jueves. 28.03.2024

Contra Donald Trump. Contra los nacionalismos

Trump acaba de anunciar aranceles, del 5% al 25% implantados progresivamente, para todos los productos de México como castigo por la inmigración irregular. ¡Lo hace mediante un tweet, aduciendo que había visto un video con muchos inmigrantes cruzando la frontera ilegalmente! (fueron detenidos por la guardia fronteriza). Y lo hace el mismo día en el que envía al Congreso el nuevo tratado comercial, el T-MEC que sustituye al TLCAN, que nacería así muerto.

Esta forma de actuar, propia de un matón de barrio, que olvida todas las normas -las de la OMC y las que acaba de negociar y acordar con México, en este caso- está llevando al mundo a muy serios peligros económicos, medioambientales, políticos y militares.

Se suma: al abandono del Acuerdo de París contra el cambio climático; a la denuncia unilateral del Pacto nuclear con Irán, con argumentos falsos como los de Bush para invadir Iraq, y pretensiones tan contrarias al derecho internacional como la de querer juzgar y mandar a prisión a la vicepresidenta de Huawei por el delito de, ¡comerciar con Irán! ; a la aplicación plena del capítulo de sanciones de la Ley Helms-Burton contra las empresas que invierten en Cuba, utilizando, como en el caso de Irán, un antijurídico principio de extraterritorialidad; a la guerra comercial y tecnológica con China, con implicaciones para todo el planeta; a la voluntad de acabar con la OMC, violando sus normas e impidiendo la renovación de su instrumento fundamental, el Órgano de solución de diferencias; a su desprecio y ataque a las distintas instituciones de la ONU; a las amenazas contra Europa -comerciales, en política de defensa, y en su política de explícita hostilidad hacia la UE y de apoyo a todas las fuerzas de extrema derecha que pretenden acabar con ella; a la colusión con la extrema derecha del Gobierno de Israel, aceptando la expansión de los asentamientos ilegales en los territorios ocupados y apoyando la proclamación de soberanía del Estado de Israel sobre Jerusalén y los Altos del Golán, en contra de las resoluciones de la ONU y alejando cualquier perspectiva de paz en el eterno conflicto israelo-palestino; etc., etc.

En su modo irresponsable de gobernar la mayor potencia del mundo, Donald Trump ha logrado superar una cota de mal gobierno que parecía difícil de superar, la de otro republicano, el expresidente George W. Bush. De paso, ha acabado de destruir al Partido Republicano, que, no se puede olvidar, fue el partido de Abraham Lincoln. Es difícil de encontrar en el mundo occidental, en las últimas décadas, a un gobernante tan ignorante, ególatra, irascible, irresponsable y mentiroso como Donald Trump (el Fact Checker del Washington Post le ha contabilizado más de 10.000 declaraciones falsas o engañosas en sus primeros 800 días de Presidente, a más de 12 diarias). El muy grave problema para el mundo es que no es un gobernante cualquiera, sino el Presidente de los Estados Unidos.

¿Qué pueden hacer los gobernantes democráticos y racionales del mundo? ¿Aguantar el temporal y esperar que otra persona le sustituya en la Casa Blanca lo más pronto posible? ¿Los destrozos que va realizando en las relaciones internacionales y en las instituciones mundiales del sistema de Naciones Unidas son reversibles?

Desde luego no es el único político a temer en estos comienzos del Siglo XXI, poblados de políticos autoritarios montados sobre las ideologías del nacionalismo, la extrema derecha y el neofascismo. Le acompañan una buena pléyade de líderes: Putin y Xi Jinpin -ambos han logrado sortear o derogar la limitación de mandatos y vuelven a hacer guiños al culto a la personalidad-, Erdogan, Al-Sisi, Bin Salman, al-Ásad, Ali Jamenei, Netanyahu y Liberman, Narendra Modi, Bolsonaro, Orban, Salvini, Kaczynski, etc. La peor cosecha desde el fin de la 2ª Guerra Mundial. Soy consciente de que unos viven en dictaduras y las mantienen y otros han sido elegidos en elecciones con diferentes grados de limpieza democrática. Pero todos son peligrosos y se retroalimentan. No incluyo en la lista a los Maduro, Ortega y Díaz-Canel porque cuentan muy poco en los grandes lineamientos de la política mundial, aunque la obsesión de Trump por acabar con los regímenes chavista y cubano mediante cualquier medio les engrandece, al igual que los conflictos geopolíticos en los que están implicados.

El problema es muy serio. Cuando más falta hacía progresar hacia una globalización con derechos, hacia un modelo económico sostenible y socialmente justo que acabe con la pobreza y revierta el escandaloso crecimiento de la desigualdad, cuando tendríamos que caminar hacia un gobierno democrático del mundo, a partir de las instituciones multilaterales del sistema de las Naciones Unidas: ¡el nacionalismo ha vuelto! Y lo puede destruir todo.

Ha vuelto el nacionalismo económico (proteccionismo comercial), el político (contra la UE y las instituciones multilaterales) y el militar (nueva fase de rearme mundial con las nuevas tecnologías aplicadas a la defensa, en un contexto de alianzas inestables). Y ha vuelto con acciones tan irresponsables como las que van desde el Brexit y la acción unilateral e ilegal del secesionismo catalán hasta el rosario de peligrosas decisiones del Gobierno de los EE UU, pasando por las consecuencias del nacionalismo hinduista de Modi, las derivadas de la pugna entre Irán y Arabia Saudí por la hegemonía en Oriente Medio y el Golfo Pérsico, o las de quienes pretenden, en el fondo, construir variantes del Gran Israel sobre la tumba de los derechos del pueblo palestino.

El problema es muy serio porque está en peligro la paz en el mundo y la supervivencia del planeta (si se congela la lucha decidida contra el cambio climático). La responsabilidad de la Unión Europea y de sus líderes democráticos no nacionalistas (de distinto signo político) es de primer orden. Al tiempo que tienen que hacer salir de una vez por todas a la UE, a sus instituciones políticas, de la crisis política interna que la ensimisma desde la crisis financiera de 2008, al tiempo que reforman la UEM y refuerzan su gobierno económico, tienen que adoptar una política exterior decidida al servicio de una globalización democrática -que tiene que ser no sólo una globalización comercial y económica sino también una globalización de los derechos humanos en su plenitud-, una globalización con leyes mundiales e instituciones de gobierno multilaterales democráticas. Y acompañar su política exterior con una política de defensa autónoma

La Unión Europea y sus gobiernos democráticos tienen que levantar una corriente política mundial contra los nacionalismos que pueblan el mundo y parte de su interior. Tienen que saber forjar alianzas con los gobiernos democráticos de América Latina, África y Asia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc. Tienen que, por supuesto, saber actuar con inteligencia y realismo, sabiendo utilizar las contradicciones entre los gobiernos y los políticos nacionalistas, lejos de pretender enfrentarse con todos al mismo tiempo. Pero, sobre todo, tienen que ser capaces de conectar con las aspiraciones de la mayoría de las poblaciones del mundo, aspiraciones a vivir en sociedades más prósperas y respetuosas con la naturaleza, más igualitarias y más democráticas.

Nos jugamos en ello el futuro del Siglo XXI, un siglo en el que, en sus comienzos, los riesgos aparecen mucho más nítidos que las certidumbres.

Contra Donald Trump. Contra los nacionalismos