“BILLY WILDER:-…..Creo que una película debe aportar algo nuevo. Debe tener algo que el público no vea todos los días pero en lo que pueda reconocer la verdad.
CAMERON CROWE:-De modo que la verdad es la clave
BILLY WILDER: Hay que hacer que sea verdad, que parezca verdad. Y no una cosa que no lo es; ni siquiera cuando se trata de una farsa como ‘Con faldas y a lo loco’… Yo empiezo por suponer que existe un viejo idiota como ….Que existe un viejo bobo como él. Y a partir de ahí avanzo.”
“Conversaciones con Billy Wilder”. Cameron Crowe. Alianza Editorial.
Las factorías de opinión -es decir, las que fabrican pensamiento ‘en serie’- han tenido un éxito insuperable al conseguir que cale hondo una formidable patraña: han inculcado la idea del electorado como ‘sujeto político’ en vez de mostrarlo como lo que en realidad es: un mero constructo ideológico, algo así como lo que sucede, en otro orden de cosas, con “el bien común”.
Así no pasa día sin que tertulianos y líderes políticos nos den la traducción de lo que ‘el electorado’ ha dicho en las urnas (“los españoles han hablado….. y enviado un mensaje inequívoco a sus representantes ….”, o cualquier otra melonada del género).
El asunto tiene miga porque sobre esa creencia se produce un desvarío de identificación especular entre el individuo y el “sujeto” (colectivo), que acaba ocasionando al final, en los perdedores, melancolía e incluso sentimiento de culpa y gran desasosiego, simultáneamente.
Lo primero porque la imagen que proyecta ese “sujeto” (por ejemplo, al votar) no se corresponde con lo que el “individuo” al hacerlo desearía que fuese; y lo segundo porque éste último no puede soportar que lo que con su voto rechaza con tanta vehemencia moral (por ejemplo la corrupción) no encuentre consonancia alguna con lo que finalmente, actuando como ‘electorado’, expresa aquel ‘sujeto político’ en que el individuo se ve fundido (o confundido).
Otra variante de esta misma mistificación es la consideración del electorado como un ‘cuerpo’, además de eucarístico, esencialmente errático al mismo tiempo, como si el voto fuese un ‘test de comprensión’ en vez de un ejercicio de voluntad.
Es ese temor de ‘los que saben’, a la consustancial equivocación de los convocados a votar, lo que lleva a denostar y huir de fórmulas como el Referéndum u otras expresiones de democracia no exclusivamente ‘representativa’, sustentadas más bien sobre el principio del mandato imperativo que no en el del mandato libre, propio de esa fórmula más habitual de democracia (Del Savio &Mamelli).
Ejemplo tan reciente como ilustrativo de esto último es la canónica reacción al Brexit, tan comúnmente aceptada: “los ingleses se han equivocado”… aunque no precisamente porque los que así sentencian piensen que muchos –que no todos– de quienes votaron por lo que creían que iba en su propio interés terminarán por ver su actual sufrimiento acrecentado.
Claro está, dentro de esta misma concepción elitista del errático electorado, comparece con puntualidad su extraordinaria predisposición a la manipulación –siempre por los otros-, como si todos los partidos –sin excepción de signo– no dedicasen la mayor parte de sus esfuerzos y dinero durante las campañas electorales a las diversas modalidades de manipulación, como por otra parte tiene necesariamente que suceder con cualquier ejercicio de marketing o de publicidad.
Es por ello que en los ‘análisis’ de los litigantes en el concurso electoral sobre los resultados, cuando estos no son satisfactorios, siempre esté -de una manera explícita, o algo más oculta y sofisticada- la equivocación del electorado como principal variable explicativa. Esto por ejemplo tiene ya una acreditada y lejana tradición en partidos como el PCE primero e IU después.
Por último, íntimamente asociadas a los antedichos prejuicios están las explicaciones sobre la variable ‘de moda’ en estos últimos comicios ( 26 J): el Miedo.
“El miedo no es en sí mismo un factor negativo, entre otras cosas es una herramienta útil por más que elemental (cerebro primitivo, amígdala). El problema del miedo es cuando se convierte en un bloqueante de otros instintos o de las herramientas de control del cerebro superior (análisis, decisión, etc.). El miedo es el elemento instintivo correspondiente a la sospecha en la mente racional. Intentar combatirlo despreciándolo, o lo que es peor contraponiéndolo otras reacciones "de la amígdala"- el "amor", la cursilería del relato político, los “corazoncitos”...-, puede ser aún peor.
Si cambiamos ‘miedo’ por ‘precaución’ hasta suena mejor.( F.López Groh)
Y una vez más, este muy apreciable y respetable sentimiento universal se concibe desde el reproche moral a quien lo experimenta: ¡cobardes!; en vez de dar pie a la autocrítica de quienes poco hacen por comprenderlo primero, para después ahuyentarlo o neutralizarlo mediante el único procedimiento que la experiencia- y la historia- acreditan como efectivo: la protección del individuo por una sub_comunidad (ya sea ésta asociación, sindicato, partido o movimiento) en la que el individuo confía y en la que libremente se integra para empoderarse y defenderse.
Las reacciones ‘oficiales’ de la mayor parte de los líderes de PODEMOS (si exceptuamos, con matices, las de Iñigo Errejón) al tratar de explicarse -antes o después de ‘su Encuesta’- sus resultados electorales, son, respeto de lo esbozado más arriba, extraordinariamente ilustrativas.
Tras la sospechosa unanimidad en la fantasía contrafáctica a la que se han entregado con fruición los máximos dirigentes –ambos dos- de la nueva coalición electoral UP, terminan por concluir restando importancia y relativizando el millón de votos largo, perdido en conjunto en menos de 6 meses.
En esa misma quimera y con el incontrastable argumento, de que separados hubieran perdido aún más, está la consideración –indiscutible por cierto- de que 71 diputados son una enormidad para una coalición entre un partido nacido hace tan solo dos años, en las europeas, y otro de reconocida solera que jamás, ni en su mejor momento (1979), llegó a alcanzar el 7% de los escaños de la cámara baja.
Pero por más que habilidosamente se apele ahora a los escaños como unidad de medida del éxito (o del fracaso), lo cierto es que más de un millón de los electores que en conjunto votaron en diciembre a las confluencias a IU y a PD’s dejaron de hacerlo en junio.
En definitiva, lo que con toda franqueza expresan las palabras que Gregorio Morán pone en boca de una militante anónima (de PD’s) con sentido de la política:“¡vaya mierda de resultados!”.
Y a esa realidad de los votos huidos no se hace frente de verdad apelando al mantenimiento del número de escaños (71), ya que ello no es sino la afortunada consecuencia de una carambola errática de nuestro sistema electoral- variante constitucionalmente consagrada de la ley truffa italiana (1)-, que por primera vez, ahora que el bipartidismo ha quedado tocado del ala, apenas ha penalizado a esa nueva coalición “de la izquierda”.
Pero dejando aparte, por ahora, el análisis de los muy variados factores que se esconden tras esos insatisfactorios resultados, así como las responsabilidades que al respecto cabría establecer, surge una pregunta de respuesta tan prioritaria como inaplazable.
Y es que en vez de interrogarse sobre la naturaleza del miedo -¿qué temen?- que ha llevado a los abstinentes amigos a guarecerse esta vez en su casa, más valdría preguntarse por qué y en quién no confían. ¿No será que han sospechado que alguien no les dice la verdad?
Ese instinto casi infalible que tanta gente tiene para distinguir quién es ‘auténtico’ y quién no, podría explicar, aunque solo sea en una parte, el diferente comportamiento del electorado afín a PODEMOS en los distintos lugares del territorio. Sobre ello, y tomando Madrid como referencia, tendremos ocasión de volver en breve.
Cierto es que a veces surgen grandes simuladores capaces de trasmitir sensación de verdad.
Pero si de ello algo hemos llegado a saber, es que es esa una condición -o un oficio- que, al igual que la autenticidad, no se adquiere de un día para otro.
El futuro está abierto. El todavía líder de PODEMOS lo ha expresado de forma tan gráfica como descarnada: “Podemos darnos una hostia de proporciones bíblicas”.
Habrá pues que evitarlo en lo posible.
Fotograma del fime The Harder They Fall (Más dura será la caída)
(1) La ley electoral italiana promovida en 1953 por el gobierno democristiano de Alcide De Gasperi, más conocida como ley ‘truffa’ (‘fraude’), apelativo acuñado durante la campaña electoral, fue una ley que modificó la ley de estricta proporcionalidad vigente desde 1946 (final de la 2ª guerra mundial), introduciendo un premio de mayoría consistente en la asignación del 65% de los escaños de la Cámara de diputados a la lista o al grupo de listas coaligadas que lograran superar la mitad de los votos válidos. Dicha ley, promulgada el 31 marzo1953 (n. 148/1953) rigió las elecciones políticas del 3 de junio de ese mismo año, sin que por otra parte surtiera efecto .Tras ello, poco después–el 31 de julio de 1954- fue derogada mediante la ley 615 dictada ese mismo año. Edición italiana de WIKIPEDIA Trad. JG