viernes. 19.04.2024

Patrimonio sumergido

Hace ya una década, y durante una conversación casual, un ingeniero me habló sobre un estudio que estaba realizando relativo al patrimonio sumergido...

Hace ya una década, y durante una conversación casual, un ingeniero me habló sobre un estudio que estaba realizando relativo al patrimonio sumergido. Me fascinó la expresión verbal que utilizó por su, al menos para quien aquí escribe, indudable poder evocador. Será por eso que lo escuchado anidó en mi memoria.

Esa persona, de la que ni siquiera recuerdo el nombre, estaba refiriéndose a los pueblos, iglesias, casas y valles, que fueron sumergidos a manos de los embalses inventados por el estado de entonces, años 60 y 70 del siglo XX, en nuestro país. Ingentes caudales de agua invasiva que, ninguneando a la naturaleza nativa y a los habitantes de aquellos entornos naturales, animados unos, inanimados otros, transformaron de manera irremisible los paisajes originales. Pocos van quedando que recuerden el "antes" de aquellos lugares.

Hoy nos enfrentamos con la amenaza a un patrimonio diferente pero igualmente en peligro de ser anegado, asfixiado por generaciones, aunque no por agua en este caso, en eso es distinto, sino por legislación emanada de políticas ancladas en una ortodoxia liberal que poco tiene de nueva salvo su prefijo. Lo que entonces fueron árboles, casas, parajes o tierras, ahora son derechos raíz, conquistas sociales que, como colectividad, nos llevó décadas conseguir y también legítimas querencias ciudadanas que, en ambos casos, las conseguidas y las anheladas, deberían estar enraizadas en cualesquiera democracias que no practiquen de un estar sumergidas. Me refiero a nuestro derecho a la sanidad y educación públicas, de calidad y universales, nuestro derecho a disfrutar de un país alejado de la especulación urbanística, de la corrupción, de lenguajes políticos plagados de eufemismos y distorsiones, un país libre de bancas intocables y privilegios inauditos, un país en el que las víctimas, y estoy pensando por ejemplo en los miles de desahuciados y en la PAH, no sean tratados como culpables mientras los únicos merecedores de ese adjetivo, de serlo, y muchos así lo creemos, son protegidos al albur de una legislación caduca, injusta y con vocación pretoriana. Un país, en suma, que apueste por él, por todo él, y no por ellos, por ellos solo, que dirija su mirada hacía un horizonte compartido, no privado, un país, un sistema, que enfoque sus potencialidades hacia el desarrollo de la investigación científica, la cultura, la sanidad, la educación y, al tiempo, que reafirme su capacidad de comunicarse con el lenguaje de la solidaridad, la equidad, la honestidad, dejando atrás culturas tan dañinas, y habituales en nuestro presente, como la del pelotazo, el amiguismo y la intriga, sean estas practicadas en el ámbito político o geográfico que sea, derecha o izquierda, las Vegas o Alcorcón. 

¿Será este el patrimonio sumergido de nuestro siglo XXI? los actuales legisladores parecen estar afanándose en que así sea. Menos mal que cada vez más ciudadanos se están afanando justamente en lo contrario, pisando las calles, levantando sus voces, negándose a dejar de reflexionar,  imaginando nuevas fórmulas para ser escuchados por aquellos que, aun teniendo mayoría absoluta, disponen de un oído definitivamente relativo, y sobre todo, arrieros somos, siendo perseverantes, no cayendo en la nociva resignación. Esta es la gran diferencia con aquel entonces al que me refería al comienzo de este texto. Los bosques, los caminos, los edificios y valles no pudieron decir No en su momento, pero los ciudadanos en una democracia no solo podemos, debemos.

Patrimonio sumergido