viernes. 29.03.2024

El marxismo hoy y aquí

Hubo una época en que en determinados ámbitos de nuestra sociedad definirse como marxista era una seña de identidad de la práctica totalidad de la oposición. Digamos que de manera preponderante desde 1965 a 1977. Había marxistas, marxistas socialdemócratas, marxistas revolucionarios, marxistas cristianos, marxistas leninistas, marxistas leninistas internacionalistas, marxistas leninistas reconstituidos, marxistas leninistas bujarinistas, marxistas leninistas estalinistas, marxistas leninistas estalinistas “pensamiento Mao Tse Tung”, que se decía entonces, marxistas trotskistas, marxistas leninistas trotskistas… Hasta alguna corriente libertaria,  se mostró receptiva en los intentos de crear una nueva izquierda, de lo que daría constancia el opúsculo "Hacia la superación del leninismo" publicado en 1973. O el llamado socialismo carlista. Del mismo modo corrientes nacionalistas se reivindicaban marxistas.

Nunca se ha analizado esa eclosión sociológica y menos desde la óptica marxista. Quizás porque los propios marxistas entendieran que el marxismo era una técnica de análisis de la realidad que no era de aplicación a sí mismos. Los propios marxistas se contentaban con esa realidad y se complacían en ella sin buscar los porqués. Claro que de todos los que formaban parte de esa ola, la inmensa mayoría no había leído a Marx o todo lo más había leído El Manifiesto Comunista, las Conferencias agrupadas en “Trabajo asalariado y Capital” o alguna vulgarización como las de la periodista chilena Marta Harnecker de “Pour lire Le Capital” de Louis Althusser. Este fenómeno tenía mucho que ver con el protagonismo central del PCE en la oposición al franquismo, que se erigió en referencia.

El suflé duró poco y pronto comenzó el desenganche. Por un lado los socialdemócratas dirigidos por Felipe González, tras deshacerse de los trotskistas “militant” (hoy se llaman “anticapitalistas”) que se había infiltrado en el PSOE,  abandonaron la definición como marxistas, en pago a la financiación a través de la Fundación Ebert, la derecha de la socialdemocracia alemana. Por otra los marxismos leninistas-oficialistas fueron cuestionados por el eurocomunismo, el conocimiento de las aberraciones del régimen estalinista y de la realidad soviética postestalinista. Y la superación y crítica de las aberraciones de la llamada Revolución Cultural y los comienzos de las políticas revisionistas del maoísmo por el PC Chino que desembocarían en la adopción de un marxismo leninismo maoísta definido por el capitalismo de Estado.Tampoco hay que descartar que el trágico final de Louis Althusser hiciera a quienes habían abrazado su obra interpretativa-sistematizadora del marxismo, con inclinación al maoísmo y al dogmatismo más absoluto, se escondieran debajo de las piedras. O que la salida de la clandestinidad permitiera conocer, algún caso con patente sorpresa, quienes se ocultaban bajo los nombres en clave de quienes habían dirigido los partidos de izquierda en la clandestinidad. O que se abrió un debate antes inexistente por imposible.

Pero sobretodo porque el componente fundamental de ese movimiento “marxista” era la pequeña burguesía nacida con el desarrollismo y que se consideraba incompatible con el régimen autocrático. Que había llegado a hartarse del “España es diferente”, lema del tardofranquismo justificador de la ausencia de libertades y del propio régimen totalitario, que le impedía su acceso a una cultura mundial cada vez más globalizada y constituía un freno a sus expectativas. Profesionales liberales, profesorado, estudiantes, artistas, pequeños y medianos empresarios y gestores empresariales radicalizados frente a un hábitat invivible gestionado por fuerzas reaccionarias como la Iglesia, el Ejército y la Banca, que parasitaban el país. Ese afán de significarse y de definiciones acumulativas ya evidenciaba ese carácter“pequeño burgués” para el que las distinciones separadoras eran más importantes  que las características sumatorias.

La muerte de Franco y el inicio de la transición hicieron que esa “inteligencia", esa intelectualidad ensimismada en su propio debate interno, dejara de pensar en términos de oposición radical y trasformara su posición negativa en una actitud de colaboración positiva con la transición democrática. Si la presencia del Dictador radicalizaba la oposición, creando cada vez más opciones más extremas, su desaparición alivió tensiones y desmovilizó. Se llegó a decir que “contra Franco vivíamos mejor”, ocultando que la oposición estaba siempre al borde del precipicio. El “debate contra” siempre es más monolítico que el “debate por”.  Buena parte de esa pequeña burguesía, en definitiva,retornó a sus posiciones “de clase”. Las aguas ideológicas refluyeron a sus cauces “naturales”.

El fin lo situamos en 1977, fecha de las primeras elecciones democráticas, a las que concurren buena parte de esas fuerzas de la oposición al franquismo agrupadas en varias opciones y obtienen unos resultados decepcionantes. Incluso, el PCE-PSUC, que tras su oposición heroica al franquismo durante casi cuarenta años, eso sí recién legalizado, obtiene unos resultados en las elecciones de Junio de 1977 de un millón  setecientos mil votos (9,33%) y 20 diputados. Sin duda esas elecciones marcan una inflexión histórica y el fin del sueño de la izquierda de que sus sacrificios y heroísmo de décadas fuesen reconocidos por la sociedad en votos. La importante financiación de Alianza Popular por el gran capital nacional vinculado al franquismo, de la UCD por el gran capitalismo internacional y el feudalismo árabe (financiación gestionada por el mismísimo Juan Carlos I) y del PSOE por las fuerzas integrantes de la Internacional Socialdemócrata y según se pudo saber después de poderes anticomunistas internacionales vinculados al nazismo (asunto Flick); la tutela y control de la transición democrática por los americanos y los miedos sugeridos a la población de una transición radical, “centraron” el voto. Y pusieron fin a la oposición predemocrática y alumbraron una oposición adaptada a la nueva situación, domesticada.

De todo ello, no obstante, lo más sorprendente no es el abandono de las definiciones dogmáticas en la izquierda sino el abandono de los instrumentos de análisis de la realidad social y la cultura de izquierdas. Porque, a mi parecer, debería aceptarse al menos su vigencia parcial. Debería efectuarse una relectura crítica de sus válidas aportaciones. Lejos del dogmatismo y las definiciones personales.Y con las actualizaciones que procedan.

El marxismo hoy y aquí