jueves. 18.04.2024

(Im)prescindibles y/o (ir)responsables

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Rajoy, en el último pleno de constitución de las Cortes.

En el juego de “trileros” el truco es saber qué carta hay que destapar. Después de las reuniones mantenidas por el Presidente en funciones, Mariano Rajoy, con las diferentes fuerzas políticas parlamentarias si conocemos qué han dicho los distintos líderes políticos, también tenemos derecho a saber qué ocultan, con el fin de dar salida a este “impasse” político. Según los futuros e inciertos resultados en “este juego trilero” de pactos, mentiras, ocultaciones, negaciones, abstenciones, tacticismos e imposturas, tendremos también claro qué prefijos suprimir o mantener de los dos adjetivos del título del presente artículo y a quién atribuirlos: quiénes son “prescindibles” o “imprescindibles” y quiénes “responsables” o “irresponsables”.

Y mientras escribo estas reflexiones, ha sido elegida como presidenta de la Cámara de Diputados, Ana Pastor, gracias al acuerdo entre el PP y Ciudadanos con la abstención de los partidos nacionalistas e independentistas que no han apoyado al candidato alternativo en segunda votación; en la elección de la Mesa del Congreso, han aparecido 10 vergonzantes votos ¿secretos? y pactados con los nacionalistas e independentistas para sumar al apoyo de los representantes del PP y de Ciudadanos. No hacía falta ser determinista ni politólogo para tener la certeza de que esto podía resultar así. Era predecible, conociendo la capacidad sinuosa de intriga que caracteriza al PP y ese discurso taimado que pretende impregnar la sociedad de una calculada ambigüedad despolitizada y sin ideología definida con la que, desde la convocatoria de las elecciones del 20D y, posteriormente, del 26J, se ha mantenido el líder de Ciudadanos; a ello se suma, con “la jugada catalana”,  esa cínica y falaz respuesta del diputado convergente Homs afirmando que "esos diez votos secretos no cambian nada". Este ha sido el acto 1º de otra anunciada escenificación que Rivera y los nacionalistas protagonizarán en las próximas sesiones de investidura de Rajoy como posible presidente del Gobierno.

Albert Rivera y sus conmilitones no han dejado de repetir desde hace meses que Ciudadanos “ha llegado a la política para cambiar las cosas, para regenerar la democracia”; incluso el eslogan de su cartel electoral para “el 26J” rezaba así: “Tiempo de acuerdo, tiempo de cambio”; también han repetido en exceso que "son el gran partido de centro".  Bueno es recordarles de nuevo que una cosa es ser de centro y otra muy distinta “estar en medio”: estorbando.

Tengo escrito lo que Wittgenstein en su obra Investigaciones filosóficas decía sobre los juegos del lenguaje: “el lenguaje es imagen de la realidad (…) El significado de una palabra está en el uso que hagamos de ella, en su puesta en práctica”. De ahí que, analizadas las tajantes afirmaciones de Rivera y las de hace apenas unas semanas: ni apoyaremos ni nos abstendremos en una posible investidura del Rajoy, se hace difícil comprender qué quería decir cuando hablaba de “regeneración democrática y de cambio” y de “ni apoyar ni abstenerse”. Regeneración en su uso y significado intelectual y político es la tendencia a volver a generar en una comunidad aquellos valores morales y sociales que se consideran perdidos, traicionados o aminorados. Aunque el Partido Popular y algunos medios de comunicación consideren, como Rajoy, que el resultado electoral le blanqueaba a él y a su partido, Ciudadanos, que hizo de esta cuestión su bandera, ha olvidado rápidamente sus promesas de “nueva política”, al estar dispuesto a favorecer la reelección de Rajoy como presidente y pidiendo a otros que también lo hagan.

Si Ciudadanos considera que la regeneración y el cambio los encarnan y representan Mariano Rajoy y el Partido Popular, entrará en contradicción con sus principios y promesas e iniciará (creo que ya lo ha iniciado) su propio descrédito. No se puede entender que el partido que ha envilecido la política como ningún otro merezca un voto para presidir un gobierno de regeneración y cambio democráticos. Apoyar a Rajoy no deja de ser apuntalar un partido y una política decadentes por muchos que sean los puntos y sillones que puedan acordar en futuros pactos. ¿Quién puede dudar de que, con el objetivo de alcanzar la presidencia del Gobierno que Rajoy y su partido tanto ambicionan y necesitan para seguir en el poder, estarían dispuestos a pactar y firmar cuantos acuerdos fuesen precisos? Teniendo presentes los numerosos incumplimientos programáticos que durante la legislatura finalizada en 2015 nos ha regalado el PP, ¿quién garantiza que no hará lo mismo cuando, a conveniencia de los intereses de partido, lo estime oportuno?

Resulta poco creíble esa retórica con la que Rivera y Ciudadanos han justificando su apoyo a Ana Pastor, cuyo talante personal puede parecer mejor que el de Cospedal, pero ambas militan en el Partido Popular, partido que tiene una visión de la realidad desfigurada y horadada por enormes boquetes de corrupción; puede que sea mujer de formas suaves pero no por carácter sino por un pusilánime temperamento; encorsetada y contenida -como se ha evidenciado en la entrevista del día 20 en la Cadena Ser-, sin dar muestra alguna de que con ella de Presidenta puedan producirse los cambios necesarios en el funcionamiento de la Cámara; como decía Josep Ramoneda en la Cadena Ser “Ana Pastor es la agente de Mariano Rajoy que cumplirá una función muy precisa: defender sus intereses en al Parlamento”. Tal vez hoy Rivera y Ciudadanos, con solo 32 diputados, puedan estar contentos con su victoria por los puestos alcanzados en la mesa del Congreso y quieran vender a sus votantes “los logros conseguidos”, suavizando sus incumplimientos. Algún tertuliano, incluso, les ha aplaudido porque “saben hacer política”. Otros, en cambio, tenemos otra concepción de la misma y recordamos al señor Rivera que las miserias y ambiciones humanas no impiden la historia, pero sí pueden desfigurarla e, incluso, denigrarla. En estos últimos días, y con sus bandazos y contradicciones, tanto Rivera como Ciudadanos han quemado todas las naves de la credibilidad de “su nueva política”: ni regeneración democrática ni cambio. Tendrán que pagar por sus permanentes contradicciones en el regateo e intercambio de cargos, por su ambición de visibilidad y por el dinero que recibirán por los puestos conseguidos en la Mesa del Congreso y en las distintas Comisiones; y pagarán también, sin duda, en un próximo futuro el precio de su apoyo. Se vislumbra un final para ellos parecido al de UPyD: los inteligentes electores siempre prefieren “el original” a “la copia”.

¡Qué clarificadora la viñeta de El Roto en el diario El País del 27J!: sobre una agenda, a modo de diario, una mano escribe en la página correspondiente al día 26: VOTACIÓN; en la siguiente, día 27: ARREPENTIMIENTO. ¡Cuántos diputados, que representan a millones de ciudadanos, como tantos ingleses tras al referéndum del Brexit, no tendrán que arrepentirse mañana de lo votado hoy y sin posibilidad de marcha atrás, a no ser que nos veamos avocados (no es descartable) a unas terceras elecciones! Y mientras tanto, ¿qué?

Desde el 27J existe amplia coincidencia -con matices- en señalar que es al Partido Popular a quien corresponde formar Gobierno; así lo exigen ellos mismos al proclamarse el partido más votado; para conseguirlo, Rajoy y su partido deberían aunar voluntades con el fin de alcanzar esa mayoría parlamentaria necesaria. Si escuchamos, sin embargo, a los restantes líderes de los partidos políticos, su presidencia en el Gobierno está en el aire al ser incapaz de sumar apoyos; ninguno de los partidos políticos, excepto el suyo (representa sólo el 32% de los electores) quiere pactar con él. Con él se han roto casi todas las expectativas de posibles cambios. Han pasado ya casi cuatro semanas y Rajoy quiere que los otros le regalen la mayoría que él es incapaz de construir, bajo el chantaje de ir a unas terceras elecciones. Es verdad que nadie le puede negar que quería controlar el Congreso y la Mesa, y lo ha conseguido, en el marco de ese “festival de imposturas” en el que ha consistido la elección de la presidencia y la Mesa del Congreso. Hasta con un indecente pragmatismo de enormes tragaderas, ha recibido el apoyo y la confianza, bajo sospechosos y secretos pactos, de Convergencia -hoy Partido Democrático Catalán y otrora enemigo rupturista de la unidad de España-. Aún podemos recordar acudiendo a las hemerotecas lo que decían los líderes y miembros del partido popular sobre los supuestos pactos que Pedro Sánchez pretendía llevar a cabo con las fuerzas nacionalistas e independentistas para sacar adelante su investidura: "Para llegar a la Presidencia del Gobierno no vale todo", decía en Twitter Mariano Rajoy el 16 de enero; y el “moderado” Pablo Casado, vicesecretario de Comunicación del PP, además de llamarle “Judas”, aseguró que el líder del PSOE iba a intentarlo "todo para ser presidente en cinco minutos y para ello se echaría en brazos de los que intentan romper España". Está claro que todo vale si lo hacen los míos y es impresentable si lo hacen los otros.

Analizadas las encuestas y las previsiones realizadas por los medios para las elecciones del 26J y comparadas con los resultados obtenidos por los cuatro grandes partidos, el trabajo de las empresas demoscópicas ha resultado un fracaso notable. Teniendo como criterio asumible que el margen de error y la desviación en una encuesta bien elaborada fluctúa entre + ó - 2,5%, los márgenes de error de todas ellas han estado entre el 14,7% y el 9,9%; el propio CIS ha dado un incomprensible 11,3% de error. Por no hablar del fallido “sorpasso” que auguraban entre el PSOE y Unidos Podemos, siempre a favor de UP; todas han resultado un fiasco (el CIS daba un 21,2% al PSOE y un 25,6% a UP); todos conocemos los resultados. Si su trabajo consiste en detectar tendencias en el voto de los electores, a la vista de los resultados y en el margen de la lógica, podemos deducir que nos sobran las encuestas y los encuestadores, además de sus desaciertos no es irresponsable deducir que los errores, intencionados o no, condicionan y dirigen el voto de los electores. Resultan, además, inaceptables las interpretaciones demasiado ingenuas de las empresas demoscópicas: a sus inexplicables errores habría que añadir algo peor: que ninguna de ellas han realizado una seria autocrítica. Y si equivocadas han estado las encuestas, no digamos las opiniones, henchidas de dogmatismo, de tantos gurús, tertulianos y politólogos que, como en micología, en tiempo de elecciones nacen como los hongos. En sus opiniones vierten unos resultados excitantes y rotundos, apoyados en otras opiniones, tan banales como las suyas, sin admitir lo que siempre es prudente advertir: “no estoy seguro” o, simplemente, “no sé”. Se atreven a dar por seguras afirmaciones inciertas y, como la Pitonisa de Cumas, nos quieren hacer creer a pies juntillas opiniones dudosas y carentes de apoyos objetivos. A todos ellos habría que recordarles: Podréis dar grandes titulares, pero hacéis un pésimo periodismo.

Y mientras, en ese “cálculo de pactómetros” con los que a diario nos entretienen y atontan los medios de comunicación, tertulianos y politólogos, casi todos los cálculos tendrían una fácil solución que despejaría tantas incógnitas; si se pide alturas de miras y sacrificios, señalo uno: “¡Que se vaya Rajoy!”. Rajoy y el PP hablan de la necesidad de un gobierno que dé estabilidad, pero una gran parte de ciudadanos tenemos claro que durante el pasado gobierno, con mayoría absoluta, Rajoy nos ha conducido a la mayor inestabilidad desde el 23-F. Con su rodillo ha sido intransigente con los restantes grupos políticos, con sus políticas ha aumentado la desigualdad, la corrupción se ha generalizado en todas las Administraciones que ha gobernado, ha exacerbado y dado alas al independentismo, ha cercenado libertades y derechos civiles, ha destrozado con la LOMCE la educación, ha minorado el estado de bienestar, casi ha vaciado la hucha de las pensiones y se ha generalizado la desconfianza en las instituciones. ¿De qué presume, entonces, Rajoy? Con este balance y su discutible gestión, como recogía un importante diario en su editorial hace días, es obvio que Mariano Rajoy no merece volver a presidir el Gobierno. Para muchos españoles “Rajoy no es la solución, es el problema”. No es la llave, es el cerrojo. Afirmaba el revolucionario Danton que “solo se elimina bien aquello que se reemplaza”. Si se quiere eliminar el problema, hay que reemplazar a Rajoy. Con cierta ironía, -los populares han hecho alarde y militancia tantas veces de sus convicciones religiosas en temas de menor importancia política-, habría que aconsejar al creyente Rajoy que cumpla esa máxima del evangelio de San Juan (cap. 10): “Yo soy el buen pastor y el buen pastor da la vida por sus ovejas”. Mucho me temo que este harakiri político necesario no se lo va a hacer el presidente en funciones. En estos días no ha dejado de suplicar en los medios que le dejen gobernar; como la célebre “María Cristina”, pedía y repetía: “¡Yo quiero gobernar!”. Con razón Kant, el filósofo más ilustrado, señalaba la presencia en el ser humano de un “oscuro yo” que siempre prefiere el beneficio egoísta a la grandeza de la verdad y el deber. Con él y sus políticas no debe haber votos baratos ni estúpidamente generosos.

Recuerdo algunas viñetas de Forges en las que representaba el apego excesivo al cargo de muchos políticos que cuando les llegaba el momento del cese les dibujaba fuertemente encadenados a la mesa del despacho. Estoy convencido que, cumplida esta hipótesis, se solucionarían, en una gran parte, los problemas, se facilitarían algunos pactos y acuerdos importantes para echar andar en las políticas del cambio, en aquellas que coinciden PSOE, UP y C”s; se evitaría eso que él tanto repite: “Que unas terceras elecciones serían un broma de mal gusto”.

Y al hablar de “cambio” habría que recordar a C’s, PSOE y UP que “el cambio que a todos nos preocupa e interesa” no es un punto de partida sino un resultado o una suerte de construcción al que hay que llegar entre aquellos que lo quieren; esto solo se realiza, no por casualidad, sino por acuerdos y consensos. Se trata de un ejercicio de imaginación política; tal ejercicio de diálogo, en este caso, es completamente libre y a nada compromete a quienes a él se entregan. Considero inaceptables las maniobras de apropiación del cambio; todos hablan de él, pero estamos viendo cómo la construcción de este concepto se hace siempre en un tono polémico; abundan las controversias y enfrentamientos con los otros interlocutores a los que se combate; la idea de cambio debe ser voluntad de todos pero no propiedad exclusiva de nadie. El cambio debe expresarse, antes bien, como una suerte de continuo e infatigable “work in progress” donde en cada momento el cambio debe ser coproducido e incluir la posibilidad de poder ser redefinido o re-decidido. Debe ser pensado como una posibilidad abierta a la transformación y como co-actividad, y no como una co-pertenencia, co-propiedad o co-posesión de ningún partido. Una co-actividad que no cesa y que funciona y se renueva una y otra vez en virtud de la reciprocidad y del compromiso de sus participantes. No se trata de un viaje como una acción de protesta, sino del modo de acción que procede de la co-obligación política exigida por los ciudadanos de trabajar juntos.

Por otra parte es conveniente recordarles que el trabajo de los políticos no es polarizar y dividir la sociedad; al contrario, ha de ser dialogar, pactar y buscar el bien común, ser capaces de ilusionar y no encallar en maximalismos y líneas rojas. De ahí que por responsabilidad hay que instarles a que dejen a un lado sus intereses personales y partidistas o, incluso, que se echen a un lado si fuera necesario, y se comprometan a dotar a España de un Ejecutivo en el plazo más corto posible.

PSOE y Podemos le han dicho no a Rajoy, y Ciudadanos, la marca blanca de la derecha, a lo sumo se apunta a una abstención técnica para no cargar con el peso de la culpa. Pero si no se tiene mayoría suficiente y no se es capaz de construir alianzas, ¿cómo pretende Rajoy formar Gobierno? Quiere que los otros le regalen la mayoría que él es incapaz de construir, bajo el chantaje de ir a unas terceras elecciones. Estoy seguro que la inmensa mayoría de ciudadanos le decimos, como en otro momento Aznar a González: “¡Váyase, señor Rajoy!”

Y ¿qué decir del PSOE? Los distintos grupos parlamentarios, también la mayoría de los medios de comunicación, han señalando, de modo especial a su secretario general, Pedro Sánchez, como responsable de un hipotético fracaso, cuando constitucionalmente, y por encargo del Jefe del Estado, asumió la responsabilidad de formar gobierno, desbloqueando así la irresponsable negativa de Rajoy. Todos sabemos cómo acabó el intento. Para más “inri”, en estos momentos se quiere echar sobre las espaldas del PSOE la responsabilidad de abstenerse para facilitar así la investidura de Rajoy. Curiosa transferencia de responsabilidad, bajo la amenaza de incurrir en unas terceras elecciones que, cara a la galería, nadie quiere. Para colmo de desatinos, en lugar de una férrea y necesaria unidad del partido, algunos barones socialistas siembran más confusión y división proponiendo medidas diferentes a las adoptadas por su Comité Federal. Y no se para ahí la cosa; en un manifiesto firmado, entre otros, por algunos ex ministros socialistas y en un artículo escrito por Felipe González en El País, se decantan, con matices, por dar apoyo a la investidura de Rajoy… ¡Qué fácil es, viendo los toros desde la barrera, apostar por una decisión que, posiblemente, esté pensada con la vista y el corazón puestos en los mercados financieros en los que, tal vez, tengan depositados pingües beneficios e intereses. Habría que recordarles a estos próceres socialistas la frase de Frank H. Knight, quizá el más profundo y erudito pensador que la economía estadounidense haya producido: “Ningún móvil específicamente social y humano debe ser económico”. En contra de la opinión de “estos sabios interesados”, muchos ciudadanos, que han votado y votan con el corazón y una firme convicción política y socialista, este apoyo a la investidura de Mariano Rajoy sería el comienzo anunciado de un abandono definitivo del PSOE. De plantear y darse esta posibilidad, de acuerdo con el título de una novela de García Márquez, se estaría escribiendo la crónica de la muerte anunciada, aunque lenta, del PSOE:

Podemos, a su vez, debe entrar en una reflexión en profundidad; la actual situación y la torpeza de “quererlo todo” -algunos les han bautizados como “los atrapalotodo”- en su doble negativa a la investidura de Pedro Sánchez, les ha pasado y les seguirá pasando factura por las expectativas que habían generado y proclamado de que con su entrada en política y sus formas de hacerla se podría aspirar a “asaltas los cielos”; con Pedro Sánchez, sin ser el cambio de progreso que ellos deseaban, al menos era un importante cambio respecto a lo que teníamos; pero con su “atrapalotodo” han hecho imposible que ese aceptable cambio quedara totalmente frustrado, al menos durante otros cuatro años; han preferido la destrucción bíblica: “Que muera Sansón con todos los filisteos”. Con ellos y sus bravatas han hecho un largo y triste viaje para llegar al principio, sin cambio y novedad alguna. Con Unidos Podemos tenía la izquierda malas cartas y encima las ha jugado pésimamente. Con la obsesión, tácita y confesa a la vez, de dar el sorpasso y ganar espacio al PSOE han demostrado utilizar los modos de la vieja política que ellos tanto criticaban al no saber administrar el caudal de confianza ganado en las urnas; los votos que muchos ciudadanos les dieron (han perdido más de un millón) no los recibieron para acabar con el PSOE, sino para cambiar el gobierno de España y las instituciones. Y por mucho que lo quieran ignorar, a mi juicio, la responsabilidad de que de nuevo Mariano Rajoy pueda ser investido presidente y el Congreso lo haya acaparado y presidido el “PP” durante otros cuatro años, gran parte de responsabilidad la tienen ellos. En estos momentos, cuál ha sido el resultado: ¡Poco o nada!, excepto pequeños alardes y muestras de escenificación de un circo mediático en su toma de posesión como diputados en la sesión inaugural de las Cortes. Han jugado con unos votos que no tenían cuando han estado dando la matraca con un “gobierno de progreso”, en el que incluían -¡cómo es posible tal imprevisión!- al PNV y Convergencia, partidos de la derecha, que al final han apoyado a la derecha. Tuvieron en sus manos cambiar el gobierno de España con una abstención y dejaron pasar esa oportunidad. La perspectiva de alcanzar el poder había sido el principal factor de cohesión de Podemos; su maximalismo ha dado pocos resultados; lejos de ser un partido cohesionado, al ser múltiples las facciones ideológicas y territoriales que conviven dentro (“la sopa de letras que querían evitar”), muchas veces con posiciones irreconciliables entre sí, en esta situación se puede abrir la posibilidad de una progresiva fragmentación. Trabajaron con unas expectativas que no eran ciertas, seducidos, por unos resultados “sexis” -como ellos los han calificado- que han devenido frustrados. Y en el envite, han difuminado para siempre a Izquierda Unida, que en las encuestas y sin Podemos, iba aumentando en intención de voto. Como dicen los castizos: “Para ese viaje no se necesitaban alforjas”. Podemos ha quedado configurado como un gran partido de oposición, pero por ahora sin mucha capacidad de condicionar la agenda política. Les conviene una profunda revisión y reflexión.

Ultimas reflexiones: al que enseña filosofía o historia es un exceso llamarle “filósofo” o “historiador”; del mismo modo, y la experiencia en esto es sabia, no es suficiente estar en política para ser “buen político”. Según la LOGSE, el CAP era el Certificado de Aptitud Pedagógica, requisito indispensable para que licenciados, ingenieros, arquitectos o equivalentes pudieran ejercer de profesores en la enseñanza secundaria. Los simples conocimientos teóricos no garantizan una aptitud pedagógica imprescindible y una acertada metodología para la enseñanza. Habría que exigir algo parecido para el ejercicio de la política: pasar de ser becario a dirigir la empresa, salvo raras excepciones, puede resultar un fracaso. Algo parecido puede pasar (de hecho, pasa) cuando del activismo social y la contestación se pretende gestionar el gobierno de la nación de inmediato. Utilizando la metáfora de Freud en su trabajo “El malestar en la cultura”, en el que hablaba de que en nuestra sociedad existen “dioses con prótesis”, existen también “políticos con prótesis”; si les suprimes sus tecnologías, sus redes sociales, su twitter, su tablet, su visibilidad en los medios… apenas tienen presencia y discurso. Hemos iniciado unos tiempos en los que la mayor parte de los ciudadanos no cuentan para los políticos, los medios, los periodistas, los tertulianos, los sociólogos. Sólo tienen voz y presencia quienes dominan la palabra y las redes sociales; ellos crean, controlan y dirigen la opinión, ayudados por la servil frivolidad de algunos medios de comunicación. Los políticos con excesivas prótesis, además de “clónicos”, pueden devenir en altavoces de la voz de su amo.

Sostenía más arriba que una cualidad fundamental y necesaria de todo buen político es saber gestionar las expectativas, también los éxitos y los fracasos. A la vista de cómo han ido gestionando los actuales líderes políticos los resultados de las dos últimas elecciones -20D y 26J- y las expectativas de los ciudadanos, el déficit de gestión política en todos ellos ha sido bochornoso. Hay que recordarles que lo más difícil no es generar expectativas, sino gestionarlas; que la política del éxito no acaba cuando eres elegido, sino consiguiendo el cambio que la gente espera y desea. En ese dilema de adjetivos con el que titulaba este artículo, y analizando con imparcialidad y sin pasión la talla humana, el perfil de los cuatro líderes y cómo están gestionando la presente situación, me atrevería a despejar la disyuntiva, manteniendo sólo uno de los dos prefijos: todos ellos están demostrando ser “prescindibles” e “irresponsables”.

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