viernes. 29.03.2024

“Cristina de Troya”: historia de un máster que provocó una guerra

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Resulta inaceptable que Mariano Rajoy, contra toda evidencia de pruebas sólidas, se mantenga en esa repetida actitud que le caracteriza de “sostenella y no enmendalla”

Aparte de Homero, distintos autores griegos trataron el tema de Helena de Troya, introduciendo variaciones en las motivaciones de las que fue consciente de su error durante su estancia en Troya; lo que no evitó, seducida por Paris o por un “máster”, fue originar la guerra de Troya. El lector de este artículo es libre de escoger la infinidad de matices que ofrece esta gran historia de la guerra de Troya o de un “máster”.

Uno de los diálogos más citados de la historia es el de Levis Carrol entre Alicia y Humpty Dumpty; en él Carroll pone de manifiesto que quien ostenta el poder, utiliza el lenguaje y el poder como le da la gana y según sus propios intereses. “El que manda”, el que ostenta el poder, es el que pone la norma, está por encima de las normas del lenguaje, está por encima de todas las normas y, por supuesto, está por encima de todas las instituciones. Lo importante es saber “quién es el que manda”.

Extrapolando esta conclusión a nuestro contexto actual: el que manda, el que quita y pone y hace lo que le viene en gana en el PP, es Mariano Rajoy. Toda la cohorte de la cúpula popular lo ha manifestado en “el caso del máster de Cifuentes”, hasta lo ha dicho la propia Cifuentes: “Se hará lo que diga Rajoy”. Es una paradoja que aquellas instituciones encargadas de llevar a buen término la democracia sean ellas mismas profundamente antidemocráticas y serviles. Esto está sucediendo, y cada vez más, sin que tengamos plena conciencia de ello, en los partidos políticos, sobre todo, en algunos. Es políticamente indecente que, en el proyecto del Partido Popular, “gobernar” signifique, imponiendo las normas del lenguaje, la voluntad de Rajoy o “lo que diga Rajoy”. Al inmenso lodazal de corrupción en el que se convirtió el Partido Popular de Madrid bajo la dirección de Esperanza Aguirre y de Ignacio González, se ha sumado ahora, “el caso Cifuentes”. En estos días, a pesar de las evidencias que casi nadie pone en duda, ese agujero negro de la corrupción se ha tragado, una vez más, la credibilidad del presidente del Partido Popular, si alguna le quedaba.

¿Qué ha dicho Rajoy del caso Cifuentes? En la comparecencia en la rueda de prensa en la Moncloa, desviando el tema y escudándose en casos de falsos currículums académicos de otros políticos, es decir, “utilizando la política del ventilador”, Rajoy ha cumplido lo que ya dijo Confucio hace miles de años: “cuando el sabio señala la luna, el necio mira al dedo”. Desviando como siempre el tiro y la respuesta, la pregunta directa de si pensaba pedir ya la dimisión de Cifuentes, ha asegurado aludiendo al pacto entre PP y Ciudadanos, gracias al cual gobierna Cifuentes en Madrid desde hace tres años, que “no existe ninguna razón para romper un acuerdo que se está cumpliendo”. Ignora el olvidadizo Rajoy a conveniencia que el punto 3 del Acuerdo de Investidura entre Partido Popular y Ciudadanos dice así: “Separación de cualquier cargo público que haya falsificado o engañado en relación a su currículum o su cualificación profesional o académica”.

Con esa forma que tiene de construir expresiones que, además de indicar torpeza se vuelven contra él, ha sentenciado, utilizando refranero español: “Consejos vendo que para mí no tengo”. Es necesario recordarle que se aplique por dignidad democrática su consejo y que no intente con lerdo cinismo pedir a los demás lo que él debe hacer: cesar a Cifuentes y que no intente convencer a Ciudadanos de que se la debe mantener en su puesto.

Resulta inaceptable que Mariano Rajoy, contra toda evidencia de pruebas sólidas, se mantenga en esa repetida actitud que le caracteriza de “sostenella y no enmendalla”, -expresión del Quijote que define la actitud de quien persiste empecinadamente en errores garrafales, incluso a sabiendas, por orgullo o por mantener las apariencias, aunque el mantener el error cause un daño peor-. “Cosas veredes, Sancho…”. Gobernar es pensar primero en tu país y no en los intereses personales o de partido, o mirando los réditos o pérdidas electorales. Como ya es costumbre en él, es el “síndrome Mariano”, lo fía todo a los lentos procesos judiciales, evitando rendir cuentas y centrándose en hablar exclusivamente de lo que le conviene. Igual que Cifuentes, emplea la técnica del pingüino: no responder, sonreír, saludar y aguantar. Está aplicando la cínica consigna de Dolores de Cospedal: “Hay que defender lo nuestro y a los nuestros”. Es el modelo de la política sin ideas. Con el déficit democrático que estamos padeciendo con los actuales partidos políticos, en España la política se ha quedado sin ideas, trufada de intereses prgmáticos. Se ha agotado el caladero de las grandes trasformaciones sociales de aquella ilusión democrática que defendieron tantos ciudadanos en el último tercio del siglo XX. No sabemos hacia dónde queremos ir como nación, pero estamos demostrando de que somos incapaces construir o elegir políticos honrados.

Es un error que a Rajoy le pasará factura electoral -le está pasando ya con demasiada frecuencia en esta malhadada legislatura, con el soporte y la ayuda electoralmente interesada de Ciudadanos-, al conceder un nuevo plazo y sostener a Cristina Cifuentes, tan cuestionada por casi todas las instituciones por el escándalo de su máster en la Universidad pública Rey Juan Carlos de la Comunidad que ella preside. El caso del máster de Cifuentes es un buen reflejo de una élite política que predica meritocracia, pero que vive instalada en el enchufe, el privilegio y el chanchullo.

Empezamos a sospechar que a algunas universidades españolas les pasa algo parecido: promueven pensamiento crítico y esfuerzo intelectual, pero, en muchos casos, están lastradas por un sistema en el que se fomenta el clientelismo. Esto conlleva problemas muy serios de endogamia, desincentiva la investigación como método de promoción académica, pero genera unas lealtades y unos servilismos de por vida. Esa fue la impresión que dio la rueda de prensa de la CRUE. Es verdad que los Rectores que presidían constataron “graves irregularidades” y “hechos de enorme gravedad”, pero no confirmaron oficialmente las irregularidades hasta ahora conocidas del máster de Cifuentes, absteniéndose de detallarlas por estar la investigación en manos de la Fiscalía: han actuado como Rajoy, dejando “el marrón” en manos de la justicia.

Si la pasión de Helena por Paris ocasionó una guerra que destruyó Troya, el “regalado máster” de Cristina Cifuentes, las irregularidades probadas, la inconsistencia de sus explicaciones, coartadas y excusas, cuando no falsedades probadas, y la insultante y provocadora soberbia mostrada en el vídeo del “Me voy a quedar; que no me voy; que me quedo. ¡Voy a seguir siendo vuestra presidenta!”, han ocasionado “una guerra” y un daño innecesario, que ha destruido la verdad, la credibilidad y la confianza de muchos españoles y todos los madrileños, en especial de los estudiantes y del profesorado, arruinando la “cultura del esfuerzo” del que tanto han predicado los populares, desprestigiando la política e importantes instituciones, como es la Universidad; la reparación debe pasar por su dimisión o su cese inmediatos. La continuidad de Cifuentes o del partido popular en la presidencia de la Comunidad de Madrid es insostenible. Es hora de decirle a Ciudadanos que necesitamos lo que tanto han predicado y para ello se presentaron: una regeneración democrática y no un nuevo candidato de lo mismo, de ese PP de la Asamblea de Madrid, cómplice con sus cerrados y serviles aplausos, de las evidentes mentiras y las poco verisímiles razones de Cifuentes.

Entiendo que todos los demócratas decentes deben luchar por parecidos objetivos: prestigiar la actividad política y su transparencia. Sin embargo, da la sensación de que no es así; el grupo “naranja” parece que intenta sacar mejor rentabilidad electoral si deja achicharrarse a “la presidenta”. Muchos han hablado de trabajar por la regeneración de la política, pero siempre terminan chocando con las propuestas de negociación que pueden conseguirla.

Sabemos que la política es discrepancia en el marco de una enriquecedora pluralidad y estrategias sobre cómo pensamos y nos enfrentamos a la contingencia de los hechos y a la solución de los problemas de la sociedad. Pero a pesar de las lógicas diferencias que definen los distintos principios, proyectos y programas, es el momento unirse en pos de un objetivo muy concreto: una moción de censura, no para repartirse sillones, como sugiere Ciudadanos que intentan los demás, sino como la presentada por  Ángel Gabilondo con el fin de hacer valer las buenas razones y estar a la altura de la demanda ciudadana; perfilando un programa de gobierno “para pocos meses”, de “transparencia y serenidad”, centrado en las “emergencias sociales” pactadas por los partidos políticos que la apoyen.

Estoy seguro de que, si dependiese de los madrileños, esta moción contaría con una amplia y suficiente mayoría. Es hora de que todos los diputados de la oposición se retraten y definan si buscan sus intereses de partido o los intereses de los ciudadanos a los que representan y que les han votado. Deben afrontar la responsabilidad del momento y no abrir una comisión, como apoyaba Ciudadanos, que dilate y prolongue en el tiempo esta insostenible situación. Muchos diputados de la Asamblea madrileña lo dicen, hasta algunos del PP, aunque no lo digan, lo piensan: “Cristina Cifuentes, por dignidad, debe irse”.

“Cristina de Troya”: historia de un máster que provocó una guerra