viernes. 19.04.2024

15 años del 11-M

Me resulta imposible articular un discurso coherente sobre aquel 11-M. El paso del tiempo no ha matizado en nada aquella incapacidad de entender a golpe de razón lo que había sucedido en un instante, cambiando Madrid y nuestras vidas para siempre. Sólo pude aferrarme entonces, sólo puedo refugiarme ahora, para mirar el pozo sin fondo de sinsentido, desolación, dolor, en el poema Los Heraldos Negros, de César Vallejo:

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. ¡Yo no sé! / Son pocos, pero son. Abren zanjas oscuras/ en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. / Serán tal vez los potros de bárbaros atilas, / o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

El año 2003 había sido duro. Se había inaugurado con las costas gallegas cubiertas por el chapapote. España vivió unas Navidades negras que ni toda la marea blanca solidaria conseguía aliviar. Miles de voluntarios acudieron a limpiar las playas de aquello que Rajoy, como portavoz y vicepresidente del gobierno de Aznar, definía como hilitos, cuatro en concreto, regueros solidificados con aspecto de plastilina.

Cientos de miles de personas por toda España se manifestaron. Miles de autocares llegaron a Madrid, mientras el ministro Cascos se negaba a reforzar los servicios de RENFE desde Galicia, en un intento frustrado de evitar la impresionante marcha que recorrió la capital el 23 de Febrero al grito de Nunca Mais. 250.000 personas, ante las que Manuel Rivas, en la Puerta del Sol colapsada, gritó ¡Aquí está el mar! Es el primer manifestante de esta marea humana.

Mientras Rajoy saltaba sobre el chapapote intentando disimular el boquete que se había abierto, su Presidente Aznar ponía los pies encima de la mesa de George Bush junior y se preparaba para acudir diligente a las Azores, a mediados de marzo, para sumarse, como invitado de paja, a un Trío dispuesto a convertir España en portaaviones y puerto de tránsito de las tropas estadounidenses y británicas que se preparaban para invadir Irak en busca de las míticas armas de destrucción masiva que nunca existieron.

Las manifestaciones del ¡NO a la guerra! han sido algunas de las más numerosas que haya vivido España y de cuantas se convocaron en el conjunto del planeta en aquella época. El 15 de febrero de 2003, en todo el mundo, millones de personas exigieron parar la locura en la que los vendedores de armamento, las petroleras, las constructoras, las empresas de mercenarios para la guerra y las corporaciones tecnológicas, participadas por los principales responsables de la administración estadounidense, terminaron por meter al planeta.

Las armas de destrucción masiva sólo fueron la fake news que permitió el inmenso e infame negocio. Pasados los años todo el Oriente Medio, el Norte de África, los países islámicos, se han convertido en focos de inestabilidad política, mientras que a quienes impulsaron, alentaron, apoyaron, aquella operación se les abrieron agradecidas puertas giratorias hacia los sillones en consejos de administración de las grandes multinacionales.

Hay quien dice que no fueron tres millones de personas las que acudieron a las manifestaciones de Madrid y Barcelona, pero muchas debieron de ser cuando los delegados del gobierno de Aznar reconocieron 650.000 en Madrid y 350.000 en Barcelona. Recuerdo que la pancarta de cabecera de la manifestación no pudimos ni moverla del lugar de inicio, ante la afluencia masiva de manifestantes.

Los sindicatos intentamos convocar unidos una huelga general contra la guerra. La UGT la terminó convocando para el 10 de abril. En CCOO, el debate fue muy intenso. Organizaciones como la madrileña habíamos decidido ir a la Huelga General. Al final, el Consejo Confederal, el órgano máximo de dirección de CCOO, reunido una semana antes de la Huelga, a propuesta de su Secretario General en aquellos momentos, José María Fidalgo, aprobó con un 59 por ciento de los votos no convocar la huelga, aunque sí apoyar las manifestaciones.

Sorteamos como pudimos aquel conflicto interno. El NO a la guerra en Madrid era clamoroso y habíamos volcado mucho esfuerzo y compromiso en las movilizaciones previas. Terminamos dando libertad a nuestras afiliadas y afiliados para secundar la huelga. Hay veces en la vida en las que la conciencia pugna por manifestarse, serena y pacíficamente. En elegir la libertad te juegas poder mirarte al espejo y reconocerte el resto de tus días, aunque el precio que tengas que pagar sea alto.

En estas estábamos, a comienzos de 2004, cuando la barbarie de los más negros mensajeros de la muerte se desplomó sobre nosotros y los trenes estallaron, hiriendo, matando y convirtiendo de nuevo a Madrid en la ciudad bombardeada por un fascismo reencarnado en yihadismo. Madrid llovió lágrimas en aquella impresionante manifestación de más de 2 millones de personas, que colapsó las calles de la capital bajo el aguacero. Más de 11 millones de personas salieron a las calles de toda España.

Nada en Madrid ni en España volvió a ser lo mismo. Estábamos a las puertas de unas elecciones generales. Hubo quien nunca perdonó al gobierno de Aznar sus mentiras, intentando convencer a la ciudadanía de que ETA había cometido aquellos atentados. Hubo quienes nunca aceptaron la derrota electoral inesperada (como no habían aceptado la de Aguirre un año antes y desencadenando el Tamayazo) y se inventaron la teoría de la conspiración que envenenó el largo proceso judicial, iniciando una espiral de crispación creciente que sigue emponzoñando la vida política nacional.

El terrorismo de ETA siguió existiendo, pero nunca podría alcanzar la brutalidad que habíamos vivido. Siguieron matando, pero sus asesinatos suscitaban cada vez un mayor y más contundente rechazo. Los atentados de la T4 volvieron a llenar las calles en un grito unánime de Paz y Libertad. El final de la banda terrorista era ya inevitable.

Nadie en España estaba dispuesto a convivir con el terror. Ninguno estábamos dispuestos a tolerar que la violencia, en ninguna de sus formas, protagonizase un solo instante de nuestras vidas. Pese a todo, sigo sin entender qué ocurrió aquel 11-M. Sigo sintiendo desde aquel día el desconcierto, el dolor, la huella del sinsentido que recorre nuestro mundo.

Sólo me reconcilia un poco con la humanidad y conmigo mismo pensar que aquel deseo de vivir en Paz, en Libertad, en Igualdad, seguirá entre nosotros, si somos capaces de mantenerlo vivo y defenderlo cada día. Me consuelo de nuevo pensando en César Vallejo, escribiendo el final de su poema Masa, incluido en el libro España, aparta de mí este cáliz, escrito durante la Guerra Civil, en el que se detiene ante el cadáver del hombre muerto en combate, Entonces todos los hombres de la tierra/ le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar…

15 años del 11-M