchos cortesanos. La fiscalía suiza está investigando los movimientos de una cuenta millonaria, presuntamente del rey emérito español. El dinero estaba en el banco suizo Mirabaud con sede en el paraíso fiscal de Las Bahamas, a nombre de una supuesta fundación; la típica estructura “offshore” cuyo único y verdadero dueño, según la fiscalía suiza, era Juan Carlos de Borbón. Al vaciar esa cuenta, Juan Carlos de Borbón transfirió 65 millones de euros a Corinna Larsen, una de sus amantes. Hace unos meses, la fiscalía suiza citó a Corinna Larsen a declarar. Ella explicó que esos 65 millones de euros fueron “un regalo no solicitado del rey emérito”. La fiscalía suiza sospecha que todos estos movimientos pueden estar relacionados con las obras del Ave a la Meca y la comisión por la mediación del emérito en el contrato de 6.300 millones de euros que se llevaron varias empresas españolas de Arabia Saudí. Juan Carlos de Borbón cobra de todos los españoles un sueldo público de 194.232 euros brutos al año como rey emérito, gastos, viajes y casas aparte. La Fiscalía Anticorrupción española ha pedido a Suiza datos sobre los 100 millones que Juan Carlos I recibió de Arabia Saudí.

Al margen de las consecuencias jurídicas y penales que del caso se pueda concluir, -la justicia deberá juzgarlas “con justicia y de acuerdo a la ley”-, de ser ciertas, hay que recordar las palabras que, siendo entonces rey, pronunció en las navidades de 2011: “Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar… Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione… Afortunadamente vivimos en un Estado de derecho, y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La Justicia es igual para todos”. En este caso no se debe ignorar que “siempre se consideró un monarca católico”, obligado por su fe a una conducta moral integra. Mal se compadecen, pues, estas, cuando menos, “irregulares comisiones”. Como denuncia Oxfam Intermón en uno de sus informes anuales: “lo tienen todo, pero quieren más”. Decía el profesor Aranguren que los valores morales se pierden sepultados por los económicos cuando nos dirigen o gobiernan los demagogos; y sabemos que el triunfo del demagogo es pasajero, pero las ruinas de su acción son permanentes.

“La rana y el escorpión”