jueves. 28.03.2024

Un relator de la pobreza

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Ha tenido que llegar un australiano de apellido Alston y de nombre Philip, para más señas profesor de Derecho en la Universidad de Nueva York, a pintarnos el panorama social del país en que vivimos. Cuanto ha dibujado ante nosotros lo hemos escuchado antes en boca de organizaciones sociales de todo tipo, sindicatos y hasta algún partido político.

Pero la cosa parece que resulta más creíble si alguien venido de fuera, embutido en su armadura de relator de la ONU, va y lo cuenta. Claro que eso de ser relator, puede no estar bien visto en una parte de este país. Basta recordar la que liaron las derechonas catalanofóbicas en Colón a cuenta y a costa del relator que aparecía en la Declaración de Pedralbes. La fijación de estas gentes con Cataluña, o con Venezuela, es enfermiza.

Este relator de la ONU es otra cosa. Elegido por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, un profesional independiente que, sin ser personal de las Naciones Unidas, ni cobrar sueldo por su trabajo, se encarga de analizar, estudiar y emitir informes sobre la situación de un determinado derecho en el conjunto del planeta, o sobre un tema concreto en un país determinado.

Somos país rico, con un alto Producto Interior Bruto, con rentas medias elevadas, pero sin embargo la recuperación económica ha traído cinco veces más ricos millonarios, alentados por unas políticas económicas que los convierten en privilegiados, mientras que los pobres, no han visto por ningún sitio la cacareada salida de la crisis

Philip Alston ha recorrido España durante dos semanas, ha escuchado a muchas personas que viven situaciones de pobreza, a organizaciones sociales, ha recabado la opinión de las autoridades, representantes políticos, responsables de las diferentes administraciones y al final ha presentado públicamente sus conclusiones preliminares, las que sustentarán el informe definitivo.

No ha dicho nada nuevo. Básicamente ha venido a decir que hay dos Españas, una próspera y otra que tiene un porcentaje elevado de personas que están al margen, tratando de sobrevivir. Ha afirmado que España le está fallando por completo a buena parte de su sociedad, aquella que vive en la pobreza, cuya situación se encuentra ahora entre las peores de la Unión Europea. Más de un 26 por ciento de media. O poner la calefacción, o comer.

Ha hablado de la infancia y de las tasas más altas de abandono escolar de toda Europa. Esa infancia que cuando va al colegio no tiene las mismas oportunidades porque nuestra educación segrega, perpetúa al pobre en la pobreza y consolida al rico en sus privilegios. Nada que ver con el pin parental, vaya. Pobreza infantil pura y dura.

Ha recorrido los campamentos de jornaleros inmigrantes en Huelva, sin duchas, sin agua caliente. Ha comprobado la situación de las mujeres, las personas mayores, las trabajadoras domésticas, muchas de ellas inmigrantes, las personas que viven en eso que ahora llaman la España vaciada, los menores migrantes solos, las personas con discapacidad, los gitanos, que tienen en España una de sus comunidades más grandes de Europa, las personas desempleadas, en eso también somos campeones europeos.

Reconoce el relator que nuestros sistema sanitario y el de pensiones, aún arrastrando las consecuencias de los recortes, contribuyen a paliar los efectos de la pobreza. Sin embargo no es tan complaciente con quienes tienen que diseñar y ejecutar las políticas públicas dirigidas a las personas pobres, situándolas en el último lugar de sus preocupaciones, tomándolas rara vez en serio.

Tampoco complaciente con una administración rígida y burocratizada más atenta a los procedimientos y el formalismo que al bienestar de las personas. Ni con un sistema fiscal que consigue que quienes acumulan más dinero paguen menos impuestos, mientras que lo que recauda Hacienda proviene sobre todo de los trabajadores. Una Hacienda Pública que obtiene menos recursos que otros países y los gasta y distribuye de forma injusta.

El ejemplo de las rentas mínimas es una buen ejemplo de esta situación. Los recursos que deberían ayudar a quienes no tienen casi nada para atender sus necesidades básicas, pero tienen coberturas desiguales en cada comunidad autónoma, presupuestos insuficientes y demasiados mecanismos burocráticos diseñados para regular, modular y bloquear selectivamente el acceso a cuantos podrían necesitarlo. Cada comunidad hace lo que puede, o lo que quiere, sin regulación básica, ni fondos específicos, de de carácter estatal. Una medida buena, que termina siendo mala en la práctica, concluye el relator.

Somos país rico, con un alto Producto Interior Bruto, con rentas medias elevadas, pero sin embargo la recuperación económica ha traído cinco veces más ricos millonarios, alentados por unas políticas económicas que los convierten en privilegiados, mientras que los pobres, que sufrieron duros recortes, no han visto por ningún sitio la cacareada salida de la crisis.

Buena parte de España se siente abandonada, percibe que los sucesivos gobiernos les han fallado, sufre dificultades para llegar a fin de mes, sobrevive en el paro, en la pobreza, la precariedad, en la desigualdad creciente. Muchos de quienes trabajan no dejan de ser pobres. Las vidas son precarias, también los trabajos lo son cada vez más.

Concluye el relator, en la línea trazada por Gil de Biedma en su hermoso poema Apología y Petición, que nuestra famosa inmemorial pobreza cuyo origen se pierde en las historias que dicen que no es culpa del gobierno sino terrible maldición de España, no es otra cosa que decisión política de los gobiernos.

Al menos descubre una señal positiva en este panorama. Al igual que tantas personas sensatas en este país de todos los demonios, considera que el gobierno de coalición recientemente constituido ha manifestado claramente su compromiso por la justicia social y contra la pobreza. Él mismo dice que no será fácil y que los retos son grandes. Conscientes de ello, es lo que toca.

Un relator de la pobreza