jueves. 25.04.2024

Peronismo en toda su extensión

Los primeros pasos del gobierno de Alberto Fernández reeditan viejas imágenes de un peronismo reanimado

Cuando todavía era candidato, Alberto Fernández, que asumió la presidencia argentina el pasado 10 de diciembre, aseguraba que el peronismo volvería al poder y que volverían mejores. Era consciente del rechazo profundo que provocaba en una parte del electorado la figura de Cristina Fernández de Kirchner, como consecuencia de los numerosos casos de corrupción que se dieron durante los sucesivos gobiernos, entre 2003 y 2015. Ese mismo electorado también estaba hastiado de la forma de ejercer el poder, con prepotencia, soberbia y escaso respeto por el adversario.

La figura de Cristina Fernández, ahora desde su papel de vicepresidente y presidente del Senado -el sistema político argentino tiene esta anormalidad- ya dio muestras para dudar sobre el presunto cambio. Y el peronismo, en su conjunto, vuelve a poner de actualidad aquella frase de Borges, antiperonista confeso, que decía que el peronismo no era ni bueno ni malo, era incorregible.

En solo unos días de la nueva etapa, el peronismo ya ofreció imágenes inolvidables. Una de ellas la ofreció el intendente (alcalde) de Avellaneda. Una ciudad pegada a la capital federal, separada solo por un puente, que es uno de los bastiones históricos del peronismo. Ya no queda casi nada de la industria ligera que empleó a millones de trabajadores, vive desde hace décadas una decadencia que no conoce fin, y la pobreza es mayoritaria, a pesar de que siempre fue gobernada por el peronismo.

Jorge Ferraresi, el intendente, asumió su tercer mandato con la presencia de Cristina Fernández y con una puesta en escena propia del peronismo más rancio. Fue un grupo de niños los que le tomaron juramente, y uno de ellos leyó la fórmula que decía textualmente: “¿Jura por la patria, por Avellaneda y su gente, por los que dieron la vida o perdieron su libertad por no claudicar en su lealtad al pueblo argentino, por la memoria viva de Perón, de Evita y de Néstor, y por la demostrada lealtad hacia Cristina?”.

Antes, una niña aparecía dirigiéndose al intendente con lo que parecía una nueva versión de los textos escolares del primer peronismo, cuando los niños aprendían a leer con textos que decían, por ejemplo, “Evita y Perón me aman”. Aquél primer peronismo consideraba que desde la más tierna infancia los niños debían ser adoctrinados políticamente. Y durante el kirchnerismo hubo numerosos casos en este sentido, siendo el magisterio una profesión en la que el peronismo es mayoritario.

Otra característica del peronismo que Alberto Fernández ha renovado es el ejercicio del poder total, sin pudor. Cristina Fernández, ya lo había expresado en su momento con la frase “Vamos por todo”. Alberto Fernández pidió superpoderes al parlamento, que en solo 48 horas se los concedió y aprobó un paquete que: a) le dejó las manos libres para tomar las decisiones necesarias, sin necesidad de pasar por la engorrosa tarea de negociar con un Congreso y un Senado, aunque la oposición sea minoría; y b) planteó un plan de ajuste que si hubiera sido impulsado por otro gobierno hubiera sido tachado de neoliberal, feroz y salvaje. El economista Guillermo Calvo ya había advertido que solo el peronismo podría hacer el ajuste con apoyo popular.

Los superpoderes con los que contará Alberto Fernández son una esencia del peronismo. Perón, en su primera etapa (1946-1955) no los necesitaba, porque de hecho tenía el poder total. Llegó a encarcelar por “desacato” al principal referente de la oposición de entonces, Ricardo Balbín (UCR, Unión Cívico Radical). Pero los últimos gobiernos peronistas, ya muerto el general, también tuvieron superpoderes: así gobernaron Carlos Menem (1989-1999), Eduardo Duhalde (2001-2003), Néstor Kirchner (2003-2007) y su viuda y sucesora, Cristina Fernández (2007-2015). Superpoderes que, se suponía, debían ser usados por un tiempo limitado, en épocas de emergencia social y económica. Pero que continuaron cuando el país logró salir de esta situación, y el propio gobierno presumía de crecer a tasas chinas.

El gobierno de Alberto Fernández, además, derogó un decreto de Macri para impedir el nombramiento de familiares directos en la función pública, con lo que ya son varios los funcionarios que comenzaron a ejercer el nepotismo sin complejos.

Otra de las escenas de este nuevo revival fue protagonizada por los sindicatos, en muchos casos grupos mafiosos controlados por millonarios que hicieron su fortuna al frente de sus gremios. La disputa por el control de las organizaciones de los trabajadores a menudo llegan a la violencia y esto fue lo que sucedió a poco de asumir Alberto Fernández en el sindicato UTA, Unión Tranviarios Automotor, básicamente los conductores de colectivos o autobuses.

Por una disputa a propósito de una huelga, un grupo de violentos tomaron la sede del sindicato, obligando al secretario general, Roberto Fernández, a refugiarse en el techo del edificio. “Si suben, los mato a fierrazos”, diría en declaraciones a una radio. “Este grupo me tomó el gremio, lastimaron a todos, estoy arriba del techo, a lo mejor son las últimas palabras que te digo”, añadió Fernández, en una escena que bien podría haber escrito Osvaldo Soriano, el que mejor describió en algunas de sus novelas al peronismo violento de los 70.

El cambio de autoridades en los ministerios y organismos oficiales también proporcionó  imágenes inolvidables de estas fantasías animadas de ayer y de hoy. Grupos cantando la marcha peronista, haciendo la “v”de la victoria y gritos de “no volverán”, dirigidos a las autoridades salientes, fueron la tónica. Así fue en el ministerio de Cultura, en la agencia oficial de noticias, Télam, y en el ministerio de Desarrollo Social. En la sede de este último organismo, situada en la avenida más importante de Buenos Aires, la 9 de Julio, el kirchnerismo había colocado la imagen de Evita en dos de sus fachadas, a la manera de la que existe del Ché en La Habana. El gobierno de Macri la había mantenido, a pesar de la evidente arbitrariedad de colocar un símbolo partidista en un edificio oficial. Lo único que sucedió fue que durante estos cuatro años pasados no se encendían por la noche las luces que resaltaban el perfil de la segunda esposa del general. Pues bien, en cuanto se conoció que Macri había perdido las elecciones, sindicalistas del ministerio encendieron nuevamente la imagen, sin esperar al cambio de autoridades. 

Para los nostálgicos, además, volvió el dólar blue, no oficial, mucho más caro, pero el único al que pueden acceder los argentinos por el cepo impuesto por el gobierno. El gobierno entró en conflicto con el sector del campo, casi el único productivo, a causa de los impuestos. Y Maradona volvió a la Casa Rosada, donde fue recibido por Alberto Fernández. El deteriorado astro del fútbol argentino, que ahora dirige un equipo de la ciudad de La Plata, ya conocía la casa de gobierno, la pisó por primera vez cuando apoyaba a Carlos Menem, el peronista neoliberal de los 90.

La exageración y la desmesura, que es propia del peronismo, vuelve a proporcionar las mejores páginas para Alejandro Borensztein, que cada domingo publica en el diario Clarín su imperdible página de humor político. Borensztein es hijo de uno de los inolvidables cómicos que dio la televisión Argentina, el fallecido Tato Bores. En su momento ya fue uno de los guionistas de su padre, a la par de trabajar como arquitecto. Si en 90 era imprescindible leer la página del escritor Osvaldo Soriano, en Página 12, que retrató como nadie el menemismo, con Borensztein se alcanzan cotas igualmente inolvidables. A través de un humor desopilante, sus artículos se cuentan entre los mejores análisis políticos.

Peronismo en toda su extensión