viernes. 19.04.2024

La inexistente credibilidad de Rajoy: el hombre sin nada que decir

Spain's Prime Minister Mariano Rajoy talks to reporters after a control session at Spanish parliament in Madrid, Spain, September 30, 2015. REUTERS/Andrea Comas      TPX IMAGES OF THE DAY

¡Rajoy se hunde! Con esta rotunda afirmación muchos medios de comunicación auguran el futuro del presidente del gobierno y de su partido.

¡Qué incapacidad la de Rajoy como presidente, en particular, y su gobierno, en general, para solucionar los problemas de la ciudadanía! A pesar de los esfuerzos que hacen los que lo adulan por ocultarlo, no consigue convencer ni a los suyos. En las encuestas que se vienen haciendo en estas feches, un alto porcentaje de sus votantes así lo alertan. Viendo al descubierto las luchas internas que hoy anidan en el PP parecería que el partido político que lidera Rajoy sólo atrae ya a mediocridades irrecuperables, carentes de proyectos convincentes e incapaces de cualquier preocupación altruista o generosa, sin ideas, principios y valores, ávidos sólo de dinero y poder. Muchos ciudadanos tenemos la sensación de que “tal como actúa parece un púgil contra las cuerdas lanzando derechazos al aire”. Y el legado que habrá dejado -no en vano es el político peor valorado en todas las encuestas- es “una España empantanada”: corrupción, mentiras, incumplimientos, privatizaciones, injusticia, desigualdad, pobreza, precariedad laboral, insolidaridad, indefensión de los débiles, abuso de poder, amiguismo… El dilema para muchos dirigentes populares es que, de no renovar a su líder, Rajoy corre el riesgo de acabar desalojado del poder y con él, tantos miles de populares que llevan muchos años enganchados al cargo y al poder. En un imaginario posible veo a no pocos de los altos cargos populares, como Forges solía representar en sus viñetas a los que perdían el poder, “encadenándose a la mesa del despacho”.

En el Partido Popular las discrepancias sobre y contra Rajoy existen, pero no afloran; ¿por qué? Tenemos evidencia de que una vez que los que dirigen los partidos llegan a la cúspide del poder y demuestran su incapacidad y carencia de valía y valores, ¿quién se atreve de los suyos, los que se alimentan del pesebre y las “mamandurrias” que el poder del partido les proporciona (Aguirre dixit), a decir la verdad de lo que sienten? Sólo, y como autodefensa, son capaces empezar a “tirar de la manta”, la llamada “venganza de los propios” quienes han caído en desgracia y se sienten rechazados y repudiados (Costa en Valencia o Granados en Madrid). Por cierto, en todas las encuestas que hasta ahora se han ido haciendo, el 78% de los encuestados -incluidos más del 40% de los votantes del PP-, afirman creer lo que Granados y Costa han manifestado en sus declaraciones en sede judicial.

Mientras tanto, las previsiones más devastadoras se han cumplido ya en las elecciones catalanas; ha obtenido los peores resultados en unos comicios regionales, hasta el punto de que han puesto en venta la sede del partido en Barcelona. “La bestia despertó y nadie la esperaba”, canta Disfonía en una de sus canciones. Remedando su letra, “cuando Mariano Rajoy se despertó, los independentistas seguían en Catalunya y su partido, casi desaparecido…” Y sólo es el comienzo. Aunque no hay elecciones generales a la vista, la presión sobre Rajoy, que ha cimentado su carrera en el principio de “resistir es ganar”, parece ir en aumento. En este mes de febrero, según las encuestas, el 62% de los votantes del PP, a la pregunta ¿cree usted que el tiempo de Rajoy ya ha pasado y que debe dejar paso a un nuevo líder?, han respondido que “SÍ”. Rajoy, con 63 años en marzo, casi cuatro décadas en la política activa, es el más veterano de los dirigentes políticos y el único de su generación que sigue al frente de su partido tras la renovación que han experimentado todas las demás fuerzas políticas e incluso instituciones como la Corona.

Mariano Rajoy y el gobierno que preside, con una euforia repetitiva, vacía de significado, con una insoportable retórica verbal y ese mantra reiterativo que esconde la verdad y engaña a los ciudadanos: “con nosotros en el gobierno aumenta el crecimiento, baja el paro, y sube el empleo”, son el mejor ejemplo de que en España existen mundos paralelos, que coexisten, pero que no están conectados entre sí; mundos que ni se ven ni se tocan. Rajoy y su gobierno, y con él el partido que preside y tantos empresarios que poseen la mayor parte de la riqueza de este país, lo que realmente necesitan es más documentación, más información, más conocimiento y más visión de esa realidad en la que viven millones de ciudadanos: más de seis millones de españoles viven (mal viven) con salarios inferiores al salario mínimo; otros dos millones y medios son mileuristas, es decir, con algo más del salario mínimo interprofesional; Rajoy, Soraya, Fátima Báñez y la cúpula del PP y del empresariado español ignoran impúdicamente que ocho millones y medio de españoles carecen de esa posibilidad que hoy se les pide (casi se les exige) que ahorren, con fondos privados, como complemento a las pensiones públicas, si quieren disfrutar de una pensión de miseria en un futuro de jubilación, cuya edad ya se les anuncia que puede llegar hasta los 75 años. Esta es la inexistente credibilidad de Rajoy: “el hombre sin nada que decir”. Por lo que se ve, aunque lo escondan, con una popular imagen, para ellos todos esos millones de ciudadanos son los criados que sirven en el banquete en el que comen -y muy bien- los reyes, los políticos y los ricos de este país.

Con razón afirmaba Séneca que el mundo es del que posee o dinero o poder, o ambas cosas. Con más conocimiento de nuestra realidad española, lo repetía el profesor Aranguren: “La moral se esgrime cuando se está en la oposición; la política, cuando se ha obtenido el poder. Los valores morales se pierden sepultados por los económicos, pues en el origen de todas las fortunas hay cosas que hacen temblar”.

¿Cuáles son, pues, las expectativas de bonanza que puede albergar la ciudadanía española mientras gobierne Rajoy y el partido popular? A mi juicio, pocas o ninguna. Mientras escribo este artículo, más de cinco millones de ciudadanos se ha manifestado en las calles con el objetivo de visibilizar la realidad de la pobreza energética que golpea a millones de personas en España, fruto de una crisis injusta y de una gestión irresponsable centrada en recortes sociales y de derechos. Al mismo tiempo, como ejemplos paradigmáticos, el consejero delegado de Gas Natural Fenosa, Rafael Villaseca, ha rescindido su contrato con la compañía en este mes con una jugosa indemnización: 14,24 millones de euros, según figura en el informe de retribuciones remitido por la compañía a la Comisión Nacional del Mercado de Valores; y el sueldo que ganaría De Guindos si es nombrado vicepresidente del BCE, como quiere Merkel, se multiplicaría por cinco al que tiene ahora como ministro: 334.000 euros anuales, a pesar de que los europarlamentarios, sin poder decisivo, han rechazado su candidatura; pero es el premio de la señora Merkel a Rajoy y su gobierno por haber seguido a pies juntillas las políticas de ajuste dictados por ella. Estos son algunos ejemplos de la injusta realidad de las políticas de Rajoy.

Es justo analizar la preocupante gestión de Rajoy: ¿Cuándo comienza la decadencia y el hundimiento de un líder?; ¿por qué fracasan los partidos?; ¿qué modelo de gestión está realizando el PP: ético o estratégico?; cuando votan los españoles, ¿a quién eligen, a las personas o a los partidos?; ¿cuál es el objetivo o el interés por el que entran en política, por ambición de poder o por vocación de servicio?; ¿les gusta a los políticos la política -ocuparse de la cosa pública- o, como “mercenarios de la política”, los beneficios que ésta aporta: el poder y el dinero?, -(Zaplana decía que él había venido a la política para forrarse -sic- y bien que lo ha cumplido)-; ¿pueden construir la democracia quienes no la ejercitan en sus partidos?

La Fundación “Hay Derecho”, fundación independiente sin ánimo de lucro, hace unas reflexiones sobre la democracia en los partidos: “Hay que destacar que el artículo 6 de la Constitución del 78 establece que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos. Este precepto deriva de la acertada idea de que, para que una sociedad sea adecuadamente democrática, los partidos que en ella se encuentran también deberán ser democráticos, ya que, de lo contrario, será imposible, en todo caso, que la ciudadanía pueda tener verdaderamente el poder”.

El principal problema existente en la actualidad, en lo que a la actividad de los partidos políticos y a la toma de decisiones se refiere, es que la organización de los mismos se ha establecido de forma vertical y no de forma horizontal, de modo que las decisiones de ciertos miembros del partido prevalecen sobre la voluntad de los demás, que tendrán que elegir entre aceptar las ideas o revelarse, siendo la sumisión la opción más cómoda en muchas ocasiones en las que determinados militantes pretenden escalar dentro del entramado organizativo de la formación política. La situación existente en la mayoría de los principales partidos políticos es que se ha creado una casta dentro de cada formación, de manera que unos pocos controlan o intentan controlar en el aspecto ideológico y en el aspecto organizativo todo el aparato del partido, que incluye a los militantes que están en las bases. Bien claro lo decía Alfonso Guerra, con enorme cinismo: “Quien se mueve no sale en la foto”.

Me preguntaba más arriba ¿cuándo comienza la decadencia, el hundimiento y el abandono de un líder?: cuando los que se agarran y cobijan en él, perciben que con él se va perdiendo poder; cuando pretenden mantener la realidad que a ellos les beneficia, pero no la transforman en beneficio de la ciudadanía.

Según la teoría de las necesidades de David McClelland, psicólogo americano, en toda persona, en mayor medida en unos que en otros, nace el deseo por satisfacer tres necesidades básicas: la del logro, la del poder y la de afiliación. La de “poder”, sobre todo en los políticos, es la necesidad de controlar e influir sobre otras personas y grupos por la que ambiciona ser considerado alguien importante, con un cierto prestigio y éxito por encima de los demás; cuando, alcanzado el poder, surge, a su vez, el miedo a perderlo: se considera “el Síndrome de Cronos”.

Según la mitología griega, Cronos era el más joven de la primera generación de Titanes (una raza de poderosos dioses), descendientes de Gea (Tierra), y Urano (Cielo). Embriagado por su sed de poder, derrocó a su padre y gobernó durante la edad dorada. Urano, su padre malherido, antes de morir, le maldijo y deseó que corriera la misma suerte de manos de sus hijos. Para que no se reprodujera con él lo que él había hecho con su padre, decidió devorarlos nada más nacer; gracias a la argucia de la diosa Era, uno de sus hijos, Zeus, logró salvarse de tal destino, dando cumplimiento años más tarde a la maldición.

Quien lo padece tiene miedo a ser desplazado o sustituido. No es necesario que este miedo se manifieste en forma verbal; generalmente, se manifiesta de forma sutil, imperceptible para las mayorías. Quien padece esta patología evita hablar de los problemas que tiene, no expresa sus emociones, no exhibe sus carencias y se muestra y siente poderoso, con la capacidad de realizar todo lo que le echen; la mayor parte de las veces, sin éxito. Detesta delegar tareas, controla todo ya que cualquier detalle que pueda perderse puede ser utilizado por otros para ocupar su lugar. Sus relaciones se basan en el acatamiento y la sumisión, intentando demostrarles que es imprescindible para el partido.

Considerando cómo han sido hasta el momento la capacidad de Rajoy y su gobierno para dar soluciones a los problemas actuales a los que se enfrenta la sociedad, a pesar de su síndrome de Cronos, las posibilidades de que Rajoy pueda seguir gobernando son reducidas por no decir inexistentes. Una vez más, las respuestas que está dando ante preguntas incómodas han sido evasivas, imprecisas, ambiguas, vagas, cínicas, incluso inexistentes. Ya lo señalo en 2008, un amigo de los populares: Luis María Anson: “Mariano Rajoy es un mediocre candidato en elecciones generales. Al PP le conviene cambiarlo porque tendrá más probabilidades de vencer con otro líder… que despierte ilusiones y sume en lugar de restar, integre en vez de dividir… Mas, aferrados al poder, las gentes del entorno de Rajoy trabajan como fieras para no ser expelidos de sus enchufes. Si hubieran laborado con tanto entusiasmo en los últimos años otro pavo real cantaría. La exaltación de Rajoy a la jefatura del PP es de vergüenza ajena. ¡Qué espectáculo!” Pero Rajoy quiere seguir. Ya lo decía el pesimista Schopenhauer: “Si el temperamento de los individuos no cambia jamás, ¿cómo podría transformarse el de los pueblos?”. Tal vez podríamos hallar aquí algunas de las claves para entender lo que nos está pasando.

Hace algún tiempo, un equipo de psiquiatras realizó un informe sobre los trastornos que provoca la adicción al poder; he aquí una de sus conclusiones: “Si los políticos prolongan su permanencia en el poder, se vuelven seres prepotentes, megalómano; sólo buscan el halago, pronuncian discursos farragosos, se aíslan, pierden su capacidad de autocrítica y, por tanto, el sentido de la realidad”.

Concluyo en resumen alguna de las reflexiones a las que llega Piero Rocchini en su libro titulado “La neurosis del poder”, para radiografiar los efectos perversos que provoca en los políticos el continuado desempeño de cargos de notable relevancia, olvidando la finalidad para la que habían sido elegidos: “Soy una persona importante, mejor dicho: importantísima. Soy el centro del universo y los demás existen para dar vueltas a mi alrededor”; denunciaba que “el narcisista vive en el mundo como si fuera un habitante de otro planeta, de modo que solo mediante un esfuerzo extremo consigue percibir lo que sucede a su alrededor”; “el político narcisista vive para sí y la atención hacia los demás es solo instrumental”, de forma que todo lo que está “por debajo de su nivel de consideración se convierte en una amenaza para la autoestima”.

¿Cuándo empieza la decadencia de un político o de un partido político? ¿Se hunde Rajoy y su partido? No es algo repentino, sino un proceso gradual, lento y sigiloso cuyos estragos se descubren fatalmente un día, como se descubre, con estupor, la llegada de la vejez. Mas cuando la decadencia se hace evidente, ya es un mal avanzado e irremediable: hay que reemplazarle. No es extraño, pues, como afirma un viejo y decepcionado político, que a los jóvenes las disputas políticas les deje indiferentes: contemplan, en general, esta actividad con indiferencia. Consideran que los políticos siempre han sido cazadores de votos y de puestos públicos, que el parlamento nunca deja de ser una feria clientelista y que el pueblo ha cumplido solo el papel de indiferente espectador de estos manejos y de manso cordero en los momentos electorales.

La inexistente credibilidad de Rajoy: el hombre sin nada que decir