viernes. 19.04.2024

Reino Unido en Europa

En 1970 los conservadores volvieron al poder tras largos años de poder laborista con un europeísta torie llamado Edward Heath. En ese momento, Reino Unido estaba sumido en un estancamiento económico producto de una galopante inflación que se arrastraba desde los años 60.

En 1970 los conservadores volvieron al poder tras largos años de poder laborista con un europeísta torie llamado Edward Heath. En ese momento, Reino Unido estaba sumido en un estancamiento económico producto de una galopante inflación que se arrastraba desde los años 60. La política de Heath de deliberada expansión económica no consiguió el objetivo de frenar la inflación y el intento de recortar el poder de los sindicatos (1971) provocó un ambiente de desobediencia civil entre los dirigentes sindicales. Cuando Heath apeló al público en las elecciones generales de 1974, los resultados fueron indecisos. Sin embargo, el apoyo prestado por el Partido Liberal permitió a Harold Wilson formar un gobierno laborista minoritario que bajo su liderazgo, y el de James Callaghan desde 1976, duró cinco años.

Fue el primer ministro conservador Edward Heath, el que metió al Reino Unido en la CEE hace 40 años después de que este país lo intentase sin éxito en dos ocasiones previas, en 1963 y 1967, debido al veto francés - la conocida como política de la silla vacía del general De Gaulle-. Por entonces, Reino Unido no ocultaba el entusiasmo por su participación en la CEE, como quedó reflejado en el referéndum celebrado en 1975, en el que el 67% de los británicos expresaron su apoyo a la permanencia en la CEE.

En ese momento, como hemos indicado de crisis, se pensaba que un mercado común dinamizaría las posibilidades económicas de la Unión. Seguramente, hoy David Cameron, a juzgar por su discurso político, sigue pensando exactamente lo mismo, pero hoy la Unión Europea, bajo el clásico timón franco-alemán, con una moneda común, está obligada a ser algo más que un mercado común para sobrevivir no solo como mercado sino como proyecto político que pone en común una serie de aspiraciones de bienestar. La economía también ha cambiado en estos 40 años. Reino Unido ingresó en plena crisis petrolera, pero bajo un capitalismo industrial pujante que primaba la producción de bienes y servicios. Hobsbawm explica el perfecto engranaje de ese capitalismo en su libro Industria e Imperio, basado en la producción industrial altamente competitivo que siempre encontraba salida en los múltiples mercados que Reino Unido fue capaz de forjar a lo largo de la historia a través de su experiencia colonial, que, por su modelo flexible y autónomo como metrópoli hacia las colonias, pudo mantener tras la desaparición de la presencia británica en los territorios colonizados. Hoy ese capitalismo es global, el proceso productivo se ha deslocalizado y los bienes y servicios se están sustituyendo por el capitalismo financiero. A este respecto, Reino Unido que no se unió al Euro, tiene unas ventajas importantes como centro de referencia con una moneda poderosa como es la Libra que utiliza para comerciar con los países de la Commonwealth de la que aun obtiene pingües beneficios. Los negocios generados en la City suponen un volumen de la producción nacional mayor que en otros países y todo lo que suponga obstaculizar ese flujo de capitales es considerado por Londres como una intromisión en la libre marcha de su economía. Por este motivo, hoy, 40 años después, los conservadores, que nunca han sido entusiastas de la puesta en común de una serie de costumbres compartidas con el continente por considerar la singularidad británica como el principal elemento puente de relación con varios espacios como EE.UU. (con quien mantiene unas relaciones impecables desde el final de la II Guerra Mundial) y las antiguas colonias, aspiran ahora a un nuevo trato basado en una integración conformada en un ritmo distinto al del resto de socios europeos. En principio, una propuesta razonable si no comporta ventajas o desequilibrios con otros países.

En cualquier caso, el referéndum que propone Cameron de no ser exitosa esa negociación que abra un nuevo trato con la isla y una reformulación de las políticas de la Unión tendentes a fomentar la competitividad para dinamizar el comercio (aspecto en el que los británicos han demostrado una consumada experiencia a lo largo de su historia), es probable que fracasara. Hoy como en 1973, las protestas de los ciudadanos británicos por la política monetarista llevada a cabo por Cameron basada en recortes y contención del gasto público para limitar el déficit y así activar la económica a través del aumento de los recursos, y el lento ritmo del crecimiento de su economía, están llevando a una contradicción insalvable que el premier trata de paliar liderando el sector euroescéptico que con la crisis y las políticas de control financiero se ha incrementado en Reino Unido. Cameron, que está cavando su defunción política al rechazar tajantemente cualquier activación de la demanda a través de medidas keynesianas de inversión pública en sectores estratégicos, de convocar un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea para el año 2017, tiene pocas posibilidades de prosperar. El Partido Laborista, liderado por el brillante Ed Milliband, va 10 puntos por delante en los sondeos de los Tories, rechaza el referéndum y toda la izquierda británica está en contra. EE.UU. también está en contra, de modo que es complicado que las élites puedan apoyar semejante proyecto puesto que la UE es el principal socio comercial de Reino Unido. Por este motivo, Gran Bretaña debe estar en Europa cumpliendo un papel dinamizador de las relaciones comerciales y abriendo puentes con otros espacios políticos. Es decir, la UE, debe aprovechar su posición estratégica en el mundo y también las enormes virtudes de los británicos para la forja de acuerdos y su flexibilidad y pragmatismo a la hora de entender las relaciones entre política, sociedad y economía en tiempos donde todo nos parece contingente.

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