viernes. 19.04.2024

“Informados, sí, pero no engañados”

debate

“Para quienes dicen que todos los políticos son lo mismo, les contesto que
para un analfabeto todos los libros son iguales”.

Alejandro Dolina, escritor, músico y actor argentino


Si la campaña electoral pretendía atraer a ciudadanos indecisos, no va a resultar fácil despejar dudas, hay demasiadas incógnitas que se entrecruzan y que a la vez ensombrecen el horizonte

El eterno retorno es, quizás, la interpretación más conocida de Nietzsche. Utilizando el pensamiento de Heráclito “el Oscuro”, como él, tenía claro, que el fuego es el elemento catalizador que los seres humanos hemos utilizado para representar la constancia de la eterna movilidad del cosmos en el que todo fluye, retorna, vuelve; lo ejemplifica con aquella sutil y evidente frase: “el camino que conduce arriba es el mismo que nos conduce abajo”. Es la inevitable fatalidad del “tremendismo”.

El movimiento tremendista surgió en España en la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, es decir con el establecimiento del régimen franquista. La novela de Cela, La familia de Pascual Duarte, representa como ninguna otra el tremendismo, cuya filosofía refleja una visión pesimista de la existencia humana, cargada de un fuerte determinismo y fatalismo, que se traduce en recurrir a un lenguaje duro, bronco, agresivo, con ausencia de valores, una falta de sensibilidad desarrollada en los personajes y una visión de la vida vulgar, zafia y mezquina que carece de cualquier valor positivo. Uno de los rasgos típicos del tremendismo es subrayar la cara fea de la vida, intensificada mediante la acumulación de todos aquellos elementos que por sí evocan la mezquindad, la bajeza, la violencia verbal y el insulto. A tenor de lo escuchado estos días a no pocos políticos en los debates y mítines electorales y las valoraciones precipitadas de algunos tertulianos, da la impresión de haber retornado a esa época tremendista.

Escribo estas reflexiones apenas finalizados los debates electorales y visto el ruido y las valoraciones que han suscitado entre las propias ejecutivas de los partidos y entre los politólogos, tertulianos y periodistas de los diferentes medios de comunicación; hay gustos y opiniones para todo, hasta para dar importancia a esa sosa ocurrencia naranja: “¿Lo escuchan? Es el silencio”. Se atribuye a Napoleón, tras el incendio de Moscú en 1812 y la retirada bajo la nieve de los maltrechos restos de su Gran Ejército, esa repetida frase: “de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”.

Iniciaba mi artículo anterior con una sensata advertencia: “Reconocer el error es la forma más inteligente de volver a la verdad”. En momentos de confusión o incertidumbre, en los que ni siquiera estamos seguros de nosotros mismos, ante un abanico de políticos mediocres y más opciones de voto, la ciudadanía suele elegir a aquellos candidatos que considera menos malos. El hecho de que los partidos políticos sean los principales beneficiarios del resultado electoral, -los ciudadanos les votan al confiar o al fiarse de ellos-, dicha confianza les obliga éticamente a cumplir con escrupulosidad los valores democráticos y la legalidad en estos procesos. Esta es la razón por la que se comprometen moralmente a someterse a sistemas de control, para ajustar su gestión política a los principios y valores democráticos, es decir, están sujetos al cumplimiento de la Constitución que han prometido o jurado.

Quienes, por vocación y servicio tienen la obligación de contar la verdad, se han exonerado de la responsabilidad de ofrecer a la sociedad la verdad de lo que sucede con excesiva opinión, cargando sobre los ciudadanos la tarea y contradicción, a la vez, de descubrir dónde está la verdad entre la maraña de mentira y ruido que han creado; pero siempre hay salida para la verdad en el laberinto de mentiras que se han escuchado en esta campaña. Si los debates deben hacerse desde la verdad, por coherencia, la verdad exige “verdad”. No basta hablar de verdad, hay que vivirla y expresarla. Hemos comprobado que con su excesiva palabrería no dicen la verdad, sino que construyen su verdad; y con Machado tenemos obligación y la responsabilidad de decirles: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”. Ante la mentira, no podemos permanecer indiferentes. Sin embargo, en los debates y mítines, expertos analistas, mediante la verificación de datos (“fact checking”), han detectado excesivas mentiras y medias verdades. Y si de verdad escribo, no me resisto a poner estos versos de Ida Vitale, premio Cervantes 2018: “La verdad cae como lluvia, deslava las pendientes y mueve la realidad, porque el futuro aun no es nuestro”.

Finalizados los debates, con precipitación y desmesura eran comentados de forma inmediata por políticos, tertulianos y medios de comunicación; más que comentar la pluralidad de programas, alternativas y propuestas hechas por los candidatos, el lenguaje de la prensa los ha presentado no como debates sino como “combates de boxeo por asaltos”, decisivos, determinantes, cruciales, en los que los candidatos “se lo juegan todo”. Quienes los hemos seguido atentos, dado el interés objetivo que tienen las elecciones del 28, hemos percibido que irrumpía “el tremendismo” con el que se ha desarrollado la campaña electoral, incluida la mezquindad, la bajeza, la violencia verbal y el insulto. Es verdad que nos jugamos mucho, pero también podemos perder todos.

Analizando la pluralidad de los medios, escuchando a políticos, se tiene la impresión de que se arrogan en exceso y casi en exclusiva el conocimiento de la política y sus alternativas; creen tener mejores ojos y más inteligencia para hablar de los debates que aquellos ciudadanos que han visto y escuchado lo mismo que ellos: se consideran gurús, “la Pitia”, el oráculo de la política; ignoran que un libro no se juzga por su epílogo; en el breve tiempo que dura un debate determinan dogmáticamente qué candidato triunfa o fracasa. Con el microscopio de la miopía, fijan su atención frívola en la anécdota (el color de la corbata, la sonrisa o seriedad en el gesto, el movimiento de las manos, las miradas perdidas, los trucos efectistas, es decir, cositas…) hasta convertir la anécdota en categoría determinista de quién gana o pierde. Apenas terminado el debate, lanzan preguntas, sin apenas haber dado tiempo al juicio reflexivo: ¿quién ha ganado y quién ha perdido?; es el lenguaje simplista de muchos periodistas y politólogos.

Quienes hemos dedicado gran parte de nuestra vida a la enseñanza, sabemos lo difícil que es juzgar y calificar a los alumnos, sobre todo, cuando dicha calificación determina y condiciona una profesión y una vida. Es educativamente irresponsable que un alumno se lo juegue todo a una carta, a un examen. ¿Acaso lo más justo y sensato no consiste en valorar toda su trayectoria escolar? Es como el pecado mortal en la moral católica; bastaba un pecado de pensamiento contra la castidad para que, si te morías sin confesión, tenías condena segura ¡para toda la eternidad!

Tras los debates, una conspicua cohorte de “profetas”, han iniciado sus apuestas sobre quiénes ganan o pierden; a quiénes ha favorecido la fortuna o quiénes han sufrido un descalabro en función de lo que han dicho o la imagen que han dado; miden con criterios subjetivos las subidas o bajadas de apoyos y votos, y focalizan sus profecías en la aceptación popular de los distintos partidos y candidatos. Poco importan los programas y proyectos que tienen detrás, cuáles son sus trayectorias e historias, sus promesas cumplidas o fallidas en la gestión realizada y, sobre todo, qué esfuerzo y qué trabajo de meses y años han ido realizando los miles de militantes que no aparecen en los medios ni tienen imagen televisiva, pero que son el cimiento callado y sin visibilidad de los proyectos políticos que hacen grande o no a los partidos. Si el candidato falla, yerra, no da la talla ni los estándares que los “profetas” exigen, el partido entero se hunde; como dice el libro bíblico de los Jueces, (16,30): “Muera Sansón con todos los filisteos”.

Tal vez el periodismo de hoy, alimentado por la banalidad subjetiva de las “redes sociales”, necesite este tipo de “mediciones demoscópicas”, analizadas por politólogos y consultores, en el que de inmediato hay “ganadores y perdedores”; unos dan como ganador a quien otros dan por perdedor y viceversa. De conocer con antelación quién es el político o tertuliano que va a responder la pregunta, de antemano se sabe qué contestará; más que con razones, suelen argumentar por sintonía o por prejuicios ideológicos. De ser así, confirmaría las dudas sobre la veracidad de lo que ha escrito David Jiménez, exdirector de El Mundo, en su criticado pero leído libro “El Director: secretos e intrigas de la prensa”, con el que ha puesto nerviosa a mucha gente del periodismo, levantando ampollas. Al ver el resultado de las contradictorias respuestas y valoraciones dadas, muy expertos no serán si no se ponen de acuerdo. Ante esta dispar posibilidad con inteligente ironía se preguntaba un televidente, “si cada uno dice una cosa diferente, o lo que le viene en gana, me podrían llamar a mí como experto, cobro menos”.

Si la campaña electoral pretendía atraer a ciudadanos indecisos, tomar una correcta decisión de la realidad política con estos debates, en las presentes circunstancias, no les va a resultar fácil despejar dudas: hay demasiadas incógnitas que se entrecruzan y que a la vez ensombrecen el horizonte, al no tener aún focalizada la diana del voto. Es posible que al final de este recorrido de incertidumbre descubramos que las elecciones no eran la solución, sino un nuevo problema. Sería el principio de un nuevo fracaso de la política.

Produce sonrojo leer con qué falta de objetividad informativa y sectarismo titulan el resultado de ambos debates el diario El MUNDO y ABC, por no citar a periodistas de algunas cadenas de radio, tv y otros medios digitales: “Sánchez, acorralado”; “Rivera desafía a Casado y ambos baten a un Sánchez desarbolado”. “Sánchez queda al borde del KO en el debate sobre Cataluña”. “Sánchez naufraga en el primer debate televisado”. “Casado y Rivera esperan rematar a Sánchez en el 2º debate electoral”. “Rivera gana un debate en el que logra con Casado acorralar al candidato socialista que no aclara si indultaría a los presos políticos ni si volvería a pactar con los independentistas”. 

Tenía razón León Tolstói cuando afirmaba que “todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”. Ciertamente el presidente Sánchez tuvo alguna reticencia, superada con resignación, a participar en los debates. Ambos, más el primero que el segundo, se iniciaron y desarrollaron con notable agresividad hacia él, era el objetivo a abatir por parte del resto de candidatos. Es lógico que, si nadie te insulta, no tienes por qué defenderte: Sánchez fue centro de casi todas las críticas y diana de todos los dardos. En los debates, los candidatos no buscan una victoria absoluta sino enviar mensajes a sus electores indecisos. Es obvio que los militantes respectivos y fieles votantes siempre quedan satisfechos; es difícil, pues, que se alteren los patrones del voto identificado hasta ahora por las encuestas; al final, muchos indecisos pasan a la abstención.

Votar en libertad es una de las grandezas de la democracia, es su condición indispensable; no la única pero sí la más definitoria. Por otra parte, si un Gobierno no refleja la voluntad de la mayoría, la democracia incumple una de sus principales funciones. De ahí que, quienes quieren gobernar el país, deben decir previamente hacia dónde quieren conducirlo y cómo y con quién piensan hacerlo. Las elecciones en un sistema democrático son un debate de ideas, no de ambiciones personales. ¿Se puede poner en marcha el mismo proyecto político con Podemos que con Ciudadanos, con el PP o el PSOE? Esta es la importancia que tiene el título del presente artículo: “Informados, sí, pero no engañados”. No se puede llevar a los ciudadanos a las urnas a ciegas. Es importante la implicación de los ciudadanos, sobre todo en el momento de las elecciones, exigiendo respuestas, desenmascarando impostores, penalizando farsantes; por eso es necesario que las elecciones, este instrumento exclusivo y poderoso de las democracias, no terminen por ser inútiles haciendo inútil el sistema.

“Como toda creación humana, las democracias pueden sucumbir. Todas las democracias albergan a demagogos en potencia y de vez en cuando algunos hacen vibrar al público. Los partidos políticos deben ser los guardianes de la democracia y no sus verdugos”. Así se expresan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su obra “Cómo mueren las democracias”. La tesis fundamental de este aviso sobre las democracias y su deterioro radica en una constatación: no son estos tiempos en los que golpes de Estado violentos acaban con las instituciones constitucionales, sino más bien los de su lenta, a veces imperceptible, pero no por ello menos contundente, degradación. El final es el mismo: la muerte de la democracia. Y esto es lo único que no nos podemos permitir. Podrá haber alternancia en los gobiernos, hoy más plurales y obligados a pactos y diálogo que al inicio, pero siempre con gobiernos democráticos. Aunque imperfecto, ningún otro modelo puede competir con la democracia en su capacidad para generar prosperidad y libertad.

Un serio peligro de nuestra actual política es que los líderes de los partidos y no pocos medios de comunicación no analizan la realidad, sino que la crean según conviene a sus intereses

Un serio peligro de nuestra actual política es que los líderes de los partidos y no pocos medios de comunicación no analizan la realidad, sino que la crean según conviene a sus intereses; no ven la realidad como es, sino como ellos quieren que sea. Produce tristeza ver cómo se incorporan toreros, generales, cómicos y muchos tránsfugas, mientras escasean los intelectuales sensatos o desaparecen de las listas electorales; con ironía, para una que aparece, Cayetana Álvarez de Toledo, es de una orgullosa antipatía nada estimulante.

Entre el excesivo follaje de su palabrería, desconocemos el fondo de sus propuestas y la complejidad del programa y del modelo de gobierno que proponen. La única asignatura que nos están mostrando es la de la confrontación, la provocación, el insulto y el odio al adversario, empaquetada de tópicos y frases hechas. La simplificación puede ofrecer pistas, pero la realidad hay que verla y analizarla a la luz de la complejidad. De otro modo, quien no ve la realidad desde diversas perspectivas -Ortega dixit-, quien pone permanentemente límites a la información, quien no abre el abanico de la pluralidad social y política, está sujeto a la vulnerabilidad de una excesiva subjetividad y de ahí, al error.

La aburrida película de la campaña electoral que nos han proporcionado los candidatos nos demuestra que tienen escasas ideas sobre nuestros problemas y futuro y sí un conocimiento distorsionado del presente y peor del pasado. Frívolamente se han creído que su ignorancia sobre los problemas puede ser suficiente para contentarnos, que les da réditos para alcanzar el poder y que, a su vez, les puede servir para mantenerse en él; piensan que los ciudadanos carecemos de memoria y que, como borregos, mantendremos el “amén, aplauso y silencio” que, como discutiblemente dice la historia, mantuvo la Ciudad de Cervera con Felipe V, doblegada servilmente ante su presencia.

Los que exigimos y abogamos por mejores y más dignas condiciones de vida para todos los españoles y que prevalezca el interés por los derechos de las mayorías, -es la razón principal que justifica de cualquier elección-, inhibirse de ir a votar considero que es una pésima solución. No hay nada peor que no ver lo evidente; pero tampoco es mejor solución votar sin tener información suficiente sobre aquellos a los que queremos dar nuestro voto ni las consecuencias de haber votado a quien no lo merecía, porque detrás del voto equivocado está lo de siempre: el arrepentimiento o la queja y ambos nada ayudan al error cometido. De ahí que, además de votar, nuestro voto debe estar bien informado y justificado, para ello hemos visto los debates. En ellos se ha cumplido el protocolo, pero novedad y aclaración en las ideas y propuestas, pocas o ninguna. Muchos indecisos esperaban de estos debates la iluminación reveladora por la que decidir su voto; sabemos, sin embargo, por la historia, que convence más la retórica trufada de mentiras y reproches que la verdad de la palabra clara y comprensible.

Si con el fin de tomar precauciones para evitar posibles desgracias llamamos “alerta” al período anterior a la ocurrencia de un desastre y “alarma” a esa inquietud, susto o sobresalto causado por algún riesgo o mal que repentinamente nos amenaza, desde la sabia metáfora o advertencia, en estas elecciones aquellos que son conocedores de la historia y saben las consecuencias de una torpe elección, debemos estar “alerta”, sí, pero no alarmados con tal de que tengamos la sensata decisión de no votar a políticos ni a partidos de los que nos conste que no son honestos, leales, sinceros y coherentes. Debemos observar con atención sus rostros, ver la verdad o la mentira en sus ojos. Para verificarlo, hemos tenido oportunidad de ver y escuchar a unos/as y otros/as en mítines y debates. El daño que un político puede causar a un país tiene que ver más con su conducta moral, su decencia personal y su propia exigencia ética que con su ideología. De ahí que sea imposible que una democracia salga adelante con líderes corruptos, abyectos o incompetentes.

Ante las elecciones del próximo día 28, no podemos perder la memoria ni olvidar lo que hemos escuchado; pero lo que nunca debemos olvidar es la voz de la conciencia. Si exigimos a los políticos que van a ser elegidos una política de valores: responsabilidad, verdad, dignidad, transparencia, justicia, sinceridad, solidaridad, coherencia…, esos mismos valores nos los debemos exigir a nosotros que les vamos a votar. A la hora de votar, no podemos quitarnos la ética como nos quitamos el sombrero.

Hoy viernes, anterior al día de reflexión, se presentará un manifiesto firmado por más de un centenar de personalidades. Se titula, “Tú decides”, con el fin de animar la participación ciudadana en las elecciones generales del próximo domingo. No es un manifiesto para pedir el voto a ningún partido en concreto. El documento destaca que los valores de la dignidad humana “están ardiendo en la noche democrática” y que “la libertad, la igualdad, la justicia y la bondad son valores imprescindibles para un progreso social que no puede humillarse ante la mentira, el insulto, el racismo, el machismo y la avaricia”. Con “Tú decides” se pide que la España real, la tuya, la mía, la e todos, se movilice el próximo 28 de abril contra los odios de las mentiras reaccionarias y llene las urnas de bondad democrática. Pues eso, tu voto DECIDE.

“Informados, sí, pero no engañados”