viernes. 29.03.2024

No hay vida digna sin trabajo decente

Me piden desde la Vicaría de Pastoral Social e Innovación de la Archidiócesis de Madrid que participe en una Mesa Redonda, que se enmarca en la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Esa Jornada que la Confederación Sindical Internacional convocó por primera vez allá por 2008. Una mesa en la que participarán además Cáritas y las Hermandades Obreras de Acción Católica (CCOO).

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) había ido acuñando este término de Trabajo Decente. El propio organismo internacional, del que forman parte gobiernos, empresarios y sindicatos, considera que el concepto de trabajo decente expresa las aspiraciones a un buen trabajo y un empleo digno en un mundo globalizado. Un trabajo para las personas, que dignifica y permite el desarrollo de sus capacidades. Ese empleo, ese trabajo, debe permitir unos ingresos justos, sin discriminaciones de género, o de otro tipo. Un trabajo que se ejerce en el marco de unos derechos laborales que aseguran la protección de los trabajadores y Trabajadoras.

Fue en 1999 cuando Juan Somavia, el primer director general de la OIT que provenía del Sur del planeta, presentó una Memoria sobre Trabajo Decente, que contribuyó a difundir y generalizar este término. Según él, Trabajo Decente quiere decir derecho al trabajo, trabajo con derechos, protección social y diálogo social. Las Naciones Unidas recogieron el concepto y plantearon que sin Trabajo Decente es imposible conseguir un desarrollo económico y social sostenible, que asegure la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana.

Eran conscientes de que sin crear oportunidades de trabajo decente, eso que llaman la gobernanza de las sociedades y la paz en el conjunto del planeta, tienen pocas oportunidades. La Recién creada Confederación Sindical Internacional (ITUC), convocó por primera vez, un 7 de octubre de 2008, la primera Jornada mundial por el Trabajo Decente.

Recuerdo cómo los sindicatos del planeta, organizaron aquella jornada. La página de ITUC se vio desbordada de visitas, donde cada amanecer, cada mañana, cada tarde y noche, trazados por el huso horario, contenían las actividades que en cada país se estaban desarrollando, retransmitidas casi en directo.

Recuerdo que nuestro Congreso de las CCOO de Madrid, celebrado ese mismo año, eligió el lema Vida Digna es Trabajo Decente, para enmarcar los trabajos del mismo.

Han pasado los años y el panorama del trabajo decente en el planeta sigue siendo desolador. Para empezar hay más de 200 millones de personas en el mundo que quieren trabajar y no encuentran empleo. De esas personas 74 millones son personas jóvenes y, en su conjunto, hay 30 millones de personas paradas más que en aquellos momentos de 2008, en los que comenzaba la crisis económica mundial.

Entre quienes trabajan en este mundo, hay 2.000 millones de personas que lo hacen sin contrato y sin derechos, sometidos a riesgos laborales y con salarios de miseria. El trabajo indecente contribuye a que el 80 por ciento  de la población mundial carezca de seguridad social, protección por desempleo, por enfermedad, discapacidad, vejez o maternidad.

La desoladora lista de destrozos, sería infinita. Pero terminaré resaltado otros dos datos que el sindicalismo internacional destaca. Son 168 millones las niñas y niños, que soportan la lacra del trabajo infantil y más de 21 millones de personas trabajan en condiciones de esclavitud. Eso que casi de forma eufemística se denomina trabajo forzoso.

Se preguntan los organizadores del acto, personas comprometidas con la dignidad de la vida humana, qué transformaciones se han producido en las relaciones laborales, hasta el punto de que podamos preguntarnos si el trabajo ha dejado de ser una garantía de acceso a una vida digna y cómo ha influido la precarización del empleo en la pobreza. ¿En qué se ha convertido el trabajo y cómo ha evolucionado (involucionado) la cultura del trabajo?

Ver, juzgar, actuar. Son los tres ejes de debate que plantean. Me parece una propuesta tremendamente moderna y actual. Conecta a la perfección con el debate abierto en las CCOO, al que hemos denominado Repensar el Sindicato. Me trae a la cabeza aquella canción de Luis Pastor, en otro memento de cambio profundo al que se vio sometida la sociedad española, la denominada Transición Democrática: Las cosas están cambiando... agárrense que allá vamos.

De eso se trata en estos momentos. La crisis económica mundial se parece cada vez más al golpe de estado en Turquía. La disculpa perfecta para asestar el golpe definitivo a un modelo de trabajo y de vida sustentado en derechos colectivos y personales, que aseguran el bienestar, la libertad, la justicia y la paz.

Tal vez conviene preguntarse si la respuesta se encuentra dentro de las fronteras de cada país, en el corporativismo de cada una de las organizaciones que hemos ido generando, o si va siendo hora de concitar voluntades surgidas de la pluralidad y la diversidad de cuantos asistimos al desmán que los poderes económicos, en confluencia con  poderes políticos subsidiarios y con la inestimable ayuda de sus escuderos a sueldo, están perpetrando dentro y fuera de nuestras fronteras.

Porque lejos de concebir un mundo en el que sus habitantes se vean igualados en torno al respeto de los derechos humanos y entre ellos el derecho a empleo decente, parecen empeñados en conducirnos a una desigualdad generalizada, aceptada, justificada y concebida como modelo, que nos conduzca a la destrucción del planeta, con los seres humanos dentro.

Por eso me siento tremendamente satisfecho y agradecido de acudir a este y a cualquier otro foro donde haya personas dispuestas a ver, juzgar y actuar en defensa de la vida digna y el trabajo decente. Dispuestas a seguir la invitación de Ernesto Sábato, Es hora de abrazarse a la vida y salir a defenderla.

No hay vida digna sin trabajo decente