jueves. 28.03.2024

Coaliciones y confluencias: cuando la suma resta

La cuestión de la “unidad de la izquierda” ha venido siendo presentada no solo como una necesidad de orden ideológico sino también como una exigencia ‘utilitaria’.

“Un gran estratega no difunde nada antes de tiempo. El que en el Templo, antes de la batalla, considere que va a vencer, obtendrá mucho de lo previsto, y el que considera que no va a vencer, obtendrá poco de lo previsto”.

“El arte de la guerra” Sun Tzu.


gagoEl replanteamiento de listas electorales “unitarias” (coaliciones o confluencias) tiende a contemplarse, demasiado recurrentemente, desde la perspectiva de los anhelos –reconfortantes aunque un tanto místicos – de la “unidad de la izquierda”, sin reparar en que ésta si aspira a ser algo ‘real’ y transformador solo cabe concebirse en un horizonte desde luego nada inmediato y siempre como resultado de un proceso de gran complejidad y dificultad. Al obrar en esto con precipitación se corren serios riesgos de retrasar tal posibilidad, cuando no de “dinamitarla”.

El tramposo sistema electoral que la Constitución Española consagra ha sido y sigue siendo especialmente dañino e injusto desde una doble vertiente:

  • Favorece el bipartidismo, ‘castigando’ simultáneamente a los partidos menores.
  • Desequilibra la relación derecha-izquierda, penalizando al conjunto de esta última y privilegiando el voto conservador.

Con la reciente quiebra del bipartidismo se ha atenuado –aunque solo ligeramente- esa doble y desequilibrada asimetría, manteniéndose prácticamente íntegra en lo relativo a los partidos “menores”.

En el 20–D el sistema electoral ha vuelto a premiar con largueza a los viejos partidos del ‘turnismo bipartidista’ y ha seguido penalizando con severidad a algunos- no a todos- de los demás partidos, en particular a dos de ellos: a Ciudadanos (C’s) y sobre todo –como venía ocurriendo ya secularmente- a Izquierda Unida ( IU-UP).

El joven partido PODEMOS (PD’s) y sobre todo sus confluencias (En Común, Mareas y Compromís) no han quedado en cambio afectados, o solo lo han sido muy levemente, por esa falta de proporcionalidad, entre votos conseguidos y escaños asignados, que el sistema electoral produce pese a la retórica invocación constitucional a la susodicha proporcionalidad. Es más en algunos casos, en ciertas circunscripciones, esas formaciones se han visto ligeramente favorecidas al sumar a los votos obtenidos, una parte de los restos correspondientes a los partidos que no conseguían representación, así como una parte también de los votos en blanco.

Como debería saberse bien ya a estas alturas, son tres los factores que esencialmente determinan – aunque con distinta intensidad- la quiebra de proporcionalidad entre votos y escaños, dando como resultado el injusto desequilibrio que beneficia por partida doble a los partidos mayores (en particular a los del antiguo ‘turnismo’ dinástico) y a los más “conservadores” (con cierta independencia aquí del tradicional signo izquierda-derecha). Tales factores son:

  • La consideración de la provincia como circunscripción electoral, unida al ‘número clausus’ de diputados (350, mantenido inalterable desde 1976). Factor éste, el más decisivo de la distorsión de la proporcionalidad, con diferencia.
  • El porcentaje mínimo de votos (3%), a modo de umbral, para obtener algún escaño en cada circunscripción, especialmente lesivo para los partidos menores en las circunscripciones mayores.
  • El reparto de “los restos” correspondiente a los votos que no consiguen la asignación de escaño, mediante la llamada ley d’Hont. Sin duda el más inocuo de estos tres factores pese a que a tantos ‘opinadores’ continúan mencionándolo todavía como causa principal de la no proporcionalidad.

Como consecuencia de ello, el voto otorgado a los partidos menores tiende a convertirse en “voto inútil” sobre todo en las circunscripciones más pequeñas (las más conservadoras), por un doble motivo: bien porque no llegan a superar el umbral del 3%, bien porque cuando lo logran se quedan todavía muy lejos de conseguir los votos equivalentes al ‘precio’ de un escaño en la correspondiente circunscripción, lo cual ocurre sobre todo en las de menor tamaño, en donde para conseguir un acta se necesita un porcentaje de votos superior al 15%.

Todos esos “votos perdidos” se acumulan en los demás partidos, haciéndolo con mayor “intensidad”, por efecto aquí de la ley d’Hont, principalmente en el partido o partidos mayores (que en las circunscripciones pequeñas son además los más conservadores).

Ocurre así que esa “inutilidad” de voto es doblemente frustrante para el desafortunado elector, porque además de quedarse huérfano de representación, traslada involuntariamente su voto (mediante el reparto de “restos”) a un partido que precisamente puede estar en las antípodas de sus preferencias.

Por todo ello el PP obtuvo el 20 D un “bonus” de 22 escaños de más de los que le hubieran correspondido en estricta proporcionalidad; y el PSOE, a su vez, fue “premiado” con 14 escaños de más, es decir los mismos que ”perdieron” sobre todo IU-UP (11) y en mucha menor medida PD’s. Dicho de otro modo, esa quiebra de la proporcionalidad es lo que por una parte le otorga con cierta holgura al PP la minoría de bloqueo (más de 117 diputados, o sea un tercio del Congreso), mientras que al PSOE le ha librado, en el hemiciclo, del ‘sorpasso’ de la fuerzas a su izquierda.

La cuestión de la “unidad de la izquierda”, restringida exclusivamente a PD’s y IU-UP, ha venido siendo presentada no solo como una necesidad de orden ideológico– o si se quiere místico- sino también como una exigencia ‘utilitaria’, sin advertir que esta última justificación por lo general se basa en una percepción de la realidad y de los datos que la expresan más bien simplista, o discutible, cuando no decididamente falsa.

Así pues con vistas al 26–J, plantearse dicha unión, en las distintas fórmulas de confluencia, requiere depurar la cuestión lo más posible de sus connotaciones ideológicas y sobre todo de la ligereza en el manejo de los datos, para abordarla así con cierta frialdad y sobre todo con pragmatismo.

Partiendo de los resultados del 20 D, para empezar es preciso contemplar en detalle, circunscripción a circunscripción, cuáles serían los beneficios o los perjuicios para cada una de las fuerzas ‘coaligables’ que de tal unión–o desunión- cabría esperar. Para ello puede tener interés considerar cuál ha sido (el 20 D) la relación entre los apoyos electorales a una y otra fuerza, muy variable en las distintas circunscripciones. Así por ejemplo agrupando los datos territoriales por Comunidades Autónomas, dicha relación va desde un máximo de casi 10 veces mayor el voto a PD’s respecto al de IU-UP (en Baleares) a un mínimo de menos de 3 (en Asturias).

Por otra parte, al observar los resultados del 20 D– por más que los del 26 J no hayan de ser necesariamente coincidentes-, se llega a la conclusión de que lo que podría aportar a PD’s la coalición con IU ya lo obtuvo en buena parte de forma “gratuita” a través del reparto de los “restos” (ley d´Hont) y por tanto nada reportaría desde un punto de vista ”utilitario” la proclamada unidad.

Por el contrario, no cabe ignorar ni restar importancia a los posibles efectos negativos que en el plano meramente electoral, tanto a corto como largo plazo, podrían seguirse de esa unión para el partido mayor (PD’s); y ello principalmente por dos razones bien distintas: porque pudiera inducir  un desplazamiento de la elección en forma de “retorno” hacia IU de los votos que anteriormente emigraron hacia PD’ por razones de “utilidad”, y porque tal unión quizás disuada a otros votantes atraídos por una imagen de PD’s más “transversal” (como algunos gustan decir) o menos asociada a la iconografía ideológica de la izquierda tradicional (ya sea en su evocación radical o extremista como sobre todo en su asociación “comunista”). De ser así, estaríamos en ese caso en el supuesto que da título a este artículo, es decir cuando 2+2 no dan 4 ( y menos aún 5 ) sino 3, es decir cuando la suma se traduce en resta.

No cabe hacerse ilusiones de que mediante una coalición puedan recuperarse todos o la mayor parte de los votos “sustraídos” por la perversidad del sistema electoral que padecemos. Pero cierto es también que algunos lugares hay (principalmente Andalucía, Castilla y León y Castilla la Mancha) donde una confluencia de ambas formaciones (PD’s e IU), si se logra encontrar la fórmula adecuada (nunca automática, ni mucho menos), sería más que deseable con vistas a conseguir mejorar las posiciones que permitan la alternativa de progreso que, con los resultados del 20 D, no fue posible.

Coaliciones y confluencias: cuando la suma resta