jueves. 25.04.2024

Democracia líquida: cabalgar en la contradicción

Zygmunt-Baumanb
Zygmunt-Bauman | Poznan, 19 de noviembre de 1925 –Leeds, 9 de enero de 2017)

"Cuando has defendido públicamente tus ideas, si no quieres cabalgar en la contradicción y que otros te critiquen y te pasen factura,debes vivir de acuerdo con ellas” (Paulo Coelho).


Cuando conseguimos nuestro objetivo, creemos que el camino ha sido bueno, decía el poeta francés Paul Valéry. Pues bien, ya tenemos gobierno, pero en el horizonte, una legislatura polarizada y llena de desplantes y exabruptos de la oposición. La oposición acusa al gobierno de ilegítimo y el gobierno usará esas acusaciones para defender su legitimidad. Nunca han pasado tantas cosas en tan poco tiempo,aunque, en resumen, haya sido “la nada”: un enfado de los jueces y los celos de la oposición,eso es, en síntesis, todo lo que ha pasado. Si en mayo de 2011 hubo un movimiento indignado, hoy está indignada toda la sociedad y sabemos que los tiempos de indignación son también tiempos de confusión. En aquellas movilizaciones no se veían banderas de partidos políticos, era un movimiento sin liderazgos; algunos las consideraron momentos de riesgo, hasta que surgieron los líderes y con tal fuerza que unos pocos de aquellos “indignados”, que se decían “los de abajo, se han ido haciendo con “el santo y seña” hasta llegar a ser “casta”y al poder de “los sillones”. Y ahora, ¿qué? ¿Qué está pasando en el país y a dónde han llegado aquellos jóvenes políticos? Escuchando a la oposición, parece que todo se desmorona. La esfera pública está cada vez más polarizada y en permanente disputa. Mientras el mundo camina hacia una integración diferenciada y plural, nuestros líderes políticos nos llevan a la separación, a la polarización entre sectores.Se dan la espalda quienes debieran darse la mano para hacer política, no en beneficio propio ni de partido, sino para solucionar los problemas que tienen los ciudadanos, a los que casi se les obliga a elegir trinchera, con ideas del pasado.

Ya no funcionan las élites ilustradas ni los líderes iluminados; todos están situados, menos algunos que han llegado casi a la insignificancia o han tomado “las de Villadiego”. No se puede ignorar lo que está sucediendo; hay que analizar, conocer y entender bien los tiempos y la política que se está llevando a cabo, porque únicamente así se la puede juzgar y criticar con la objetividad o la severidad necesarias.La buena política ya no tiene por qué enfrentarse a los problemas del pasado, sino a los del futuro, a los del siglo XXI, que son los que exigen capacidad de gestionar la complejidad social.En una época de indignación, que cuestiona y critica muchas cosas que dábamos por pacíficamente compartidas, la indignación no debe quedar en un desahogo improductivo.Decía Napoleón con estrategia ventajista que “si el enemigo se equivoca, no le distraigas”. Las equivocaciones y desaciertos de lo que hagan tanto el gobierno como la oposición, no pueden tener como pago el silencio de los ciudadanos.

Están muy felices aquellos que ocupan hoy el poder en coalición, evitando recordar los desencuentros mantenidos hace pocos meses,sin ponerse ahora palos en las ruedas;muy incómodos y descontentos, en cambio,aquellos a los que les ha tocado ejercer la oposición en feroz pero solapada rivalidad entre ellos; y ambos, “gobierno y oposición” en permanente “maniqueísmo” con el siguiente monotemático argumentario: “los otros todo lo hacen mal y nosotros, todo bien”. Nuestros adolescentes políticos nos han organizado un laberinto cuya salida les es desconocida y del que no saben salir. Por lo pronto, no hay diálogo entre ellos. Nuestra actual democracia necesita ajustes para evitar tanto enfrentamiento,con la mirada puesta en un futuro mejor y posible que debe llegar, tomando distancia de aquellas políticas que conducen a la inactividad y al bloqueo. Hannah Arendt, una de las pensadoras que mejor ha comprendido el siglo XX, a cuyos dramáticos avatares estuvo sometida su vida en su condición de judía alemana, rechazaba la frivolidad de quienes piensan sin fundamento, o como ella lo llamaba: “pensar sin asideros”. Quienes pretenden ser y así se dicen, políticos de Estado, ya en la oposición ya en el gobierno, tienen en consecuencia como finalidad primera de su gestión la de mejorar las condiciones de vida de “todos los españoles” y la obligación política y moral de buscar puntos de encuentro, no pueden pensar y actuar sin asideros; sin diluir las propias ideologías y con visiones dispares y a menudo contrapuestas, deben recuperar y aunar en diálogo colaborativo unos mínimos objetivos, enfocando las responsabilidades electorales que les han sido asignadas por los votos ciudadanos, hacia una sola causa: sin rendirse en la retórica populista, ni de derechas ni de izquierdas. Los políticos, de ningún color, no se pueden permitir que se destruya la esperanza que ha nacido con este gobierno. Además de una irresponsabilidad, sería una tragedia que, como en Europa, hace avanzar los populismos.

Para entender por qué avanza el populismo en naciones prósperas como España, se está produciendo un retorno a políticas e ideas ya superadas. Un ejemplo de hoy mismo, “el retrógrado pin parental aprobado por el gobierno murciano, una de las propuestas estrella de Vox en la campaña de las elecciones del pasado mes de abril. La medida pretende obligar a la dirección de los centros educativos a informar a las familias de todas las actividades complementarias organizadas dentro del horario lectivo, así como establecer el derecho de los progenitores a dar su consentimiento o no a cada uno de esos talleres con “una autorización expresa”. Esta actualidad atestigua una “recesión democrática” que ilustra la pérdida de atractivo que genera esta regresión y la gradual erosión de su calidad institucional; a ello hay que sumar la crisis de representación que sufren la mayoría de los partidos y otras instituciones del Estado.

“Con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo”. Estas palabras son un buen ejemplo de lo que Umberto Eco nos ofrece en su obra “De la estupidez a la locura”; son una serie de artículos que publicó en prensa a lo largo de quince años y que seleccionó personalmente poco antes de fallecer. Son la síntesis de su pensamiento, con el que vuelve, como siempre, a la nostalgia por el pasado perdido, a la reflexión irónica sobre el poder y sus instrumentos y a la crítica de un consumismo que nos deja llenos de objetos y vacíos de ideas.

Zygmunt Bauman,uno de los filósofos y sociólogos más importantes del siglo XX, fallecido en enero de 2017, que supo escrutar en las fuentes ancestrales las respuestas a las preguntas fundamentales del ser humano,inicia el prólogo de su libro “La Modernidad líquida” con una cita del poeta francés Paul Valéry: “La interrupción, la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes solo se alimentan de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados.... Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé fruto. Entonces todo el tema se reduce a una pregunta: ¿La mente humana puede dominar lo que la mente humana ha creado?”

Si el poeta, ensayista y antifilósofo francés, más amigo de la razón que de la inspiración, a principio del XX sostenía que mostramos intolerancia a todo lo que dura, hasta llegar a considerar el arte como “la única cosa sólida” frente a la decadencia y la ignominia que encontraba en la vida, Bauman en su obra, “La Modernidad líquida”, para explicar la época en que vivimos, utiliza la metáfora de la fluidez de los líquidos; mientras que los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo, es decir,duran, los líquidos son informes y se transforman constantemente,fluyen; en ella realiza un interesante análisis sociológico de la sociedad moderna. Una de las tesis a destacar del texto es que nos encontramos ante la disolución del sentido de pertenencia social del ser humano para dar paso a un profundo individualismo. Sabemos -dice- que la fluidez de los líquidos a diferencia de los sólidos no conserva su forma, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo.Para Bauman, la modernidad líquida es como si la posibilidad de una modernidad fructífera y verdadera se nos escapara de entre las manos como agua entre los dedos; de una sociedad sólida hemos pasado en la actualidad a una sociedad líquida, maleable, escurridiza, que fluye, en un capitalismo y consumismo livianos.

Años más tarde, y en paralelismos parecidos, Antonio Muñoz Molina, en un ensayo directo y apasionado, titulado“Todo lo que era sólido”,con una reflexión, consistente y legítima, de quien combatió el oscurantismo de la dictadura y asistió esperanzado a los albores de la democracia, nos alerta, al ver cómo sus ideales han encallado años después en un caciquismo retrógrado al haber descendido al fondo de la impostura y en una pervertida y líquida democracia. Así lo desgrana y describe: tenemos una banca especuladora, nos invade el fetichismo paleto de los nacionalismos y la irresponsable gestión de los recursos de todos en beneficio de unos cuantos plutócratas; la carrera política funciona como una agencia de colocaciones donde lo de menos son los méritos y la capacidad; se devalúa el esfuerzo; nuestra fiesta nacional es una grosera barbarie contra los animales; se mantiene la intromisión de la religión en los ámbitos públicos; se promociona la desaforada cultura del pelotazo; se amplían los sumidero del gasto o se quedan en las rendijas de los “sillones”…Nos hemos dejado anestesiar por políticos frívolos, cargados de cautivadoras promesas incumplidas y por ciertos chamanes y tertulianos de la tele y medios de comunicación, cargados de ideas líquidas. Nos consideramos modernos, pero no lo somos.

Para Bauman la libertad conseguida con la emancipación ha hecho que el hombre se vaya enrocando más en sí mismo, se haga “más individual y menos social”, despreocupándose aún más de lo que sucede a su alrededor; para él, el hombre está inmerso en una sociedad consumista, que cada vez busca más, y más rápido, su propia satisfacción.A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento: Edipo como emblema universal, Prometeo o Sísifo como espejos de la condición humana; hoy es Narciso el símbolo de nuestro tiempo: el narcisismo se ha convertido en uno de los iconos de nuestra cultura e Instagram su vehículo. Vivimos en una sociedad donde el papel de la imagen se ha convertido en un icono, rodeados de una pantalla global (ordenadores, móviles, televisores) e individualista. Hoy se vive mirándose en el espejo de las pantallas, pero se prescinde del discurso, de la reflexión y de la palabra comunicada e interpersonal.

El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky  en su obra “El imperio de lo efímero” entra en los dominios de la sociedad contemporánea infectados por la moda; al igual que en su anterior obra, “La sociedad de la decepción”, describe las últimas tendencias de la sociedad de la abundancia y expone su ideario moral. Para él, la idea de la contemporaneidad es un fluido caprichoso que hace tiempo ha prendido en las conciencias; es una invitación a reconciliarse con la nueva realidad en la que vivimos, caracterizada por el declive ideológico y el ascenso del mercado y el consumo. En la ideología, en el arte, en la moral, en la política… estamos en manos de los antojos y vaivenes de la moda: ella es nuestra actualidad. Según Lipovetsky, los sueños del progreso hace tiempo que produjeron monstruos y las instituciones despiertan desconfianza; en nuestra época -escribe- prosperan el desasosiego y el desengaño, la decepción y la angustia; considera que la entidad que promete la felicidad del ciudadano ya no es la democracia sino, al igual que Bauman, el capitalismo consumista, para quien el derecho a desear viene de la mano del derecho a quedar satisfecho. El ideal de subordinación de lo individual a las normas razonables y colectivas de la solidaridad se ha pulverizado para dar paso a otro valor fundamental, el de la realización personal, el cultivo del “ego”, el culto a la propia singularidad subjetiva; no es más que la manifestación última de una ideología individualista, al derecho a ser solo uno mismo, a disfrutar al máximo de la vida: un hedonismo posmoderno. Habitamos una sociedad que ha erigido al individuo libre como valor fundamental,unido a la revolución del consumo. Vivir libremente sin imposiciones ni represiones y escoger íntegramente el modo de existencia de cada uno: este es- según Lipovetsky, el hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo.

En esta sociedad posmoderna pocos creen ya en el porvenir radiante del compromiso, de la revolución, de la solidaridad y el progreso social; se quiere vivir aceleradamente, en seguida, aquí y ahora, conservarse joven.Ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas, los ídolos de la sociedad posmoderna son el triunfador económico, el famoso, la belleza…, ningún proyecto altruista y solidario moviliza, impera la lógica del vacío, estamos ya regidos por el vacío. Fue un error -sostiene Lipovetsky- haber pregonado precipitadamente el fin de la sociedad de consumo, cuando está claro que el individualismo no cesa de ensanchar sus fronteras:como “Sísifo”, estamos destinados a consumir. No cabe duda de que leer sus libros garantizan una discusión segura para una inteligente polémica; aunque como afirmaba Valéry, “en toda discusión, no es una tesis la que se defiende sino a uno mismo”.

En esta “democracia líquida, en la que cabalgamos las incertidumbres”, necesitamos certezas y soluciones y no problemas ni falsedades acomodadas a los intereses propios de los políticos; juzgaremos a este gobierno de coalición que tantas dudas suscita y a la frívola oposición por sus resultados. En este momento, distender la tensión sería ya un gran avance. Desconozco la solución, pero sabemos que no se resolverá con la victoria de unos sobre otros, con la imposición o la subordinación. Quien no sea consciente de esto está incapacitado para contribuir a la solución. Si quieren el bien de los españoles que tanto predican, no les queda más remedio que entenderse. La generosidad como ética política implica dejar de mirarse el ombligo y de aceptar los retos que la ciudadanía demanda; deben tener claro que el protagonismo es de la sociedad; quien así no lo entienda sucumbirá en su propia estupidez. Ningún proyecto político encierra todas las soluciones a todos los problemas. La solución está en el pacto y en el diálogo, en el proyecto común compartido por difícil que sea; es complicado que los mismos actores que propiciaron el problema estén capacitados para abordar una solución.La política es el arte de hacer lo que se puede con lo que se tiene; siempre se puede hacer algo, aunque solo sea trabajar para que se den las mejores condiciones.

Hay dos reflexiones importantes que a todos obliga a hacer en estos momentos: el enfrentamiento, el ruido y la mentira deslegitiman los objetivos que pretenden conseguir, ya el gobierno ya la oposición; además, dada la preocupante degradación de las libertades que vemos en muchos países y el hecho de que mucha gente prefiera la seguridad a la libertad, los gobiernos deben proteger, especialmente, la libertad de expresión, por supuesto, también aquella que tiene como objetivo protestar contra los gobiernos y las instituciones, incluida la monarquía y la judicatura politizada; sabemos que el poder, los sillones, una vez conseguidos, anestesian la capacidad crítica y la autocrítica. No nos podemos situar en un horizonte de irresponsabilidad e incumplimiento de lo prometido, en la lógica de campañas permanentes, esperando a que pasen cuatro años para unas nuevas elecciones. Es evidente que la democracia no se degrada por la acción de los ciudadanos sino por la mala gestión de los agentes políticos, económicos y sociales. No existen complots como nos quieren hacer ver algunos líderes de las derechas a los que hacen eco no pocos medios de comunicación, periodistas y tertulianos, debilitando y banalizando la política; es también evidente el oportunismo de algunos agentes políticos o el desplazamiento de los centros de decisión hacia lugares no controlables democráticamente. Es algo más sutil, pues quienes amenazan nuestra vida democrática no van a ser “inciertos golpistas”sino los oportunistas; su gran habilidad no es tanto hacerse con el poder cuanto influir en él sin llamar la atención.

Una vez conseguido el poder, ¿qué hacer? Es necesario actualizar los conceptos y la búsqueda de las estrategias y los instrumentos adecuados. No es posible continuar en un estilo de gobierno y dirección anticuado en el que los preparados e ilustrados gobernaban a un pueblo de ignorantes. Hoy hasta sucede lo contrario: gobiernan muchos ignorantes a una mayoría de ciudadanos “muy” preparados. Estamos viendo cómo se traiciona y desvirtúa la información mediante la simplificación bobalicona de una realidad compleja, resuelta en un “tuit”. Los tuits vacían las palabras con significantes vacíos, y en el gran esfuerzo de la comunicación, nos obligan de continuo a que tengamos que estar preguntando: “Y este, ¿qué quiere decir?” ¿Dónde quedan ahora las izquierdas y las derechas? ¿Dónde se sitúan los ejes de la confrontación?La temporalidad es efímera, el carisma, el interés y la seducción por los líderes palidece enseguida: estamos en una sociedad líquida, en el poder de lo efímero, lo que hoy se dijo, mañana se desmiente. Las simplezas se convierten en categorías que amplían los medios de comunicación. Sobreactúan, hablan, prometen, pero las palabras y las promesas no transforman la realidad. Sabiamente dice José Mujica, el ex presidente uruguayo, que ha recorrido un camino largo y difícil, transitando siempre por la senda de la dignidad, que “el poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes son realmente” y que los gobiernos no se mueven sin la presión de la ciudadanía.

Hay que trabajar a largo plazo con anticipación de futuro.Si un partido político se atribuye el mérito de la lluvia, no debe extrañarse que sus adversarios le hagan culpable de la sequía. Se necesita un nuevo lenguaje que sea capaz de explicar la nueva realidad que nos envuelve e ir superando el desprestigio de la política, la desafección, los miedos que hoy contaminan los escenarios políticos de todo el mundo. Para ello es imprescindible que la política democrática se rearme con mayor fundamento democrático. Decía Guy Mollet que la política es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que te salgan callos.

Recuerdo la admiración que sentí por Tom Wolfe cuando leí su novela “La hoguera de las vanidades”. El protagonista, Sherman McCoy, un yuppie y asesor financiero que se ha convertido en la estrella de una firma de brokers, pero que se ve inmerso en rocambolescas dificultades jurídicas, matrimoniales e incluso económicas a partir de la noche en que se pierde por las calles del Bronx cuando llevaba a su amante del aeropuerto Kennedy a su nido de amor y atropellando a un joven de raza negra, Henry Lamb. A partir de esta peripecia, Tom Wolfe va hilando una compleja trama que le permite presentar el mundo de las altas finanzas, el submundo picaresco de la policía y los tribunales del Bronx, el mafioso universo de Harlem y las nuevas sectas religiosas. Un hilarante e irrepetible fresco de personajes, diseccionados con desenvuelta crueldad y acerada ironía. Después de mil peripecias, su abogado,Tommy Killian, consigue cerrar el caso al no poderse probar la culpabilidad de McCoy. Al final, como ironía, Tommy Killian revela que Henry Lamb, la víctima, ha sido olvidado por todos y muere a causa de sus heridas.

La novela, con maestría lección, es la metáfora de una cruel realidad; en este teatro que a veces es la política y sus intereses de poder, la victima de los desaciertos de los poderosos, la más olvidada por todos, es, como Henry Lamb, la ciudadanía.

Democracia líquida: cabalgar en la contradicción