viernes. 29.03.2024

Abrazado al futuro, respirando esperanza

abrazo genoves
El Abrazo. Juan Genovés

“El Gobierno más libre del mundo, si existiese, dejaría de ser aceptable si sus leyes tendiesen a generar una rápida acumulación de la propiedad en pocas manos, haciendo que la inmensa mayoría de la población
fuese dependiente y sin recursos”. 

Franklin Delano Roosevelt

“Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayor parte de sus ciudadanos son pobres y miserables".


Pocas cosas acumulamos en la vida tan importante como las palabras; somos las palabras que usamos; nuestra vida se refleja en ellas, son nuestro espejo; en mis reflexiones y escritos siempre escribe la misma persona; de ahí que haga mías las palabras de Cesare Pavese, poeta y novelista italiano, buen conocedor de los conflictos de la vida contemporánea, cuando dice: “Es hermoso escribir porque este acto contiene dos alegrías: hablar consigo mismo y hablar a una multitud”. Hay quien opta por el silencio, ese espacio que existe entre “nuestro yo y la realidad”. Otros optan por romper el silencio, acercarse a la realidad y reflexionar sobre ella.

El conocido padre Ángel, sacerdote católico nacido en Mieres, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz, galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994, lleva más de cincuenta años dedicados a ayudar a los que más lo necesitan; acaba de presentar su libro titulado Un mundo mejor es posible en el que anima a ser optimistas y lanza un mensaje esperanzador: “Lo que más urge a los ciudadanos -escribe- es el bienestar social y tener dignidad, en una sociedad en la que tenemos que estar felices y sin tirar la toalla; pues, sin creer que todo está bien, hay que seguir trabajando para dejar a nuestros niños y a nuestros hijos un mundo mucho mejor”. Sostiene que “la solidaridad no está solo en dar cosas sino en darse; no es propiedad de la izquierda o la derecha, ni de los creyentes o agnósticos”. En síntesis, el libro, como su vida, es un canto al optimismo, al buen hacer y la solidaridad.

La apuesta por un optimismo responsable es una obligación ética, una actitud positiva para afrontar las dificultades y descubrir y valorar “todo lo bueno que nos rodea”, porque existe, aunque no lo percibamos

Si un mundo mejor es posible, en una honesta reflexión analítica, sabemos también que puede ocurrir lo contrario. No se trata de ser pesimista, pues nadie medianamente cuerdo puede desear estar peor. La apuesta por un optimismo responsable es una obligación ética, una actitud positiva para afrontar las dificultades y descubrir y valorar “todo lo bueno que nos rodea”, porque existe, aunque no lo percibamos. Pero tampoco podemos caer en “el buenismo”, en un optimismo bobalicón; desde el horizonte de la experiencia personal, existen personas “plomo”, personas tóxicas, emocionalmente inmaduras, inseguras y egoístas cuya relación es absorbente, descargan sobre los demás sus frustraciones; y personas “corcho”, cuya compañía es terapéutica, personas felices que ayudan a otros también a serlo, que dedican su vida a ayudar con generosidad a los demás.

Admirando al padre Ángel, pero profundizando no ya en la bondad generosa de acciones personales de miles, cientos de miles, millones de ciudadanas y ciudadanos generosos, solidarios, altruistas, muchos de ellos, imbuidos por principios religiosos transcendentes, otros por un humanismo inmanente, sino leyendo desde la historia y lanzando una mirada al alma colectiva humana, descubrimos que “un mundo peor también es posible”. Así como la orografía estudia y describe el relieve de las cordilleras, sucesión de montañas enlazadas entre sí, que se pliegan y se elevan dando lugar a la formación de cadenas montañosas con sus crestas y valles, la historia describe la acción de los pueblos que en su devenir progresan (crestas) o retroceden (valles) dependiendo de la ciencia, la cultura, la formación, la ética y la bondad o la maldad de los humanos. Es constatar, sencillamente, lo que escribió Xavier Zubiri, nuestro filósofo, discípulo de Ortega y de Heidegger, en su obra “El problema del mal en el mundo”. El concepto de maldad para Zubiri encarna el mal compartido y producido por el grupo, por la colectividad. Cualquier conducta o acción individual puede generalizarse adquiriendo una fuerza y dimensión mucho mayor que cuando es desarrollada por un solo individuo. La maldad es la dimensión social del mal. El mal que nos sobrepasa a nivel individual y adquiere dimensiones grupales. Esta dimensión colectiva, proyectada en el tiempo, adquiere una significación histórica, de modo que podemos observar la maldad dentro de la historia del ser humano. Todos aceptamos que, en la historia de la humanidad, hay momentos de retroceso, que serían los acontecimientos histórico-sociales producto de la maldad, y momentos de progreso, de carácter constructivo y positivo, que nos hacen evolucionar hacia cotas de mayor bondad en toda la acepción del término.

Eichmann en Jerusalén“Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal” es la conocida obra de Hannah Arendt, filósofa alemana de origen judío, nacionalizada estadounidense y una de las personalidades más influyentes del siglo XX. En su ensayo, en el que analiza el secuestro, el juicio y la condena a muerte de Adolf Eichmann, teniente coronel del régimen nazi y responsable directo de la solución final de los deportados a los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, desnuda dos mecanismos contrarios pero que se explican perfectamente para poder comprender lo difícil que es admitir lo que se presenta ante los ojos. Por un lado, muestra en evidencia el culto de los nazis a una obediencia sin resistencia, permitiendo a los culpables transformar sus crímenes en actos burocráticos: respondían a la obediencia debida a sus superiores; al mismo tiempo, Arendt critica el mecanismo inverso, la opinión pública israelí necesitaba encontrar en Eichmann un monstruo sobrehumano, incapaces de ver que el demonio (“el malo, el criminal”) aparentaba ante la sociedad argentina, en la que se instaló, ser un caballero retirado, reacio a la violencia física: a la vista de muchos, un mediocre ciudadano, “casi normal”, como Peter Malkin, agente secreto israelí y miembro del Mossad, le describió más tarde: “Era un hombrecito suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros... pero él organizó la matanza”; de ahí la tesis de Arendt: la banalidad del mal. La maldad muchas veces se esconde tras una “aparente normalidad”.

Con otro género, no ya filosófico, sino literario, conocemos “El corazón de las tinieblas”, la novela más famosa de Joseph Conrad, una de las novelas más importantes de la literatura universal. En 1979 Francis Ford Coppola la impulsó, adaptándola para el guion de su clásico filme bélico “Apocalypse Now”. La obra es una de las mejores críticas al colonialismo europeo en África, así como un verdadero descenso a lo más profundo de la degradación humana. Una mirada hacia el salvajismo ancestral en el que parece caer el hombre al alejarse de las reglas de la moral y el orden de la civilización, cuando esta no es más que un punto lejano en el horizonte. Ese es el mensaje de Conrad: la tremenda fragilidad y degradación moral del ser humano. “¡¡El horror!! ¡¡El horror!!”, son las terroríficas y enigmáticas palabras pronunciadas por Kurtz, el protagonista de la novela, antes de morir, después de haber descendido a los infiernos de su degradación moral.

La razón de exponer crueles referencias históricas es poner en valor y la lupa de la historia en que, si “un mundo mejor es posible”, también “es posible un mundo peor”

¿Cuál es la razón de exponer estas crueles referencias históricas? Poner en valor y la lupa de la historia en que, si “un mundo mejor es posible”, también “es posible un mundo peor”. Es bueno recordar el movimiento ilustrado, desarrollado en Europa durante el siglo XVIII, llamado “siglo de las luces” (es la luz de la lógica y de la inteligencia la que debe dominar el mundo); fue un paso adelante en un intento de transformar las caducas estructuras del Antiguo Régimen, cuyas características fueron: el optimismo, el laicismo, la creencia en la bondad del hombre por naturaleza, la búsqueda de la felicidad, el imperio de la razón. Lo que quería el hombre ilustrado era llegar al amor hacia el prójimo partiendo de la razón y no de la revelación como se había hecho hasta entonces.

Cuando el hombre ilustrado pensaba vivir en la “Arcadia feliz”, un mundo de progreso, en el que “reina la felicidad, la sencillez y la paz”, se nos presenta el siglo XX, siglo del que Isaiah Berlin, el historiador de las ideas, considerado uno de los principales pensadores liberales del siglo señalaba: “He vivido durante la mayor parte del siglo XX sin haber experimentado sufrimientos personales. Sin embargo, lo recuerdo como el siglo más terrible de la historia occidental”. No se aparta demasiado de ese juicio William Golding, premio Nobel de literatura, al afirmar: “No puedo dejar de pensar que el siglo XX ha sido el siglo más violento en la historia de la humanidad”. La proliferación de genocidios, masacres, calamidades, crímenes de guerra o asesinatos a gran escala... durante el siglo XX y en lo que va del XXI, ha sido uno de los fenómenos que ha contribuido a hacer verdaderas dichas afirmaciones. Podríamos enumerarlas ni no estuviesen bien presentes en nuestra memoria y en la memoria de la historia.

PADRE ANGELAunque en España no estemos tocados por “estas calamidades” (lo estuvimos en la guerra civil del 36, aún no superada mientras el dictador descanse en “Cuelgamuros”), existen otras calamidades menos violentas y terribles, pero que acentúan la desigualdad y las exclusiones en el desarrollo, en el progreso económico y social y en la dignidad existencial de millones de españoles: sus vidas alertan de que “un mundo peor también es posible”. Sin despreciar el “buenismo encomiable” del padre Ángel, al que hay que admirar y alabar por su vocación de entrega solidaria y ayudar a paliar la miseria de “sus pobres”, no elimina la pobreza estructural que como un tsunami avanza en nuestro país, ni la acogida caritativa de “su iglesia de la calle Hortaleza” hace buena la incapacidad de la “Iglesia jerárquica” para ser verdad, como se autodefine, “la Iglesia de los pobres”. Me temo, incluso, que el merecido reconocimiento que muchas instituciones y organismos hacen del padre Ángel, aunque él sea ajeno a tales imposturas, son “para estos poderosos” una forma de limpiar y acallar conciencias, con aquella frase popular de la fábula “el mono y el gato” de La Fontaine: “al menos hay alguien que nos está sacando las castañas del fuego”.

Intentado justificar y reflexionar sobre la posibilidad no descartable de un mundo peor, no son nada optimistas ni halagadores algunos informes que describen una España desordenada e insegura en la que aumenta el retroceso social en una sociedad frustrada. Decía Émile Durkheim, el sociólogo y filósofo francés que “si la idea de sociedad se extinguiera en la mente del individuo y las creencias, tradiciones y aspiraciones del grupo no fueran ya sentidas y compartidas por los individuos, la sociedad dejaría de existir”.

El último informe de Oxfam, la confederación internacional de organizaciones que trabajan juntas en más de 90 países, como parte de un movimiento global a favor del cambio y construir un futuro libre de la injusticia que supone la pobreza, titulado “Gobernar para las élites: Secuestro democrático y desigualdad económica”, hace un llamamiento que no podemos ignorar. La desigualdad económica crece rápidamente en la mayoría de los países. La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante; esta desigualdad supone un grave riesgo para el progreso de la humanidad. La desigualdad económica extrema y el secuestro de los procesos democráticos por parte de las élites son demasiado interdependientes. La falta de control en las instituciones políticas produce su debilitamiento y los gobiernos sirven abrumadoramente a las élites económicas en detrimento de la ciudadanía de a pie.

La desigualdad extrema no es inevitable y, con voluntad política, podría y debería revertirse lo antes posible

La desigualdad extrema no es inevitable y, con voluntad política, podría y debería revertirse lo antes posible. La enorme y creciente concentración de riqueza que están experimentando muchos países supone una amenaza mundial para las sociedades estables e inclusivas por una razón muy simple: una distribución desequilibrada de la riqueza desvirtúa las instituciones y debilita el contrato social entre las instituciones y el Estado. Los controles y contrapesos establecidos para garantizar que se escucha la voz de la mayoría de la ciudadanía tienden a debilitarse; y la concentración de ingresos y riqueza obstaculiza el poder hacer efectiva la igualdad de derechos y oportunidades, pues dificulta la representación política de los colectivos desfavorecidos a costa de beneficiar a los sectores económicamente poderosos. No es la primera vez que ocurre y, si no tenemos en cuenta las preocupantes tendencias que analiza y describe el informe de Oxfam, puede ocurrir de nuevo.

Se acaba de publicar también el “VIII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España 2019”, realizado por FOESSA (Fundación de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada). Como señala Raúl Flores, secretario técnico de la Fundación, “los resultados del Informe confirman una situación que aunque mejora claramente respecto a 2013 no alcanza los estándares de 2007; y que, si bien nos sitúa en una época nueva, sigue anclado en un modelo de desarrollo económico, social y antropológico caracterizado por una debilidad distributiva, por sus dificultades para no dejar a nadie atrás y con serias dificultades para afrontar y mejorar la vida de aquellos que viven la precariedad, de las personas excluidas, de los expulsados que no consiguen salir del pozo de la exclusión”. El informe es esclarecedor; mi consejo y propuesta es que sea “un catecismo de necesaria lectura y, sobre todo, de obligada realización” para los políticos que en estos días andan desquiciados entre pactos, repartos y declaraciones para ver quién consigue más y mejores sillones en el “mercado del poder”.

He aquí un escueto relato literario referido a esos políticos que incluye el informe FOESSA y en el que muchos ciudadanos nos vemos reflejados: “Miro la televisión y los oigo lejos. No los siento a mi lado. Personas interpuestas me transmiten sus palabras, pero no me las creo. No me suenan verdaderas y tengo muchas razones para no darlas por buenas. Ya no puedo confiar en ellos. No me representan a mí, que soy el pueblo llano. Son el gobierno de las élites, y esas élites solo miran por sus intereses y no atienden a los nuestros”. ¿Parece un relato inverosímil? ¿O, quizás, un relato minoritario y sesgado? Pongámosle cifras significativas extraídas de una encuesta ciudadana realizada a finales de 2018 a ver qué parecen…: “Las políticas que ha impulsado la UE han sido contraproducentes (44%). La decisión del gobierno de España de pedir dinero a la UE fue poco (31%) o nada acertada (24%). Tampoco es acertado que el Estado se endeude así y les deje esta carga a las generaciones futuras (75%). Los gobiernos han priorizado las necesidades de los mercados frente a las de los ciudadanos (61%); y los empresarios sus beneficios sobre los salarios (66%); y el sector financiero no se ha preocupado del interés general (58%)”; (datos extraídos de la encuesta 40DB, 2019).

Los valores democráticos no entran en los pactos, no son negociables, como no lo es retroceder al pasado, ni la pérdida de derechos, ni las libertades, ni la solidaridad, ni la violencia de género...

No se puede abandonar la lucha del compromiso antes de iniciarla, pues sólo fracasa el que no lo intenta, esa es la responsabilidad del “oficio de vivir”, como escribió Pavese en su diario: “Vivir es un oficio y nadie nos lo enseña”. Quien tiene convicciones debe vivir con ellas; si las traicionamos, ¿qué nos queda?, ¿recostarse en el escepticismo y el pesimismo?; esta actitud solo beneficia a los que viven “para sí” y no “para los demás”. Hay que empezar por dar a nuestra democracia el sentido de cambio y progreso que prometieron aquellos políticos que se presentaron en las pasadas elecciones. No podemos aceptar promesas que no se conviertan en realidades ni propuestas que no sean para prevenir y proteger a los ciudadanos que les han votado de las sacudidas de las crecientes desigualdades. Si no saben acompañar a los más vulnerables, si no asumen que los problemas de los ciudadanos son también “sus problemas”, hay que exigirles que se vayan; es necesario activar la empatía, escuchar y ponerse en la piel del otro en lugar de utilizar solo la simpatía. Que tengan como consigna que no hay “un nosotros” sin “los otros”; que los valores democráticos no entran en los pactos, no son negociables, como no lo es retroceder al pasado, ni la pérdida de derechos, ni las libertades, ni la solidaridad, ni la violencia de género…

Existe un principio básico del derecho civil y del derecho internacional que dice: “Pacta sunt servanda”, locución latina que significa “lo pactado obliga”. Obliga a las partes y, por consiguiente, debe ser puntualmente cumplido, sin excusa ni pretexto. La obligatoriedad se hace extensiva a todas las consecuencias que, aun no expresadas, se deriven de la naturaleza de lo pactado, conforme a la buena fe, al uso y a la ley. Y, ¿qué son las elecciones sino una forma de pacto entre los políticos y los ciudadanos que les han votado? Da grima ver cómo se exigen mutuamente cumplir lo pactado entre ellos y con qué facilidad se eximen de cumplir lo pactado con los ciudadanos. Si cumplir los pactos es consecuencia de la exigencia de una actitud política honrada, leal, limpia, recta, justa, sincera e íntegra, no cumplirlos, por lógica, sería un comportamiento político deshonesto, desleal, injusto, incorrecto e insincero, que lesiona la confianza en la política y las instituciones.

labordetaMe viene a la memoria la figura de José Antonio Labordeta. Ese cantautor y político de voz rota, triste y amarga, levantando a todo un pueblo en épocas oscuras en las que resultaba difícil, incluso, alzar la cabeza, como escribe de él Fernando Baeta: “de pocos hombres puede decirse lo que no es aventurado decir de José Antonio Labordeta: que él solo reinventó un pueblo, que unas estrofas suyas reinventaron Aragón”. Le recuerdo en el Congreso de los Diputados cuando se discutía sobre la Guerra de Irak, apoyada por Aznar y los populares, contra el sentir y el deseo de la mayoría de españoles. Labordeta hablaba en el estrado de las torturas del franquismo. Algunos diputados populares con cínica ironía y desvergüenza le dijeron: “Tus canciones sí que son una tortura. ¡Labordeta, vete con tu mochila!” (burlándose de su mítico programa “Un país en la mochila”). Labordeta respondió: “A ustedes les fastidia que las gentes que hemos estado torturados por la dictadura vengamos aquí a poder hablar...”. Desde la bancada popular, con tono insultante y faltón, le dijeron: “Cantautor de las narices, tú sí que traicionas a los muertos”. Y con paciente razón Labordeta respondió con aquella recordada frase: “¡Vete a la mierda!”.

Tuve la suerte de conocerle, primero, en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, conocido como “el Johnny”, del que fui subdirector, en cuyo escenario y su Club de Jazz, actuaron decenas de artistas y cantautores, y años más tarde, en mayo de 1976, en el “Recital de los Pueblos Ibéricos” en el campus de Cantoblanco en los inicios del posfranquismo al que asistieron más 50.000 jóvenes de todas las regiones del país. En ambas ocasiones, y en otras muchas, Labordeta cantó esa canción que transmite esperanza y optimismo de futuro: “Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra, que ponga libertad”.

Uno de los peligros actuales es minusvalorar el riesgo de involución democrática que representa la ultraderecha y su capacidad para laminar las instituciones desde dentro​

¡Cuánta información se pierde cuando se pretende borrar u olvidar la memoria de aquellos por los que fue posible alumbrar la transición! Uno de los peligros actuales es minusvalorar el riesgo de involución democrática que representa la ultraderecha y su capacidad para laminar las instituciones desde dentro. ¡Qué injusto es no reconocer el servicio de aquellos que, con su canción, su lucha y su ejemplo hicieron posible la democracia que hoy disfrutamos! Con Labordeta habría de que decirles: “¡Iros a la mierda!” En estos días en los que las tres derechas alzan la cresta como “gallos ganadores de batallas”, habiendo perdido la victoria, oigo a los “tres mosqueteros” gritando la épica estupidez de Montoro: “¡Que España se hunda que ya la levantaremos nosotros!”

Tendría razón el padre Ángel de que “otro mundo mejor es posible”; pero, utilizando el condicional de la lógica aristotélica, “si, y solo, si hubiera políticos mejores”; pero con estos…, como actúan, no es posible.  Sin embargo, abrazado al futuro y respirando esperanza, con Labordeta quiero cantar: “Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra, que ponga libertad”.

Abrazado al futuro, respirando esperanza