sábado. 20.04.2024

Por una ciudad lectora

Una ciudad culta es, ante todo y sobre todo, una Ciudad Lectora.

Una ciudad culta es, ante todo y sobre todo, una Ciudad Lectora.

La expresión Ciudad Lectora no remite a un concepto acabado y perfectamente delimitado por unos a priori elaborados en el laboratorio de la reflexión individual o colectiva. Al contrario, se trata de una realidad en tensión social constante. Es más un deseo que una realidad definitiva y acabada.

Una Ciudad Lectora es proceso y resultado de la sinergia de todas aquellas instancias simbólicas y reales que conviven en una ciudad, las cuales, consciente o inconscientemente, forman y conforman el talante cultural de la ciudadanía. 

Una Ciudad Lectora es un modelo de ciudad culta, producto de la mirada y el saber hacer de aquellas instituciones que de manera consciente apuestan por un modelo de ciudadanía competente, culturalmente hablando. De tal modo que bien puede asegurarse que a cada ciudad en general se le corresponde una ciudad lectora en particular: la que ella ha modelado mediante una práctica cultural determinada.

Una Ciudad Lectora, y por tanto culta, sólo es posible si la propia ciudadanía toma conciencia del papel que ella misma juega y debe jugar en dicho proceso. Pero esta toma de conciencia no será efectiva si el poder simbólico y real, que toda institución implica, no se involucra en la creación y desarrollo de dicha toma de conciencia.

Es la propia ciudad institucional la que debe apostar por una ciudadanía lectora y culta. Porque, digámoslo claramente, sólo esta ciudad institucional será capaz de convertir y transformar en valor social y colectivo lo que en la actualidad sigue siendo tan sólo un valor individual, como es el acto de leer libros, periódicos, museos, ciudad, Internet, y otros soportes. El discurso de la lectura, y de la propia cultura, tiene que ser asumido por todas las instancias mediadoras que, de un modo u otro, hacen habitable la ciudad en la que vivimos.

El hecho de haber circunscrito únicamente el fomento de la lectura a los ámbitos educativos sigue siendo hoy un error de perspectiva que en nada ayuda en la tarea de elevar el número y calidad de lectores competentes. Sin duda que la lectura forma parte importante en el aprendizaje escolar, pero, mientras no se conciba como un valor social, y no meramente escolar, el índice de ciudadanos lectores seguirá anclado en los niveles que todos conocemos. Conviene repetirlo una y otra vez: No será posible construir una Ciudad Lectora dejando su diseño y su arquitectura en manos exclusivas de las instituciones educativas que, por ser importantes, no son exclusivamente decisivas en dicha construcción.

Las características de la vida moderna, y a las que nuestra propia ciudad no es ajena, hacen cada día que pasa más imposible contemplar la lectura como una apuesta importante en el ocio de los ciudadanos. Apostar por una Ciudad Lectora es hacerlo por un modelo de ciudad distinto. Los valores que en la actualidad se postulan y se defienden desde la propia ciudad nada o casi nada tienen que ver con los valores que se cultivan en el acto de leer. Valores como el silencio, la tranquilidad, el sosiego y la soledad –requisitos indispensables para el cultivo de cualquier actividad intelectual y creativa- se dan de bruces con la prisa, la velocidad, el ruido, el consumo y el gregarismo, que tan presentes están en la conformación del ocio de gran parte de la ciudadanía.

En estas circunstancias, la lectura sigue siendo un medio extraordinario para el desarrollo de la capacidad simbólica del individuo. Una capacidad que es imprescindible para acceder al pensamiento abstracto, creativo y crítico.

La responsabilidad de que las ciudades actuales sean o no ciudades lectoras no radica con carácter de exclusividad en ninguna de las instancias o intermediarios específicos que podamos tener en mente, piénsese en ayuntamientos, partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación, bibliotecas, escuelas, institutos y universidad y el propio gobierno local o nacional.

Es responsabilidad de todos. Ninguna instancia de forma individual o particular es responsable del éxito o del fracaso de que los ciudadanos sean lectores o cultos. Por eso, es necesario asumir que la evolución del número de lectores de una sociedad no pasa sólo por la escuela o por la biblioteca pública. El aumento y calidad de lectores de una sociedad pasa por la implicación y la responsabilidad colectiva de las instituciones democráticas de una ciudad, empezando, obvio es, por los municipios o ayuntamientos.

Asumir el concepto de Ciudad Lectora consiste en establecer una red sinérgica entre los actores e instituciones que hacen posible la habitabilidad cultural y material de una ciudad.  Si todas estas instituciones no asumen que tienen un poder real sobre el comportamiento, los usos del ocio y del consumo cultural de la ciudadanía, nada o muy poco se conseguirá hacer en la construcción de una Ciudad Lectora.

La Ciudad Lectora es una construcción sinérgica en la que están involucrados todos los sectores que, de alguna manera, influyen de forma real y simbólicamente en el consumo cultural de los individuos. En estos sectores está el poder de convertir la lectura en un valor social, en una seña de identidad cultural de la ciudad en la que habitamos.

La ciudadanía se verá involucrada en dicha construcción en la medida en que el poder político, sindical, mediático, educativo, se involucre en dicho proyecto.

En la actualidad, no se exige ni se ve necesario un proyecto general de construcción de una Ciudad Lectora en la que estén involucrados dichas instancias. Y es una pena constatarlo, porque el esfuerzo que realizan escuelas, bibliotecas e institutos y sociedades particulares, se pierde en el desierto de la individualidad. Es necesario confluir todos estos esfuerzos e integrarlos en el desarrollo de lo que hemos denominado Ciudad Lectora.

Gobierno, Municipios, Sindicatos, Partidos políticos, Medios de Comunicación, Bibliotecas, Escuelas Infantiles, Escuelas de Primaria, Institutos y Universidad, Editores, Libreros, Escritores, tienen que asumir la lectura como un valor clave en la construcción de una Ciudad Culta, o, lo que es lo mismo, una ciudad lectora.

Es necesario conseguir que la lectura forme parte fundamental de los hábitos de los ciudadanos, pero no sólo como un valor individual, sino también social, algo que forme parte de su identidad cultural ciudadana.

Por una ciudad lectora