sábado. 20.04.2024

La irrelevancia y el hundimiento

modernidad liquida

Estamos viviendo en esta sociedad en la que se valora lo fugaz, el entusiasmo puntual para satisfacer una necesidad momentánea, pero que de inmediato se desecha

Ninguna frase refleja tan certeramente la actual situación catalana como la que sentenció Ortega y Gasset sobre la convivencia social: “Es triste ver cómo aquellos que quieren echarte de tu país derriban a martillazos y sobre sus propias cabezas las paredes de la casa en la que han convivido tan confortablemente durante los últimos cuarenta años”. Porque es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados. En poco tiempo de nuestra reciente historia ha habido más engaño y mentira como en los últimos años entre los gobiernos de España y Catalunya. El problema no ha sido otro que la mediocridad de los que nos han dirigido y dirigen.

En estos momentos de escasa voluntad para el pacto y excesiva confrontación, iniciaba Ortega su obra “España invertebrada” con unos versos de Eugenio de Nora: “¡España, España, España! Dos mil años de historia no acabaron de hacerte...”. ¿Se conseguirá en estas confusas elecciones del 21D?

Decía Sócrates hace ya unos cuantos años que cuando el debate está perdido la calumnia es el arma del perdedor. Y en estos meses no hemos dejado de asistir a demasiados debates radiofónicos y tertulias televisivas en los que la calumnia y la mentira han sido el plato fuerte de las discusiones.

Considerado como uno de los importantes intelectuales de nuestro tiempo, el polaco Zygmunt Bauman, fallecido el 9 de enero de 2017, sociólogo y filósofo de origen judío, en su obra más conocida “Amor Líquido” nos habla de una realidad muy común en las relaciones personales y políticas actuales, que tiene que ver con la fragilidad de los vínculos ideológicos que nos unen. Es una realidad bastante constatable en nuestra sociedad actual la fragilidad de los vínculos políticos e ideológicos entre partidos. Su trabajo le permitió a Bauman recibir el Premio Príncipe de Asturias de la Comunicación y Humanidades 2010 y ser uno de los pensadores clave para comprender la sociedad actual, imbuida en la fragilidad de las redes sociales, en la acelerada revolución de Internet y los movimientos sociales de finales del siglo XX y principios del XXI.

Creador del término “modernidad líquida” ahondó en el estudio del hombre postmoderno que, si algo le define, es su actitud de desencanto; su decepción ha alcanzado a todo lo que tenía por valioso o importante, en todos los ámbitos en los que creía contar con apoyos firmes: la economía, la política, el arte, la moral, la religión, etc. El hombre posmoderno, afirma Bauman, carece de convicciones lo suficientemente confiables como para poder cimentar su vida sobre ellas. Para Bauman la posmodernidad es fundamentalmente el rechazo a la modernidad de un mundo inestable y carente de valores duraderos; se manifiesta de forma crítica por las redes sociales y el mundo de Internet hasta afirmar que ambas adormecen las mentes hasta conseguir que la gente practique el “activismo de sofá”.

Su idea está asociada con la manera en la que estamos viviendo en esta sociedad en la que se valora lo fugaz, el entusiasmo puntual para satisfacer una necesidad momentánea, pero que de inmediato se desecha. El propio Bauman sostiene que hoy interesan más las “conexiones”, los puros vínculos momentáneos, que las “relaciones estables”. Y no se refiere únicamente a la importancia dada a las nuevas tecnologías ni a las efímeras redes sociales, vertidas en un “tuit”, ésas que nos ponen en comunicación con múltiples personas sin apenas trasmitir más que dos ideas mal hilvanadas (téngase como ejemplo a un tal Rufián, maestro de la nada y de la “payasada verbal” en el Congreso). La crítica de Bauman va más allá. Estos individuos buscan satisfacer necesidades puntuales de notoriedad, con un único fin: mostrar agudos sentimientos y fingidas emociones imposibles de retener y contener ideas sólidas, que se escapan fugazmente de la mente hasta desaparecer apenas sin haberlas leído.

Como afirma Bauman, vivimos en un mundo acelerado donde lo real se conjuga con lo virtual, en una modernidad líquida y acelerada en el que las ideas, en cuanto aparecen, se esfuman de inmediato. La irrelevancia y la inseguridad son el reflejo de una autoestima que no sólo no se ha desarrollado adecuadamente, sino que se ha ido infantilizando progresivamente; si antes un tonto podía escribir un “grafitti” para expresar una memez en una pared, hoy, los llamados “influencers” pueden tener miles de seguidores para apenas leer en sus “tuits” “buenos días, mes amies”. Sólo se busca una satisfacción puntual para contabilizar seguidores. Todo parece evidenciar nuestra falta de competencias, nuestra manifiesta inmadurez hasta convertir la política en un modus vivendi vitalicio que a muchos les va bien; hemos abierto la puerta a la irrelevancia, al corporativismo, a la rutina, cuando no a la corrupción permisiva. Porque no es la política la que hace a un candidato convertirse en un corrupto o ladrón, es nuestro voto el que hace a un ladrón o a un corrupto convertirse en un político.

Sin caer en un individualismo insolidario, hemos entrado en una etapa de irrelevancia en la que nada es seguro, como zombis andando a tientas entre la niebla. Al no confiar en nosotros mismos da la sensación de que hemos perdido la confianza en las personas que nos rodean. Lo dice el propio Bauman “para ser felices, debemos tener en cuenta dos valores imprescindibles: “libertad y seguridad”. La seguridad sin libertad es esclavitud, pero la libertad sin seguridad es un caos total. Todos necesitamos de ambas dimensiones para encontrar el equilibrio en nuestras vidas”. Y cada vez vemos cómo nuestra sociedad adolece de ambas.

Lo que antes podía ser un proyecto para “una legislatura”, hoy se ha convertido en una propuesta para salir airoso del momento. Diseñadas por los partidos políticos las propuestas de acción futura, apenas sirven para “un corto plazo”; se montan y desmontan de un día para otro. De ahí la desconfianza generada por los partidos políticos. Tras el trauma político de un “procès precipitado”, no mayoritariamente apoyado y poco argumentado, pero tan sentimentalmente deseado, ¿quién confía hoy en él? Si algo define al hombre posmoderno es su situación de desencanto. El hombre posmoderno ya no se lo cree, la modernidad (su futuro) se la han tejido de mentiras y promesas permanentemente incumplidas. ¿Quién puede saber cuál será el billete que ganará en el próximo sorteo de lotería? Sólo el billete no comprado es el que carece de posibilidades de ganar.

El pensamiento político español, incluida nuestra propia democracia, se encuentran hoy en una encrucijada; ni siquiera despejada por el optimismo “ingenuo” de esa varita mágica del “155”, que como el “bálsamo de fierabrás” decía don Quijote que “es un bálsamo, con el cual, no hay que tener temor a la muerte”. Eso pensaba Rajoy y su partido, con el optimismo del milagroso Merlín que con “su 155” y su puesta en marcha el problema catalán está ya resuelto y se ha restaurado la normalidad en Cataluña; la realidad en pocos días desmontará este cínico sofisma. ¿Es fiable ese lerdo optimismo del que piensa que con solo nombrar el problema y poner en acción “la varita mágica” el problema queda solucionado?

Hay palabras poco eficaces y menos cuando son pronunciadas por políticos nada fiables. Es la permanente inanidad a la que Rajoy se ha acostumbrado: el presidente ha confundido la urgencia de acabar con el proceso independentista con la importancia de acabar con el creciente movimiento independentista. Muchos ciudadanos confiamos en que lejos de egoísmos de partido, cálculos electorales, pretensiones mezquinas, sepan ofrecer un gesto y dar una respuesta que esté a la altura de lo que esperamos los ciudadanos españoles y catalanes. Conviene recordarle al señor Rajoy -fueron sus palabras- que el objetivo del artículo 155 era acabar con el “procés”, no con el independentismo. No será pequeña la decepción que muchos sufrirán cuando pasado el 21D, vean que poco ha cambiado la compleja realidad catalana con “el talismán del 155”, aunque sí hayan cambiado algunos de sus protagonistas. El sentimiento independentista no ha tocado techo y la implantación de ese sentimiento victimista, fuertemente arraigado e independentista en Cataluña no va a desaparecer, aunque se prolongase algunos años más la aplicación del 155. Sabe Rajoy que su aprobación estuvo apoyada, pero a la vez condicionada por el PSOE, a una reforma constitucional con un nuevo encaje de Cataluña en España, que Rajoy y el Partido Popular de forma inconsecuente pretenden dejar en suspenso. Y si se mantiene la mentira como instrumento de partida para el diálogo, el diálogo está condicionado de nuevo al fracaso.

Hoy más que nunca hay que reivindicar la importancia social de la política y devolverle, entre todos, la credibilidad que ha perdido

Cada vez llegan más políticos al Parlamento y a las instituciones autónomas “sin altura, ideas ni proyecto personal alguno”; salen del cupo de aspirantes a ocupar escaños, fieles a lo que “mande el partido”; se limitan a ser un elemento más del marketing “de esa obediencia ciega necesaria para medrar en el partido”: son políticos irrelevantes y fácilmente sustituibles; poco eficaces, pero con excesivo interés por ser visibles. Carles Puigdemont puede ser uno de ellos; alcalde gironés, con un pasado gris, sin estudios acabados, fiel a Mas para poder sustituirle sin complicaciones; sin grandes convicciones, pero con muchas presiones y ambiciones, ha pasado en unas semanas de ser un líder imprescindible a ser un líder amortizado -incluso para su partido- y en un factor desestabilizador para otros partidos e instituciones, incluso internacionales. Hoy la mayoría independentista catalana no sabe qué hacer con él. Quien aseguró que se retiraría tras esta fallida legislatura, quiere hoy volver a presentarse a las elecciones y lo quiere hacer desde su autoproclamado victimista exilio y utilizando todas las herramientas para frenar la acción de la justicia. Todo un modelo de político ¡¡¡“coherente”!!!

En la película “El hundimiento”, dirigida por Oliver Hirschbiegel, lo que más destacan de ella los críticos es la interpretación del actor Bruno Ganz. Sirviendo como metáfora, pero no como ingenua pregunta, en este “hundimiento” en el que los políticos han metido a España y Cataluña, ¿quién representa actualmente a Bruno Ganz y en qué marco de plural realidad nos encontramos hoy los españoles, incluidos los catalanes?

Todos los partidos que participarán en las elecciones del 21D han adquirido una importante responsabilidad; con ellos ha cundido en España y Catalunya el pesimismo, el enfrentamiento familiar y social, una inmensa mayoría de ciudadanos se encuentran confundidos electoralmente, desnortados políticamente y organizativamente incapaces de saber cuál será su próximo futuro. Y lo más lamentable es que todos esos políticos son “irrelevantes y prescindibles”. Analizado uno a uno ninguno posee genes “salvadores” y menos “una inteligencia política desbordante que entusiasme y seduzca”. Muy pocos serían capaces de superar un proceso de selección digna para entrar como directivos de una empresa medianamente seria. De ahí su irrelevancia y su torpe habilidad para “hundir un país” que, habiéndolo sido casi todo, hoy es “un país confuso y confundido”.

Estos últimos años, desde que gobierna Rajoy pero en especial en estos últimos meses, han dado al traste con las formas clásicas de los análisis dialogados y los cálculos políticos serios; la virulencia con la que se han ido enfrentado todas las fuerzas en conflicto, el sentido mismo de sus propias luchas y objetivos, aparecen seriamente cuestionados por una avalancha de intereses sin objetivos ni transformaciones históricas que hayan hecho estallar el terreno en el que aquellos enfrentamientos se habían constituido. Algunas de estas transformaciones corresponden, sin duda, a desilusiones y fracasos: estamos en la irrelevancia del discurso, de la honesta gestión, de la verdad de la palabra y la fuerza convincente de las ideas; y si esto es así, ¿en qué políticos podemos, confiar; mejor, ¿a quiénes podemos confiar el voto? ¿Quién posee hoy la sinceridad de la coherencia? Hemos entrado en tiempos de irrelevancia; la lucha entre los políticos y sus partidos se centra ahora en cuál de ellos es más corrupto; se aprovechan de los escenarios o el debate para descalificarse mutuamente y en esa coyuntura la gente opta por el cansancio político y la desgana electoral.

Aceptado lo anterior, sólo queda una realidad: una España con dos imágenes contradictorias que la prensa europea representa como resultado de los problemas en Cataluña. El duque de Wellington, basándose en sus experiencias durante la Guerra de Independencia, ante el corrosivo peligro del nacionalismo, llegó a decir: “¡Qué difícil es entender debidamente a los españoles!”. Hasta Fernando el Católico, anticipándose siglos, llego a decir de España: “La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que sólo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden”.

Sin necesidad de acudir a encuesta alguna, pero escuchando simplemente el sentir razonable de los ciudadanos, hemos escuchado en estas semanas: “A qué viene esta payasada de Puigdemont de hacer de Bélgica la base de su “Gobierno en el exilio?; ¿dónde quiere instalarse para dilatar su extradición y hacer campaña electoral y para qué?; ¿qué hace ese esperpento en Bruselas, denigrando a España y a Europa? ¿Quién le hace caso, aunque concite sentimentalmente a unos miles de catalanes de los que ya no será president? Tal vez su estrategia pudo tener como objetivo las elecciones del 21D, pero bien sabe él y quienes le adularon que, despojado de poderes, por mucho que declare ser el “president de un “gobierno legítimo”, ya no lo conseguirá. Tiene demasiados enemigos entre “sus” propios.

Hoy más que nunca hay que reivindicar la importancia social de la política y devolverle, entre todos, la credibilidad que ha perdido. Decía Víctor Hugo que “entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente hay una cierta complicidad vergonzosa e irresponsable”. Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír. Todos los partidos políticos afirman que desean el diálogo y recuperar la relación de convivencia ciudadana; la realidad en cambio nos dice que están más preocupados por impedir que sus relaciones cristalicen y encajen al tener proyectos encontrados y enfrentados; una forma insidiosa de falsear la realidad es presentarla de forma incomprensible: La democracia exige que la gente crea que puede lograr sus fines a través del voto (…); mas si los votantes nos damos cuenta de que esto no es posible, el propio sistema democrático quedará devaluado. Y si olvidamos lo que últimamente ha pasado, nos enfrentaremos con un porvenir aún más incierto.

La irrelevancia y el hundimiento