viernes. 19.04.2024

Hasta siempre, compañero Presidente Salvador Allende

Señor Presidente, no quiero cargarle de más trabajo. Hoy ha sido un día intenso para Usted. Cientos de actos en su país, cantos, discursos, poesías...

Señor Presidente,

No quiero cargarle de más trabajo. Hoy ha sido un día intenso para Usted. Cientos de actos en su país, cantos, discursos, poesías. Miles de artículos en los periódicos, en los blog. Trending topic en millones de mensajes tuiteados por otros tantos millones de personas en Chile y en todo el planeta. Las redes sociales llevan hoy su nombre.

Atender toda esta tarea requerirá buena parte de la eternidad que tiene por delante. Por eso no seré largo y espero que tampoco pesado. Cuatro letras para agradecerle su vida y el momento de su muerte. Todo ese tiempo transcurrido. Veinte años son nada, pero cuarenta son toda una vida.

Me pilló el día de su muerte en el tránsito del instituto a la universidad. En la España de aquellos años, tan admirada por el militón que asaltó la Casa de la Moneda, empezabas a explicarte las cosas y tomar conciencia de la situación terrible del país, cuando entrabas a trabajar en una empresa y se te acercaban los de las Comisiones Obreras, o cuando entrabas en la universidad y transitabas por los círculos estudiantiles de las distintas tonalidades del rojo. Yo aún no había entrado en la universidad, ni tenía trabajo en una empresa, pero las iglesias, las asociaciones de vecinos, las pandillas, los centros culturales, eran como la educación infantil de la conciencia que estaba por llegar.

Leíamos cuanto caía en nuestras manos. Desde Cien años de Soledad, hasta los Diarios de Bolivia, pasando por Rayuela de Julio Cortázar, o La Peste de Camus. Aprendíamos a tocar la guitarra para atrevernos con Atahualpa Yupanqui, Serrat, Mercedes Sosa, Violeta Parra. Seguíamos atentamente los pasos, las largas marchas de los trabajadores y trabajadoras por todo el mundo.

Claro que admirábamos al Ché y a los guajiros. Claro que admirábamos al pequeño pueblo vietnamita, que resistía a todo un imperio. Pero aquí pesaba como una losa la Guerra Civil, el fracaso de la lucha guerrillera y la larga dictadura. Mayo del 68, la Primavera de Praga, los comunistas italianos, los sindicalistas de la CGIL, nos eran mucho más cercanos, accesibles. Como si nosotros también pudiéramos transitar esos caminos algún día no muy lejano.

Y en eso llegó Usted a uno de los patios traseros de los Estados Unidos. Llegó con ese proyecto de construir un socialismo en libertad y democracia. Así de limpio. Un hombre mayor, nos parecía. Pero tremendamente joven, rodeado de jóvenes. La Cantata de Santa María de Iquique y Víctor Jara, la Unidad Popular, Quilapayún, el pueblo unido jamás será vencido... Chile ocupó, de pronto, toda nuestra atención.

Poco dura la alegría en casa del pobre. Pronto vimos como el dinero imperial alimentaba las tensiones internas, las huelgas de camioneros y, lo peor de todo, preparaba, una vez más, un golpe militar contra cualquier intento de construir igualdad en libertad. Un Ejército chileno que nunca se había rebelado contra su gobierno y su pueblo. He leído estos días que para los Nixon y los Kissinger, Allende era un peligro más real, más contagioso, que Castro. Así debió de ser, si tomamos en cuenta la brutalidad del golpe y de la represión que se desencadenó a continuación y durante décadas.

Su muerte, la de Víctor Jara, la de Pablo Neruda. Las de cuantos fueron asesinados y torturados en el Estadio de fútbol de Santiago, en las calles, en las fábricas, en las minas, en los barrios. Las imágenes de los tanques, de los aviones, bombardeando el Palacio de la Moneda. Usted, con sus compañeros armados, mirando esos cielos levantiscos.

Le asesinaron, aunque fuera a la manera de Sócrates, a la manera de Séneca, a la manera de Neruda. Y después de su asesinato, llegaron miles de asesinatos. En Chile, en Argentina, en Uruguay, Paraguay, Brasil, Perú, Guatemala, Nicaragua, El Salvador... Latinoamérica toda. Porque aquel golpe fue la señal para abrir en canal las venas de América Latina y convertirla en un inmenso campo de concentración.

Según moría el dictador en España, nacían genocidas dictaduras por doquier en las colonias de los Estados Unidos. Según iba muriendo el dictador, fuimos acogiendo a miles de argentinos, chilenos, uruguayos, latinoamericanos, que encontraron en el exilio la única oportunidad de escapar a una muerte segura, con los que compartimos la tristeza y el dolor que traían consigo. Pero también la alegría de ver nacer aquí a sus hijos, verlos crecer junto a los nuestros. Aprendimos su cultura, nos contagiamos de sus acentos, disfrutamos sus comidas y sus cantos. Su alegría era la nuestra cuando vimos caer a los dictadores. Lloramos juntos cuando muchos de ellos volvieron a sus países para intentar reconstruir sueños perdidos.

Hoy, cuando el descrédito de la política se encuentra tan generalizado en nuestro país. Un descrédito ganado a pulso en muchos casos. Hoy, quiero agradecerle, Señor Presidente, que su memoria siga viva para recordarnos que hay otra política y otros políticos,  cuyo compromiso con su pueblo llega hasta el mismo momento de la muerte. Políticos que también crean escuela y convierten la política, en uno de los oficios más dignos, cuando dignas son las personas que lo ejercen.

Por esas gentes, por esas maneras y esas formas tan suyas, por haberme permitido estudiar en la escuela de su memoria y su recuerdo. Por ese ideal de construir socialismo e igualdad en libertad y democracia. Por su fracaso, que tanto nos dice de la condición humana y de las miserias que gobiernan este planeta. Por las alamedas que nos hace soñar cada día... Gracias y hasta siempre compañero Presidente Salvador Allende.

Hasta siempre, compañero Presidente Salvador Allende