jueves. 28.03.2024

La derecha centrípeta

derecha

“Reivendiqueu sempre el dret de canviar d’opinió: és el primer que us negaran els vostres enemics”
Joan Fuster


Una de las claves del incuestionable éxito electoral de Ciutadans, posiblemente esté en haber conseguido afianzar su campaña sobre el eje de la “cuestión nacional” pero a base de reafirmarlo como eje independencia SÍ o NO, ahondando en la polarización de sus dos extremos

Según la última Encuesta del CIS (Barómetro de diciembre 2017 nº 3199, que se acaba de publicar) casi la mitad de quienes votaron a Ciudadanos (C’s) en las elecciones generales de 2016, actualmente dicen preferir “un Estado con un único gobierno sin autonomías” (26,7%); o uno en el que “las comunidades tengan menor autonomía que en la actualidad” (18,9%).

Entre los votantes del PP son algo más de la mitad los que, en conjunto, expresan dichas preferencias centrípetas (el 34,7% y el 15,9%, respectivamente). Predilección por lo que se ve casi coincidente en los dos partidos de la derecha, aunque con acento algo distinto. En posición de inequívoca minoría (12,6% C’s o 7% PP) están quienes se inclinan por una mayor autonomía.

En Catalunya esas preferencias aunque de análogo signo son prácticamente idénticas entre los votantes del PP, y en cambio son algo más moderadas entre los de Ciutadans.(CIS preelectoral de Catalunya de noviembre, publicado a primeros de diciembre).

Así pues más de 9 de cada 10 votantes de la derecha (7-8 en la derecha catalana no nacionalista), en la llamada organización territorial del Estado son partidarios de “dejar las cosas como están”; o bien (casi 5 de cada 10) de dar una o varias vueltas de tuerca más a la ya muy demediada autonomía regional (y a la municipal, aún más escuálida sobre todo en lo financiero).

Sin embargo, una de las claves del incuestionable éxito electoral de Ciutadans (C´s), posiblemente esté en haber conseguido afianzar su campaña sobre el eje de la “cuestión nacional” (el ‘monotema’ según recurrente y afortunada expresión de su ‘lideresa’) pero a base de reafirmarlo como eje independencia SÍ o NO, ahondando en la polarización de sus dos extremos. Y ello sin descuidar las apelaciones retóricas a la ‘agenda social’, achicando así el espacio de la izquierda convencional o no nacionalista tomando prestado de ella (o apropiándoselo temporalmente) su discurso un tanto gaseoso sobre la referida “agenda”.

De ese modo C’s ha podido eludir la cuestión del autogobierno, mucho más perentoria –por realista y necesaria- que no la de la separación vs unión, y al mismo tiempo más sustantiva y comprometedora frente a sus votantes (‘fieles’ o circunstanciales).

Sobre todo frente al tentador y disputado caladero formado en Catalunya por quienes -desde una perspectiva ‘sociologística’- serían más proclives a dar su apoyo a los partidos tradicionales de la izquierda no nacionalista (PSC-PSOE, e ICV-EUiA, Comunes etc, en su más recientes réplicas del viejo PSUC): es decir una buena parte (¿mayoritaria?) de la clase trabajadora -en elevada proporción inmigrantes de primera o segunda generación- del antiguamente denominado cinturón rojo (o en su versión más de moda, la ‘posmoderna’ Tabarnia).

Y de ese modo en Catalunya, Ciutadans, esta ‘nueva’ o renovada derecha (en origen no catalanista aunque exclusivamente catalana, no como el PP), atrincherada en la constitucionalista y sempiterna Unidad de España y manejando con eficacia recursos y resortes, ha sabido ahora aprovechar con éxito una auténtica ‘cruzada económica’ (éxodo de empresas), para seguir ahondando en su penetración electoral en ese territorio aparentemente más ajeno al influjo de las ‘las derechas’ y más reacio por naturaleza a darles su apoyo.

El ´marco’ de la inseguridad -en este caso el del miedo a la pérdida de empleo-habría así funcionado de modo más efectivo aún que el del patriotismo identitario (español) o, como mínimo, habrá sido un poderoso complemento.

Por el momento y, más aún, por el modo de llegar a estas elecciones de excepción en Catalunya, el espacio político, intensamente polarizado, no podía tener otro eje que el de la ‘cuestión nacional’. El propósito de soslayar ésta, tratando de polarizar dicho espacio a lo largo del ‘eje social’- es decir el convencional de izquierda -derecha-, solo podía conducir a la inanidad y al fracaso. 

Aceptando ese eje ‘nacional’ como inevitable cabían solo dos opciones alternativas para la conformación de los polos opuestos: una podría haber sido contraponer al polo constituido por el 155 y sus promotores (con la Corona a la cabeza como enseña), otro centrado en la defensa del autogobierno y los valores republicanos; la otra, es decir la que efectivamente ha prevalecido, consistía en que los dos polos del eje magnético fuesen de nuevo la independencia en un lado y en el otro la Indisoluble Unidad de España (es decir del Reino).

El que fuera esta última opción la que se impuso desde el principio no necesita de mayores explicaciones: basta con constatar que no ha habido ninguna fuerza política (ni tampoco de otra naturaleza) que haya tratado no ya de defender sino tan siquiera de enunciar de modo políticamente comprensible -y sin equívocas equidistancias- la primera de ellas.

La derecha centrípeta