martes. 23.04.2024

Trabajo, tecnología y riqueza

No corren buenos tiempos para el trabajo. En la dualidad Capital –Trabajo, todo indica que los poderes instalados optan por el primero, en detrimento del segundo...

No corren buenos tiempos para el trabajo. En la dualidad Capital – Trabajo, todo indica que los poderes instalados optan por el primero, en detrimento del segundo. Han corrido ríos de tinta y mucha sangre, también, en el dilema encarnado en conflicto. Puede que lo hayamos olvidado en cierta medida, pero existir, ha existido y todavía persiste. Para los creyentes, de alguna naturaleza, hay mandato por el trabajo, pero el capital siempre figura proscrito, en todas las religiones, conocidas. Tan es así, que ante lo impúdico que resulta abogar por éste, los anuncios del entorno financiero lo pretenden disimular con lemas como “pon tu dinero a trabajar”, o este otro, “en lugar de trabajar tu para tu dinero, que trabaje tu dinero para ti”. Desde el otro ángulo, vulgarizan al trabajo denominándolo “mercado de trabajo”, que resulta ser un oximorón, porque la contradicción la lleva puesta en el propio enunciado.

No pensemos que ha habido tregua en la batalla. En la Inglaterra que paría el maquinismo, era harto frecuente que cuando algún invento emergía, fuera a parar, junto con el inventor, al mismo hoyo, donde quedaban enterrados. Se interpretaba que suplantaba al hombre, que le privaba de su derecho al trabajo y que la compensación por la sustitución no le alcanzaba, necesariamente. Bueno es un decir, porque el saldo final era la pérdida constante e incontrolada de puestos de trabajo, con los que la gente compensaba los salarios que percibía y que le permitían seguir en la vida, ellos y sus familias. El cambio de trabajo por miseria, no era, ni, naturalmente lo es, bien aceptado, por la parte obrera, perjudicada en exceso.

Hoy, sumamos a esto un avance considerable de la Ciencia y la Tecnología. La revolución tecnológica actual, no tiene precedentes. Información y Comunicaciones, conjuntamente, han venido a dibujar un escenario en el que han cambiado, sustancialmente, dos conceptos básicos: distancia y tiempo. Pensemos en cualquiera de las facetas de nuestra vida, cotidiana o excepcional, las distancias y los tiempos, no tienen punto de comparación con los que recordamos en otro momento anterior. El cambio es cualitativo. Ha exigido una nueva alfabetización, cierto es, de la misma categoría que la anterior, la primera alfabetización, que implicó, de forma generalizada, aprender a leer y escribir, pero ahora se ha concretado en manejar los ordenadores como instrumentos intelectivos (integumentos, como diría Ortega). Se puede calificar de analfabetos funcionales a los que no manejan los ordenadores, la mayor parte de las veces, porque se resisten a hacerlo. La propia Ciencia y Tecnología no han permanecido al margen del impacto de las Tecnologías de la información y las comunicaciones y se han visto impulsadas hasta límites inimaginables. Hoy sabemos mucho más que ayer. Sabemos cultivar y producir alimentos, y la lucha contra el hambre  hoy, no tiene nada que ver con la de ayer, porque hoy sabemos producir lo necesario y somos capaces de ello; el problema es de otro género, todavía más indeseable. La lucha contra las enfermedades no tiene parangón con la de hace unas décadas: hoy la esperanza de vida se multiplica por un factor creciente cada año. Qué decir de los desplazamientos, que decir de las producciones automáticas, qué decir de las ayudas mecánicas, que decir de la propia lectura, qué decir de los medios convencionales de comunicación. Al ritmo que vamos, habrá que explicar cómo era un libro, dentro de poco, como tenemos que explicar lo que era un afilador que recorría nuestras calles, contribuyendo al pintoresquismo, hace bien poco. Los desafíos que tenemos en ciernes son descomunales.

Se puede afirmar, con rotundidad, que la Ciencia y la Tecnología han permitido crear más riqueza, disminuyendo el costo. Otra cosa es, lo que acontece cuando queremos racionalizar los beneficios donde han ido a parar, cuales han sido los circuitos de los beneficios, quienes los han disfrutado y, sobre todo, quienes pueden y tienen derecho a utilizarlos. Cuando reflexionamos sobre ello, los nubarrones son descomunales. No está muy claro esto. No es un problema tecnológico, ni siquiera científico el que tenemos que abordar. La distribución de la riqueza, no es cosa del agrado de todos, por igual. Para empezar, el problema es global, este si que es universal y de alcance. Hay que aceptar, de partida, y sin paliativos, que las tecnologías son objetos inertes, pero no exentos de manipulación por los humanos que las incorporan o las manejan. Si el sustituido (trabajador) solamente tiene como beneficio de la tecnología el quedarse sin trabajo, mientras que el sustituidor (capital) recibe el beneficio de la tecnología y, además, de desprenderse del trabajador, con solo amortizar la máquina o tecnología incorporada, observamos un claro ejercicio de inequidad. El objeto (tecnología) será inerte, pero se ha empleado en favor de una de las partes (capital), tan solo, dejando inerme a la otra (trabajo). Si ahora, pensamos que el capital y el trabajo constituyen el mecanismo básico y universal de distribución de la riqueza, al que se suman los mecanismos impositivos y las políticas sociales, para conformar los mecanismos de redistribución de la riqueza, se revela la necesidad de los últimos como único procedimiento de redistribución que garantice que todos se benefician en alguna medida de los avances, por cierto, en gran y mayor medida, logrados con recursos públicos, que pertenecen a todos.

Así es que, ahora, cuando se escuchan los discursos que enuncian gobiernos neoliberales o patronales, a los que no importan las personas y mucho menos las más débiles, las menos favorecidas, que se han quedado al margen, desplazadas por las exigencias de una cosa llamado mercado, que ciego, solamente pretende producir más, mejor, y menos costoso, para maximizar beneficios (del capital), provocan el hervor de la sangre de aquéllos, con mínima sensibilidad social, que reparan y abogan por una parte del dilema, el trabajo, que queda fuera de los planes, por los mercados y, lo que es peor, porque los mecanismos de redistribución son cada vez más famélicos, llegan a menos, y no garantizan que la eyección de los puestos de trabajo está paliada por la redistribución de la riqueza que debiera velar por ellos.  La jubilación o el paro, simplemente forman parte del mercado social de redistribución (atrevimiento acorde con la terminología al uso). No se trata de que se pueda manipular por una de las partes (capital), intentando adelgazar la componente social para que el capital tenga mayor comodidad. En los beneficios que recibió el capital, se incluían los que correspondían a los trabajadores  y tendrán que efectuar su aportación a la bolsa común, donde todos tenemos que encontrar nuestra parte alícuota. Fíjense que de no ser así, ¿para que queremos organizarnos como Estado? ¿Qué sentido tienen los Gobiernos, si no es para procurar que todos los habitantes tengan lo que en justicia les corresponde? Sería tremendo que un Gobierno, deliberadamente arremetiera contra sus gentes. Este tipo de conductas tiene otra denominación, que dejo en boca de ustedes. La vida es dura. ¡No pretendamos hacerla más todavía!

Trabajo, tecnología y riqueza