viernes. 19.04.2024

Aquellos jóvenes de Atocha 55

El Ayuntamiento de Madrid, tras años de solicitudes del sindicato, había aceptado que el cuadro de El Abrazo, reconvertido en escultura por su autor, Juan Genovés...

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Escultura de Juan Genovés, conocida como El abrazo o Amnistía, que conmemora el asesinato de los abogados laboralista de Atocha.

El 8º Congreso de CCOO de Madrid se celebraba en mayo de 2004. Veníamos de una etapa convulsa, en la que dos acontecimientos habían marcado la vida de Madrid, la de sus trabajadores y trabajadoras, la de las CCOO. Acontecimientos que deberíamos haber resuelto como sociedad, pero que quedaron abiertos y abrieron en canal a la sociedad madrileña y, por efecto dominó, al resto de la sociedad española.

Aquel primer núcleo de Abogados Laboralistas, se vio pronto acompañado por un nutrido grupo de jóvenes, salidos de las facultades de derecho, como Cristina Almeida, Manuela Carmena, Francisca Sauquillo, Manolo López, los Sartorius y otros muchos a los que sería imposible nombrar en un artículo

El martes 10 de junio de 2003, CCOO de Madrid inaugurábamos en la Plaza de Antón Martín, el monumento dedicado a los Abogados de Atocha. El Ayuntamiento de Madrid, tras años de solicitudes del sindicato, había aceptado que el cuadro de El Abrazo, reconvertido en escultura por su autor, Juan Genovés, presidiera la plaza, a pocos metros del portal de la calle Atocha, 55, donde se encontraba el despacho de abogados laboralistas que fueron asesinados por un comando de ultraderecha, aquella trágica noche del 24 de enero de 1977.

Habíamos retrasado la hora de la inauguración, porque ese mismos día se reunía la Asamblea de Madrid que, tras las elecciones autonómicas, debía elegir al socialista Rafael Simancas como Presidente de la Comunidad, en alianza con Izquierda Unida. El golpe perpetrado esa mañana por Tamayo y Sáez, terminó dando un vuelco, sin precedentes en la España democrática, a los resultados electorales, para terminar desembarcando a Esperanza Aguirre en el Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Abandonamos la Asamblea de Madrid conmocionados por la situación que se había desencadenado y partimos hacia Antón Martín. Sea por la conmoción del momento que nos había tocado presenciar, por la agitación que vivíamos, por la presencia de un furgón mal aparcado en una esquina, impidiendo la visión de la calle en la que desembocábamos, o simplemente por la mala fortuna, chocamos con un autobús en Vallecas. Terminamos dejando el coche a la espera de una grúa y cogimos un taxi para llegar con un poco de retraso a la cita inaugural.

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El golpe de Tamayo y Sáez cambió la historia de Madrid y, como hemos podido comprobar con el tiempo, dio carta de naturaleza a un todo vale, en política, en economía, en la sociedad, en comportamientos carentes de toda ética, que convenientemente aderezado por una crisis económica sin precedentes, han terminado transformando la crisis económica en crisis social, política, de legitimidad de las instituciones, de la que tardaremos en recuperarnos, no sin gran esfuerzo y con no pocos costes en la credibilidad de nuestra democracia.

El otro acontecimiento demencial que marcó nuestro Congreso Regional fue el atentado del 11 de Marzo de 2004 en Madrid. Habíamos sufrido la brutalidad de los atentados perpetrados por la banda terrorista ETA. Pero el golpe del fundamentalismo islámico contra los trenes que avanzaban hacia Atocha, cargados de estudiantes, trabajadores y trabajadoras, superó cualquier capacidad humana para asimilar la inmensidad de aquel acto de salvajismo perpetrado por otros seres humanos. Para encontrar alguna manera de reflejar aquel momento, me refugié en el poema de César Vallejo, Los Heraldos Negros.

Entre las decenas de muertes de aquel día y los cientos de familiares vagando por hospitales y por el improvisado tanatorio del IFEMA, quedaron Daniel Paz Manjón, el hijo de nuestra compañera Pilar, miembro de la Comisión Ejecutiva Regional, o Rodolfo Benito Samaniego, sobrino del que fuera mi antecesor en la Secretaría General de CCOO de Madrid. Dos de entre los centenares de muertos y heridos, trabajadores y trabajadoras, estudiantes hijos de trabajadores y trabajadoras, padres y madres de trabajadores y trabajadoras, miles de familias destrozadas y marcadas de por vida.

Durante todos estos años, esos sobrevivientes, esas familias, han tenido que soportar la ignominia de las teorías de la conspiración y la falta de reconocimiento de las instituciones regionales y municipales madrileñas, en manos de la derecha, que convirtió aquel 11 de Marzo en la explicación de su derrota electoral, sin reparar en que fue la mentira de aquellos días y no el atentado y sus víctimas, los que la provocaron.

Sobre aquel Congreso de las CCOO de Madrid, en 2004, pesaban los atentados del 11-M y todos lo gritos de ¡NO a la Guerra! que habíamos lanzado en impresionantes manifestaciones, que no torcieron la voluntad de Aznar de seguir avalando las actuaciones del Trío de las Azores. El sufrimiento de Madrid era el mismo sufrimiento que vivían cada día otros pueblos lejanos, condenados a la guerra para satisfacer intereses económicos instalados en el gobierno de los Estados Unidos.

Un Congreso inaugurado por Miguel Ríos, que cantó sin acompañamiento alguno y culminó con un impresionante ¡NO a la Guerra!, que fue coreado por todo el auditorio en pie, incluido el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, mientras su concejala Ana Botella, permanecía sentada.

Sobre aquel Congreso pesaba también el Tamayazo y una Esperanza Aguirre que, en sus primeros años de mandato, intentaba aún trasladar una imagen conciliadora, mientras preparaba unos planes de negocio, que inició luego con el deterioro de la imagen del sector público, para proceder a su inmediata privatización, en favor de intereses económicos vinculados a su entorno político.

Durante muchos años, desde el asesinato de los Abogados de Atocha, cada 24 de enero, las CCOO de Madrid, depositábamos coronas de flores en los cementerios donde fueron enterrados Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo, y Enrique Valdelvira. Serafín Holgado se encuentra enterrado en Salamanca y Angel Rodríguez Leal en Casasimarro, en Cuenca.

Más tarde, depositábamos sendas coronas, junto al PCE, en el portal de Atocha, número 55. Durante esos años habíamos conseguido que un puñado de calles, plazas, centros públicos, en localidades y pueblos de Madrid, llevaran el nombre de los Abogados de Atocha. El monumento levantado en la Plaza de Antón Martín, constituía un hito importante para preservar la memoria de aquellos jóvenes que luchaban por la libertad y la democracia, con las únicas armas del derecho. Defensores de la clase trabajadora y de la ciudadanía madrileña, desde ese puñado de despachos laboralistas que surgieron al calor del que fundara María Luisa Suárez, en compañía de Pepe Jimenez de Parga, Antonio Montesinos, o Pepe Esteban.

Aquel primer núcleo de Abogados Laboralistas, se vio pronto acompañado por un nutrido grupo de jóvenes, salidos de las facultades de derecho, como Cristina Almeida, Manuela Carmena, Francisca Sauquillo, Manolo López, los Sartorius y otros muchos a los que sería imposible nombrar en un artículo. Entre ellos se encontraban los que murieron y también los que sobrevivieron al asesinato de Atocha: Luis Ramos, Lola González Ruiz, Alejandro Ruiz-Huerta y Miguel Sarabia. Jóvenes vinculados al Partido Comunista y a las CCOO que defendían a los trabajadores en las empresas y a los movimientos vecinales en los barrios.

Nos parecía que aquel Congreso de las CCOO de Madrid en 2004, se desarrollaba en un momento en el que había que poner en valor la memoria y el valor de futuro que recorre la memoria de los Abogados de Atocha. El valor de una juventud comprometida con los derechos que nos hacen libres e iguales para convivir en democracia.

Han pasado más de diez años desde aquelCongreso de CCOO de Madrid que adoptó la decisión de constituir la fundación Abogados de Atocha. Años en los que la Fundación ha concedido Premios y Reconocimientos anuales a personas y organizaciones nacionales e internacionales que han luchado por los derechos y la libertad en sus ámbitos de actuación.

Años en los que ha contribuido a difundir y reivindicar la historia del laboralismo español, que ha dejado una estela de excelentes profesionales del derecho, que han defendido y siguen defendiendo a los trabajadores y las libertades ciudadanas desde sus despachos, o desde los cargos que han desempeñado en la justicia española.

Ahora, en estos momentos no menos duros y complejos, de crisis, cuando se hace necesario decidir la España que seremos en las próximas décadas, en nuestra economía, en el empleo, la sociedad, la cultura, conviene no olvidar el pasado. Conviene reivindicar a aquellos jóvenes que dieron con tremenda generosidad sus mejores años, su juventud y hasta su vida, para defender a las personas, su futuro y su convivencia, asentados en la solidez de los derechos. Porque conviene recordar que no hay sociedad, país, patria, sin los derechos compartidos, que nos hacen libres e iguales. Conviene, hoy más que nunca, sentirnos unidos en torno a la memoria de los de Atocha.

Aquellos jóvenes de Atocha 55