jueves. 28.03.2024

“De setas y Rolex”

pleno

“Cuando un estúpido hace algo que le avergüenza
siempre dice que cumple con su deber”.

George Bernard Shaw. (“César y Cleopatra”)


La frase latina “Tot capita, tot sententiae” (“tantas cabezas, tantas maneras de pensar”), define con exactitud la pluralidad de opinión de un partido político que, si bien agrupa a gente que tiene un proyecto común, pueden tambien existir discrepancias en el pensamiento de sus miembros. Si esto se aplica a un partido, ¡qué se puede decir de la pluralidad de opiniones de los ciudadanos! Los seres humanos como personas individuales nos hacemos conscientes de la realidad a través de los sentidos. No existe “la racionalidad colectiva”, afirmaba la escritora y filósofa ruso-estadounidense de origen judío Ayn Rand; la razón es el único medio que tenemos para alcanzar el conocimiento de la realidad, las emociones, los sentimientos, las pasiones (las filias o fobias) no son instrumentos cognitivos de la objetividad.

Es palpable la frustración de millones de españoles que, habiendo acudido a votar de forma masiva en los comicios del pasado 28 de abril, ven castigada su movilización, con uno de los peores escenarios contemplados en las últimas décadas. Si a los ciudadanos solo se les da la oportunidad de tomar decisiones políticas en tiempo de elecciones, si no se les respeta por el incumplimiento de los programas prometidos, resulta inevitable que cunda el malestar y la desafección, que piensen que se prescinde de ellos y de sus opciones manifestadas en las urnas y que en los pactos no se tienen en cuenta sus preferencias políticas. Como titulaba Elvira Lindo en un reciente artículo hemos asistido al fracaso de una ilusión; desde abril, los votantes de izquierda habían expresado un deseo, difuso, como cualquier anhelo colectivo, pero bien encaminado, de que un nuevo Gobierno mejorara las condiciones de vida de quienes habían sido castigados por la crisis y todavía no ven un futuro despejado para levantar cabeza. En todos los años de la transición nunca había estaba tan a mano hacer posible un acuerdo de izquierdas. En la fallida investidura, que no ha sido sólo un fracaso para la izquierda, sino para todo el arco parlamentario, nuestros líderes políticos se han mostrado incapaces de aceptar la realidad y hacer viable un gobierno que responda a las necesidades reales de los ciudadanos; solucionado este necesario paso, que cada grupo ejerza después la función que le corresponde, de acuerdo a sus diputados y programa; ese y no otro es el papel de una oposición responsable, sensata y constructiva. Toda la sociedad (ciudadanos, periodistas, tertulianos, adivinos, politólogos, augures, políticos…) lo están hoy analizando y asimilando desde sus diferentes posiciones ideológicas; estamos escuchando o leyendo cómo dibujan el retrato de lo sucedido en función de sus proyectos, intereses, información, cultura… Choca que la reacción, apenas sin analizar seriamente, ha sido apelar a los reproches, señalando culpables y, como suele suceder, se acude de inmediato a las encuestas para encontrar y señalar vencedores y vencidos; lo evidente es que todos los que votaron en el parlamento, con el sí, el no o la abstención, tienen responsabilidades, pero no las mismas razones, ni idéntica proporcionalidad ni parecidas justificaciones. Decía Benjamin Franklin, político y científico experimentado, considerado uno de los padres fundadores de los Estados Unidos​ que “la democracia son dos lobos y una oveja votando sobre qué hay para comer. Y respondía: la libertad es la oveja impugnando el resultado”.

Ambas sesiones han sido la plataforma que han ofrecido a los líderes políticos la oportunidad de convencernos o no, con la fuerza de sus argumentos, de conocer quién quiere el poder, para qué propósitos y cómo gestionarlo, con el fin de realizar sus ambiciones personales y las de su partido, apoyando unos y otros sus argumentos y explicaciones en verdades, falsas o medias verdades, “fake news”, ignorancias o mentiras.

O el presidente es Pedro Sánchez, más que les pese a algunos, alargando a septiembre la incierta investidura, o vamos a nuevas elecciones

Con la sensatez y sentido de humor práctico que le caracteriza, Aitor Esteban, portavoz del PNV, hizo alusión al conocido chiste del País Vasco para iniciar su intervención en el Congreso en la 1ª sesión fallida: “¿Para qué estamos aquí, a setas o a Rolex?”. En el fondo, dentro de la ironía, lo que Esteban quería lanzar a la Cámara era una advertencia de sensatez: ¡A ver si nos centramos! Con la pregunta echaba de menos en todas las intervenciones la sensatez del personaje del chiste: se ceñían a la anécdota (el reproche, el insulto, la descalificación…) y se olvidaban de lo importante, de la categoría: que la investidura no era negociable; los ciudadanos han votado y con esos mimbres había que construir el cesto. Porque sólo hay un dilema, dos opciones disyuntivas: o el presidente es Pedro Sánchez, más que les pese a algunos, alargando a septiembre la incierta investidura, o vamos a nuevas elecciones. Cualquier otra opción no existe. Parece ser que los líderes políticos no estaban de acuerdo; sí lo estaban y lo están, en cambio, los ciudadanos; para PP y Ciudadanos, por razones de Estado y la necesaria gobernabilidad del país, la abstención debería haber sido la única opción democrática y necesaria; para Unidas Podemos, por coherencia y por parecidas razones, debería haber votado sí; ¿razón?: Sánchez ha sido la lista más votada, bloquear los acuerdos significa “fracaso” y, en mi opinión, casi todas las políticas que UP pretendía llevar al gobierno, a un gobierno de cambio y progreso, con un programa pactado, como mejor opción para la estabilidad y el desarrollo de las políticas públicas que el país necesita, son poco o nada diferentes de las líneas planteadas por Iglesias y Unidas Podemos: empleo, desigualdad, regeneración democrática, lucha contra la corrupción, el papel España en la Unión Europea y en el mundo y solución a la crisis de convivencia que se sufre en Cataluña. Cuando ningún partido tiene la mayoría, hay que buscar el camino del entendimiento por sentido de Estado.

Que en estas sesiones de investidura nuestros políticos no supieran a qué estaban, ha frustrado las esperanzas en los ciudadanos; desde luego, no han estado a lo que su responsabilidad y generosidad les exigía: poner en marcha un gobierno que se preocupe de sus problemas y calidad de vida; la oposición y las críticas a su gestión ya vendrán; esa y no otra era su obligación democrática y constitucional. El rechazo de unos y la desconfianza de otros han abierto un impasse, un punto muerto en el que ha fracasado la necesaria solución.

El rechazo de unos y la desconfianza de otros han abierto un impasse, un punto muerto en el que ha fracasado la necesaria solución

Por otra parte, hemos asistido a unos pactos fallidos de la izquierda en las que unos y otros han desaprovechado otra oportunidad (la segunda) de lograr un Gobierno de progreso. Ambos, PSOE y UP son los responsables principales y por ello, en el juego de las justificaciones, no deberían buscar culpables; ambos lo son. Después de las elecciones del 28 de abril, una mayoría de votantes, con ideologías plurales y transversales, anhelaba la posibilidad de un giro definitivo a las políticas neoliberales ocasionadas por el partido popular, que habían ido dejando miles de marginados sociales y graves recortes en servicios públicos esenciales y en libertades. La desilusión y el temor hacen que una nueva convocatoria electoral pueda resultar un nuevo fracaso y frustrada la posibilidad de un gobierno de progreso. Tal vez entonces tengamos que lamentar lo que decía la letra del conocido bolero: “Arrepentirnos de lo que pudo haber sido y no fue”. Fracasadas las negociaciones, ha surgido la guerra de los relatos, no sólo en los actores políticos sino también en los medios; ya sabemos que cada uno cuenta la guerra y la feria según le va en ellas. El relato depende siempre de los resultados: si han ganado los míos, la jugada estratégica ha sido genial y el líder, un “héroe exitoso”; si han perdido, la jugada ha sido un error y, en consecuencia, el líder, un “villano fracasado”. Es la España de “trincheras que nos hiela el corazón”, que lamentaba Machado.

sanchez congreso

Antes de entrar en el análisis de los relatos que los autores (políticos y medios de comunicación) nos han proporcionado, cinco observaciones previas: una, después de cuatro décadas de política bipartidista en alternancia, en que todo era previsible, con más o menos apoyos de los nacionalistas, llevamos algo más de cuatro años viviendo por primera vez en un sistema multipartidista y sin experiencia que facilite el rodaje; el tablero político es distinto, con sensibilidades distintas y polarizadas, y en ese tablero hay que jugar; dos, en esta situación con nuevos partidos, es imprescindible la estabilidad y la gobernabilidad; carecemos de ese partido necesario y bisagra que haga de puente entre ambos bloques; así se presentó Ciudadanos como partido de centro reformista y, si está en el centro hoy, es estorbando, y mucho; tres, en la negociación realizada para alcanzar los pactos entre PSOE y UP, no era necesario que estuviesen “enamorados” -en política no hay matrimonios-, pero sí sensatez; ha sobrado precipitación y confusión, ha faltado transparencia, se ha negociado tarde, ha faltado tiempo para los acuerdos, ha habido una excesiva sobreactuación y presencia en los medios tanto de Sánchez como de Iglesias, con una patológica desconfianza mutua y miedos a ser traicionados; cuatro, los equipos que por ambas partes han trabajado las negociaciones, a tenor del resultado, no han sido los más capaces y la metodología empleada -si es que la habido-, ha sido desacertada y contraria; lo correcto hubiese sido acordar primero un programa cerrado, con propuestas políticas negociadas (“las setas”) y después, desde la transparencia y confianza, quiénes conformarían el equipo de gobierno (“los Rolex”); y cinco, si el relato con el que Carlos Cue en el diario El País reconstruye para la negociación los contactos, llamadas y reuniones entre dirigentes del PSOE y UP ha sido real, por lo estrambótico y lo incoherente de la farsa, el fracaso estaba garantizado y condenados a volver a la casilla de salida: nuevas elecciones. Así lo anunció Carmen Calvo en la rueda de prensa del pasado Consejo de Ministros: daba por amortizada la opción de un gobierno de coalición con UP, ese camino está minado y hay que explorar otros caminos.

Carmen Calvo ha dado por amortizada la opción de un gobierno de coalición con UP, ese camino está minado y hay que explorar otros caminos

Deslumbrar con la magia de la palabra es un don que no poseen muchos. De siempre, y más en política parlamentaria y en las elecciones en grupos de trabajo, se da un gran valor al arte de la palabra; ésta puede ser seductora, persuasiva, convincente. Produce indignación intelectual ver a periodistas y medios de comunicación cómo aúpan al vencedor en los debates, con el exclusivo criterio de que ha sido “el que mejor ha hablado, incluso sin leer papeles”, sin tener en cuenta las falsedades, manipulaciones, medias verdades o inexactitudes vertidas, por el simple hecho de dar cifras de memoria, imposibles de contrastar de inmediato o demostrar sus asertos mostrando “documentos” que nadie ha podido leer o comprobar. Recuerdo al señor Casado desplegando una serie de trabajos que los asistentes a su comparecencia no pudieron ojear ni siquiera tener en la mano, para justificar sus “dudosos másteres” de la Universidad Rey Juan Carlos. 

Bien lo versificó Blas de Otero, el poeta bilbaíno, que pidió “la paz y la palabra”, en su lucha contra el franquismo por la democracia; se convirtió en la voz de la poesía social: “Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra… Si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra”. Su breve poema lo podemos repetir y cantar con Paco Ibáñez. Decía Aldous Huxley que “las palabras, como los rayos X, atraviesan cualquier cosa para bien o para mal, dependiendo cómo se empleen”. Los que poseen ese don de la palabra, con elocuencia y oratoria, son capaces de seducir, aunque detrás de la retórica no exista verdad en el relato. El Parlamento, los mítines políticos, los medios de comunicación, las tertulias… son escenarios en los que admiramos a aquellos que son capaces de argumentar, convencer, seducir, deslumbrar con su oratoria. A veces, lo consiguen. En cambio, para el buen observador, para el observador crítico que “vive y pisa en tierra”, existe un criterio más razonable, pegado a la realidad y orientado a alcanzar, si no el conocimiento objetivo, sí la subjetiva confianza de la verdad. Es cierto que no es el criterio filosófico cartesiano de verdad: la percepción clara y distinta. Como dijo Descartes: “sólo nos equivocamos en aquello que no hemos percibido bien”. Es importante, pues, saber percibir bien y agudizar la psicología del ingenio.

Un número cada vez mayor de ciudadanos desconfía de la política y de quienes se dedican a ella, no los perciben creíbles, pues utilizan con excesiva frecuencia las artimañas de la impostura

Uno de los principales problemas que afectan a nuestra actual democracia es la falta de confianza y credibilidad en los políticos. Después del fracaso de la sesión de investidura, una vez más, un número cada vez mayor de ciudadanos desconfía de la política y de quienes se dedican a ella; no los perciben creíbles, pues utilizan con excesiva frecuencia las artimañas de la impostura. Si ya es difícil conocer nuestro propio interior -decía Galileo que “la mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo”-, pues padecemos a veces de alexitimia (incapacidad de percibir y describir las propias emociones), mucho más llegar a conocer los sentimientos y la sinceridad de los demás.  El criterio de una buena percepción en la sinceridad y verdad del discurso de los políticos, ofrecido en las sesiones de investidura, son “la fiabilidad, la confianza y la credibilidad”, cualidades morales que debe poseer la persona y la palabra de los líderes que se han subido al estrado del Parlamento para contarnos “su relato y su verdad”. Si un político no es creíble, “ya puede decir misa”, como expresa el pueblo. La credibilidad es básica en las relaciones humanas. Es el resultado de la honestidad, la congruencia y la rectitud, virtudes que todos deseamos ver en nosotros y en quienes nos rodean. La credibilidad es también el cimiento del liderazgo decente y honesto.

En la lógica proposicional el valor de verdad de un bicondicional o “doble implicación” (“si y solo si) es verdadero cuando ambas proposiciones (“p” y “q”) tienen el mismo valor de verdad, es decir, ambas son verdaderas o falsas simultáneamente; de lo contrario, es falso. Ese criterio o valor de verdad lo aplicamos a su discurso cuando un político es confiable si y solo si es también creíble. No puede darse lo uno sin lo otro. Quien aspira a influir en los demás, a convencer a la gente para seguir un proyecto de país, para alcanzar objetivos comunes, debe ser confiable y por lo tanto creíble. ¿Con qué legitimidad y autoridad moral puede hablar en el parlamento, sede de la democracia, aquel político que no es creíble ni fiable, que utiliza las artimañas de la palabra para ocultar la verdad? ¿Acaso no somos conscientes de aquellos discursos impostados, elaborados para quedar bien ante los “propios” que no convencen a los ciudadanos? Forman parte de un divertimiento o juego oratorio para demostrar - ¡con perdón! - “quién mea más lejos”. Son malabarismos dialécticos, ingeniosas maniobras de diversión o pillería mezquina (la picaresca española), más que discursos ejemplares y demostraciones de respeto a las instituciones, al limpio juego y al respeto a los derechos de los ciudadanos.

El sistema democrático es un bien frágil, débil y hay muchas formas de atentar contra él; la más grave es deformarla, manipularla y corromperla en nombre precisamente de una abstracta y aparente estabilidad democrática, interpretada según una oportunista conveniencia. Recordando la historia, sintetizada en tres grandes momentos, se puede comprobar cómo se traicionan los principios; en la historia de los “papas” (ellos no son toda la Iglesia) hay tres momentos que podrían definir la trayectoria de aquellos jóvenes políticos que poco han aprendido de la maestra, “la historia”. Bajo Silvestre I, mandando en la Iglesia el emperador romano Constantino I, se celebró el Concilio de Nicea (325), fue la lucha por las ideas, los principios, la ortodoxia; gobernando León III (inicios del siglo IX) la lucha fue por el poder, Carlomagno fue su valedor y apoyo; en 1032, ungido como Benedicto IX, debido a la corrupción de la Curia romana, llegó a gobernar la Iglesia el más joven de los papas, pero también, el más odiado, libertino, mujeriego, asesino, instigador de todo tipo de complots y enfrentamientos. Se dice que la historia se puede repetir, también en los partidos y en la política: hay momentos de “valores, ideas, principios”; hay momentos de “lucha por el poder y por los sillones”; de estos, indefectiblemente, se llega a momentos de “corrupción”.

Ante los bloqueos a que nos han sentenciado los líderes políticos con sus votos, según los augures que sacrifican palomas en “los altares del poder”, se aventuran nubarrones de nuevas elecciones: la aritmética parlamentaria no da para más si no se modifican las posturas cerradas de los partidos. Al Partido Popular y a su líder, Pablo Casado que, ante su fracaso electoral, veía cercana su “defenestración”, hoy le asoma una sonrisa, cuyo dibujo augura que unas nuevas elecciones les vienen “de perlas”, como el rayo de sol que atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo.

Ciudadanos y Rivera han tirado la máquina de la sensatez por la ventana con el cerrojazo de bloqueo en el que se han enfundado

Ciudadanos encerrados en su “móvil torre de marfil”, orientada siempre al sol que más calienta, han cerrado filas y en su bandera “naranja” han grabado: “Hay que echar a Sánchez de la Moncloa”; amantes del victimismo, se enredan siempre que pueden en campañas de confrontación. Su líder, Alberto Carlos Rivera Díaz, ansioso de ocupar el espacio político de la oposición que no le corresponde, en diálogo permanente con su “ego narcisista” y su reiterativa pregunta de político envidioso: ¿Qué está haciendo el “sanchismo”? Hay que desmontar el plan Sánchez y su “banda”, es el letrista soso y falto de creatividad e ideas que, a la melodía, siempre le pone como letra la coda insulsa y reiterativa de un simple: “¡la, la, la, la, la, la…!”. Rivera, mucho patriotismo, pero insultante y carente de escrúpulos, como Sansón, según cuenta el libro de los jueces, “Si no gobierno yo”, -en metáfora-, empujando las columnas del templo (el Estado), exclama de continuo: “que se hunda Sansón con todos los filisteos”. Decía Rivera en el discurso de investidura que Ciudadanos no se vende, pero se alquila al mejor postor; se ve que no lee el “Financial Times”. Le va más el “Hola”. Existe una gráfica expresión que dice: cuando la mecanógrafa comete faltas de ortografía es de imbécil tirar la máquina de escribir por la ventana. Ciudadanos y Rivera han tirado la máquina de la sensatez por la ventana con el cerrojazo de bloqueo en el que se han enfundado.

jurado

De Iglesias y Unidas Podemos, ya se han hecho algunas reflexiones en el artículo pasado. Han demostrado carecer del sentido de la generosidad, ese sano sentido de saber perder si con ello otros ganan. Hay que recordarles el sabio y generoso consejo del empresario americano Davison Rockefeller: “No tengas miedo de renunciar a un éxito si hay alguien que lo puede hacer mejor que tú”. Desear algo por sí mismo no se convierte en realidad y, como dice con sabiduría el pueblo sencillo, es bueno dejar de centrarte en el tamaño de tus deseos y céntrate mejor en el tamaño de tus posibilidades. Poco se valora la fuerza de la sabia experiencia que encierran las moralejas de las fábulas y los cuentos clásicos, por ejemplo, el cuento de la lechera, cuya conclusión más extendida (aunque no la única) es que no hay que ser ambicioso. Es mejor tener los pies en la tierra y ser realista, porque si no, si se sueña sin realismo, puede pasar como a la protagonista del cuento: se rompe el cántaro y te quedas con las manos vacías. Recuerdo la fortuna que tuvo Pablo Iglesias en aquellas elecciones en enero de 2015 en Valencia con su Tic Tac Tic Tac…, en alusión al poco tiempo que quedaba para desalojar a Mariano Rajoy de la Moncloa y al PP del Gobierno de España. Después de las intervenciones del líder de Unidas Podemos en las fallidas sesiones se investidura del 23 y 25, cuántos ciudadanos, al margen de su verborrea enfadada que puede engañar a los suyos, han comenzado a contar el “tic-tac, tic-tac…”, el tiempo que le queda a Iglesias, si no reconducen sus ambiciones, hasta llevar a su grupo al despeñadero electoral y a la irrelevancia política.

Aunque exijan que por la aritmética electoral le corresponde uno de cada tres ministros, por la legalidad constitucional, los ministros del Gobierno son nombrados por el Rey, a propuesta del presidente del gobierno; para aplicar políticas de izquierdas, su presencia en el gobierno no es imprescindible; políticas de izquierda, con no pocos olvidos y errores, se han aplicado y muchas en los gobiernos socialistas, durante la república y en la presente democracia. ¡Qué difícil es acertar en la gestión si no existe alguna experiencia previa! Desde hace muchos años así lo afirmaba Confucio. “El éxito depende de la preparación y experiencia previas, y sin ellas seguro que llega el fracaso”. Estar en la política en cargos orgánicos e institucionales de una cierta entidad conlleva una gran complejidad, de modo especial cuando de gobernar se trata, eso no se maneja en dos días. La escasa experiencia, tanto en el ámbito político como en el profesional, de los líderes a estar en el gobierno que se decía en los medios, ha sido cuestionada desde fuentes cercanas a Unidas Podemos. Cinco años en política, en mi opinión, no dan el recorrido suficiente para ocupar puestos de máxima responsabilidad nacional. Le decía Iglesias muy enfadado dirigiéndose a Sánchez desde la tribuna del Parlamento: ¡Merecemos respeto y no que nos humille! Pero a renglón seguido suelta esta amenaza: “Si no es con nosotros, le garantizo que usted no será nunca presidente”. ¿Qué entiende por respeto el señor Iglesias? Si acudimos a “La maldita hemeroteca” no le haríamos ningún favor. Es cierto, todos necesitan respeto, también los ciudadanos si nos obligan a unas nuevas elecciones. Y estamos perplejos porque desde el 28 abril se auguraba un gobierno progresista. ¿Quién lo ha hecho fracasar? La pregunta tiene respuesta.

Si los portugueses han podido, ¿por qué no lo intentamos nosotros? ¡Dejemos los Rolex y dediquémonos a setas!

En esta situación bloqueada, parece que Pedro Sánchez ha abierto una salida. “Soy consciente de la realidad, -ha dicho en una entrevista en Telecinco5-, pero no voy a tirar la toalla: sondearé otras posibilidades”. Aplica el manual de resistencia. La toalla la ha recogido Alberto Garzón. Es cierto que una negociación no tiene éxito si cada parte no siente que gana y pierde algo. En un comunicado de IU, Garzón pide a Iglesias que acepte un acuerdo programático con el PSOE, que incluya las garantías necesarias para el cumplimiento del mismo, en torno a las bases programáticas que acordaron en el “Acuerdo de los Presupuestos Generales del Estado de 2019”, incluso en el supuesto de que no exista acuerdo para construir un gobierno de coalición y así evitar una nueva repetición electoral. Lo pide desde el sentido de responsabilidad que brota de la realidad entre la resignación y el inconformismo de quien se sabe agotando la única oportunidad que existe de tener un gobierno de progreso de izquierdas; pide un gobierno a la “portuguesa”, en el que no fue imprescindible una coalición, sino un programa de gobierno que ejecuta un gobierno apoyado por la izquierda. Todos sabemos que la experiencia portuguesa está siendo relevante y que la izquierda portuguesa, en todos los grupos que apoyaban dicho gobierno, se ha visto fortalecida; todos han visto crecer el apoyo ciudadano en la última elección de los 230 diputados que conforman la Asamblea de la Tercera República Portuguesa. Decía San Agustín una frase optimista y animosa que hoy podemos repetir, antes del fracaso de unas nuevas elecciones: “Si, illi, et ille, cur non ego”? Con su traducción podemos preguntar: Si ellos, los portugueses, han podido, ¿por qué no lo intentamos nosotros? ¡Dejemos los Rolex y dediquémonos a setas!

Acabo con esta frase del magnate indio de los negocios, Dhirubhai Ambani, fundador de Reliance Industries en Bombay: “Si no puedes construir tus sueños deja que alguien te contrate para que le ayudes a construir los suyos”.

“De setas y Rolex”