jueves. 28.03.2024

Merecemos ya un buen Gobierno

Ya hemos vivido las segundas elecciones generales en menos de un año. Sus resultados han sido distintos, pero sus conclusiones son básicamente las mismas. Uno de los aspectos diferenciales con respecto al anterior proceso electoral procede del aumento de la abstención. Era algo cantado, aunque muchos se negaban a verlo.

Es muy difícil mantener la tensión política durante tanto tiempo, desde el 20-D para acá, sin pagar el precio del desencanto en una parte del electorado. Hemos vuelto a índices de abstención superiores al 30 por ciento, similares a los que vivimos en las elecciones generales de 2011, que dieron un aplastante triunfo a la derecha representada por el PP. Y es la izquierda la que, aparentemente, ha sufrido más este desgaste, lo cual, unido a otras circunstancias, ha beneficiado de nuevo a la derecha española.

Quienes no hicieron lo imposible para acordar la gobernabilidad de España, mediante un pacto de investidura, pensando que con ello conseguían una segunda oportunidad para obtener mejores resultados, han comprobado que la segunda oportunidad beneficiaba muy especialmente a quien, cómodamente sentado en su sillón de Moncloa, ha dejado madurar la fruta hasta que ha caído del árbol electoral.

Tras años de recortes perpetrados a base de políticas ultraliberales y neoconservadoras. Tras años de pelotazos, corrupción y mamandurrias, instalados en el centro de las instituciones, conformando un consorcio politicoempresarial, con raíces en todas las administraciones. Tras escándalos políticos como el protagonizado en los últimos días por un Ministro del Interior, utilizando las instituciones en beneficio de su propio partido. El resultado es que no hay costes políticos, ni electorales, para quienes han cometido tales desmanes.

Todos son corruptos. Estos que gobiernan también lo son y hasta más. Pero ahí andan salvando España. Ya sé cómo son, pero mejor ellos que otros más impredecibles y que no han sabido fraguar un gobierno estable y necesario. Es lo que parecen haber pensado los votantes del PP y aquellos otros que han decidido que, tras un voto prestado a Ciudadanos el 20-D, es hora de volver al redil de la casa madre.

El PP ha conseguido rescatar 376.000 votos que fueron en las anteriores elecciones a Ciudadanos y captar 313.000 votos nuevos. Con ello ha alcanzado 14 diputados más, casi 700.000 votos más y, con sus insuficientes 137 diputados, asentar la falsa imagen de que tiene derecho a formar gobierno. Aunque esto sea sólo una media verdad, que será posible sólo en el caso de que Mariano Rajoy sea capaz de armar las mayorías necesarias para ello, o al menos suscitar la abstención de muchos otros.

Mientras tanto Unidos Podemos, que habían acariciado el sorpasso al PSOE y hasta soñaba con un supersorpasso al propio PP, ha pagado el crecimiento de la abstención y ha perdido más de un millón de  votos, mientras que el PSOE ha perdido más de 100.000. No es un desastre insalvable, ni un hundimiento irreparable. Pero ambas fuerzas deberían ser responsables y reflexionar sobre una campaña desastrosa que no ha conseguido retener el voto, ni generar la ilusión necesaria para impulsar y reforzar el cambio político. El objetivo parecía conseguir, o evitar, el sorpasso, según el caso y no alentar un gobierno de progreso que acabe con la corrupción y restablezca libertades y derechos arrebatados.

Las peleas dentro de la izquierda siempre producen estos efectos. Los vaivenes en las ideas y las propuestas producen estos efectos. Las coaliciones suelen ser buenas, pero cuando no son estratégicas, sino tácticas, forzadas y de última hora, a veces no suman, sino que debilitan la confianza dentro de cada una de las partes coaligadas.

Es cierto que el hastío y el cansancio, el crecimiento de la abstención, el voto del miedo, el voto útil, el Brexit, la bronca electoral, la incapacidad de alcanzar un acuerdo de investidura, han facilitado aún más las cosas para una victoria relativa del PP, que tiene ahora la iniciativa para intentar formar gobierno. El problema es que pocos, por no decir nadie, quieren acompañar al PP, porque aparecer en esa foto no es plato de buen gusto para nadie.

De otra parte, las fuerzas que se han denominado a sí mismas del cambio siguen teniendo una mayoría de diputados y diputadas. Otra cosa es que algunas de esas fuerzas se comporten como agua y aceite y se muestren incapaces de alcanzar acuerdo alguno, como así lo demostraron durante las negociaciones de investidura, tras las elecciones del 20-D. Esa incapacidad condujo a las segundas elecciones, que han terminado beneficiando a las fuerzas del inmobilismo y los recortes.

Así las cosas, uno de los escenarios sería el de repetición de las elecciones. Pero esta posibilidad no debería figurar en el escenario de lo posible, ni sobre la mesa de los partidos políticos. Quienes hemos votado el 26-J hemos decido que, con algunos cambios, las cosas quedan como estaban, pero con un acuerdo aún más difícil, aunque no imposible.

Los sindicatos CCOO y UGT presentamos 20 propuestas a los partidos políticos, que intentaban ser la base para cualquier acuerdo de gobierno que quisiera solucionar los problemas políticos, económicos y sociales de España. Un gobierno que quisiera negociar, con respaldo suficiente, en Europa, los tiempos para cumplir obligaciones y compromisos en materia de déficit público.

Queremos salir de esta crisis, queremos crecer económicamente, pero con un reparto equilibrado de la riqueza disponible. Claro que queremos más empleo, pero no más empleo miseria, mal pagado, sin derechos. No queremos que encontrar un trabajo sea sinónimo de instalarse en la pobreza. Queremos empleos sin desigualdades que están consiguiendo que las mujeres, los jóvenes, los colectivos más precarizados, sean trabajadores y trabajadoras de segunda, de tercera, del final.

Queremos que se asegure el futuro de las pensiones. Para eso negociamos el Pacto de Toledo, que no se convoca de forma regular durante años. Y queremos que nuestras personas mayores se vean atendidas por la ley de Dependencia y no se vean solos y abandonados.

Queremos recuperar derechos sanitarios y educativos arrebatados. Queremos protección de los servicios sociales. Queremos servicios públicos de calidad, con la inversión necesaria, para asegurar nuestra calidad de vida y el Estado del Bienestar.

Queremos un país que potencie la investigación, que proteja el medio ambiente. Un país que restituya los derechos de sus trabajadores, arrebatados por sucesivas reformas laborales y que han hecho que la democracia brille por su ausencia en las empresas y que lo que debería ser un proyecto común se convierta en una dictadura de hecho, en la que el trabajador y la trabajadora tienen poco o nada que decir.

Hay que hacer esto. Y hay que hacer otras cosas que seguro que suscitan el acuerdo mayoritario de muchos partidos elegidos en las urnas. En último lugar en esta relación, pero en el primero en el orden de prioridades, hay que afrontar el combate directo y decisivo contra la corrupción. Hay que afrontar un acuerdo que permita encontrar espacios de convivencia en un marco constitucional que contemple la clave federal.

Son cosas que hay que hacer. Son tareas ineludibles. No seré yo quien diga, indique, aliente, estos o aquellos pactos posibles. Pero quienes quieran ponerse de acuerdo para gobernar este país tendrán que responder a estos problemas, salvo que opten por maniobras de distracción y hasta irresponsabilidades que nos terminen conduciendo a un nuevo proceso electoral, tras el cual, con una mínima participación, alguien pueda presumir de obtener una mayoría absoluta de dos votos contra uno.

El pueblo ha hablado una vez más. Puede que a algunos partidos no les guste cómo han quedado las cosas. Puede que alguien se permita decir que el pueblo es tonto, por votar, por no votar, por votar a otros. Piensen lo que quieran, hagan las valoraciones que les venga en gana. Pero el pueblo ha dicho que quiere un cambio, que quiere acabar con la  corrupción, que quiere un buen gobierno que escuche nuestros problemas y trabaje en su solución, sin crearnos otros nuevos de forma artificial, por soberbia o cabezonería.

Tras un largo proceso electoral puede haber quien piense que total sin gobierno también se vive. Algo de razón hay en ello, puesto que un mal gobierno es muchas veces peor que no tener gobierno. A fin de cuentas las instituciones siguen funcionando y cumpliendo sus cometidos. Pero es un espejismo transitorio. Sin gobierno, con un gobierno  en funciones, los cambios necesarios no cuentan con respaldo político, leyes, regulaciones, control parlamentario y, al final, tras un tran-tran de inoperancia, la parálisis se apodera de todo.

Por eso, queremos ya un buen gobierno. Nos merecemos ya un buen gobierno. 

Merecemos ya un buen Gobierno