jueves. 28.03.2024

La banalización de la realidad

jordis

Considero una deshonestidad política, social y ética, mantener la ambigüedad y la equidistancia en estos graves momentos, que tanto daño y dolor están causando a la ciudadanía, especialmente la catalana

Afirmaba con toda razón histórica hace días Víctor Díaz Cardiel, histórico militante comunista: “He estado ocho años en prisión por mis ideas políticas y no sé cuántos he tenido que vivir en la clandestinidad… ¿Y me vienen con que los “Jordis”, líderes de la ANC y Òmnium Cultural y los miembros de la Generalitat en prisión ‘son presos políticos’ por un estado represor franquista? Tal banalización de la realidad es una falta de respeto a los que tanto sufrimos en el verdadero franquismo”.

No son pocos los ciudadanos que, habiendo sufrido la dictadura para conseguir las libertades que hoy tenemos (aunque haya miopes históricos que lo nieguen), consideren inadmisible hacer una equivalencia entre esta democracia, aunque imperfecta, con el fascismo o la dictadura y, más, cuando los acusados “han ido de ilegalidad en ilegalidad” reiteradas veces. Cuando se ignora o manipula la historia, los que victimizan la realidad y la adjetivan tan grosera y falsamente, podemos afirmar que “banalizan la historia”, utilizando el término que acuñó Hannah Arendt en su obra “La banalidad del mal”. ¡Con qué frívola facilidad se califica como épico lo que otros definimos como payasada circense!

Por más que los independentistas se empeñen -sin negarles el legítimo derecho a defenderlo-, no sólo no se dan en la actualidad las condiciones objetivas que anhelaban para declarar la república catalana, sino que los que la defendían con pasión, sentimiento y excesivas mentiras se encuentran en estos momentos atrapados en unas circunstancias frustrantes y adversas; muchos de los que les jaleaban, viendo cómo huyen unos, los “puigdemones” a “paraísos tranquilos” y cómo se desdicen de lo que prometían otras, las “forcadells” ante el juez, han entrado en estado de “shock” y decepción; la precipitación con la que anhelaban “asaltar los cielos de esa añorada utopía” se han dado de bruces con la realidad. Bien describe esta situación en una de sus obras más logradas Enrique Jardiel Poncela: “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”. Es la historia de unos personajes que, tras ingerir la pócima de la eterna juventud, creen haber encontrado la solución a todos sus problemas y haber alcanzado la felicidad absoluta (el paraíso); sin embargo, lo que les parecía que iba a ser algo maravilloso, convierte su existencia en algo insoportable que les sumirá en la desesperación y el tedio.

Se habían olvidado de que existen numerosos ciudadanos catalanes que no les secundaban ni les seguían en ese camino a la locura que afecta a la vida de la gente, ni eran tangibles las heroicas conductas que atribuían a sus líderes. Un ejemplo de hoy mismo: es palpable la bajeza moral y la cobardía de la señora Forcadell, aceptando sumisa, para “salvar su hacienda”, las consecuencias constitucionales del artículo 155 ante el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena y asumiendo obediente que la declaración de independencia fue “simbólica”. Como San Pedro, antes de que cantase el “gallo o la ¡gallina!”, ha negado tres veces lo que había prometido solemnemente en el Parlament; demuestra así su talla política y sus convicciones éticas.

Es sabido que la distancia alimenta la confusión, pero quienes tienen la obligación de informar desde la verdad, si no lo hacen, no sólo mantienen la confusión, sino que ayudan a conseguir que las mentiras y barbaridades se conviertan en certezas. Por más que desde Bruselas como “altavoz de Catalunya en Europa” lo intente el señor Puigdemont, y por muchas entrevistas que dé a emisoras de TV y radio, con escasos oyentes, nadie ha reconocido la República independiente catalana. Nada ha conseguido ni nada conseguirá. Ni siquiera figurar en la Wikipedia, como con sano humor lo recoge en su viñeta el humorista Vergara.

viñeta

Además de falso, es despreciable, lo que desde su “dorado exilio belga” está propalando “al mundo mundial” el “nada Honorable ex Predident” sobre España. Y más, si como recoge el diario EL País, según revela la Universidad George Washington, las agencias rusas RT y Sputnik han utilizado miles de cuentas para propagar una imagen negativa de España antes y después del 1-O, con el fin de difundir mendazmente una brutal represión de la policía contra los votantes del referéndum catalán” o que “Cataluña ha elegido su destino entre porras y balas de goma”. Puigdemont recuerda en parte al histórico Antonio Pérez, el que fuera secretario de Felipe II, aquel que huyendo primero a Francia y más tarde a Inglaterra, se dedicó a publicar escritos contra el rey, escritos que suministraron gran parte del material con el que se tejió “la leyenda negra contra España”; muerto Felipe II, Pérez perdió interés político y, pobre y marginado, murió en el exilio.

Sin semejanza histórica, pero sí por analogía en la acción, Puigdemont, fugado o en el exilio, en esa ciudad belga, donde la hipocresía de la pequeña burguesía separatista suele ocultar parecidos intentos de independencia, como describe George Simenon en El viajero del día de Todos los Santos, con una hostilidad existencial y vengativa, dolido tal vez por su fracaso personal y político, utilizando un falso relato histórico y un fanatismo imparable y desaforado, se ocupa ahora de intoxicar en cuantos medios puede, internacionalizando un conflicto del que él es el principal responsable.

Me parecen rechazables siempre esas maniqueas antonimias que dividen sin matices: “si no eres independentista eres españolista”

Apoyar en este caso concreto y explícito la aplicación del artículo 155, ante la sibilina declaración de independencia (hoy un puro gesto simbólico como ha declarado ante los tribunales la taimada Forcadell), forzada y exigida eso sí por algunos extremistas de ERC, por los intransigentes independentistas de la CUP, por Òmnium Cultural y ANC -a los que nadie ha elegido pero sí muy engrasados económicamente a la hora de disponer de inmediato de cientos de miles de euros para sacar de la cárcel a los suyos-, por los “Dante Fachín y cuarenta de los suyos”, y por las siempre ambiguas posturas de Colau e Iglesias, merece una legal respuesta y no de venganza como victimizan los independentistas. Me parecen rechazables siempre esas maniqueas antonimias que dividen sin matices: “si no eres independentista eres españolista”.

Considero una deshonestidad política, social y ética, mantener la ambigüedad y la equidistancia en estos graves momentos, que tanto daño y dolor están causando a la ciudadanía, especialmente la catalana. No se puede valorar mejor a quien se salta y desprecia la “ley” que nos hemos dado todos los españoles y a todos obliga, que a quien intenta “cumplirla y hacerla cumplir” porque tiene autoridad para ello, aunque sea con “poca fortuna y discreción”, en su partido exista y anide la corrupción y para muchos españoles nos resulte insoportable el gobierno del señor Rajoy. ¿Debemos, acaso, olvidar la corrupción que ha existido y existe en ese partido en el que milita el señor Puigdmónt, antigua Convergencia y hoy PDdCat? En él milita también Artur Mas, han militado “todos los Pujol”, símbolos corruptos del “catalanismo”, ese partido del “3%”, al que hoy aplauden y jalean “los cien mil alcaldes de San Luis” con sus varas de mando en peregrinación a Bruselas. ¡Qué buen tema tendría Valle-Inclán para uno de sus “esperpentos literarios”; él que tan bien supo representar la visión deformada y grotesca de la realidad con el fin de criticarla o satirizarla!

La realidad es que hoy, en medio de este esperpento, cada vez son más escasas las condiciones para una independencia y, con el paso del tiempo, disminuirán aún más. Lo único que ha conseguido “la huida del exalcalde gironés”, “la cobardía de la Forcadell”, con los 150.000 euros por delante, los desaforados gritos de la CUP y las exaltadas manifestaciones del tal Alcoberro, es que las esteladas se irán plegando y el “procés” alejándose. Hasta hoy mismo, Clara Ponsatí, exconsejera de Educación de la Generalitat, huida a Bruselas, en una entrevista en Rac1, ha asegurado que “no estaban preparados para proclamar la república y que no se hizo bien cómo se administró el resultado del 1-O”. Hasta ha llegado a considerar que “no es fácil que las fuerzas que apuestan por la independencia saquen la mayoría suficiente en las elecciones del 21D”.

El sentimiento puede convocar a cientos de miles de personas -750.000 contaba generosamente la Guardia Urbana que depende de la ambigua Colau ayer sábado en Barcelona-, pero la cantidad, significativa sí, no valida los delitos de los que se les acusa ni les embiste de una superioridad moral que no tienen. Sabemos lo que cuentan, pero muchos sabemos también lo que callan. Con sus palabras y sus silencios están contribuyendo a conformar una realidad inventada con escasa relación con los hechos, banalizando la realidad. Ante la frustración que provoca una realidad que no se ajusta a sus relatos y deseos, el soberanismo independentista se inventa la realidad y la teatraliza: no deja de moverse, porque, si se para, está perdido. No son pocos los catalanes que ya se preguntan: ¿de qué han servido tantas ilusiones y enfrentamientos?, ¿por qué ha existido tanta ambigüedad en quienes intentan mantenerse dentro de la constitucionalidad, pero no la defienden claramente? Y me refiero, sobre todo, a todos esos colectivos que se envuelven en la bandera (o círculos) morada de “Podemos” y su múltiples “Mareas” y “Comunes”. Considero antidemocrático cualquier escrache, pero resulta significativa la asimetría entre la alarma, juicios críticos y la publicidad dada al escrache realizado por 10 ultras en el domicilio de la respetada vicepresidenta valenciana, Mónica Oltra, y el silencio miserable de esos mismos políticos, escandalizados y ofendidos por el de la señora Oltra, pero condescendientes y activos en los escraches, insultos, expulsiones e incluso amenazas y odio, causados a los agentes de seguridad (policías y guardias civiles, cumplidores de unas órdenes de sus mandos políticos, tal vez discutibles) y que han tenidos que irse desplazando de la “ceca a la meca”, porque su presencia incomodaba y ofendía a “fanáticos independentistas”. Ciertas equidistancias y ambigüedades, además de injustas, denotan tendencias poco ajustadas a políticas objetivas y sinceras.

Y me refiero ahora al artículo del profesor Vicenç Navarro en una columna de Nuevatribuna en el que se preguntaba ¿Por qué tanta hostilidad hacia Podemos?; en él sostiene que muchos medios de información están mostrando gran hostilidad hacia este grupo político y hacia su dirigente, Pablo Iglesias, mediante una campaña de desprestigio en la que las falsedades, manipulaciones e insultos se prodigan en un intento de destrucción al que consideran como “el enemigo”, (-¡poco apropiado y muy belicista emplear en política el término enemigo!-); aunque no es extraño su interés por el secretario general de Podemos, al ser él miembro de su ejecutiva en calidad de invitado permanente y uno de los economistas pensantes del partido.

Para sostener su tesis hace referencia al artículo de Gabriela Cañas del que dice que miente al afirmar que en el discurso que Pablo iglesias dio en el día de la Diada en Santa Coloma de Gramenet, terminó con la expresión “Visca Catalunya Lliure”-eslogan de los partidos independentistas-; subraya el profesor Navarro que eso no es cierto, pues él estaba presente a pocos metros de Pablo Iglesias; que lo que Iglesias dijo sólo fue: “Visca Catalunya”. Tal vez la exaltación por el líder y los aplausos de los incondicionales no le permitieron al profesor Navarro escuchar lo que en realidad sí dijo; su intervención finalizó así: “Hoy es el día de la dignidad nacional. Os quiero decir, como español: Visca Catalunya lliure i soberana! Visca la fraternitat!”. La pasión no puede cegar la razón. Le recuerdo al señor Navarro lo que dijo Aristóteles de su maestro Platón: “Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. No es aceptable que Iglesias con “Podemos” y “sus mareas”, y la señora Colau con su partido “Catalunya en Comú”, no defiendan la Constitución, y se distancien, casi con desprecio, de los partidos que ellos llaman “constitucionalistas”, pensando más en los votos que, por conveniencia electoral, no quieren perder, aunque por sus contradicciones y ambigüedades, de votos cada vez andan más escasos. Están en su derecho a pedir la reforma constitucional, pero no a incumplirla y menos a distanciarse menospreciando a los que defienden su aplicación cuando conscientemente los independentistas la han incumplido. Eso se llama “banalizar la realidad y la legalidad”. Resulta incomprensible que a quienes pretenden que se respete y se asuma la “legalidad”, los de Podemos y los de Cataluña en Comú les llamen despreciativamente “bloque constitucionalista”, a modo de insulto. No es sensato olvidar que quienes ocupan en el Parlamento un escaño de diputados, al que pudieron acceder por prometer al Constitución y gracias a ello nos representan, desprecien a quienes la quieren cumplir y hacerla cumplir. Dentro de la legalidad, en estos graves momentos, cualquier partido puede ofrecer propuestas y sensibilidades distintas para dar solución al problema catalán; algunos, entre ellos el PSOE y PSC han abogado por una reforma de la Constitución, con un nuevo encaje de Catalunya, a la que todos los demás partidos están convocados. Pero de esa propuesta, pretendiéndose distintos, se han excluido los “podemitas”.

Iglesias y Colau, que hoy mismo ha roto en el consistorio de Barcelona su pacto de gobierno con el PSC, con esa cínica, pero parlanchina ambigüedad que le caracteriza, mienten al afirmar que ese llamado “bloque constitucionalista”, al menos el PSOE y el PSC, hayan dado a Rajoy y a su partido carta blanca para ejecutar toda la capacidad coercitiva del poder que admite el artículo 155, al margen de la política; es decir, “hacer lo que le venga en gana”. Saben perfectamente que, fuera del caso de la pretendida independencia catalana, las diferencias políticas, educativas, económicas y sociales entre los programas del PP y PSOE son totales; saben también que, por razones de responsabilidad de Estado, la defensa de la Constitución es obligada y coherente y que el apoyo puntual en estos graves momentos en la aplicación inteligente del artículo “155”, implica a su vez un compromiso ineludible de “mejora de la calidad democrática y de la reforma del modelo territorial”.

Somos muchos los que no nos hemos callado ante la corrupción del Partido Popular y de la incapacidad de Rajoy para gobernar con inteligencia y responsabilidad. Nuevatribuna tiene publicados varios artículos acerca de mi opinión sobre Rajoy y su gestión como presidente. En uno de ellos, publicado el 3 de septiembre y titulado: “¡Señor Rajoy, sentimos vergüenza de usted!”, le recordaba que “no podemos olvidar la sistémica corrupción de su partido y de que en ninguna de sus intervenciones parlamentarias ha dicho la verdad. Y a pesar del sonoro y constante aplauso de los suyos, en sus explicaciones ha sido incoherente, cínico, cobarde, sardónico, bronco, chulesco, incapaz de afrontar su responsabilidad: la música y la letra de lo que afirmaba contenían las características del mal político, el paradigma de lo que no hay que hacer ni decir para poder gobernar con dignidad. La mentira permanente es un cáncer que, si no se extirpa a tiempo, acaba destruyendo la credibilidad de las instituciones e, incluso, del Estado”.

Aunque los liderazgos son naturales a la política y a los partidos, y en ellos siempre surgen los líderes, no es extraño que muchos de estos líderes actúen con conductas despóticas, ambiciosas o patológicas. La razón del éxito de algunos de sus relatos personalistas es el llamado Error Fundamental de Atribución (EFA). Los humanos tienden a explicar con causas personales fenómenos debidos a razones sociales. Es una psicología primitiva. Hay también razones racionales: dado que los programas electorales no pueden contemplar todas las contingencias de un periodo de gobierno futuro, el elector se fía del carácter del líder como predictor de sus decisiones. Y como no se puede acceder directamente a la psicología interna (intenciones y deseos) del líder, sólo se percibe y se presta atención a su estilo, a sus arengas, a sus encendidas palabras, a sus patrones de comportamiento reconocibles, a su ambigüedad, a la calculada indignación de político reivindicativo; en una palabra, a la imagen que quiere dar de sí.

Para juzgar la calidad de la política, hay que aceptar que existen malas políticas, que hay gestiones inaceptables, aunque criticarlas signifique directamente que hay políticas y políticos que no valen

Para juzgar la calidad de la política, hay que aceptar que existen malas políticas, que hay gestiones inaceptables, aunque criticarlas signifique directamente que hay políticas y políticos que no valen, y que se puede prescindir de ellos, incluso más, que deben dimitir o hacerlos dimitir; eso no significa ofender su dignidad sino respetar la dignidad de los ciudadanos a los que han prometido servir. La simple enumeración de las fatales consecuencias y los problemas que sus políticas generan en la sociedad es razón más que suficiente para pedir y exigir su dimisión. Para entender a los de Podemos no hay que verlos como ellos dicen que son sino como lo que realmente son, y no pocos, con el devenir del tiempo y su presencia en las instituciones se han convertido en una caricatura de lo que fueron. A mi juicio, lo mejor de su vida política ya ha pasado, porque, como el propio Iglesias manifestó: “Ha sido víctima de su pretendida lucidez”. Hoy Pablo Iglesias es la negación de la transversalidad, de la representación de los de abajo y de la gente y de la transparencia en la gestión, pretendido bagaje con el que se presentó a la política. Se cree tocado por la fortuna, de ser el más audaz y de tener siempre la iniciativa para “¡asaltar los cielos!”. Cuando se le acusa de narcisismo desarrolla todo un alarde de verborrea dialéctica repetitiva y ambigua, con una excesiva autoestima y una patología extraña con aires de superioridad. Tanto Iglesias como muchos líderes de Podemos -guerrilleros de salón- han escalado el poder con “unas credenciales de inteligencia política inmerecidas”. Se consideran imbuidos de ese saber universitario, que sólo ellos creen poseer, como si la ciencia y el conocimiento políticos fueran suyos en exclusiva y tuviesen la fórmula mágica para conducir a todos los demás a su idea de sociedad perfecta. La prisa que demuestran por el éxito fácil y por llegar a ocupar el poder ha sido la epidemia de su incipiente fracaso. Krespel, uno de los personajes de los cuentos de Hoffmann, decía con certera ironía: “Hay personas a quienes la naturaleza ha desprovisto de la cubierta bajo la cual escondemos nuestra propia locura”.

Afirmaba Iglesias hace días que “a la gente le gusta que le digan la verdad”. Pues he aquí algunas verdades que el señor Navarro deba recordar y que no hace mucho tiempo pronunció su amigo Pablo Iglesias. La piel se puede cambiar, pero la piel que nace de nuevo es de la misma genética que la anterior. Estas fueron algunas de las frases textuales de Pablo Iglesias:

  • “El Parlamento Español es un parlamento burgués de mierda que representa los intereses de clase… Yo no voy en todo caso a liarla y a transmitir el espíritu de los movimientos sociales a los parlamentos. Yo voy en camiseta a las instituciones y voy allá a montar el pollo. Eso lo tengo claro”.
  • “No gobernaremos nunca si no tenemos la mayoría absoluta para gobernar, porque no se puede pactar para gobernar. ¿Podemos tener mayoría absoluta? Por supuesto que sí, es cuestión de tiempo… La clave del poder no está en las instituciones, está “en nuestras pelotas”, está en las calles”.
  • “Yo sé que la mayoría de los que están aquí vivís de alquiler o pagáis una hipoteca. ¡Compañeros, hay que vivir ocupando! Hay que arriesgarse… No puede ser que entremos en esa lógica mercantil, en la que se compra y se vende. El servicio de orden no está solamente para repeler una agresión fascista, está para defenderse de la Guardia Civil cuando vengan a desalojarnos”.
  • “Por supuesto, si nos pegan no vamos a ir a un juzgado, a un cuartel de la Guardia Civil, esa institución burguesa que protege los intereses de clase dominante. Nosotros hacemos “política masculina”: ¡con cojones! Hay que practicar la gimnasia revolucionaria… Yo supongo que muchos de vosotros sabréis perfectamente fabricar cocteles molotov, de los que incendian y explotan; sabréis hacer barricadas; que hay que correr en dirección prohibida de la policía y de vez en cuando alguna vez, en lugar de dedicaros a beber, os estaréis entrenando porque se avecina una crisis terminal del capitalismo y tendremos que estar preparados para tomar las armas. A mí me gusta este estilo.
  • Yo militaba en el MRG (Movimiento de Resistencia Global). Recuerdo que en Génova (sede del PP) los del MRG íbamos con escudos y cascos y cuando volvíamos de ese épico acontecimiento “masculino” de choque contra los antidisturbios, oíamos a los compañeros del espacio alternativo (anticapitalistas) que estaban en IU y tal, y estaban ahí con los de la LRC (Liga Comunista Revolucionaria) y era como aquí… Es que los de izquierdas de verdad llevamos cascos y escudos y estamos siempre en la primera línea de la manifestación”.

¡A cuántos políticos tenemos que soportar su visión de su vida política en la que, si la realidad no se ajusta a sus teorías, peor para la realidad! Son los huérfanos del pensamiento crítico y de la inexistente realidad en la que viven: es absurdo ver día tras día cómo sus limitados conocimientos los vierten en un tuit, creyendo que en esos 140 caracteres están encerrados los saberes universales de la política. Utilizan un protagonismo mediático insoportable; y si a su cansina presencia en los medios añaden el exceso de palabrería vacía, el victimismo, la ambigüedad y la incoherencia, llegan a ser insoportables. Si pudiéramos llegar a contar las muchas palabras que dicen y las pocas verdades que encierran, descubrirían la aridez y banalidad de su pensamiento. Por eso, con cansina frecuencia nos recordaba Unamuno: “Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”.

La banalización de la realidad