jueves. 25.04.2024

Hipocresía

“La normalidad no solo suele ser uno de los vehículos más habituales de la hipocresía, sino que también es el alimento favorito de la mediocridad espiritual y moral”. 

(“El caso Anne”. Gustavo Dessal, novelista y psicoanalista)

De las cosas que he llegado a saber, son unas cuantas las que debo al viejo filósofo de Tréveris. Especialmente aquellas cuyo aprendizaje ha conseguido llegar a formar parte de mis más profundas convicciones y por tanto de mis principios.

Entre ellas no se me quita de la cabeza ahora, en pleno confinamiento pandémico, la sentencia de aquel maestro acerca de la justicia:

Venía a decir más o menos:

Justicia no es tratar igual a los desiguales, ni siquiera tratar igual a los iguales, sino tratar de modo desigual a los desiguales”.

Traigo esto a colación a propósito de un mantra que hizo fortuna al comenzar los rigores de la epidemia y que frente a toda evidencia sigue invocándose cada dos por tres:

“El virus (siempre acompañado de adjetivo), no distingue,no conoce razas, territorios, clases, edades, ni colores, ataca” por igual a todo el mundo

¿Puede seguir repitiéndose esa majadería a la vista- bien visible- de los *efectos* del contagio vírico, no solo en la salud- qué también- sino en la *vida*?. Verifíquenlo si no en las estadísticas si es que alguna vez alguien se decide a abordarlas con buen criterio desagregador.

Las desigualdades, que incluso cuando están normalizadas resultan ser difícilmente soportables (para quienes las padecen), se hacen intolerables cuando se multiplican exponencialmente en diabólica sinergia, al sobrevenir (y superponerse) una catástrofe. Ya sea ésta un huracán (el Katrina por ejemplo, con las inundaciones a consecuencia de la rotura de fraudulentos diques en Nueva Orleans), un escape nuclear (Three Mile Island, Chernobil o Fukushima), una Guerra (la 1ª y la 2ª), una epidemia (el ébole, la malaria o el sida), una Gran Crisis económica (la del 29, la del 73 o la del 2008) o, finalmente la gripe “española” de hace un siglo o el covid -19 de ahora mismo.

Las desigualdades, múltiples por la clase social, el género, la edad, el color, el habitat etc,reducibles todas ellas a una sola categoría-la desigualdad-, se superponen se multiplican y se agigantan hasta lo inimaginable,hasta el horror, al sobrevenir una catástrofe como las referidas.

La hipocresía más que un afecto o incluso una pasión es ante todo una ’inclinación’ y hasta una pulsión, Esto es así sobre todo en su dimensión personal o individual en cuya esfera en tanto pauta de conducta se manifiesta y expresa cabalmente circunscrita en lo moral, con frecuencia como ‘doble moral’ y como ´superioridad moral. Y ahí esa pulsión, que no figura entre los siete pecados capitales, se define mejor que por ella misma, por sus antónimos- sinceridad, lealtad, claridad-, en tanto  carencia o falsificación de éstos.

 
   
En esa dimensión personal la hipocresía, al igual que todas la demás grandes predisposiciones humanas, no ha dejado de ser tratada y desvelada en la creación artística, singularmente cuando ésta ha alcanzado la condición de “clásico” o se ha  instalado ya para siempre en ese eximio universo, como sucede al respecto en el  magistral “Tartufo” de Molière.

Sin embargo, en su otra dimensión -la social y la política- la hipocresía, que tiene precisamente ahí- en la relación con ‘los otros’- su remoto origen, ha ido con el tiempo extendiéndose hasta ocupar un lugar central y ello en una permanente retroalimentación de esas dos dimensiones o planos, el personal y el público. En esa extensión y salto de ida y vuelta desde el ámbito público o relacional al privado y viceversa, pareciera como si, en su segundo recorrido, la hipocresía, ya desprovista de cualquier connotación moral- por ser ésta ajena a lo que concierne a ese nuevo destino-, hubiera mutado en alguno de los genuinos atributos que rigen la dominación y el poder, ya sea en las relaciones sociales, ya sea en la disputa política por el mismo.

Y precisamente por ello es en esa esfera pública- social o política- y sobre todo en esta última, donde ese mal ha encontrado legitimidad incluso teórica por su utilidad y eficacia (Brunsson y Krasner), pese a que en el ámbito de lo personal se siga tachando de lacra.

Pero por más que la hipocresía lleve consigo el “arte del engaño”- en donde sigue consiguiendo obras refinadas-, al quedar finalmente al descubierto en tantas y reiteradas ocasiones, acaba traduciéndose de modo irremisible en pérdida de confianza (en des-confianza) hacia quien se comprueba - o se sospecha- que la practica, máxime cuando ya no solo se ejerce por pasión o inclinación, sino por necesidades  del oficio.

Cuando la hipocresía se expande, multiplica  y manifiesta bajo infinitas modalidades o vestimentas, en ambos planos, conscientemente o como acto reflejo, el resultado de todo ello, es la generalización de la des-confianza, y particularmente entre esos dos planos: de los “representados” hacia sus “representantes” y de estos hacia quienes, según declaman histriónicamente, dicen “representar”.

Y tal es el grado de descomposición y de corrupción moral alcanzado por ese fenómeno, que incluso cuando la permanente sospecha y la des-confianza, alimentada y amplificada diariamente por unos media nada inocentes, se expresa como desapego (hacia los políticos  o la “clase política”) o por el contrario como participación litúrgica en las ceremonias de elección (con niveles de participación ajenos por completo a esa desafección generalizada), todo ello reproduce, se canaliza y reviste formas inequívocamente hipócritas o simplemente idiotas.

La irrupción de una catástrofe como la que representa la pandemia del covid -19 en un contexto y en un sistema social y político altamente contaminado y degradado como el actual, corroído  por la previa desigualdad- inadmisible, por más que farisaicamente camuflada y sumisamente soportada-, constituye el escenario más propicio para la exaltación de la hipocresía, tanto en sus formas más rudas o grotescas, como en las más sofisticadas.

Pero en ese contexto desigualitario en que la sociedad se encontraba ya  desde antes, fragmentada, al menos en tres grandes compartimentos relativamente estancos - el 20//25% de abajo, el 10/15% de arriba y el inestable 60% de enmedio -, la propagación e infección de esa carcoma (la hipocresía), tampoco se distribuye por igual. Se concentra sobre todo en la capa superior, mientras la inferior es prácticamente inmune, al menos como “agente”, aunque sí como necesario pretexto, y mientras la de enmedio está muy expuesta y puede sufrirla sobre todo en forma de ideología.

Actualmente ese epidemia de la hipocresía transita preferentemente a través de tres caminos::

a) la corrupción del lenguaje

b)) la difusión y asimilación de una suerte de  ideología humanitaria

c) la ‘Unidad’ como tramposa palabra de orden, como consigna íntimamente asociada o derivada de la traslación a la responsabilidad individual de lo que solo pueden ser funciones y cometidos del Estado y sus instituciones.

El primero, el de la lengua, que es sin duda el campo privilegiado para la ‘máscara’,  la simulación y el disimulo, ha venido allanándose desde hace tiempo y ahora no hace sino ampliarse mediante la fabricación de nuevos sintagmas (la nueva normalidad’es todo un ejemplo); la insistencia en los ya previamente adulterados para ampliar su anfibología; y el paulatino vaciamiento de contenido de algunos vocablos para que el solo significante sustituya la función de un cabal significado.

La deriva de la ideología humanitaria’se muestra en la progresiva asimilación de su contenido a una especie de humanismo indistinguible de las versiones más desgastadas de la vieja caridad cristiana, abandonando o falsificando conceptos como el de la solidaridad y la fraternidad en su acepción republicana y plebeya, es decir de resistencia y lucha de los de abajo. Ejemplo de ello lo tenemos hoy a la vista cuando se quiere equiparar las ollas populares de las asociaciones vecinales (AAVV), con las de las “damas de la caridad”, aun cuando a veces se corra el riesgo de confundirse.

Y por último esas más que sospechosas apelaciones a la Unidad entre desiguales- entre polos objetivamente opuestos en el conflicto social - con su correlato de confusión entre lo que ha de ser un comportamiento mínimamente cívico (cumplir las elementales reglas para evitar el contagio) y la sumisa aceptación de responsabilidad mediante su traslado a la esfera individual, con la consiguiente auto-atribución  de la culpa.

Hipocresía: La palabra proviene del latín tardío hypocrisis y del griego ὑπόκρισις (hypokrisis), que significan "actuar", "fingir" o "una respuesta". También se puede entender como viniendo del griego hypo que significa "scara" y crytes que significa "respuesta" y por lo que la palabra significaría "responder con máscarasWikipedia  

Hipocresía