viernes. 29.03.2024

“España debe ser de todos…, pero no es igual para todos”

rey congreso

“Si el trabajo no da los beneficios que se requieren para tener cubiertos los derechos básicos, entonces la desigualdad social no disminuirá”.

Informe de la ONG Oxfam Intermón 2019


Este lunes, 3 de febrero, en el Congreso de los Diputados se ha celebrado la apertura de la XIV Legislatura. Ha contado con la presencia de los Reyes y sus hijas y la ausencia de los 49 diputados de Junts, ERC, EH Bildu, CUP y BNG. Resulta chocante que el presidente y todos los ministros del gobierno representen y pertenezcan a partidos que se declaran republicanos; también es chocante que algunos de los que en pie aplaudían hoy, en el abarrotado hemiciclo, tal vez por protocolo, a la entrada y al final del discurso del monarca, hace apenas dos meses contestaban su presencia sin aplausos, incluso, descortésmente sentados. Aceptando que la buena educación no significa la pérdida de las convicciones ni que “lo cortés no quita lo valiente”, como se dice popularmente, resulta también chocante o incoherente la facilidad con la que, al ocupar el poder, pasen de la descortesía a la aceptación sumisa de lo que sea necesario con tal de mantenerse en él. Me trae a la memoria la frase de Eneas en la Eneida de Virgilio: “Quantum mutatus ab illo”! (¡Cuán grande ha sido el cambio en él!), al ver cómo había cambiado Héctor; o, más cercano en el tiempo y en el idioma, lo que dicen los versos de Góngora: “Aprended, flores, de mí, lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mía no soy”. Consciente de la pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones, también en la monarquía, el rey en su discurso ha apelado a los partidos a recuperar dicha confianza. Y es cierto, no hace falta que lo recuerde el monarca; las encuestas vienen registrando desde hace años que en España son bajos los niveles de confianza social en las instituciones y de satisfacción con el funcionamiento de la democracia.

Una de las frases que ha pronunciado el rey en su discurso, - ¡qué fácil es hablar con bellas expresiones, pero fallidos deseos! - es que “España debe ser de todos y para todos”. El problema cierto es que, aunque “España deba ser de todos”, en el reparto, a algunos les toca casi toda España, y a otros, la inmensa mayoría, poco o casi nada. No es más que la realidad de la “leonina” moraleja de un reparto nada justo ni equitativo, de la fábula “el león, la vaca, la cabra y la oveja”, de Esopo que aprendimos en la escuela. Basta leer el Informe actual presentado por la ONG Oxfam -en el Foro de Davos-; sobre el reparto de la riqueza en España el informe dibuja un panorama desolador. Así lo recoge Nueva Tribuna en un artículo de Susan George, filósofa y analista política, para quien la desigualdad económica aumenta sin que de momento se vislumbren acciones reales y concretas para combatirla. En momentos de crisis al pueblo se le pide austeridad, pero en realidad, la austeridad funciona muy bien para lo que ha sido diseñada, ¿con qué fin?: transferir la riqueza de abajo arriba; y lo más graves es que nos han convencido de que es el mejor de los resultados. En el artículo cita una frase de Adam Smith escrita en 1776, en “La Riqueza de las Naciones”: “Todo para nosotros y nada para los demás parece haber sido, en toda nuestra historia, la vil máxima de los señores de la humanidad”. La realista y sensata frase contradice el aforismo del monarca: “España debe ser de todos…, pero no es igual para todos”.

Es preocupante que nuestros líderes ignoren que los consensos hay que buscarlos y construirlos, no vienen dados de fábrica

Ni siquiera con el cacareado Estado de bienestar que nos dicen que tenemos se cumple el deseo de Felipe VI. Sabemos que el Estado del bienestar se define en función del desarrollo económico que garantiza empleo y renta a la población y un sistema público de recursos que asegura la cobertura de servicios básicos y la corrección de las situaciones de necesidad no cubiertas por el mercado; sabemos también que para conseguirlo habría que integrar eficiencia y equidad, es decir, garantizar una renta básica digna a toda la población, unos recursos y bienes esenciales (educación, sanidad, vivienda, dependencia, servicios sociales…) y una seguridad social que incluya prestaciones en caso de desempleo, enfermedad y jubilación. Preguntar cómo se reparte el Estado de bienestar, es en el fondo preguntarse cómo se reparte la riqueza; como respondía más arriba de forma gráfica y volátil Susan George: se transfiere, se escapa, se absorbe en dirección vertical de abajo arriba, concentrando arriba la riqueza extrema, y si hay concentración extrema en un polo, el de arriba, en el otro, el de abajo, se dará necesariamente la extrema pobreza, la extrema desigualdad, pues ambas, desigualdad y pobreza están íntimamente ligadas. Estamos viendo que las medidas que nos dicen que se están tomando para combatir la desigualdad, al menos hasta ahora, no han sido ni son suficientes.

Si se habla de combatir la desigualdad, como ha hecho el gobierno chino con el “coronavirus y hospitales en diez días”, hay que actuar con rapidez y construir un futuro más justo, donde mujeres y hombres disfruten en igualdad y dignidad de todos sus derechos. Lo describe de forma magistral, aunque aplicado a otro contexto, la preocupante situación social de Estados Unidos, esa nación dirigida hoy por un histriónico político, la frase del Juez de su Corte Suprema, Louis Brandeis: “en este país, podremos tener democracia o podremos tener una enorme riqueza concentrada en las manos de unos pocos, pero no podremos tener ambas cosas a la vez”. Por otra parte, en su ensayo “El Pensamiento Secuestrado”, Susan George explica cómo a partir del final del siglo pasado las entidades y los colectivos más intolerantes y regresivos, los vinculados con el pensamiento neocón (neoconservador) se han apropiado de las instituciones, desde los medios de comunicación hasta los partidos políticos, las universidades y las iglesias, acaparando todos los campos de influencia y poder no solo el cultural y político sino el religioso y el intelectual. Susan George habla de organizaciones, fundaciones, lobbies e iglesias que persiguen favorecer y aumentar los privilegios de unos pocos pasando por alto las desigualdades socioeconómicas de la mayoría a través de un mensaje aparentemente progresista a favor del bien común. Plantea, además, cómo esta doctrina “neocón” no ha calado sólo en la derecha tradicional, sino también dentro del Partido Demócrata americano y en la socialdemocracia europea, lo cual es una consecuencia de la influencia del pensamiento y la cultura estadounidense en todo el mundo. De ser así, y creo que lo es, la situación es preocupante y lo es también en España; basta contemplar la dificultad que estamos teniendo por la cerril confrontación de los políticos en nuestra propia gobernabilidad y que las instituciones, todas, se adecuen a la realidad y no a ilusiones, fantasías y deseos de los poderosos.

Es preocupante que nuestros líderes ignoren que los consensos hay que buscarlos y construirlos, no vienen dados de fábrica. Creo que ha sido esta mañana en su discurso, que la Presidenta de la Cámara citaba una frase de Sófocles en su tragedia “Antígona”; en ella hay un diálogo entre Creonte y su hijo Hemón en torno a la dificultad de gobernar la polis, la ciudad; Hemón, recriminando a su padre, le dice: “Sólo en un desierto podrás gobernar perfectamente en solitario”. Pues, no, no estamos ni en un desierto ni en la Grecia de Sófocles, aunque los antiguos griegos parece que gobernaban con más sensatez que nuestros líderes actuales. Nuestros políticos están en permanente creación de conflictos, pero una cosa es generar el conflicto y otra muy distinta gestionar la salida del conflicto. Sin enfrentarse a la mínima autocrítica, sin arrepentimiento alguno por sus responsabilidades por lo hecho en el pasado, llevamos demasiado tiempo escuchándolos que la culpa de los males que padecemos la tienen los otros; son ciegos a la realidad ocultando los problemas que existen y creando otros innecesarios (“el veto parental”, p.ej.). Es para echarse a llorar. Sin embargo, la responsabilidad de cualquier mala gestión que padece la sociedad siempre tiene nombres, caras e imágenes. Si nos enfrentamos a problemas globales, las soluciones tienen que ser globales también. La situación de desigualdad y empobrecimiento de amplísimas capas de la sociedad se está haciendo insoportable; el modelo social, laboral y político que nos fijamos y nos dimos en la transición con la Constitución del 78, a pesar de los años trascurridos, poco tiene que ver con el actual. No se arruina la economía, la sanidad, la educación, la dependencia, no aumenta la contaminación, no se desprestigian las instituciones como la monarquía, el gobierno, la justicia, el parlamento, no se incrementa la desigualdad, ni el preocupante aumento de la violencia de género o el deterioro, en suma, de la democracia, si no es porque nuestra clase política, económica o social, en el gobierno o en la oposición, han entrado en situación de catalepsia, ese trastorno que se caracteriza por la inmovilidad en la gestión y la pérdida de la sensibilidad social y moral.

Resulta paradójico que los partidos que a sí mismos se dicen constitucionalistas, - ¡con qué frivolidad se están atribuyendo este adjetivo la derecha contra la izquierda! -, reivindiquen la transición y que aquellas cuestiones políticas y sociales que quedaron sin resolver, sigan hoy incrustadas en los partidos y en los fuertes poderes económicos actuales. Nuestros líderes políticos, económicos o sociales se comportan con excesiva carga emocional y escasa reflexión y generosidad altruista; si acaso, sólo son generosos consigo mismos y con los suyos. Ellos son conscientes de su autoridad legal, pero la autoridad moral no se les proporciona en el BOE con el cargo; deben ganársela día a día. Es ilusorio exigir buenas soluciones a tales males cuando el diagnóstico que hacen de la situación es contradictorio, cuando las medidas que unos proponen los otros las vetan, y viceversa. Hay un creciente malestar social y una crisis de liderazgo que se palpa; malestar que no conoce fronteras ideológicas, generacionales ni de clase social; se necesita recuperar los consensos y el pacto como únicas vías para salir del agujero cortoplacista en el que parece hundirse la sociedad española; es necesario acometer cuantas reformas sean necesarias para ilusionar de nuevo a las generaciones venideras. Si nos preocupa el mundo que dejaremos a nuestros hijos, más nos debería preocupar la formación de los hijos que dejaremos a nuestro mundo.

El modelo social, laboral y político que nos fijamos y nos dimos en la transición con la Constitución del 78, a pesar de los años trascurridos, poco tiene que ver con el actual

Con decía de forma provocadora el pensador rumano Emil Ciorán, con su crudo realismo y su poco disimulado pesimismo, pero que estimula a reflexionar, “toda la vida buscando a Dios y nunca lo hemos visto; si hace falta que venga el diablo para encontrarlo, pues bienvenido sea”; que es lo mismo que decir, si es necesario buscar nuevos líderes políticos, no nos debe asustar intentar cambiarlos, echar a los inútiles que sólo han conseguido acomodarse ellos, y buscar una alternativa posible que mejore la vida de los ciudadanos. ¡Cuánto preocupa a la mayoría de las instituciones autonómicas, nacionales, europeas o mundiales desequilibrar cuanto se refiera a la economía, pero muy poco les importa desequilibrar la moral, la ética, la verdad, la justicia social o acabar con las desigualdades! Desde su frivolidad, parece que ignoran que las nuevas tecnologías de la comunicación han empoderado a los ciudadanos más que algunas de las instituciones democráticas que hoy gobiernan la vida de nuestra sociedad; y lo que no admite discusión es que los ciudadanos aspiran a más participación ante lo que consideran el fracaso de nuestros representantes políticos, económicos o sociales, incluso religiosos. Si ellos quieren que la democracia avanzada que define la Constitución se haga realidad, es imprescindible más participación e igualdad ciudadanas; más igualdad en las posibilidades de todos y menos privilegios para algunos. En la medida que se da más oportunidades a unos que a otros, no en razón del talento y el esfuerzo, sino por “amiguismo, nepotismo o partidismo”, las desigualdades se acrecientan.

El malestar social que se palpa, agudizado por falta de empleo estable, la falta de horizonte de las nuevas generaciones y la perplejidad e irritación que produce ver a nuestros políticos, como imberbes mozalbetes, disputándose el poder e incumpliendo las promesas que anunciaron, de no darles solución, de no frenarlo, irá sumiendo a los ciudadanos en la desesperanza, el desasosiego y la irritación descontrolada. La pérdida de confianza en la política es cada vez más clamorosa. Es poco probable que, de no salir de esta interinidad e incertidumbre que hemos venido padeciendo en los meses pasados, bajo la amenaza de nuevas elecciones, se llegue a recuperar la confianza, y más, si no se llegan a ver convertidas en realidad aquellas soluciones que los ciudadanos reclaman. La izquierda cree que sus ideas son tan estupendas y no las defiende porque, como canta el anuncio, “ella lo vale”: se considera solidaria y defensora de la justicia y los derechos humanos; por el contrario, la derecha ha logrado enmarcar estas cuestiones, dando la vuelta al cuadro, diciendo a los ciudadanos, hasta llegar a casi a convencerlos, de que si no tienen trabajo, si son pobres, si su salario y sus pensiones son precarios es su culpa, por votar a una izquierda que promete y no cumple. A la izquierda le falta relato, coherencia y más compromiso y le sobra las palabras fáciles, discursos pomposos y emotividad vacía.

El heterogéneo y recién estrenado gobierno, con excesivo optimismo, a pesar del pequeño éxito inicial, ha procurado devolver la esperanza a algunos colectivos más vulnerables con gestos demasiado publicitados pero que poco van a revertir en las ya solidificadas desigualdades. La subida de 0’9 % a los pensionistas y 50 Euros al SMI de los trabajadores, por mucho que lo publiciten, gobierno, patronal y sindicatos, apenas van a significar nada en el bolsillo de pensionistas y asalariados. Es cierto que la patronal se ha plegado a la subida; ellos mismos lo han reconocido a regañadientes, pero muchos trabajadores, cuyo salario no les da para llegar a fin de mes saben y exigen que hay que poner freno a la dictadura de los poderes económicos, ejercida, y de qué manera, a través de los mecanismos de mercado. Resulta hiriente y nada gracioso, desde las muchas necesidades que atenazan a tantas familias pobres, ¡sí, pobres!, que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en una entrevista en La Sexta Noche dijese que con esta subida “no hemos roto España, la hemos mejorado y consolidado”, añadiendo que el incremento del salario mínimo es un “elemento de unidad y confortabilidad” y que 50 euros “pueden ser la diferencia para que una madre pueda dar de comer pescado a sus hijos una vez al mes”. Frente a la pobreza, con 50 euros ¡tenemos ya aquí las bodas de Camacho! Si en esto consiste la mejora. ¡Vive, dios, que poco es! Razón tenía Sancho cuando en la segunda parte de El Quijote, en el capítulo XX, donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre, exclamó: ¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener, aunque ella al del tener se atenía; y el día de hoy, mi señor don Quijote, antes se toma el pulso al haber que al saber: un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo enalbardado. Así que vuelvo a decir que a Camacho me atengo, de cuyas ollas son abundantes espumas gansos y gallinas, liebres y conejos; y de las de Basilio serán, si viene a mano, y aunque no venga sino al pie, aguachirle”. ¡Qué sabiduría la de Sancho!: tanto vales cuanto tienes; y con 50 euros más al mes, ¿vale más, puede más, vive mejor un trabajador? De nuevo, es para echarse a llorar. Y sabio Sancho cuando dice “antes se toma el pulso al haber que al saber”, y más sabio cuando apostilla: “un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo enalbardado”. Me reafirmo en lo escrito más arriba: ¡Cuánto preocupa a nuestros líderes desequilibrar la economía, pero, qué poco la ética, la justicia social y acabar con las desigualdades! Al fin y a la postre, si los 50 euros es para comer pescado una vez al mes, en expresión de Sancho, esos euros son “aguachirle”: una miseria en exceso ponderada y publicitada.

Y si los “50 euros de marras” no sacan al trabajador asalariado de la desigualdad y la pobreza, ¿qué decir del 0’9 % de subida a los pensionistas? Recodamos la indignante carta enviada por la exministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, a los jubilados para comunicarles que las pensiones subirían 0,25%, mientras en paralelo, los precios -el IPC- aumentaban seis veces más; el texto estaba lleno de cifras macroeconómicas, frases técnicas, frías y falaces, que hacían que el mensaje fuera difícil de entender y mucho más de asumir. Las manifestaciones no se hicieron esperar, al grito de “Queremos pensiones dignas”, “Más pensión, menos miseria” y “No queremos limosnas”. Hoy la exministra Báñez se ha incorporado al consejo de Laboratorios Rovi, en el órgano de administración de la farmacéutica; encargada de las comisiones de auditoría y de nombramientos y retribuciones, hecho que se notará en la suya propia, y no al 0,25%, precisamente. Sabemos que el IPC está muy por encima del 0,9%; en realidad, y lo notan los pensionistas en la bolsa de la compra, puede estar en un 5 o 6% anual, con lo cual tanto los sueldos como las pensiones pierden poder adquisitivo cada año; tanto más que las subidas porcentuales, como ésta del 0,9% o la de anclar la subida al IPC son tremendamente injustas, y lo debían saber los ministros y ministras socialistas pero mucho más “por lo que han prometido”, las ministras y ministros de Unidas Podemos; tal vez se consiga la igualdad, pero en el listón de la pobreza. Hay que decirlo alto y claro, las subidas porcentuales no hacen otra cosa que aumentar la brecha entre jubilados ricos y pobres, es decir, aumentar aún más las desigualdades.

La insoportable levedad del ser es una novela filosófica del escritor checo Milan Kundera, convertido, desde el inicio de su actividad literaria, en un crítico mordaz del socialismo que tuvo que vivir la invasión rusa en su República checa. Una lectura existencial y filosófica de la obra en la reflexión de la idea mítica del eterno retorno de Nietzsche, para quien todo lo vivido ha de repetirse eternamente, sólo que al volver lo hace de un modo diferente; es la carga pesada de la vida, en la que hay que conjugar “levedad y peso”; concepto de levedad que para Kundera se resume en esta frase: “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores”. Sin fidelidad a la propia vida, ésta se fragmentaría en miles de impresiones pasajeras como si fueran miles de añicos; pues si la traicionamos, si nos traicionamos, la traición significa abandonar la propia identidad y caminar hacia lo desconocido. De ahí que no nos resignemos a vivir la única vida que nos queda en la pobreza y en la desigualdad colectivas.

Hay que cuestionar que, habiendo riqueza y crecimiento económico, siga habiendo una ciudadanía privilegiada minoritaria de primera y otra mayoritaria de segunda

En los próximos días el Teatro Real pondrá en escena la ópera de Wagner La Valkyria. Como en el programa se anuncia, en ella, el poderoso “anillo del Nibelungo” sigue siendo objeto de deseo y fuente de conflicto, además de dictar el destino tanto de quienes lo anhelan como quienes lo temen. Ni siquiera el dios Wotan será capaz de contener su codicia y, en su obsesión por poseerlo, se llevará por delante a buena parte de su familia. Es solo un capítulo de una historia que, como es sabido, se prolongará hasta la destrucción del mundo. Los personajes de Wagner desnudan sus emociones a través de una música en perfecta armonía con el texto. Con su tetralogía logra despertar pasiones y polémica en la misma medida. En cualquier caso, no hay duda de que, con ella, cumple su máximo deseo de sobrevivir más allá de la vida. Pues es lo que cualquier español pretende: sobrevivir más allá de la indignidad, la misera y la desigualdad, sin oportunidades, con la “limosna salarial o la pensión” que le asignen “los poderosos, los dioses Wotan”. Hay que cuestionar que, habiendo riqueza y crecimiento económico, siga habiendo una ciudadanía privilegiada minoritaria de primera y otra mayoritaria de segunda. Que, como anécdotas convertibles en categoría, un cómico histriónico, por una sesión diaria en un programa “resistente” de dudoso humor, pero jaleado, cobre 6000 euros diarios y que un obrero, con 35 horas a la semana de trabajo, pueda llegar a cobrar 18.000 euros anuales… O que una cantante “superviviente” en un reality en Honduras, por hacer de “mema llorona” en una isla, se lleve al día 11.500 euros. Esta desigualdad y otras muchas que tienen profundas raíces en nuestro país, nos impide acabar con la pobreza. Multimillonarios que se multiplican junto a su riqueza y ciudadanos, obreros o pensionistas, comunes que no logran ganar ni siquiera para pagar sus deudas.

El por-venir está por-hacer. Un mundo nuevo a la altura de la dignidad humana podría, por fin, construirse si acabamos con la desigualdad. De forma poética, pero como denuncia, escribía Federico Mayor Zaragoza en un pequeño trabajo titulado “Delito de silencio”. “Tenemos que convertirnos en la voz de la gente silenciada. / Que nadie que sepa hablar quede callado. / Que todos los que puedan se unan a este grito. / La voz debe anteceder al hecho, preverlo. / Después no sirve para nada. / Es sólo aire estremecido”. Ha llegado el momento. Es tiempo de acción. De no ser espectador impasible. El tiempo del silencio ha concluido. De ahora en adelante, el silencio debería ser delito. Sería triste que la voz que pudo ser remedio, por miedo, se quede muda.

“España debe ser de todos…, pero no es igual para todos”