viernes. 29.03.2024

Cada 24 de enero la libertad renace

Este año se cumplen 39 del asesinato de los abogados en la calle Atocha. Este año nos ha abandonado Lola González Ruiz.

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Cada 24 de enero y van ya 39, caiga en el día de la semana que caiga. Siempre con frío. A veces -pocas son en este Madrid- bajo la lluvia. Pasadas las 8 de la mañana, en el cementerio de Carabanchel, depositamos coronas en las tumbas de Francisco Javier Sauquillo y Enrique Valdelvira. Somos casi siempre pocos. Nunca más de veinte. No sabemos aún de quién son las manos que han dejado, horas antes, esas flores frescas, año tras año, sobre las lápidas de los jóvenes abogados.

Luego nos encaminamos al cementerio de San Isidro. Allí, muy cerca de la tumba de José María de LLanos, al que todos, en el Pozo del Tío Raimundo (otra Tierra de los Nadie), unnamedllamaban Padre Llanos, se encuentra la tumba de la familia Benavides Orgaz. Allí depositamos la corona de Luis Javier. Son los tres abogados que se encuentran en Madrid. Ángel Rodríguez Leal está enterrado en su pueblo (Casasimarro), en Cuenca y Serafín Holgado en Salamanca.

Luego llegamos al homenaje ante el monumento a los Abogados de Atocha en Antón Martín y más tarde, al Auditorio Marcelino Camacho, donde se produce el acto de entrega de los Premios Anuales Abogados de Atocha, que reconocen a personas, instituciones, organizaciones, que se han distinguido por la defensa de los derechos civiles, laborales, sociales. No tienen dotación económica, porque ese no es el fuerte de nuestra gente, pero conllevan toda la dignidad de vidas dedicadas a defender la libertad y la democracia por todo el planeta. Y eso no tiene precio.

Este año se cumplen 39 del asesinato de los abogados en la calle Atocha. Este año nos ha abandonado Lola González Ruiz. Antes se habían ido Luis Ramos y Miguel Sarabia. Ya sólo queda entre nosotros Alejandro Ruiz-Huerta, que sigue presidiendo la Fundación Abogados de Atocha, que las CCOO de Madrid decidieron fundar en su 8 Congreso, celebrado en 2004, en ese mismo salón de actos que aún no llevaba el nombre de Marcelino Camacho.

39 años nos son una cifra redonda. Pudiera parecer otro año más. Y sin embargo las circunstancias, esas casualidades que nunca son casuales, han determinado que pocas semanas antes, el cuadro del Abrazo, pintado por Juan Genovés, que se encontraba enclaustrado en los depósitos subterráneos del Museo Reina Sofía, haya sido cedido por el Ministerio de Cultura al Congreso de los Diputados y se haya expuesto en un Salón de los Pasos Perdidos, donde también se encuentran los retratos de los reyes Juan Carlos y Sofía, los de Felipe y Leticia. Los bustos de Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña y Clara Campoamor.

El Abrazo había sido cedido por Genovés, una década antes, a las CCOO como emblema de La Fundación Abogados de Atocha. El Abrazo aparece representado en la placa que entregamos cada año a los premiados y fue el propio pintor quien fundió el monumento en bronce que inauguramos el 10 de junio de 2003 en Antón Martín, muy cerca del despacho laboralista de img_0034-1Atocha 55 donde se cometió el atentado. Antes, en plena Transición española, el Abrazo había sido el símbolo de la reconciliación nacional, de la lucha por la libertad, de la amnistía. Su entrada en el Congreso de los Diputados es mucho más que un acto de justicia. Es el reconocimiento de un largo camino de lucha y sufrimiento recorrido por el pueblo español para conseguir la libertad.

Resuenan aún en mis oídos las palabras de Genovés, en el Congreso, recordando que toda aquella lucha y sufrimiento se encontraban cargados de una ilusión, de una alegría, a las que parece que hemos renunciado en la sociedad española actual. Ya no hay tanta alegría, ya no se ve tanto entusiasmo, recordaba este incansable soñador de 85 años. “Fue otro tiempo. Siempre es tiempo de los abrazos, sin duda, pero no me parece que ahora la gente esté tanto por abrazarse”.

El Abrazo en el Congreso desde principios de enero, tras una larga reivindicación de las CCOO de Madrid, que acogió bien José Bono como Presidente del Congreso, pero que ha tardado años en materializarse, tras la petición formulada por Izquierda Unida. Y esta misma semana, el mismo Auditorio Marcelino Camacho, donde el domingo 24 entregaremos los Premios Abogados de Atocha a las organizaciones ACNUR y Médicos del Mundo, se llenó de sindicalistas exigiendo la derogación del artículo 315.3 del Código Penal, que ha conducido a más de 300 sindicalistas ante los tribunales, encausados por participar en las tres Huelgas Generales que hemos realizado durante la crisis económica, para frenar los recortes laborales y sociales impuestos.

Cuando oigo que los sindicatos hacen poco, que hay pocas huelgas generales para las que tenía que haber y cosas así, recuerdo siempre a estos más de 300 compañeros amenazados por las fiscalías, con peticiones de condenas muy superiores a las de personajes corruptos, defraudadores, que manchan cada día la dignidad y la decencia de la política y la economía españolas y que nos han conducido a una situación de degradación de unas instituciones que deberían garantizar la justicia, la libertad y la democracia. Recuerdo a los 8 de Airbús y a los de Coca-Cola en lucha, a Lola y Gonzalo, a los trabajadores y trabajadoras de Bosal, entre otros muchos.

Porque un país es lo que es su ciudadanía. Y un sindicato, mucho más que la suma de sus afiliados. Trabajadoras y trabajadores organizados para defender sus derechos laborales y sociales. Para defender la libertad fuera y dentro de las empresas. Para defender la convivencia democrática y la justicia en la solución de los conflictos inevitables entre quienes tienen el capital y los medios de producción y quienes tienen su fuerza de trabajo. Acción Sindical organizada de los trabajadores y trabajadoras y buenos abogados comprometidos. Eso es todo cuanto vertebra un sindicato y le hace fuerte y capaz de defender a los trabajadores y trabajadoras.

Sin el sindicalismo, sin los trabajadores y trabajadoras de este país, no habría existido abrazo, ni reconciliación, ni amnistía, ni democracia, ni libertad. Sin los 10 de Carabanchel, encausados, juzgados y condenados en el proceso 1001, con Marcelino Camacho a la cabeza, pero junto a Sartorius, Saborido, Acosta, Soto, Santiesteban, Zamora, Zapico, García Salve, Luis Fernández. Sin los cerca de 10.000 sindicalistas que fueron juzgados y condenados en los Tribunales de Orden Público franquistas. Cuando Camacho entró como diputado en el Congreso constituyente, todas y todos supimos que habíamos abierto las puertas de la democracia.

Como no hubiera habido legalización del PCE y luego de las CCOO, sin esa condena de muerte póstuma que el dictador ejecutó contra los Abogados de Atocha el 24 de enero de 1977. Aquel brutal asesinato, al que los medios llamaron Matanza, perpetrado contra jóvenes abogados, cuyas únicas armas eran la ley y la justicia. Cuyos únicos ideales eran los de la libertad y la democracia. Aquel mazazo irracional e inhumano, se clavó en los corazones y en las conciencias de todo el planeta. Cerró cualquier vía de retorno a las huestes negras de la dictadura y abrió definitivamente las alamedas de la libertad.

Por eso, cada 24 de enero, Atocha, hermanos, No os olvidamos.

Cada 24 de enero la libertad renace