viernes. 29.03.2024

Cocina electoral

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Una descuidada y un tanto desafortunada política comunicacional del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha dado pie a las derechas más cavernícolas del Reino para lanzarse a desprestigiar a esa institución sin ningún género de miramientos, enarbolando para ello “razones” tan paranoicas como peregrinas[1].

Concebir, ejecutar -y planificar la explotación- de una Encuesta periódica de alcance nacional exige el concurso de medios y técnicas de cierta envergadura y complejidad.

Por el contrario, los conocimientos y habilidades técnicas para manejar correctamente los resultados de ese tipo de consultas con vistas a efectuar un buen análisis, son en cambio más sencillos y de muy inferior entidad.

Cuestión distinta es la preparación e inteligencia requerida para conseguir que dichos análisis sean penetrantes y alcancen un grado satisfactorio de calidad y con ello de aceptación por su destinatario, cualquiera que este acabe siendo.

Todo eso sin embargo, guarda un lejano parentesco con la Ciencia, más allá de la común utilización de las matemáticas aplicadas por parte de las distintas disciplinas del conocimiento.

De todos los Institutos que regularmente realizan Estudios de Opinión política en España, y más en concreto de los que acometen Encuestas electorales con fines predictivos con destino a su publicación (y no para uso interno), es más que probable que el CIS sea el que con más motivo puede exhibir niveles más acreditados de solvencia técnica (así lo he dejado escrito en más de una ocasión en algunos de mis artículos de análisis y opinión). Probablemente sea también el que en conjunto, a lo largo del tiempo, aproxima más sus resultados a los que terminan por darse en la realidad.

Y sin ningún género de dudas, sus Estudios son una referencia ineludible para cualquier analista político. En mi caso desde luego los consulto con asiduidad al menos desde que empecé hace ya algunos años a publicar por escrito mis propias reflexiones y opiniones como persona comprometida con el devenir político del país donde me ha tocado vivir.

En relación con los denominados Barómetros de opinión así como con las Encuestas preelectorales y postelectorales que realiza y publica el CIS, ha de decirse que las respuestas directas de los entrevistados a la pregunta relativa a su intención de voto en unas determinadas elecciones (“suponiendo que mañana se celebrasen elecciones …”), por sí solas tienen un valor bastante –por no decir muy- limitado en tanto expresión de lo que pudiera considerarse un pronóstico suficientemente cercano a los resultados reales que tales elecciones terminarán arrojando. Son eso sí la principal base o punto de partida sobre la que poder efectuar cualquier estimación con pretensión o alcance de aproximación predictiva.

Es más, por parte de quienes dudan-o incluso niegan que tales estimaciones puedan tener algún valor predictivo, lo consecuente –si está en sus manos- sería no hacerlas, limitándose en consecuencia a la publicación de los resultados directos de la Encuesta , advirtiendo y dejando muy claro, eso sí, que los mismos, por sí solos, carecen de dicho valor.

La razones por las que aquellas respuestas directas a la pregunta sobre el voto tienen una limitada validez son varias y de muy distinta naturaleza.

Ninguna tiene que ver, naturalmente, con cualquier género de deficiencia en el cumplimiento de las exigencias técnicas en el proceso de realización de la Encuesta o de codificación de sus resultados. Tal cumplimiento ha de darse por descontado y desde luego está por completo fuera de dudas en el caso del CIS.

Se ha de suponer por tanto que el cuestionario está bien diseñado, que la muestra está bien elegida, tiene tamaño suficiente y está convenientemente estratificada, y por tanto cumple adecuadamente los requisitos de representatividad[2]; que los márgenes estadísticos de error están bien calculados, que en la ejecución de la Encuesta, tanto por el vehículo utilizado como por la profesionalidad de los agentes y su control de calidad, resulta ser impecable, etc . De no ser así, tendría que hablarse directamente de fraude o incluso de estafa.

Así pues, las limitaciones de las respuestas directas no nacen de ahí, sino de la propia naturaleza de la consulta, es decir de su objeto, con las limitaciones que este conlleva.

Por referirnos a una que puede llegar a ser esencial y determinante, ahí está la desviación o la muy notoria falta de coincidencia entre el porcentaje de encuestados que se pronuncia por una opción determinada y el porcentaje de participación efectiva en las elecciones a las que se refiere la pertinente pregunta.

A lo anterior hay que añadir, además, el carácter de “foto fija” que tiene toda Encuesta, por su fecha de realización más o menos distante de la de celebración de las votaciones de referencia, y que tal distancia suele hacer variar, entre otras cosas, las diferencias entre los porcentajes anteriormente aludidos.

Es por todo ello que, aun dando por “buenas” –que ya es mucho conceder- las respuestas de los entrevistados[3], sea necesario corregir aquella desviación, estableciendo algunas suposiciones sobre la base de otras respuestas o indicadores presentes en la Encuesta, a fin de “simular” el voto más probable al menos el de quienes no habiendo dado una respuesta explicita a favor de algunas de las opciones de voto, al final acaben dándolo al ejercitar su derecho como electores el día de celebración de los correspondientes comicios.

Las hipótesis sobre el comportamiento de ese grupo de futuros votantes pueden ser varias y variadas y en eso precisamente consiste, en primer término “la cocina”, o dicho de otra forma las diferentes modalidades en el establecimiento de aquellas y en la aproximación a partir de las mismas a una estimación predictiva con rigor estadístico.

A este respecto, resulta obligado comentar aquí afirmaciones como la del actual director de CIS al tratar de argumentar que éste “ha dejado de cocinar los resultados”, ya que incluso si la estimación consistiera en consideración solo de las respuestas directas y a su mera elevación a definitivas , eliminando todas aquellas respuestas que no optan por ninguno de los partidos, se estaría implícitamente adoptando una cualquiera de dos hipótesis alternativas : o bien que el comportamiento de quienes fueron eliminados acabara siendo, si votan , idéntico al de los que sí eligieron una opción concreta de partido ; o bien que el porcentaje de participación que se predice habrá de coincidir con el que representa ese mismo grupo respecto al total de los entrevistados. Supuestos cualquiera de ellos cuyo simplismo –que no simplicidad- salta a la vista.

Una de esos modos de “simulación” consiste, como hace el CIS;  en volver a preguntar a todos los entrevistados -o solo a una parte- por su mayor preferencia o “simpatía” hacia una de las opciones de partido contempladas en el cuestionario, con independencia de cuál haya sido concreta respuesta a la pregunta directa de a quién se piensa votar.

Aquí ya hay una primera alternativa importante para quien diseña la Encuesta: volver a preguntar a todos indistintamente[4] o bien solo hacerlo a quienes en la pregunta directa no se inclinaron por ninguna de las opciones concretas de partido (es decir a quienes contestaron “no votaría”, “no sabe todavía”, “voto nulo”, “voto en blanco” , “no contesta”)[5]

Es más, podría optarse por preguntar no a todos los de ese grupo sino solo a una parte, al dar por bueno, por ejemplo, que quienes respondieron que “no votarían” mantendrán la misma actitud y terminaran absteniéndose. Y por tanto ‘simular’ tan solo el comportamiento del resto de ese grupo que no se pronuncia en la pregunta directa.

Con las respuestas a esta nueva pregunta, convenientemente ponderadas, se contará ya con un nuevo elemento que junto a las respuestas directas a la anterior (intención directa) permitirá construir la estimación, bien sea añadiendo más elementos, bien sea únicamente con los antedichos.

Otro modo de aproximación-complementario o incluso alternativo- consiste en recurrir al voto precedentemente emitido en anteriores elecciones (el llamado “recuerdo de voto”), corregido o no con estimaciones sobre la mayor o menor propensión a la fidelidad de los partidarios de unos y otros partidos.

Todos ellos son, por simplificar, los modos más comunes de efectuar la estimación, aun cuando puedan darse algunos otros alternativos o complementarios, así como combinaciones de varios con la pertinente ponderación.

Pero en todos ellos, sean cual sea el proceso elegido y los supuestos adoptados en la ‘simulación’ (tomados directamente de las respuestas o corregidos y ponderados), requieren o bien adoptar a priori una hipótesis sobre la participación esperada o, de no hacerlo a priori, finalmente habrá una como resultado indirecto de tales supuestos[6].

Para terminar, y por seguir con el manido símil de “la cocina” sería algo parecido a lo que ocurre en la práctica culinaria, en la que partiendo de uno o varios ingredientes básicos ( “pato a la naranja”, pongamos por caso ), cabe añadir y mezclarlo con algún otro, así como sazonarlo con aderezos y jugar con el tiempo y la intensidad de los fuegos. Todo ello respetando reglas o límites infranqueables para no comprometer en ningún caso la bondad del plato resultante. En fin, todo más próximo al “arte” que a la Ciencia; y que sean los comensales los que finalmente juzguen.


Notas

[1] Se ha llegado a decir sin pudor alguno que el CIS había manipulado a toda prisa los resultados de la Encuesta  para compensar el impacto de la ‘magistral’ oratoria del fogoso líder popular, tachando a Sánchez de cómplice en el “golpe de estado permanente”

[2] Esto en concreto tiene una importancia extrema dada la peculiaridad del sistema electoral español (tan desequilibrado y tramposo por otra parte) a la hora de “territorializar” resultados y tratar de estimar no solo el voto popular sino la asignación de escaños en el Congreso y en el Senado). Ha de decirse que para ello la mayor parte de las encuestas habituales resultan inservibles, con raras excepciones y entre ellas las llamadas pre y post electoral que promueve el CIS 

[3] Es decir que no estén deformadas por ocultación o falsedad por parte de los mismos o que si lo están, lo hacen por igual en unas u otras opciones de modo que, al compensarse no afectan seriamente a la veracidad de los resultados.

[4] Eso es lo que venía haciendo habitualmente el CIS hasta el Barómetro de septiembre de este año.

[5] Esto es lo que se ha hecho en el Barómetro de octubre

[6]Precisamente una de las críticas más unánimes a la estimación del CIS en su último barómetro de octubre es que en sus resultados expresa una participación superior al 80% jamás alcanzada ni tan siquiera en las elecciones que dieron en 1982 el primer triunfo a Felipe González.

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