viernes. 19.04.2024

Empleo juvenil y formación profesional

El hecho de que sean muchos los jóvenes que abandonan los estudios prematuramente, supone no sólo un destrozo social, sino un derroche económico.

El hecho de que sean muchos los jóvenes que abandonan los estudios prematuramente, supone no sólo un destrozo social, sino un derroche económico, con duros costes en forma de desempleo de larga duración.

España presenta los niveles más altos en Europa de fracaso escolar entre jóvenes de 18 a 25 años, por encima del 25 por ciento, mientras que la media europea se sitúa en torno al 13 por ciento. Una situación que contribuye a que más del 60 por ciento de estos jóvenes se encuentre en situación de desempleo.

Para empezar hay que constatar que no hay criterios estadísticos homogéneos en Europa para saber las condiciones que determinan el abandono de los estudios en cada país, ni en qué niveles profesionales se produce el abandono. Ni tan siquiera existe coincidencia en las formas de contabilizar los abandonos. Hay países en los que cuenta como abandono dejar un programa de Formación Profesional, aunque se produzca para incorporarse a otro programa. El aprendiz es alumno en unos países y empleado en otros.

Pero dicho esto, que contribuye a desvirtuar las estadísticas, conviene constatar, una vez más, que España se sitúa de nuevo en el pelotón de cola, en abandono de los estudios. Una situación que forma parte de las desigualdades laborales existentes en nuestro país y que termina golpeando, sobre todo, a nuestros jóvenes de nivel económico más bajo y pertenecientes a grupos sociales más vulnerables.

El abandono de los estudios generales juega, en principio, a favor de una mayor demanda de Formación Profesional, que es más variada y que termina atrayendo a alumnos y alumnas muy diversos. Este factor permite incorporar programas más flexibles, e integrar en los estudios a jóvenes con bajo rendimiento educativo. Pero también puede terminar haciendo que los niveles de fracaso en la Formación Profesional sean elevados.

El modelo económico español ha jugado, durante demasiados años, a favorecer el abandono de los estudios. Nuestras empresas han ofrecido abundantes empleos de baja cualificación, con salarios mejores, en algunos casos, que los empleos que exigen más cualificación. A la larga, quien tiene menos cualificación, tiene más posibilidades de permanecer en el desempleo, pero nadie alertó de estos peligros, mientras la economía iba bien. Dejar los estudios cuando encuentras un trabajo, o emigrar en busca de mejores oportunidades de empleo, son motivos recurrentes para el abandono.

Para atajar estos problemas hay mucho hecho y escrito. Aprender de las buenas prácticas y experiencias de otros sería positivo para nosotros. Pero pocos responsables políticos se paran en estas consideraciones y terminamos inventando la pólvora y desperdiciando el tiempo, para actuar sobre un problema que, con el paso de los años, no hará sino agravarse.

Hay países, como Holanda, que registran a los alumnos y alumnas y hacen un seguimiento de su evolución formativa. Otros crean programas que incorporan el dominio de herramientas para que cada joven pueda gestionar su carrera, utilizando cursos y prácticas profesionales, adquiriendo competencias clave, utilizando servicios de orientación y enlaces a programas que permiten utilizar el aprendizaje formal e informal.

Hay países que permiten a sus jóvenes ensayar breves periodos de prácticas, para poder elegir la formación que realmente necesitan. Otros han potenciado sus servicios de orientación y tutoría, utilizando profesionales de diferentes disciplinas, para atender mejor a sus jóvenes en sus decisiones profesionales.

En algunos países atienden de forma especial a jóvenes procedentes de colectivos más desfavorecidos, poniendo el acento en formarlos en competencias clave como Lengua, idiomas, matemáticas, o habilidades profesionales. En la mayoría de los países han puesto en marcha servicios para vincular a las empresas con los estudiantes, estableciendo módulos que incorporan prácticas en las empresas.

Una vez más, experiencias hay muchas en todos los países, de las cuales podemos extraer aprendizaje para salir del atolladero de una realidad que nos sitúa a la cola de Europa en fracaso y abandono de los estudios. Una vez más, la responsabilidad política es la clave para poner en marcha medidas que permitan que los estudiantes permanezcan en el sistema educativo, vinculando más y mejor la educación con el empleo. Evitando que los procedimientos burocráticos y las distorsiones entre administraciones, terminen tirando por tierra las buenas intenciones.

Necesitamos una ordenación de las prácticas profesionales, acordada con los responsables empresariales y sindicales, que evite los abusos e impidan la precarización del empleo juvenil, a la que estamos asistiendo, a base de multiplicar fórmulas inconexas de prácticas laborales y no laborales con pocos derechos y mal pagadas.

Sólo si la formación se vincula al acceso al empleo decente, con derechos, con formación y promoción profesional, con reconocimiento real de las cualificaciones adquiridas en un marco nacional claro de cualificaciones, podremos iniciar un camino para que nuestros jóvenes permanezcan en el sistema educativo y accedan a un futuro profesional. Un compromiso político y social por la formación y el empleo de nuestros jóvenes es cada día más necesario.

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