viernes. 19.04.2024

Crónica de la segunda restauración borbónica

Siempre he afirmado que esta España de la segunda restauración borbónica necesita un Benito Pérez Galdós, o un Valle-Inclán.

Dicen que Obama va a aprovechar sus vacaciones para leer seis libros pendientes, entre los que figuran bestsellers, libros sobre medio ambiente y racismo, otro sobre George Washington y algo sobre la Segunda Guerra Mundial. Ni más ni menos, con variaciones temáticas, que lo que hemos hecho, o pretendemos hacer, otros muchos humanos durante este verano.

Imbuido por estas buenas intenciones he topado, en la biblioteca pública, con un magnífico Desfile de Ciervos de Manuel Vicent. No soy crítico literario. Seguro que no he leído el mejor libro de Vicent, pero sí uno de los escritos con más libertad y con mayor frescura. Una crónica concebida como un collage del paisaje de las Españas a lo largo de los últimos veinte años. No en vano Vicent construye cada columna con la preocupación de captar con precisión la luz de cada escena.

El libro arranca con la descripción de tres cadáveres colgados en grúas de la construcción a orillas del Mediterráneo, el mismo día en el que la familia real acude al estudio de un afamado pintor, al que no pone nombre, pero para todos reconocible, para dar comienzo al encargo de Patrimonio Nacional de pintar el retrato de familia.

Durante todo el libro, Vicent se esmera en mostrarnos el mito de Dorian Grey construido al revés. Mientras que éste permanecía inalterablemente bello, al tiempo que su retrato iba reflejando la degradación de su vida, es el cuadro, en este caso, el que permanece inmutable mientras es la realidad la que se destruye a sí misma. 

Por el libro desfilan todos los miembros de la casa real, junto a sus adquisiciones más notables. Desde Marichalar a Urdangarín y Letizia, dejando constancia de sus predecesoras en las aspiraciones reales. Los negocios familiares y el silencio generalizado y cómplice, también de los medios de comunicación, ante lo que todo el mundo conocía. 

Desfilan los constructores corruptos y sus aliados en la política. Los caciques valencianos y sus pelotazos inmobiliarios. Los negocios de los Pujol y el Aznar más acomplejado y crecido, que pone los pies en la misma mesa que Bush y nos embarca en uno de los mayores desastres mundiales y uno de los mayores negocios planetarios. El socialista al que llamaban bambi y su predecesor, que arrumbó la chaqueta de pana ante las presiones de sus mentores de la socialdemocracia alemana.

Nos lleva del ladrillazo a la crisis, pasando por los prostíbulos repletos de mujeres del Este donde se cierran los grandes negocios y se fraguan las grandes tragedias que vendrán después. Nos mete por los vericuetos de los campos de limoneros donde llegarán las grúas, o donde yacerán cadáveres. No falta el periodismo, el ascenso y la caída de los comunicadores. No falta el amor, ni la llegada de la muerte, ni los banqueros que conceden créditos de alto riesgo y luego acusan a esos mismos clientes de haber vivido con ese dinero muy por encima de sus posibilidades.

Siempre he afirmado que esta España de la segunda restauración borbónica necesita un Benito Pérez Galdós, o un Valle-Inclán. Tal vez un Luis Buñuel. Reinventar el esperpento y sus Luces de Bohemia, o su Hija del Capitán. Volver a Misericordia, o a Tristana y verla luego en el cine de la mano de Buñuel. 

Repasar nuestra reciente historia a la luz de unos nuevos Episodios Nacionales en los que los auténticos héroes fueran cuantos supieron mantener la decencia y la dignidad, aún transitando por las miserias y la mediocridad, las ansias insaciables de poder y dinero, que todo lo han ido corrompiendo a su paso. Héroes más parecidos a los trabajadores y trabajadoras de Coca-Cola, que a los altos ejecutivos de la depredadora multinacional.

Desfile de Ciervos es un fresco satírico y amargo que se adentra en ese mundo y que se aproxima a esa necesidad de reconocer y de reconocernos, en este mundo que se derrumba, pero que lucha por no morir, mientras que el cabreo y la indignación que han causado se esfuerza por encontrar un camino para otra España que debería de nacer, pero que no termina de hacerlo.

Dice Manuel Vicent, en una reciente entrevista, Si salimos de la crisis volveremos a repetir la misma feria. No anda descaminado. Cuando no tomamos buena nota de los errores del pasado estamos condenados a repetirlos. La segunda restauración no ha tenido un devenir tan distinto de la primera. Los males de España no han cambiado tanto en todos estos años y reaparecen cada cierto tiempo. Es cierto que alterados por la luz de cada tiempo y los cambios sociales y económicos que se han producido. 

Pero no podemos cerrar los ojos a una crisis de identidad que estalló con la pérdida de las últimas colonias hace más de cien años y que reaparece periódicamente bajo el mantra de la reforma constitucional. No hay tantos caciques a la antigua usanza, pero es innegable que la soberbia de los poderosos impide la respuesta a las necesidades de una mayoría cada vez menos silenciosa y que la justicia no igual para todos, mientras su mano cae implacable sobre los “robagallinas”. 

No existen tantos jornaleros esperando en las plazas de los pueblos una peonada, pero hay más de cinco millones de parados, al tiempo que los derechos del empresario son ensalzados y los derechos sindicales pisoteados. Toda una generación de jóvenes ve cómo se le niega un horizonte futuro de empleo, condenados a la precariedad, la inseguridad, los bajos salarios. 

El conflicto social no se dirime principalmente en la lucha por el pan, pero lo hace en la lucha por el trabajo decente, la sanidad, la educación, o los servicios sociales. Los pobres ya no piden mayoritariamente en las puertas de las iglesias, pero los comedores sociales y los bancos de alimentos reparten comida a toneladas, mientras la beneficencia sustituye a unos servicios públicos que ven imposibilitado seguir siendo garantes de la justicia social. 

Las desigualdades sociales crecen de forma imparable y la crisis hace más ricos a unos pocos y más pobres a la mayoría. Algo no funciona en España y hay que decirlo en las calles, pero también hay que contarlo, como lo hace Manuel Vicent y como lo deben hacer otros muchos y muchas. Cada qien con sus voces, sus formas, su estilo y sus maneras. Pero necesitamos esos contadores de historias que nos recuerden, a la mejor manera de Chejov, ¡Ustedes viven mal, señores! ¡Es vergonzoso vivir así!

Crónica de la segunda restauración borbónica