jueves. 28.03.2024

Nubarrones sobre la negociación colectiva

La conjunción de los efectos de la crisis económica y de la reforma laboral está provocando un panorama bastante preocupante del desarrollo de la negociación colectiva...

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La conjunción de los efectos de la crisis económica y de la reforma laboral está provocando un panorama bastante preocupante del desarrollo de la negociación colectiva. Empiezan a conocerse ciertos datos que confirman lo que se intuía, por mucho que desde esferas oficiales se pretendieran negar. Algunos datos pueden presentar un carácter más coyuntural, si bien el gran interrogante es si, por la profundidad de las reformas legales, económicas y sociales, discurran corrientes subterráneas que estén socavando los cimientos del sistema y afectando a piezas vitales de su funcionamiento.

El hecho más conocido es la devaluación interna provocada por una notable pérdida del poder adquisitivo de los salarios, incluso una reducción en valores absolutos de los salarios pactados en los convenios. Podría aceptarse que ello es resultado natural de la evolución de la economía, de la destrucción del empleo, de la presión para incrementar la competitividad, de la contención de la inflación, de la propia reforma laboral. La preocupación no es tanto la tendencia a la moderación retributiva, que avalan incluso los Acuerdos interprofesionales celebrados entre sindicatos y patronales, como la contundencia y prolongación en el tiempo del fenómeno. La clave se encuentra en el equilibrio de las medidas, pues los excesos no compensados provocan efectos perversos que acaban contaminando negativamente todo el sistema. Lo preocupante es el círculo vicioso de provocar el incremento de los trabajadores pobres, el colapso del consumo interno, el impago de las deudas pendientes y el daño colateral al propio saneamiento bancario.

Incluso pensando en una posible recuperación del crecimiento, en que será posible recomponer en parte la situación hacia una razonable suficiencia de los salarios, lo más preocupante es que por la fuerte tensión que se ha concentrado sobre la negociación colectiva hayamos tocado ciertos elementos vitales del sistema, que dejen secuelas difíciles de restaurar.

Así, lo más llamativo de los datos publicados es la fuerte caída del número de trabajadores incluidos dentro del ámbito de aplicación de los convenios, lo que podría suponer la presencia de importantes vacíos, donde la negociación colectiva no funciona y no puede desempeñar su función natural de regulación con homogeneidad de las condiciones de trabajo. Uno de los rasgos definitorios de nuestro sistema, la alta tasa de cobertura de la negociación colectiva, abarcando a la inmensa mayoría de los trabajadores, parece que viene a menos. Aunque no sea fácil de cuantificar su intensidad, parece que algo se está alterando en lo que hasta ahora constituía regla central de nuestro modelo y que puede tener mucho impacto para cierto tipo de trabajadores que se verían abandonados a una “negociación” meramente individual.

Otro elemento que puede erosionar el modelo es una actitud subyacente en algunas de las últimas reformas de desconfianza del legislador hacia la negociación colectiva. Frente a un modelo durante décadas de fuerte colaboración entre la legislación y los interlocutores sociales a través de los convenios colectivos, parece que se rompe ahora; como si el legislador no se fiara y presumiera que la negociación colectiva le va a jugar a la contra, la expulsa del terreno de juego. Este tipo de estrategias al final dan malos resultados, porque por mucho que se cierren puertas, el aire acaba entrando por la ventana. Por ello, siempre es mejor tener en cuenta que en materia laboral es muy difícil jugar a la contra, porque el resto de los protagonistas con su no colaboración pueden reventar lo que se pretende imponer desde el BOE.

Finalmente, no podemos desconocer que el desarrollo generalizado de la crisis no se ha circunscrito al ámbito de lo económico, sino que por su profundidad está afectando al conjunto del modelo institucional. La consecuencia más palpable es que todas las organizaciones sociales e instituciones públicas sufren un proceso de enorme desgaste en el prestigio y reconocimiento ciudadano, como muestran todas las encuestas sociológicas. A ello no escapan tampoco las organizaciones sindicales y empresariales protagonistas durante décadas de nuestro sistema de relaciones laborales. Por ello, el reto al que se enfrentan es muy superior, debiendo unas y otras reflexionar acerca de cómo se estructuran internamente, cómo se financian económicamente, cómo eligen a sus dirigentes, cómo conectan con sus representados, cómo desempeñan sus funciones y acaban asumiendo sus responsabilidades. Desde luego sería todo un disparate descalificar tanto a estas organizaciones como a las personas que las integran, ni pensar que es concebible un modelo alternativo de relaciones laborales sin un fuerte protagonismo de organizaciones capitales y básicas para un funcionamiento democrático y equilibrado socialmente del modelo, como son las actuales patronales y sindicatos más representativos. Pero lo que tampoco cabe es esperar a que escampe el temporal, pensando que no es necesario cambiar nada.

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