viernes. 19.04.2024

Universidad, reforma y sensatez democrática

No resulta nada difícil encontrar a alguien en la Universidad que afirme que desde que se reconoce nacido, ha estado inmerso en algún plan de reforma...

No resulta nada difícil encontrar a alguien en la Universidad que afirme que desde que se reconoce nacido, ha estado inmerso en algún plan de reforma. Unos pocos, suelen ser los que están directamente implicados en los procesos, por cierto, nunca se conoce con claridad, por qué esos y no otros. Podían ser otros, pero nunca se sabe el mecanismo seguido, para que sean unos concretos. Y estos pocos opinan, habrá que pensar que en función de cómo les ha ido a ellos, por mucho que digan amar universalmente. Y algunos de estos pocos, son suficientemente audaces, como para explicar, con algún detalle, sus propuestas personales. Normalmente, resultan controvertidas proposiciones, cuyas críticas no encajan con demasiada donosura. Es el riesgo de aventurar soluciones. Lo importante es que comprendan que efectúan propuestas. Ya la Sociedad decidirá, en democracia, las que le parecen adecuadas. De no darse estos procesos, respetando escrupulosamente las fases, los momentos y los competentes en cada caso, reincidiremos en falsas reformas, alcances parciales, tiempos de aplicación cortos, con reformas a la vista, aún cuando no hayamos acabado la anterior. De este tipo de casos, los que llevan algún tiempo en la Universidad, saben mucho, pero que muchísimo.

En esta ocasión, tenemos también propuesta de reforma. ¡Faltaría más! reconocen los que proponen el impulso a la Universidad desde la reimplantación de la democracia. Proponen, en los primeros compases, la pretensión de lograr el mejor sistema universitario posible. Se apela a la necesidad de acomodarse a la sociedad del conocimiento y la innovación. El papel de la Universidad como genitora de ideas es clave. Si en otras partes del mundo las universidades generan empresas y empleo, es decir bienestar económico, ¿por que aquí no? Los avances en los perfiles de los puestos de trabajo, desplazados a cotas de mayor conocimiento, nos enfrentan con la necesidad de una mejor preparación para poder participar en la reconversión de nuestra sociedad. Circunscribiéndose a estos dos aspectos: formación y generación de conocimiento e ideas innovadoras, la Universidad de excelencia es imprescindible.

Pero España no se distingue, especialmente, por la excelencia de sus Universidades, que no figuran, ninguna, entre las 200 primeras del mundo, según evidencia el Ranking de Shanghai de 2012. Los premios Nobel brillan por su ausencia, salvo en Letras y la guinda la pone el insigne Ramón y Cajal que lo obtuvo en 1906 (Alemania disfruta de 78), aunque no faltan ínsulas en algunos personajes genuinos en los Campus. Pero en otro aspecto de relevancia, como es el de las patentes, en 2010 el sistema universitario público español obtuvo 401 en la modalidad triádicas (simultáneamente registradas en USA, Japón y la UE),  mientras que un solo profesor del MIT figura en 811 a su nombre.

Pero, si el panorama investigador de nuestro sistema universitario, dista mucho del deseable, en cuanto a la formación no le va a la zaga. Los perfiles de los puestos de trabajo no son acordes con la preparación que se procura. España es casi el peor país de la UE-27 en cuanto a la adecuación de los estudios con el mercado de trabajo, solo delante de Turquía. El resultado es subempleo y esto es una rémora mayor, en tiempo de crisis, por cuanto son más vulnerables a quedar en desempleo que los que están ejerciendo un trabajo acorde con su preparación universitaria, que se sitúa en torno al 48%. El sistema económico rechaza aproximadamente la mitad de nuestros egresados, bien por incapacidad de aquél para absorber gente preparada, o bien porque el sistema universitario no prepara lo que el sistema económico requiere.

El papel de la Universidad es claro: preparar a las personas y elevar el nivel de conocimiento, generando ideas, que repercutan en el sistema económico y sean capaces de movilizar a la sociedad hacia mayores cotas de bienestar. La Sociedad decide constituir un sistema universitario para que estos cometidos los lleve a cabo. Por tanto, los que en un momento dado pertenecen al sistema universitario, son los que, coyunturalmente, forman parte del sistema que tiene que operar en la mejora de la sociedad en ese momento. No hay propiedades que puedan atribuirse ningún colectivo.  Si la Sociedad es la propietaria del sistema, es la Sociedad la que debe pilotar la transformación en un momento dado, para reconvertir la Universidad para que sea útil a las demandas de la sociedad. Es posible que, esta vez, sea una de las últimas alternativas de que disponemos para adecuar el Sistema Universitario a la Sociedad que queremos tener, que no es la que disfrutamos. Es preciso en todos los universitarios, la generosidad suficiente para que sea desde la responsabilidad, desde la que se propicien los cambios. Si nos limitamos a cambiar el sistema desde los parámetros de los que forman parte del sistema, habremos perdido el tiempo miserablemente. Esta vez se requiere mucha más presencia y participación de la sociedad en este proceso.  La Universidad es demasiado importante hoy, para dejarla en manos de los universitarios solamente. La pertenencia a un sistema democrático exige democracia, antes, en y después. Las recetas derivadas de la autoridad, son restricciones demasiado limitadoras. No se puede olvidar que el conocimiento no es, necesariamente democrático, pero el acceso y el uso lo son obligadamente. Las organizaciones también lo son. Creatividad, toda. Aventuras sospechosas, las menos.

Universidad, reforma y sensatez democrática