Siempre me ha parecido que las bienaventuranzas era la parte más agradable del catecismo. Al lado de una larga serie de mandamientos y pecados, tanto veniales como capitales y/o mortales, las bienaventuranzas aparecían como algo positivo, como algo que tenía premio frente a las prescripciones que, o te imponían una obligación o te castigaban por algo.
Y, entre las diversas bienaventuranzas cabe destacar, obviamente, las de los pobres de espíritu, las de los mansos, los misericordiosos, los limpios de corazón o los que tienen hambre y sed de justicia. Todos ellos serán merecedores, de una u otra forma, de disfrutar del reino de los cielos.
Mientras llega ese premio a los anteriores, tengo yo como bienaventurados a los que culpan a Pedro Sánchez de los miles de muertos por el COVID19 (me niego a pensar que es femenino) y, simultáneamente, por la paralización de la actividad económica. Incluso, los más adelantados están seguros de que Sánchez está en las cercanías de ese laboratorio chino donde se diseñó el virus para tragedia de la humanidad en general y de España en particular.
Y los tengo por bienaventurados porque es verdad. Lo son. Hay quienes podemos pensar que, salvo cuatro aventajados, aunque alejados de las posibilidades de que nos gobiernen, los candidatos a ser alguna vez presidentes del gobierno español, tenían los mismos conocimientos sobre el virus que sobre la existencia del más allá. Por eso, debemos convivir con una gran desesperanza ya que somos conscientes, o sospechar, de la inevitabilidad de que una vez extendido el virus por el planeta fuera a traspasar las fronteras de un país que vive de acoger gente de todo el mundo y que nos relacionamos con besos, abrazos y apretones de manos en más de 300.000 establecimientos de hostelería. Además de manifestarnos multitudinariamente cada lunes y cada martes (bueno, esto es una frase hecha porque abundan las dominicales).
Sin embargo, hay gente más dichosa (sinónimo, no lo olvidemos, de bienaventurada) que cree que si hubieran gobernado "los suyos" habrían hecho las cosas de tal modo que no hubiera habido tantos muertos (quizás ninguno) mientras la economía no se hubiera resentido en lo más mínimo. ¿Y qué cosas habría que haber hecho? se preguntará algún ignorante.
Pues, exactamente, en cada momento, lo contrario a lo que se ha hecho. Si no había mascarillas ni otras protecciones, era porque no se tenían almacenadas, previamente, los millones de ejemplares necesarios. Si se decretaba un confinamiento, este no debía ser general si no referido solo a los ya infectados por el virus. Si se informaba mucho, había que hacerlo menos, porque, además, se mentía. Si se hacían pruebas, se hacían pocas. Y si se corregía lo que se hacía, o se decía, también estaba mal. Incluso el final del confinamiento está mal planteado. Y, eso, sin contar que se había nombrado Ministro de Sanidad a un filósofo en lugar de a un Premio Nobel por sus estudios sobre el COVID19.
Pudimos traer a Kroos del Bayern de Múnich al Real Madrid, pero no podemos traer a Merkel desde Berlín hasta Madrid
Y, como ya se sabe que siempre está más verde el jardín del vecino, para certificar esas críticas bastaba utilizar un ranking entre países o un estudio australiano. Y, en todo caso, siempre nos quedará Merkel como epítome del bien hacer.
Pero, aquí es donde yo agrego, junto a la bienaventuranza, una gran moral de victoria a esas personas. Sin necesidad de meter al CIS en el asunto, podemos asegurar que hay más gente a la que no le gusta Pedro Sánchez que sanchistas convencidos. Pero, con más rotundidad, podemos afirmar que, de momento y hasta nuevo aviso, hay menos partidarios de Casado que de Sánchez. No sé qué pasaría si introdujéramos a Merkel en la ecuación pero el problema es que, de momento, no se puede. Pudimos traer a Kroos del Bayern de Múnich al Real Madrid, pero no podemos traer a Merkel desde Berlín hasta Madrid. Al menos, como digo, de momento, porque Manuel Valls terminó viniendo.
Pues bien, ante esa tesitura, Casado, que es posible que cuando sea mayor quiera ser como Merkel, se tiene que conformar con disputar a Abascal su espacio político y, sus seguidores, con la ilusión de pensar lo bien que nos habrían ido las cosas con uno de presidente y otro de vicepresidente. Ello, pensarán, podría servir para ganar posiciones en las próximas elecciones, con una labor de apostolado eficaz basada en esa ucronía, como todas, indemostrable.
Bienaventurados ellos.