jueves. 28.03.2024

La clase trabajadora y el programa electoral

Hay que revertir la reforma laboral y hay que forzar la conversión del trabajo en elemento fundamental de la condición de ciudadanía, eje vertebrador de nuestra convivencia.

Escucho a los candidatos que concurren a estas elecciones y me asombra comprobar (aunque mi capacidad de asombro empieza a estar bajo mínimos) que el valor del trabajo ha desaparecido del horizonte de muchos partidos políticos en este país.  El problema de tener cierta edad es que hemos vivido tiempos marcados por modelos ideológicos y culturales, en los que el trabajo era un elemento vertebrador de la sociedad.

El trabajo era esencial para transformar el mundo, desarrollarlo, hacerlo más equilibrado, igualitario y justo. Lo decían el marxismo y la doctrina social de la iglesia. Lo defendían los cristianos por el socialismo, los curas obreros, la teología de la liberación, los socialdemócratas, los eurocomunistas y los comunistas libertarios. Allí de donde vengo, el valor del trabajo era una verdad incuestionada e incuestionable.

La formación inicial hacía posible conseguir un mejor empleo, permitía la emancipación de los jóvenes, formar una familia, conseguir el acceso a rentas en forma de salario y adquirir derechos a protección por desempleo, o a una pensión por invalidez, o por jubilación.  La integración en la sociedad se producía, en gran medida, por el acceso a un empleo.

El ultraliberalismo, convertido en neoliberalismo económico y neoconservadurismo político, ha tenido la habilidad, a lo largo de los últimos cuarenta años, y la capacidad económica, política e ideológica, de convertir el trabajo en un elemento residual.  Somos ciudadanía, consumidores, precariado, jóvenes, emprendedores, actores sociales, voluntariado, solidarios, individuos, mayores, clases medias, hombres, mujeres, ejecutivos, de arriba, de abajo… pero no clase trabajadora.

Una trampa, más mercado y menos Estado, en la que hemos caído a golpes de deterioro de los empleos, salarios, derechos laborales y prestaciones sociales. Una Europa trabajadora creó los Estados del Bienestar y desmontar el Estado de Bienestar exige destrozar el empleo y el trabajo, como elemento vertebrador de la sociedad. Y lo están consiguiendo, si reparamos en el poco valor que muchos partidos, incluso ubicados en la “izquierda”, conceden al trabajo, dando por bueno que el trabajo será inevitablemente malo y que es más esencial promover, por ejemplo, complementos salariales pagados por el Estado, que mejorar el salario mínimo.

El triunfo de esta lógica acostumbra a muchos empresarios a mejorar sus beneficios, acogotando salarialmente a sus trabajadores, en lugar de mejorar la productividad de sus empresas a golpe de innovación y mejoras organizativas y productivas. Pan para hoy y hambre para mañana, porque el futuro será de innovación, investigación y calidad, o no será.

Por eso, el primer objetivo sindical, ante estas elecciones generales del 20-D, consiste en situar el trabajo en el centro del debate político, No saldremos de esta crisis hasta que la calidad y decencia de los empleos aseguren la calidad de vida de las gentes. Hasta que no rompamos la lógica brutal del neoliberalismo, empeñado en utilizar la crisis como justificación para imponer medidas que devalúan los derechos laborales de las personas ocupadas (salarios, convenios colectivos, derechos sindicales, empleos precarios), que mantienen altas tasas de paro y bajas coberturas por desempleo, así como la reducción del gasto público destinado a programas públicos y sociales.

Por esta vía, algunos pretendidos partidos de “izquierdas” han caído en la trampa de sustituir clase trabajadora por precariado y estado de Bienestar por el Estado de Beneficencia. Aceptan así que la labor del Estado sea sustituida por organizaciones de la caridad subvencionadas. La justicia, sustituida por la beneficencia, a la manera de la sopa boba de los principios del capitalismo, que podemos recuperar releyendo a Benito Pérez Galdós.

La clase trabajadora organizada acudimos a este tiempo electoral, exigiendo a los candidatos que, quienes formen Gobierno, cuiden la economía del país, saneando sus bases especulativas y corruptas y orientándola hacia la creación de empleo, sobre la base de un nuevo modelo de conocimiento.

El nuevo Gobierno debe recuperar y mejorar el poder adquisitivo de los salarios, subiendo el salario mínimo a 800 euros en 2016. Debe corregir la brecha salarial entre mujeres y hombres. Debe revertir la reforma laboral para garantizar empleos de calidad y estables. Debe establecer la contratación justa: un empleo estable debe ser cubierto con un contrato indefinido, nunca con contratos temporaleas encadenados.

Todas estas cuestiones las hemos concretado en la exigencia de que los derechos de los trabajadores y trabajadoras se vean garantizados en la propia Constitución, en forma de una Carta de Derechos de los Trabajadores y Trabajadoras. Derechos a la no discriminación, a un empleo real, a la salud, a la formación, a la negociación colectiva, la libertad de huelga, la libertad de expresión y manifestación, a un tiempo de trabajo pactado y justo, a un salario digno.

Hay que revertir la reforma laboral y hay que forzar la conversión del trabajo en elemento fundamental de la condición de ciudadanía, eje vertebrador de nuestra convivencia en sociedad. Queremos candidatas y candidatos, gobernantes, que piensen en la res-pública, en la cosa pública, en lo que es de todas y todos, en aquellas y aquellos que vivimos de nuestro trabajo y de nada más. Candidatos y candidatas que recuerden que hubo una vez, en este país al que llamamos España, una República de trabajadoras y trabajadores, que fue aplastada, precisamente por serlo.

La clase trabajadora y el programa electoral