jueves. 18.04.2024

Seamos realistas, pidamos lo imposible

No creo en la imposibilidad de ponerse de acuerdo para combatir y prevenir la violencia de género, en las familias y en las empresas.

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Vaya por delante que las opiniones que vierto en este artículo son mías, sólo mías y no obedecen a consignas o decisiones adoptadas por ningún otra persona, individual o jurídica, que no sea yo. Y vaya por delante, ya puestos a prestar declaración de intenciones, que no pretendo que sean la verdad, sino tan sólo mi forma de ver las cosas en este momento, que bien pudiera cambiar mañana, si leo o escucho algo, si mantengo una conversación con alguien, si le doy un par de vueltas más y concluyo que todo podría ser de otra manera a como hoy lo expreso.La frase que aparece como titular de este artículo no es mía. Todo parece ya estar inventado. La he encontrado atribuida a Ernesto Ché Guevara. Pero parece que el guerrillero argentino, cubano, congoleño, boliviano, fue más expeditivo y lo que dijo es que Seamos realistas y hagamos lo imposible. Es cierto que su aventura acabó de mala manera en aquella quebrada del Yuro y en la escuelita de La Higuera, tomada militarmente, pero donde hoy se asienta un museo de la memoria, según indican las guías del departamento de turismo boliviano.

Y, sin embargo, la frase tiene su aquel, si pensamos en estos tiempos extraños, en los que cosas que creímos imposibles, se han transformado en una realidad cotidiana. Corrupción por doquier y corruptos bajo cada ladrillo. Jóvenes que parten como nuevos indianos a buscar fortuna por el mundo. Empleos temporales, precarios, sin derechos, a los que llaman competitivos. Hospitales como negocio, escuelas como negocio, ancianos abandonados, pero negocio.

Así las cosas, si lo que parecía futuro imposible se ha convertido en perfectamente posible y hasta lógico y saludado como modernidad inevitable, también podemos considerar realista hacer lo que, los causantes de tanto desastre, consideran imposible. Ya lo dijo Humpty Dumpty, La cuestión, Alicia, es saber quién es el que manda.

Otros atribuyen la frase al Mayo del 68, ese 15M, algo más expeditivo, que se adueñó de las calles de París, como de otras calles europeas y norteamericanas, o como lo hizo luego de las calles de Praga. Cuentan que, de la misma manera que un hombre mayor como Stéphane Hessell inventó aquello de Indignaos, hace casi 50 años, otro hombre mayor, Herbert Marcuse, lanzó aquello de Seamos realistas, pidamos lo imposible, convirtiéndolo en uno de los lemas favoritos de las revueltas estudiantiles.

Luego llegaron los tiempos en los que de Gaulle se encargó de convencer a Francia de que bajo los adoquines de las calles no se encontraba la playa, al igual que inmediatamente después de nuestro 15M un impasible, impertérrito y lacónico Mariano Rajoy, se encargó de intentar convencernos de que una oleada de recortes no era otra cosa que una necesaria, obligada e imprescindible cruzada de “reformas estructurales”, que debía ser saludada de buena gana por los españoles, sobre todo los muy españoles y los mucho españoles.

También existe, para ir terminando con la divagación, la versión expeditiva de la aparente “contradictio in terminis” de Herbert Marcuse, según la cual la frase debería quedar redactada de la siguiente manera, Seamos realistas, exijamos lo imposible. Sea como fuere, contradictoria en sí misma, oxímoron o no, ha llegado el momento de plantear el fondo de la cuestión que me trae por estos derroteros.

En estos días, varias fuerzas políticas parece que se encaminan hacia uno de esos imposibles. Oyéndoles hablar a unos y otros, bien podríamos llegar a pensar que ese imposible es además fruto de un destino inevitable, que nos conduce de cabeza a unas nuevas elecciones generales. Como si, de nuevo, las muchas Españas que habitan las Españas, se hubieran embarcado en una “guerra civil”, esta vez sin inútiles derramamientos de sangre, que han sido sustituidos por un espectáculo televisivo de agresiones verbales de alto nivel de decibelios, alentado por palmeros tertulianos. Avance supone, sin duda alguna, haber cambiado la fiesta nacional taurina por este reality show de charanga y pandereta.

Creo que se equivocan quienes, a base de artículos de opinión y de opiniones machaconas, aderezadas con encuestas de encargo, intentan marcar la tendencia que alienta la celebración de unas nuevas elecciones generales. Y se equivocan porque unas nuevas elecciones supondría decirnos a la gente que hemos votado mal, que nos hemos equivocado de voto y que estamos condenados a seguir votando hasta que lo hagamos bien y a gusto de los partidos. Yo aviso que votaré lo mismo y otros puede que decidan quedarse en su casa. En todo caso, supondría un fracaso de los políticos del momento para gestionar una realidad plural y fracturada por la crisis y por la corrupción estructural.

Por eso pienso que es conveniente pedir lo imposible. Ni siquiera lo exijo. Tan sólo animo a hacerlo. Y ese imposible comienza por alcanzar un acuerdo para regenerar la política nacional, combatir la corrupción y emprender una revisión de la Constitución (una buena Constitución si se me permite), para que en ella se vean reflejados la diversidad, la pluralidad, los regionalismos, o los nacionalismos, que habitan en la península. 

Continúa lo imposible por ponerse de acuerdo en que las desigualdades y pobreza crecientes, no puede ser la marca distintiva de nuestro futuro ni en Europa, ni en el planeta. Que no hay recuperación económica, ni regeneración política posibles, si no nos dotamos de instrumentos, como una renta mínima, que eviten que haya personas que carecen de los recursos elementales para garantizar su supervivencia. Si no mejoramos nuestro Salario Mínimo Interprofesional llevándolo, cuando menos, a los 800 euros. Si no mejoramos la protección de esos millones de personas que se han enquistado en el desempleo, perdiendo todo tipo de prestaciones y sin esperanza alguna de que los servicios públicos de empleo les faciliten una nueva oportunidad.

No creo que sea imposible revertir las reformas laborales, que han destrozado las relaciones laborales y han apostado por un futuro de precariedad, temporalidad y falta de derechos para las personas trabajadoras. Un futuro de abuso laboral sin límites, incapaz de dar una sola señal de esperanza a nuestros jóvenes. O dar marcha atrás en reformas como la de la formación, que han destrozado un sistema construido durante décadas ( y por lo tanto mejorable, sin duda), para sustituirlo por un mercadeo abierto a la picaresca y que alienta el fraude, sin garantizar ni la calidad, ni la propia formación.

Tampoco veo nada imposible que pueda haber un acuerdo generalizado para evitar que la participación en una huelga sea constitutivo de delito y merecedor de penas de cárcel, tal y como establece el famoso artículo 315.3, que esgrimen los fiscales para exigir condenas desproporcionadas contra los sindicalistas, mientras aseguran la impunidad de los patronos que vulneran el derecho de huelga de sus trabajadores, sin petición de condena alguna.

Creo que es realista pedir lo imposible de un cumplimiento de la ley de dependencia para que nuestras personas mayores cuenten con los servicios y recursos necesarios. Y creo que es realista exigir que, tras toda una vida de trabajo, las pensiones sean dignas y decentes y no pierdan nunca poder adquisitivo. Como creo en la necesidad de que tipos como Wert no destrocen la educación pública y que la sanidad, la educación, los servicios sociales, formen parte de esas políticas intocables, porque hay consenso en su carácter público, gratuito y universal.

Y no debiera ser imposible asegurar el derecho a una vivienda. O el derecho a pagar impuestos de forma equilibrada y justa, en un país en el que la inmensa mayoría terminamos pagando la fiesta de unos pocos. No creo en la imposibilidad de ponerse de acuerdo para combatir y prevenir la violencia de género, en las familias y en las empresas.

Unos más liberales y otros menos, no creo que nadie considere imposible tampoco ponerse de acuerdo en que la inversión pública (como ocurre en Estados Unidos) constituye un importante motor para impulsar la inversión privada y la creación de empleo.

Alcanzar estos imposibles y hasta algún otro que se me esté olvidando, o que no menciono, para no extenderme aún más, se me antoja realista y hasta acorde con la expresión del voto de la ciudadanía española. Si hubiéramos querido más turno de poder lo habríamos votado así. Pero parece que queremos otra cosa y ahora toca a los partidos ser realistas y hacer lo imposible. Alguien dirá que este deseo es una utopía, pero a fin de cuentas la utopía es, tan sólo, lo que todavía no existe. 

Seamos realistas, pidamos lo imposible