jueves. 28.03.2024

Política e ideología

Como siempre, antes de hablar de política se ha de partir de una idea previa: ésta solo puede ser, siendo capaces de saber que no es necesario ser original. En nuestro tiempo, se dice que atravesamos una época de hastío o de cansancio de la política.

Como siempre, antes de hablar de política se ha de partir de una idea previa: ésta solo puede ser, siendo capaces de saber que no es necesario ser original. En nuestro tiempo, se dice que atravesamos una época de hastío o de cansancio de la política. No estoy de acuerdo, tanto las manifestaciones de protesta, como las expresiones de pasotismo implican una intelectualización de hechos políticos y, por lo tanto, es una acción que tiene consecuencias. Ahora bien, no todos los mensajes y todas las respuestas tienen el mismo valor, por este motivo, sería conveniente reflexionar sobre el rango de lo político y el valor de las ideologías.

En política todo está inventado, hasta el teléfono menos sofisticado (ya no digo su utilización y su manejo), es política. Prescindiendo en cualquier caso de cualquier aparato, en política defino la consciencia aristotélicamente platónica como fundamental. Lo cual quiere decir que solo partiendo de la racionalidad de Aristóteles, uno puede encontrarel idealismo platónico, por ejemplo, de La República: “Lo que une, ¿no es acaso la comunidad de alegrías y dolores, cuando, en la medida de lo posible, todos los ciudadanos se alegran o se afligen igualmente de los mismos sucesos positivos y de las mismas desgracias?”. Aristóteles se sitúa por delante de esta frase tan categórica, cargada de valor porque “lo sensible no tiene una realidad objetiva común”, puesto que no existe un modelo ideal de la sensibilidad.

Por este motivo, es política votar, no votar, acudir a una manifestación, quedarse en casa viendo la tele o fumarse un puro. Tan político es aquel que decide votar al PP como aquel que pasa de ir a las urnas y ejercer su derecho a no participar. Lo primero, muestra en principio, implicación, con la realidad percibida, refleja una actitud como respuesta a una situación, lo cual no indica nada de una ideología, aunque lo normal es que sí. Lo segundo, que aparentemente nos muestra la ausencia de compromiso, puede contener una idea política por una sencilla razón: no votar, es un comportamiento político, cobarde, por supuesto, pero puede ser una respuesta perfectamente intelectualizada de un modo racional. Por un motivo: ese rechazo puede motivar y estar motivado por distintas ideas o ideologías políticas: se puede pasar por nihilismo que es la consciencia personal de no tener ideología, o, al contrario, porque las ideas no vienen expresadas en ninguna opción partidista. Y, esa ideología, se puede manifestar, por supuesto, de manera pacífica o violenta. Se puede poner una bomba o se puede dar una patada a un policía. Es ideología (no democrática, obviamente), porque además, puede generar respuestas solidarias de los demás. Todo el mundo se puede sentir afectado en cualquier momento.

Se deduce de este modo que, deducir, en política es simplemente la manifestación real de que el hombre vive en sociedad, de nuevo, siguiendo a Aristóteles: “el hombre es un animal político”, y sobre ella ha de regular los hábitos y las conductas, esto es, el pensamiento que crea un acervo cultural, entendiéndolo como un bagaje histórico o realización.

La cuestión candente, ahora, en una sociedad tan voluble, mediatizada, global y, en general poco leída, es conocer hasta dónde alcanza el rango político de la política. Es decir, qué categoría adquiere la expresión de lo político en la vida pública. Es entonces cuando se invierten los papeles. Sin Platón no hay Aristóteles. Es decir, solo a través de una conciencia latente que supere espacios y circunstancias, pero también prejuicios, se puede ser racional. Tener ideología es estar con la política siempre en equilibrio inestable porque la primera siempre condiciona la segunda, pero nunca la rechaza. Contener ideología es manifestar, en cualquier tiempo y momento, un pensamiento intelectualizado, esto es, una cosmovisión propia y original, sobre los hechos públicos. Ante la corrupción, por ejemplo, la respuesta ideológica no es rechazar el sistema, sino movilizarse o buscar soluciones para combatirla, en definitiva, comprometerse con el tiempo en el que se vive. La ideología es una construcción contingente siempre, pero la diferencia con un valor es que se defiende mediando los rodeos de la distancia política, cultural, social, moral, espacial y temporal. Ideología supone, ante todo, una respuesta ante los demás, ante la sociedad. Es lo contrario del corporativismo: un pensionista puede manifestar su ideología manifestando su opinión o mostrando una actitud de compromiso ante el despido de profesores en la enseñanza pública o en la sanidad y, al contrario, una persona puede también expresar su malestar por las condiciones de trabajo de los empleados del metro de Madrid.

Esta idea, se identifica de manera nítida en la película de Mark Herman, Tocando el viento, una narración que, ya en su génesis, es ideológica por mostrar una expresión artística propia, sin renunciar a su propia noción de estilo: no es una comedia, aunque tiene elementos cómicos, tampoco es un drama, estrictamente, aunque haya situaciones muy tristes. Y, a pesar de la importancia que en ella tiene la música, no es de ningún modo, un musical.

Tocando el viento, supone argumentalmente, la expresión política de la ideología: un pueblo sufre la amenaza de cierre de la mina de carbón de cuya explotación subsiste. Alrededor de las consecuencias de este hecho se entretejen las diferentes historias de algunos de sus habitantes, que comparten la pertenencia, crucial en el relato, a la emblemática banda musical de la mina. La ideología es compartida: todos sienten que deben salvar a esos trabajadores, pero cada uno conforme a sus posibilidades. De manera que permanecen en plena vigencia, la riqueza de matices de los comportamientos y personalidades de los protagonistas, en tiempos de crisis, recortes y corrupción, todos debemos ofrecer nuestra propia respuesta: la más simple, entender el valor político de todas las ideologías, para perfeccionarlas y no para demolerlas o destruirlas.

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