jueves. 25.04.2024

CAyetana, CAsado y la CAlisto

cayetana

“Si nuestra responsabilidad social es crear una ciudadanía democrática que avance hacia un futuro mejor, ¿en quién podemos depositar nuestro voto que no frustre nuestras esperanzas ni destruya nuestras ilusiones?
Un partido puede cambiar de propuestas, pero no de principios”.


Cayetana, como Casado, como Aznar, cultivan la cultura del narcisismo, cuya característica principal es la búsqueda de la admiración, tendencia a la que acompaña el deseo de situar a los demás en un lugar inferior

El mayor favor que se le puede hacer a un autor consiste en discutir sus tesis y argumentos, señalar sus posibles puntos débiles y estimularle a repensar sus reflexiones y propuestas con mayor claridad y rigor. Asumo de antemano cualquier crítica fundada, convencido de que nadie está en posesión de ninguna verdad incuestionable. Quien opina está obligado moralmente a aceptar que otros opinen lo contrario.

Existe un convencimiento generalizado de que nuestros actuales políticos en tiempo de elecciones están mostrando escasa sensibilidad por la buena educación; su lenguaje está resultando tremendista, grosero, faltón, carente de objetividad y verdad. No muestran propuestas ni conocimientos sino excesivo ensimismamiento. Dando un sesgo a la frase de Pitágoras de que “es igualmente peligroso dar una espada a un loco que el poder a un depravado”, me atrevo a decir que “es igualmente peligroso dar la palabra a un necio que el poder a un insensato”. Carecen de originalidad; al escucharlos, tenemos la sensación de sufrir de paramnesia, esa distorsión de los recuerdos o efecto “déjà vu”, como si lo que dicen lo hubiéramos vivido o escuchado previamente. El problema es que no es un “déjà vu”, sino que se lo hemos escuchado cientos de veces. Como dicen con salero en Andalucía, “se repite más que un yogur de ajo”.

Estudiando piano en mis años jóvenes recuerdo con nostalgia haber interpretado “Las variaciones sobre un tema vasco” (la conocida canción Itsasoan) de Jesús Guridi, de la que desarrolla nueve variaciones. Escucharlas es una delicia; escuchar “las reiterativas variaciones sobres los mismos temas” a los Sánchez, Casado, Aznar, Rivera, Iglesias, Egea, etc., resulta insoportable. Consideran que, porque digan las mismas ideas en lugares distintos, añaden novedad a su discurso; no llegan a percibir que aburren hasta las ovejas y a las vacas; algunos, muy propensos a hablar con ellas y a acariciarlas en tiempo electoral.

Cicerón, observando su realidad histórica, decía que la historia no se repite, brinda, en cambio, perspectivas para intentar entender el presente y predecir el futuro. Que el Teatro Real haya recuperado, tras siglos de olvido, al genio de Francesco Cavalli con una obra imprescindible de las óperas barrocas, “La Calisto”, basada en Las Metamorfosis (Libro II) de Ovidio, me ofrece la posibilidad de explicar el “porqué” del título de este artículo: CAyetana, CAsado y la CAlisto (destaco intencionalmente la primera sílaba de los nombres). Tras una intensa guerra entre los dioses y los seres humanos, la Tierra muestra las terribles cicatrices de la batalla. Mientras Júpiter y Mercurio analizan cómo han sucedido los tristes acontecimientos, se encuentran con la ninfa Calisto, servidora de Diana -hija de Júpiter- que ha jurado permanecer virgen; deseosa de beber agua potable y ante la imposibilidad de encontrarla, culpa a Júpiter del fracaso; éste, atrapado por su belleza, para impresionarla, rellena el manantial a la vez que aprovecha para insinuarse, pero Calisto rechaza sus pretensiones; Mercurio le sugiere entonces que adopte la forma de Diana, a cuyos encantos Calisto no sería capaz de resistirse. Júpiter hace caso a Mercurio y Calisto recibe encantada los cariñosos besos de la “falsa Diana”.

Decían los clásicos que “similes cum similibus facillime congregantur” (los iguales se juntan muy fácilmente entre sí). Desde la distancia comparativa, me viene a la imaginación la identificación casi hipostática, como en “la Trinidad teológico-cristiana”, entre Cayetana, Aznar y Casado y la figura de la “Calisto”. Analizando el interés de Casado (Júpiter) por Cayetana (Calisto), al elegirla, aconsejado por Aznar (Mercurio) como cabeza de lista por Barcelona para las próximas elecciones generales, recuerdo unas palabras del evangelio de san Mateo (17,8) en las que, desde una nube resplandeciente, se escucha una voz dirigiéndose a Jesucristo: “Éste es mi Hijo bien amado, mi predilecto, en el que tengo todas mis complacencias. Escuchadlo”.

A partir de ahí, elegida como cabeza de lista, la preterida y desterrada Cayetana, en tiempos de Rajoy, es hoy la preferida y bien amada por Aznar y Casado; ambos (como Júpiter y Mercurio) han puesto en ella todas sus complacencias exigiendo a los suyos, a los que ya están o desean estar en las listas electorales y a sus obedientes “bases populares”, que la escuchen, la admiren y le rindan pleitesía. Desde tal fichaje estrella, como una esfinge hierática (“la rubia” como ella se llama), se ha puesto a largar sin parar, sentando doctrina “a troche y moche”, como una pitonisa envuelta en la locura de la locuacidad. Quien ha sido tocada por el dedo de los dioses (es la nueva “Calisto”), Cayetana deja de ser mortal para convertirse también en diosa con derecho a sentar doctrina en el Partido Popular.

Según Hannah Arendt en su obra “Los orígenes del totalitarismo”, “la calificación principal de un líder de masas llega a ser su infinita infalibilidad; jamás reconocerá un error”. Eso ha comenzado a hacer Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, XIII marquesa de Casa Fuerte, tertuliana en otro tiempo en La Mañana de Federico Jiménez Losantos en la Cope. Con el síndrome de superioridad moral y estrechez de miras de las que hace gala cada vez que habla o escribe, “la marquesa” se siente infalible dictando doctrina sin sombra de duda alguna y sin reconocer los errores y disparates que, en los breves días desde su elección, ha ido cometiendo en sus declaraciones. Cayetana, como Casado, como Aznar, cultivan la cultura del narcisismo, cuya característica principal es la búsqueda de la admiración; tendencia a la que acompaña el deseo de situar a los demás en un lugar inferior.

Escribió Ortega en La Historia como sistema que hay momentos tan significativos que son capaces se sintetizar toda una época histórica. En mi opinión, en las excesivas entrevistas que la candidata a liderar la cabeza de la lista popular por Barcelona está ofreciendo (TV y radio), de modo especial, en la presentación de los candidatos populares para las próximas elecciones generales, ha ofrecido en su intervención todo lo que puede dar de sí y qué papel va a jugar dentro del Partido. En su hierática y larga perorata ha desgranado el porqué de su “marcha y regreso” al PP, su distancia manifiesta con la política de Rajoy al que ha criticado por su desistimiento con el procès; “con Rajoy -ha sentenciado- yo no hubiera vuelto al PP”; y en esos soliloquios propios de los divos en escena, se ha recitado a sí misma: “Me preguntaba si a pesar de mi ruptura pública con Mariano Rajoy y abandono del Congreso de los Diputados, seguiría siendo militante del Partido Popular…”; soy militante, no simpatizante. He sido a la vez simpatizante y no militante de Ciudadanos. Incluso los he votado. Hoy estoy muy contenta con el Partido Popular y con Pablo Casado. Soy muy coherente; siento orgullo y una enorme responsabilidad. He dado el paso y planto cara a la secesión y al independentismo, ese proyecto nacionalista con cara sucia que quiere convertir a muchos ciudadanos en extranjeros. “He venido para ensanchar la base constitucionalista”. Como a otro “mesías salvador”, ante esta épica, tremendista y sentimental confesión, todos los asistentes populares en la Asamblea, emocionados, han irrumpido en sonoros aplausos.

Los que hemos escuchado, con demagoga oratoria, su intervención tan aplaudida en la Asamblea popular, pero también hemos leído decenas de sus artículos, modelos de cursilería mediática, que ha venido publicando en el diario El Mundo y en su Blog “Le pont Mirabeau”, imitando a Guillaume Apollinaire, en los que halaga a quien la adula y desprecia a quien la critica -responde con sonrisa complaciente a Jiménez Losantos y con cortante sequedad a Mamen Mendizábal en La Sexta, buscando siempre la confrontación-, no podemos entender la deslealtad y desprecio de Casado y de los que hoy componen su equipo con Rajoy; a quienes incluyó en su ejecutiva y aupó a altas responsabilidades (vicesecretario general de comunicación), hoy no sólo permanecen mudos ante las diatribas y críticas lanzadas por Cayetana y el ninguneo de Aznar contra Rajoy, sino que encima les aplauden embelesados.

Todos ellos, estómagos desagradecidos y mentes olvidadizas, han aplaudido a Cayetana “la marquesa”, la misma que, en no pocos artículos y en cuantas ocasiones ha tenido oportunidad, ha criticado y ofendido a Rajoy; ese Rajoy, hoy ninguneado, que, mientras fue Presidente del Gobierno y del Partido, era aplaudido y vitoreado; ese Rajoy del que Cayetana (la Calisto de Casado) ha dicho, según la frase atribuida a la sultana Aixa madre del último rey islámico de Granada, Boabdil el Chico, que “ha llorado como una mujer lo que no ha defendido como hombre; pues no nos ha dejado una España mejor”. Desde su pódium de soberbia intelectual, practica lo que el historiador Cornelio Tácito señaló del emperador Domiciano (Juvenal decía que era peligroso hablar con él): “Oderim, dum metuant” (“No me importa que me odien con tal de que me teman”). Tal vez alguno se pregunte a qué viene esta cita y excursión por la historia de Roma. ¿Razón?: porque la historia, aunque no se repita en identidad, ofrece perspectivas para entender el presente y nos ayuda a detectar cuándo estamos enfrente de un demagogo o más de uno; cuanto hace o dice, lo hace y dice en exclusivo servicio de su medro personal; el tono que emplean los delata y los que le escuchan sucumben a su seducción, especialmente en tiempo de elecciones y listas.

Además de las ya mencionadas críticas, merece la pena leer las que en el artículo publicado en “El Mundo”, el 4 de marzo pasado, hace sobre Rajoy y Soraya. No tienen desperdicio.

Escribe sobre Mariano Rajoy: “Tal vez deslumbra en el Parlamento, pero no lidera la calle. El marianismo hizo puf”. Y ante el Juez Marchena, como testigo en el juicio del procès; “el ex presidente del Gobierno fue incapaz de advertir la gravedad que los hechos merecían; que el operativo policial, bah, no iba con él; que descartara el estado de sitio como opción y vacilara ante el 155… no significa que el 1-O no haya sido un pedazo de rebelión violenta; pero Mariano es así. Un spectateur non engagé. Siempre encuentra terceros a los que culpar: Acebes, Zaplana, Pizarro, Aznar, El Tato. Y siempre rebaja la calificación de la realidad: el 9-N, una pantomima; el 1-0, un lío”.

Y de Soraya Sáenz de Santamaría: “¡Qué bien iba todo! ¡Qué íntima y pública era la satisfacción de la ex vicepresidenta! Angora líquida. Cómo jugueteaban las comisuras de sus labios. Hasta que de pronto apareció un letrado armado de sesos y hechos. En el diván, declaró: Voy a confundirme con el paisaje, hacerme imprescindible. Cuando insistió en que trató a todas las Comunidades Autónomas por igual. Claro, por eso abrió despachos también en Badajoz, Murcia y Valladolid. Y cuando reconoció que ella, “vicetodo”, ministra para Cataluña y jefa del CNI, no tenía la más remota idea de cómo pretendía el Estado impedir la votación del 1-O. Y ahora es miembro del Consejo de Estado”.

Sin compartir la gestión política de Rajoy y su vicepresidenta mientras gobernaron desde la presidencia del partido y del gobierno y repartieron cargos y puestos rentables a tantos de los que escucharon a Cayetana, sin pestañear y le aplaudieron, ante estas despreciables y duras críticas vertidas en sus artículos por “la marquesa” contra Rajoy y Soraya, resulta rastrero y produce vergüenza, de no existir por medio el ansia desmedida de “conseguir poder y permanecer en él”, ver cómo esos interesados líderes populares, que hoy se aprietan en las listas y en las fotos porque, quien se mueve no sale en ellas, guardan silencio y manifiestan tal deslealtad a quien hace apenas 8 meses, aplaudían y jaleaban como líderes indiscutibles del Partido Popular. Es honesto recordarles lo que decía san Ambrosio en el Hexameron, son “tamquam canes muti nescientes latrare”, como perros mudos que no saben ladrar. Muchos de ellos son de los que, como expresa ese libro en el que dicen creer, venden su dignidad “por un plato de lentejas”. Ante la estupidez, la deslealtad y la cobardía, callarse nunca es la opción.  Bien decía Weber que hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive “para” la política o se vive “de” la política. Y hay demasiados arribistas que no han hecho otra cosa en la vida pero, medrando en el partido, pretenden dirigir un país.

Decía Casado a la periodista Ana Pastor: “Me quiero rodear de los mejores”; el problema que debe aclarar y despajar es: ¿quiénes son para él los mejores. Si la valoración de un candidato la hace quien le ha elegido, ¿es fiable tal valoración? La respuesta es obvia: no; sobre todo que, quien elige a los candidatos, posee desmesura hiperbólica, falta de moderación, ponderación y proporcionalidad y cultiva la quimera con una imaginación y palabrería desbordantes. Pretende convertir a España en la California de Europa; presenta a Cayetana como la “Messi” de la política y a Suarez Illana, como el gran valor de su nueva política; sí, la política del “aborto de los neandertales” y la apuesta por los toros y la caza, como solución de la economía y la despoblación. Ignora el señor Casado que la herencia proporciona familia y apellido, pero no inteligencia, visión política y sentido común. Casado y su segundo, García Egea, esconden y difuminan las respuestas con exceso de palabras, pero sin responder nada; aburren a la inteligencia y a la claridad; inyectan palabras donde no se necesitan; pretenden refundar la realidad y rescribir la historia y se adjudican todo lo bueno a ellos y al PP y todo lo malo a los demás, especialmente a Sánchez y al PSOE: “Sánchez carece de legitimidad como hijo de una bastarda moción de censura”; “está vendiendo la economía y España a plazos y a trozos, junto a Quim Torra y Carles Puigdemont”. Como decía Jung, “conocido el personaje se conoce a la persona”; son como la máscara del teatro griego (πρόσωπον): una especie de camuflaje que sólo permiten a los demás ver de ellos lo que ellos quieren que vean y nada más. Hoy se llama impostura. Son gente joven, pero viejas voces.

En uno de sus versos escribía Hölderlin “porque es en el mar en donde nace el río”. Acostumbrados a decir “los ríos van a morir al mar”, parece que el poeta cae en una contradicción; pero, ¿acaso no es la lluvia la que se nutre del mar para parir los ríos? Con la metáfora de Hölderlin podemos decir que es en el pueblo donde nace la política y a los políticos sólo les compete administrarla, sin olvidar quién les vota y qué necesita el pueblo. De ahí la reflexión con la que he iniciado este artículo: “Si nuestra responsabilidad social es crear una ciudadanía democrática que avance hacia un futuro mejor, ¿en quién podemos depositar nuestro voto que no frustre nuestras esperanzas ni destruya nuestras ilusiones? Un partido puede cambiar de propuestas, pero no de principios”.

CAyetana, CAsado y la CAlisto