jueves. 18.04.2024

De cobardes y mentirosos

parlament

Producen pena aquellos catalanes que depositaron su confianza y creyeron a unos inconsecuentes políticos, convencidos de que, con solo introducir una papeleta en una urna ilegal, vivirían ya en una república independiente; no son poco los que aún les creen

Al escribir en este momento sobre la realidad que nos preocupa e interesa, se siente uno como espectador de esas series que dejan a los televidentes con la duda sobre qué sucederá en el capítulo siguiente; o como, en mi infancia, los lectores de aquellas novelas por entregas que ardían en deseos de conocer qué sucederá en el siguiente fascículo. Cuando en la noche de este miércoles festivo pongo fin a estas páginas sé lo que hasta ahora ha sucedido y me atrevo a aventur lo que puede suceder, pero estoy seguro de que la realidad de mañana dará sorpresas:

¿Habrán acudido ante la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo todos los citados?, ¿habrán declarado o se habrán negado a hacerlo?; ¿se habrá presentado Puigdemont o permanecerá escondido?; ¿qué nueva estrategia le habrá sugerido su letrado Paul Bekaert, ese experto en materia de extradición y antiguo defensor de presos etarras, para que no se presente?; de no presentarse, ¿pedirá la Fiscalía a la juez que lleva el caso que tramite una orden europea de detención y entrega?; ¿qué sorpresa nos depararán los de la CUP y los de ANC y Omnium Cultural, maestros de la movilización, a quienes nadie ha elegido? Surgirán nuevas preguntas que el tiempo se encargará de resolver.

La incapacidad para advertir los riesgos y las consecuencias de la toma de decisiones han demostrado la poca valía de tantos políticos que hoy nos representan, a no ser que, por un tacticismo perverso o con el objetivo malicioso de engañar o confundir, manipulen la verdad.

Producen pena aquellos catalanes que depositaron su confianza y creyeron a unos inconsecuentes políticos, convencidos de que, con solo introducir una papeleta en una urna ilegal, vivirían ya en una república independiente; no son poco los que aún les creen. Pensaban que todos estos líderes del Govern y los 70 diputados que votaron la independencia en el Parlamet el 27 de octubre, encabezados por Puigdemont, como otro Moisés a los hebreos, les iban a conducir a la “república prometida”. Abierta la esperanza, como se abrieron las aguas del Mar Rojo, se encontraron con la cruda realidad: sus líderes les han abandonado en medios de las aguas; y mientras, algunos de ellos, cobardes y mentirosos, se largaban a lugares seguros, otros mantienen un sospechoso silencio, hasta el punto de que no pocos catalanes, partidarios del independentismo, se lamentaban hoy: “Todo nos resulta raro; no sabemos dónde estamos: ¿en qué quedamos?, ¿tenemos república o tenemos el 155?”. Es el círculo de la locura entre el Gobierno y el Govern. Hace días sostenían unos: “si declaras la independencia, aplicaremos el 155”; y el otro: “si aplicáis el 155, declararé la independencia”. Hoy, en cambio, se amenazan: “si no vienes a España, ordenaremos tu detención”. Y el otro: “no iré a España porque, si lo hago, me vais a detener”.

De Catalunya no sólo se han ido miles de empresas; se ha ido, o huido, hasta su president, el que fue “Molt Honorable”, hoy carente de esa “honorabilidad” que ha perdido, desprestigiando también internacionalmente la honorabilidad del nombre de Catalunya y de España. Sin la épica de los versos finales del poema “Castilla” de Machado: “al destierro, con doce de los suyos, / -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga”, convertida por Puigdemont en “comedia y opereta bufa”, pero con más realismo, hoy se puede decir: “a Bruselas con cinco de los suyos, - cobardía, mentira y fuga - el president cabalga”.

Al menos en la épica marinera se suponía que el capitán era el último en abandonar el barco, y las ratas, las primeras; con la dudosa proclamación de “la república catalana”, lo primero no sé ha cumplido, aunque sí lo segundo. En el primer lunes de la “cacareada” república, el President y algunos de los suyos, huyen a Bélgica; y en un tuit, con empalago fatuo y soberbio de los que se creen héroes, se proclama “President en el exilio”. A un político, se dice, se le puede perdonar todo menos que haga el ridículo.

En la hipótesis, que no contemplo, de que los “independentistas” tuviesen razones comprensibles para intentar declarar su anhelada república catalana, derecho que dentro de la legalidad nadie les niega -así lo dice el Tribunal Constitucional-, no hay duda de que se pueden calificar de esperpénticos, cobardes y mendaces los hechos y comportamientos que en estos días mantienen sus líderes, de cualquier color político, especialmente, el cesado govern, su presidente, sus consejeros, la señora Forcadell, el conjunto de los “Jordis” y a quienes representan y siguen.

Lo es, sobre todo, la huida del señor Puidegmont y su falaz, incoherente, desnortada y malintencionada rueda de prensa en Bruselas, en la que ha demostrado lo que es: un político mediocre, marioneta de unos fanáticos que le han ido marcando la ruta hacia el despeñadero. No es inocente, como ha sostenido en la rueda de prensa, que se haya fugado a Bruselas por ser la capital de Europa; bien sabe él, se lo han repetido mil veces, que la DUI implicaría la salida inmediata de la Unión Europea y de sus Instituciones; la elección de Bélgica tiene más que ver con la disputa existente desde hace años entre valones y flamencos, proclives éstos, con sus políticas cercanas a la extrema derecha, a las tesis independentistas del señor Puigdemont y sus consellers. Extrañas alianzas con el partido del secretario de Estado de Inmigración belga, Theo Francken, que se brindó a darle acogida si el cesado presidente de la Generalitat optara por el exilio; partido flamenco que promueve el racismo, la xenofobia y la homofobia.

En una intervención confusa y llena de contradicciones, ante cientos de medios de comunicación, en un intento de victimizarse y victimizar a cuantos catalanes le han secundado, ha dejado grabada para la historia la locura a la que puede llegar un petimetre insensato, intentando dar una imagen de España represora y violenta, con el fin de internacionalizar un conflicto del que sólo él es responsable, hasta llegar al ridículo de proclamarse “President en el exilio”. Decía Platón que “la burla y el ridículo son, entre todas las injurias, las que menos se perdonan”. No hay nadie que haya hecho tanto el ridículo desde que Calígula nombró cónsul a su caballo. Con esta semblanza creo que no insulto a “don Carles”, político adolescente con excesivo flequillo y carente e “seny”, sino que anticipo lo que de él se dirá y se escribirá en el futuro.

Para quienes tanto han hablado de democracia y votaciones, esta huida no es más que el resultado de esa generalizada insensatez y de los falsos mitos y bulos en los que se sustentaba el independentismo. Por lo visto, muchos crédulos catalanes no calcularon o no quisieron ver las torticeras estrategias y encerronas a las que han sido sometidos durante años y los costes y consecuencias que les iba a suponer.

Hace 80 años, en 1937 escribía Miguel Hernández unos versos dedicados a los cobardes: “Hombres veo que de hombres / sólo tienen, sólo gastan / el parecer y el cigarro, / el pantalón y la barba. / En el corazón son liebres, / gallinas en las entrañas, / galgos de rápido vientre, / que en épocas de paz ladran / y en épocas de cañones / desaparecen del mapa. / Estos hombres, estas liebres, / comisarios de la alarma, / cuando escuchan a cien leguas / el estruendo de las balas, / con singular heroísmo / a la carrera se lanzan, / se les alborota el ano, / el pelo se les espanta. / Valientemente se esconden, / gallardamente se escapan / del campo de los peligros / estas fugitivas cacas, / que me duelen hace tiempo / en los cojones del alma”.

Recuerdo estos versos al ver cómo el Parlament de Cataluña aprobaba el 10 de octubre la resolución, con la ausencia de la oposición en el momento de la votación, para declarar la independencia a propuesta de Junts pel Sí y la CUP y abrir un proceso constituyente que “acabe con la redacción y aprobación de la constitución de la república”. El texto leído por la antipática Forcadell y aprobado por 70 votos afirmativos, instaba al Govern a desplegar la ley de transitoriedad. Considero, haciendo mío el título de la novela de Javier Castillo: ese día para la historia de Catalunya, será “el día en el que se perdió la cordura”.

Si esa votación era previsible desde hace tiempo, lo que no era previsible -esta es la razón de mi extrañeza y del título de estas reflexiones-, es que lo han aprobado “en voto secreto”, tanto la CUP como Junts pel Sí, con el fin de evitar posteriores acciones penales, tras la advertencia de los servicios jurídicos del Parlament de que el texto no podía votarse debido a que la ley en la que se sostiene estaba anulada por el Tribunal Constitucional. Evitaban así la prueba real de su voto pues en su defensa podrían alegar “que nadie les puede acusar de haber votado algo ilegal”. No han sabido dar la cara ante la sociedad catalana. Eso se llama “cobardía”.

Y no sólo han sido “cobardes”; también “mentirosos”, con el cinismo de esas palabras en el relato independentista con el que han engañado a los ciudadanos, sostenido en bulos y mentiras. Sin extenderme en él, quiero citar el recomendable y clarificador artículo de Xavier Vidal-Folch y José Ignacio Torreblanca en el diario El País, titulado “Mitos y falsedades”. Es la explicación con un estudio pormenorizado de 10 bulos y falsedades, que enumero a continuación, con los que han convencido o seducido a un pueblo, pero que no son verdad. El independentismo catalán se ha sustentado en unas afirmaciones rotundas y repetidas a menudo. Van desde las creencias históricas hasta las económicas. Todas ellas falsas:

1. La guerra de 1714 fue de “secesión”.

2. La Constitución de 1978 es hostil a los catalanes.

3. La autonomía catalana ha fracasado

4. España es un Estado autoritario

5. España nos roba

6. Solos seremos más ricos

7. Tenemos derecho a separarnos

8. No saldríamos de la Unión Europea

9. El referéndum del 1-0 es legal

10. Votar siempre es democrático

Hay analistas, con argumentos razonados, que ante esta situación prefieren hablar de Rajoy y de la corrupción del Parido Popular. No se niega, pero se discute. Que Rajoy y su gobierno debieran irse lo venimos diciendo millones de españoles desde el inicio de su mandato, pero considero que no todo se puede exigir en todo momento: hay prioridades. Sabemos de la corrupción del PP y de muchos de sus dirigentes; tiempo habrá de hacerlo, una vez encauzada la locura y el desastre del independentismo catalán, con el objetivo puesto en unas prontas elecciones generales y con el voto inteligentes y responsable de aquellos votantes que deberían tener claro a quién votar y a quién no; pero en estos momentos lo prioritario es resolver otro problema más grave: el tema catalán y la reforma de la Constitución que proporcione a Catalunya un nuevo encaje en el mapa de España. En cualquier caso, según el Código Penal, los delitos de los que se acusa por ahora a algunos de los líderes independentistas catalanes son de mayor gravedad penal que los de los líderes del PP. Sin aparcar éstos, resolvamos primero el conflicto catalán y exijamos responsabilidades a cuantos han participado en él y luego ya buscaremos el modo de juzgar y pedir explicaciones a quienes penalmente hay que exigirlas.

Sería un fracaso no evitar en las elecciones del 21 de diciembre, convocadas en aplicación del 155, con todas las garantías legales, una amenaza posible. Todos sabemos que los independentistas han rechazado dicho artículo, considerándolo como una afrenta del Estado y una aberración ya que con él se permite desarticular la estructura de su Administración y sustituir, con autoridades estatales que no aceptan, a los “legales representantes del pueblo de Cataluña y arrebatarles su autonomía política”. Asumen sin embargo la contradicción de presentarse y participar en esas elecciones. Y digo que sería un fracaso no evitar, la estrategia con la que se quieren presentar, como solapadamente pretenden algunos de sus líderes, con un hábil eufemismo para enmascarar la aceptada convocatoria como “otro referéndum” o “unas elecciones plebiscitarias” con las que intentarían legitimar otra nueva huida hacia adelante del independentismo. De ser así, el parlamento resultante no reflejaría pluralidad de la compleja realidad catalana y a la pregunta de si se sienten legitimados para “la declaración de independencia”, no hay duda de que responderían: “Por supuesto que sí. Las elecciones (plebiscitarias) las hemos ganado nosotros”.

La cauta inteligencia es inevitable pues la experiencia nos enseña que en este “juego” quieren participar también “cobardes y mentirosos”.

De cobardes y mentirosos