jueves. 28.03.2024

Una infancia más pobre

Los efectos de la crisis son demoledores sobre la ciudadanía española. Las personas percibimos de forma visible y lacerante, la pérdida del empleo, el aumento del paro...

Más de uno de cada cuatro niños y niñas es pobre en España

Los efectos de la crisis son demoledores sobre la ciudadanía española. Las personas percibimos de forma visible y lacerante, la pérdida del empleo, el aumento del paro, el cierre de empresas, la caída de los salarios, la amenaza sobre las pensiones, el deterioro de servicios esenciales como la Sanidad, la Educación, los Servicios Sociales, la atención a la dependencia…

Protestamos en las calles. Expresamos nuestro rechazo y descontento. Exigimos a otra manera, otras formas, otros medios para afrontar y superar la crisis. Sin embargo hay un colectivo que no tiene voz, que no tiene voto, al que no se escucha y que ha pasado a convertirse en el colectivo más golpeado por el empobrecimiento en nuestro país: La infancia.

Si la pobreza en España se encuentra ya cerca del 22 por ciento, la pobreza infantil supera el 26´5. Más de uno de cada cuatro niños y niñas es pobre en España. Si utilizamos el indicador europeo de riesgo de pobreza y exclusión social, AROPE, el riesgo de pobreza y exclusión social de la infancia en España se encuentra en el 29´8 por ciento. Casi uno de cada tres. Cerca de 2´4 millones de niños y niñas.

La situación de nuestra infancia se corresponde con la situación que traviesan las familias. 6´2 millones de personas desempleadas, con un aumento alarmante del paro de larga y muy larga duración y un deterioro de las prestaciones por desempleo, producen una situación de agotamiento de los recursos en muchas unidades familiares. Pero si además comprobamos cómo han ido reduciéndose los salarios de las personas ocupadas, podemos concluir, en muchos casos, que ni el empleo salva ya de la pobreza a muchas familias.

Una situación que se agudiza con las subidas de los precios de productos básicos y esenciales y con unas subidas de impuestos que, lejos de obligar a pagar más a las rentas más altas, se ceban en la ciudadanía con rentas medias y bajas.

Especialmente familias jóvenes, con hijos. Mujeres solas con cargas familiares. Ven cómo pagar el comedor escolar, comprar alimentos básicos, o ropa para los niños, seguir manteniendo la vivienda, acometer los gastos de calefacción, o hacer frente a los rigores del verano, salir de vacaciones, soportar el coste de actividades extraescolares, comprar ropa deportiva, pagar los libros o el material escolar, se convierten en auténticas odiseas.

Mientras las familias soportan la dureza de la crisis, las ayudas familiares, en forma de prestaciones, o becas, se restringen, cuando no se ven abocadas a la desaparición en el Estado, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos. Pero no sólo las ayudas directas desaparecen. También las ayudas indirectas en forma de sanidad pública, educación pública, servicios sociales, se resienten con los recortes sociales.

Las partidas presupuestarias para Sanidad, Educación, Servicios Sociales, directamente ejecutadas por el Estado, o transferidas a las Comunidades Autónomas, sufren retrocesos insoportables, e incompatibles con el mantenimiento de la calidad de servicios públicos esenciales para asegurar la cohesión social.

Los niños son niños, pero no son tontos y perciben esta nueva realidad. Perciben un mundo plagado de desigualdades. Aprenden a representarse un mundo injusto e incapaz de atender sus necesidades básicas. Pero estos niños y niñas no votan. Al menos por ahora. Desaparecen impunemente de la agenda de las políticas públicas. De las prioridades de actuación.

La calidad democrática de una sociedad se mide por su capacidad de sostener y proteger a las personas y colectivos más débiles, precisamente en momentos de crisis. Y en esto, tampoco somos un país que pueda dar lecciones a nadie.

Es urgente evaluar el impacto de la crisis económica sobre la infancia española. Es urgente escuchar a los niños y las niñas, sus anhelos, sus necesidades, su opinión. Es urgente dotarse de una política de apoyo a la infancia y la familia. Proteger y promover el empleo de los adultos y establecer una cartera de servicios esenciales para la infancia, que tenga valor y vigencia en todo el territorio nacional. Es necesario abandonar aventuras sectarias, como la del ministro Wert y buscar un gran acuerdo educativo en el país. Son algunas urgencias inaplazables. Es necesario invertir recursos y blindar la infancia frente a la agresión brutal de la crisis.

No estamos para grandes alegrías. Son tiempos duros. Se ha desmoronado un modelo económico, llevándose por delante el empleo y tardaremos en remontar esta situación. Aún equilibrando y repartiendo con justicia los sacrificios, seremos más pobres durante muchos años. Pero si queremos salvarnos como país. Si queremos mantener un ápice de esperanza y confianza en el futuro, no tenemos otra opción que defender a la infancia y salvarla de las situaciones de pobreza y exclusión social. Ese es nuestro principal reto como país.

Una infancia más pobre